El huracán, arqueología de lo cubano

José A. Matos Arévalos

12/09/2017

Fernando Ortiz en su empeño por dilucidar y comprender los factores humanos de la cubanidad, consideró que el conocimiento de las culturas y la historia nacionales eran vías eficaces para descolonizar las relaciones sociales de dominación. Partidario del racionalismo científico, se auxilió de la etnografía en boga, la historia, la ciencia jurídica o la arqueología, para mostrar la coherencia o los desajustes del Homo cubensis.

En 1913 escribió su primer artículo de arqueología titulado “Los caneyes de muertos”, que relata las exploraciones y excavaciones del montículo funerario Guayabo Blanco en la Ciénaga de Zapata. Realizó este trabajo bajo la asesoría de los destacados científicos Luis Montané y Carlos de Torres. Su participación desde entonces en los debates arqueológicos y como miembro de la Sociedad Arqueológica de Cuba, le permitió escribir en 1922 la Historia de la arqueología indocubana (1), verdadero ensayo crítico de los estudios arqueológicos. Aquí expresa su preocupación por las tergiversaciones de los hechos históricos de Cuba y en particular de la arqueología (2) criolla.

Una década después y siguiendo esta línea de investigación, en 1935, publica una nueva edición de este texto, pero ahora refundido y aumentado como estudio introductorio al libro del arqueólogo norteamericano M. R. Harrington Cuba antes de Colón (3). En esta ocasión señala que las causas del desconocimiento de la cultura aborigen cubana se deben a la escasez de sus fuentes, a la injuria de sus contemporáneos, a la malicia de sus explotadores, a la confusión de sus cronistas, a la fantasía de los historiógrafos […] a la insipiencia etnográfica y a lo incipiente de la penetración científica en ese campo de investigaciones humanas (4). La visión crítica sobre las disciplinas sociales se reproduce en esta edición amaliada, como verdadero compendio y balance de la arqueología cubana y antillana hasta 1935. Es, sin duda, un verdadero reclamo a la implementación de la ciencia en los estudios arqueológicos. Ortiz, una vez más, despliega su acostumbrada erudición y examen bibliográfico. En las páginas de esta obra, propone como aspecto innovador, los signos del mapa arqueológico de Cuba, además de un estudio integral del indio cubano en toda la amplitud de su significado antropológico, etnográfico, económico social e histórico.

Su inclinación por el tema aborigen también aparece en la introducción que realizó para el título de la Colección de Libros Cubanos: José A. Saco. Historia de la esclavitud de los indios en el nuevo mundo, seguida de la historia de los repartimientos y encomiendas.(5) Aquí recupera esta pieza capital en la historiografía cubana, donde se trata el tema de la esclavitud y la tesis del exterminio violento de los aborígenes, a partir de los manuscritos de Fray Bartolomé de las Casas, anotados y co- mentados por el insigne bayamés José Antonio Saco. El componente aborigen no es un cabo suelto en el mosaico étnico cubano. El conocimiento arqueológico demuestra la existencia de una cultura “prehistórica” que ha dejado notables huellas en nuestras costumbres, lenguaje y tradiciones. La cubanidad se diseña, según Ortiz, desde diferentes disciplinas del saber.

La arqueología había entrado a jugar su rol en la conformación de un pasado que ya no podía ser la simple vida de los aborígenes, recuperada por el movimiento ideológico del siboneyismo, sino el estudio científico y metódico que llevaba a cabo la Sociedad de Arqueología adscrita a la Academia de Ciencias de Cuba. En su conocida obra Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), Fernando Ortiz dedica un capítulo complementario, que bien pudiera ser un libro, titulado “Del tabaco entre los indoantillanos”. Sin embargo, a pesar de su ex- tensión, nos parecía que reservaba argumentos y notas para libros posteriores que estaba fraguando y esperaban su turno de edición, como fueron Las cuatro culturas indias de Cuba, publicado en 1943 y El huracán en 1947.

