Los demócratas van a controlar el Senado norteamericano. Ya no tienen excusa

Bhaskar Sunkara

04/02/2021

Los agridulces resultados electorales de noviembre – que atestiguaron la victoria de los demócratas en la presidencia, pero con un Congreso que sigue dividido – han sufrido un vuelco. Gracias a la carrera electoral para el Senado norteamericano en Georgia, lo probable es que los demócratas controlen a cincuenta senadores, amén del voto de desempate en el Senado [el de la vicepresidenta Kamala Harris]. Eso significa que los demócratas controlarán probablemente ambas cámaras del Congreso, así como la Casa Blanca, por primera vez en una década.

El Partido tiene ante sí dos caminos: o una acción de gran alcance o poner excusas. No cabe duda de que el estamento de poder de los demócratas será capaz todavía de encontrar multitud de disculpas a la inacción. El estrecho margen del Senado significa que demócratas conservadores como Kyrsten Sinema, de Arizona, y Joe Manchin, de Virginia Occidental, figuras que encontrarían fácil acomodo en cualquier partido de centro-derecha del mundo, serán tremendamente influyentes. Se invocará además el filibusterismo del Senado – una táctica procedimental que significa que hacen falta tres quintos para forzar un voto sobre un proyecto de ley–, así como el hecho de que el líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, es un experto en materia de obstruccionismo.

Pero no tendríamos que aceptar nada de estas vacilaciones y razonamientos. Es mucho lo que pueden hacer los demócratas y lo que tendrían que estar haciendo. Para empezar, como líder de la mayoría en el Senado, Chuck Schumer podrá seleccionar los proyectos de ley que se someten a voto. Combinado con el peso de la presidencia, esto le otorga a su partido la capacidad de dictar el debate nacional sobre cualquier cosa, de las ayudas para la pandemia a la atención sanitaria. Aunque su historial siembre dudas sobre su compromiso con el cambio, Schumer podría demostrar mediante la legislación que da prioridad a que los demócratas defiendan el igualitarismo económico y los republicanos los privilegios de las élites.

Se pueden llevar a cabo otras actuaciones directamente a escala ejecutiva. Tal como advierte David Sirota, se podría invocar la Ley de Evaluación del Congreso [Congressional Review Act] para invalidar la regulación contra los trabajadores de la Casa Blasnca de Trump. Por ende, en su cargo, Biden puede promulgar órdenes ejecutivas sobre toda una panoplia de cuestiones, del cambio climático a la justicia criminal. No hay razones técnicas por las que un presidente no pueda restablecer la banca postal, cancelar las deudas de los estudiantes y recurrir al poder de los contratos federales para reducir las emisiones de gases de invernadero. Todo se reduce a voluntad política.

Pese a su historial legislativo centrista, Biden se presentó con un programa populista en noviembre. Afirmó que mejoraría la atención sanitaria de los norteamericanos del común, crearía empleos manufactureros, invertiría con fuerza en infraestructuras y aumentaría los impuestos a los ricos. Puede cumplir varias de estas promesas, así como con los cheques de estímulo de 2.000 dólares que estamos esperando, por medio de una ley presupuestaria. El proceso de reconciliación presupuestaria tiene límites severos, pero sobre todo si tiene detrás apoyo popular a un estímulo masivo para el coronavirus. Los demócratas deben poner a prueba esos límites.

Para provocar un cambio perdurable en los Estados Unidos, sin embargo, hace falta reformar nuestras instituciones antidemocráticas. Como mínimo, esto quiere decir perseguir la condición de estado para Washington D.C., ampliar el tribunal federal y una nueva ley de derecho al voto. El filibusterismo y el atasco legislativo que conlleva se tienen que acabar.

El problema es que este sistema atascado ha sido útil para los intereses de los demócratas que no quieren en realidad cumplir las promesas hechas a sus votantes. El Partido se ha beneficiado enormemente de estar en la oposición estos cuatro años: de todos los problemas se podía culpar a un presidente incompetente, y, ciertamente, Trump era lo bastante polarizador como para que hacer campaña en su contra resultara una táctica eficaz.

Por contra, la gobernación real no era tan estupenda para la suerte del Partido. Barack Obama empezó en el poder con una mayoría a prueba de filibusterismo en 2009. Para cuando dejó el cargo, su partido se encontraba en su punto en más bajo, en términos de cargos electos, desde la década de 1920. Desde luego, nigún presidente había presidido un declive semejante. Obama gastó su capital político en una ley de reforma sanitaria tan fallida y respondió a la Gran Recesión de forma tan sumisa que millones de quienes le habían votado en 2008 se fiueron a Donald Trump para 2016.

Pero buena parte del problema iba más allá de Obama y residía en la erosión de la base tradicional del Partido. Durante décadas, los demócratas han confiado cada vez más en votantes más acomodados, de educación superior, y geográficamente localizados. La tendencia ha continuado en las elecciones del pasado año. Los demócratas hicieron lo bastante como para conseguir el poder, pero tienen que levantar una nueva coalición, enraizada en un público mucho mayor, para poder asirse a ella.

Biden confió en los votantes blancos de las afueras residenciales con elevada formación, más que en cualquier otro grupo, para hacerse con la presidencia. Lo más preocupante de todo es que, pese a los cuentos de los medios acerca del repudio del populismo derechista en las urnas, los votantes de derechas parecen haberse ido a la derecha en las elecciones generales de noviembre. Trump no sólo volvió a ganar en muchas zonas de clase trabajadora blanca sino que ha abierto brecha también en otras negras y latinas. Por mucho que la victoria de la pasada noche diera testimonio de los heroicos esfuerzos de los activistas del estado de Georgia, los demócratas deberían mostrarse muy preocupados por la continuidad de la desvinculación de la clase trabajadora respecto a su partido a escala nacional.

Los próximos dos años serán cruciales. Los demócratas lograron la Casa Blanca gracias a una coalición de las afueras residenciales con formación académica superior. Pero les hace falta reconstruir una coalición a lo New Deal para el siglo XXI, enraizada en los trabajadores, que logre mayorías en el futuro. Esto significa adoptar acciones decisivas para demostrar a los votantes que la política puede mejorar sus vidas, y que hay beneficios materiales en mantener a McConnell y los republicanos fuera del poder.

Hoy es momento de actuar, no de excusas.

director y fundador de la revista Jacobin, columnista del Guardian, es autor de “The Socialist Manifesto: The Case for Radical Politics in an Era of Extreme Inequality”.
Fuente:
The Guardian, 11/01/2021. https://www.theguardian.com/commentisfree/2021/jan/11/democrats-us-senate-control-georgia-no-excuses
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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