Jorge Costa
10/05/2023Primero, se instaló el cansancio: entre pequeños casos y verdaderos escándalos, el goteo de dimisiones se convirtió en rutina. Luego, el asombro: la investigación a TAP (lineas aéreas portuguesas) destapó los privilegios ofrecidos por Passos Coelho a los privados y los vicios de la gestión bajo control público. Siguió la vergüenza: una serie de ministros envueltos en un lío de mentiras, destacando João Galamba, que ya admite haber organizado la reunión secreta del PS con la presidenta de TAP. Finalmente, una cierta sensación de abandono: en su frenesí, el presidente y el primer ministro no se les ocurre nada mejor que una serie de jugadas de presión y supremacía. La situación se vuelve peligrosa: la mayoría de la gente está pasando dificultades y el poder ni siquiera parece darse cuenta.
La situación es peligrosa porque la mentira se ha convertido en un recurso normal. La mayor de todas (hasta la fecha) tiene casi medio año y poco se ha hecho por ella: para impedir la actualización legal de las pensiones, la ministra de Seguridad Social entregó al parlamento unas cifras amañadas, poniendo en duda la futura sostenibilidad de la seguridad social. Después de tres semanas, el informe del Presupuesto del Estado mostraba que las cuentas de la ministra escondían 2.000 millones de euros. El engaño pretendía asustar a la población sobre su futuro, para facilitar la imposición de un recorte ahora. En comparación con esta, la mentira de Galamba (sobre la reunión secreta) sería una broma. Pero no lo es, porque es una más de muchas. Y la mentira como método, su banalidad, corroe la democracia. Al amnistiar toda mentira, el primer ministro agrava esta corrosión y se convierte en el mayor aliado de la extrema derecha.
La situación actual es también el resultado de la negligencia. La palabra "apaño", siempre de moda, traduce mal la noción de impunidad. Este gobierno hace girar la puerta entre la política y los negocios, alimenta el nepotismo y el facilitismo, bloquea la supervisión del gobierno por parte del parlamento, celebra estadísticas que contrastan con la realidad de la vida, llama a los servicios secretos. Es el deslumbramiento del poder absoluto, la arrogancia y la negligencia, bien visibles en la acción del primer ministro ante todo esto. Resultado: corrosión de la democracia, levadura para la extrema derecha.
El peligro también proviene del predominio de la política de palacio. Esta mayoría absoluta es hija de palacio. Fue concebida en él por Costa y Marcelo, en 2021, entre el bloqueo de las negociaciones a la izquierda y la opción de disolver el parlamento con pretexto del voto de los presupuestos. Todo en nombre de la estabilidad - que ahora se ve: gobierno y presidente tropiezan el uno con el otro, en juegos de presión, ajenos a un pueblo que se empobrece. Se pueden pasar horas y horas de televisión y gastar ríos de saliva con el brillo de cada giro táctico, pero todo esto se está volviendo repugnante. A la puerta de la política de palacio, no solo quedan los periodistas, con el micrófono en la mano. Queda todo el país y sus dificultades, escuchando los ecos de la intriga.
Así se abren las puertas al vandalismo: a los charlatanes de extrema derecha, escupiendo en su escenario, y a los graciosos con chaqueta liberal, ambos comprometidos con arramplar con lo que es de todos. Ahora bien, quien abre la puerta a los vándalos no puede anunciarse como guardián de la democracia. Abrir la puerta a los vándalos es lo que hace el PS, al no abordar la inflación, la vivienda, las escuelas, los hospitales, todo lo que debería ser su mandato. La mayoría absoluta debilita la democracia.