En Las cuatro culturas indias de Cuba retoma los estudios arqueológicos del Segundo Congreso Nacional de Historia (1943) y desarrolla sus argumentos a partir de los trabajos presentados en las sesiones de arqueología por el Dr. René Herrera Fritot y el Ing. Juan A. Cosculluela titulados “Las bolas y dagas líticas, nuevo aporte cultural indio de Cuba” y “Puntos fundamentales de la prehistoria de Cuba”. Nuestro trabajo ha de consistir —dice Ortiz— en valorar esas piezas arqueológicas, las bolas y las dagas líticas, tratar de conocer su significación tipológica en las culturas antillanas y su función en cada cultura, para lo cual habrá que interpretar todas sus características integrantes, así las objetivas que se puedan captar de su observación (naturaleza y forma) como las ideológicas que se puedan inferir de sus caracteres materiales (sustanciales y morfológicos) y de sus relaciones, sabidas o supuestas, con su ambiente social (6).

A partir de estos textos introduce nuevos conceptos y nominaciones de las piezas arqueológicas, nociones polémicas en las controversias teóricas sobre la nomenclatura aborigen (7). Considera que existieron cuatro culturas aborígenes en Cuba, que se pueden clasificar de la siguiente manera: la cultura primera o de Guayabo Blanco o Auanabey; la cultura segunda, la de Cayo Redondo o Guanajatabey; la tercera, la Ciboney; y la cuarta, la Taina. Sobresale como aspecto reiterativo en la metodología orticiana la valoración crítica de los conceptos científicos ya caducos y vagos como: animismo, fetichismo, behiquismo y cemismo. Así como la necesidad, en ámbito académico, de divulgar e implementar la antropología social, la etnografía comparada y la mitología primitiva, como instrumentos teóricos para calar profundamente en el mundo aborigen cubano.

Sin embargo, de todas sus obras de carácter arqueológico la que ha alcanzado significación universal ha sido El huracán (8), publicada por primera vez en México por el Fondo de Cultura Económica en 1947, y reeditada por la misma casa editorial en 1984 y en el 2005. Este libro, en la actualidad, forma parte de los textos de estudio en la carrera de Antropología de diferentes universidades latinoamericanas.

Si el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar es una obra fundacional en la antropología cultural, El huracán es precursor de los estudios interpretativos en la arqueología. La combinación de la imaginación antropológica y los estudios científicos se dan cita para calar en el conocimiento de fenómenos vertiginosos, insólitos y llenos de misterio, como diría Ortiz. El discurso que en momentos llega a ser poético, le permite caracterizar al huracán como el objeto de una nueva arqueología interpretativa, no evolucionista ni difusionista. Se basa en la interpretación cultural, en busca de significados y símbolos que hablan de la espiritualidad del mundo aborigen. La observación minuciosa de piedras talladas, ideogramas y pinturas rupestres, y su comparación con las culturas de otros pueblos de Mesoamérica o Sudamérica, le permiten a Ortiz hacer una reconstrucción ideal de los mitos y creencias de los aborígenes en torno a los símbolos del huracán, las tormentas y mangas de agua. La imaginación científica de Ortiz construye el imaginario posible del arte, la estética y la capacidad intelectual del hombre aborigen cubano. Este método preludia la visión del antropólogo norteamericano Clifford Geertz sobre la interpretación densa de la cultura.

El autor nos explica su forma de trabajo y sus intenciones: al tratar de interpretar el simbolismo de dichas figuras indocubanas hubimos de estudiar uno a uno y en conjunto todos los elementos característicos que integran su complejidad, para lo cual acudimos a los elementos morfológicos que ellas mismas traen consigo y luego no solo a los datos arqueológicos e históricos que tenemos referentes a los indios cubanos, sino a los de la etnografía y de la mitología comparada; tratando de combinarlos y razonar sus conexiones y las inferencias que de éstas pueden hacerse por la homología o analogía de los ejemplares cubanos con otros exóticos pero de valores equivalentes reconocidos; y, en fin, hubo de permitírsele a la intuición que fuere propiciando hipótesis hasta dar con una que fuese aceptable por satisfacer el mayor número de preguntas y ofrecer las menores contradicciones (9).

En todo caso, para apreciar plenamente un simbolismo arcaico hay que analizar el signo por sus elementos propios y por sus antecedentes y relaciones, conocer las interpretaciones que de él se hacen en el país donde tuvo vida y en aquellos de análogos estados de cultura, y luego estudiar los cielos, el paisaje y el ambiente social en que la significación del símbolo era entendida (10). Ortiz inicia el contrapunteo de símbolos en un diálogo de interpretaciones, ligados a los hechos sociales concretos, al mundo público de la vida común. El huracán como fenómeno meteorológico es interpretado por Ortiz a partir de las figuras constituidas por una cabeza y dos brazos alabeados, curvos, sin codos, que denuncian la idea de movimiento hacia la izquierda en el mismo sentido de rotación de las trombas, ciclones, rabos de nubes y tifones.

Sin embargo, no basta con los objetos arqueológicos depositados en museos o galerías de arte para comprender este fenómeno, habría que examinar, para completar esta visión del huracán, la mentalidad de los cronistas y conquistadores españoles, y la mitología y creencias indígenas. Múltiples son los factores que definen un símbolo, entendido como una totalidad cultural, por ello Ortiz acude al análisis de símbolos universales sobre los fenómenos atmosféricos: el viento, el huracán, la lluvia, el rayo. Indaga en los símbolos, mitologías y folclore de los pueblos en diferentes continentes. Registra las espirales y la familia de símbolos espiroideos; los símbolos sigmoidales, la esvástica; los símbolos cruciformes y el triángulo escalerado. Evalúa la similitud cultural de los dioses atmosféricos de Mesoamérica y México, entre ellos: la Serpiente Emplumada (dios de viento y la respiración para los mayas), Kukulkán, Chac (dios de la lluvia maya), Ehécatl (dios del viento en los aztecas), Tláloc (dios azteca de la lluvia, el trueno y el relámpago), e indaga además sobre la presencia de estos dioses atmosféricos en el norte y en el sur de América. También identifica al dios unípede o “de una sola pierna” en América y el Viejo Mundo, a la serpiente, al dragón, a los dioses proboscidios. Compara los dioses del huracán con los dioses del terremoto. Supone que el huracán estaba representado entre los indios por los caracoles al igual que en otras culturas llamadas “primitivas”. Y concluye con un estudio de los juegos y bailes giratorios, en particular con la danza del huracán.

La vocación por los estudios cubanos de Fernando Ortiz y su talento de investigador le permitirán ampliar su visión antropológica y captar, desde esta disciplina del saber, el carácter cubano de la arqueología aborigen. Nuestro sabio no terminaría su libro sin recordar que el símbolo del huracán es el símbolo aborigen más significativo de la prehistoria cubana, emblema de vitalidad y creación, solo comprensible y auténtico en su relación universal, al igual que lo es la canoa y los tres juanes de la Virgen de la Caridad del Cobre.

Notas:

1) Fernando Ortiz: Historia de la arqueología indocubana. Impr. Siglo XX, La Habana, 1922.
2) En abril de 1922 Ortiz también participó en el inventario de las cuevas de Punta del Este en Isla de Pinos, donde se encuentran las pinturas o ideogramas precolombinos. Véase Fernando Ortiz: La cueva del templo. Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2008.
3) M. R. Harrington: Cuba antes de Colón, Colección de Libros Cubanos, La Habana, 1935, Volumen III. Traducida por Adrián del Valle y Fernando Ortiz.
4) Arqueología indocubana. 1935, p. 39.
5) Historia de la esclavitud de los indios en el nuevo mundo, seguida de la historia de los repartimientos y encomiendas. Habana, Cultural, 1932.
6) Las cuatro culturas indias de Cuba, Arellano y Cia, Habana, 1943. p. 3.
7) En la actualidad se discute la nomenclatura aborigen en Cuba. Para mayor información véase Catauro. Revista cubana de antropología, Año 11, No. 20, julio-diciembre de 2009. p. 6-75.
8) Ortiz preparó este trabajo en el Instituto Universitario de Investigaciones Científicas y de Ampliación de Estudios de la Habana, durante los cursos de 1944 y 1945.
9) Huracán. Introducción. 10 Ídem, p. 14.

investigador cubano, es miembro de la Junta Directiva de la Fundación Fernando Ortiz.
Fuente:
Catauro. Año 12. No. 22, julio-diciembre de 2010.

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