Donald Trump ve su guerra comercial como una demostración de fuerza. En realidad, es todo lo contrario

Larry Elliott

16/02/2025

Se han disparado las primeras salvas de una guerra comercial. El multilateralismo está en las últimas. La globalización retrocede. Hace menos de un mes que Donald Trump volvió a la Casa Blanca y es un hombre con prisa.

Desde su toma de posesión como presidente, Trump se ha afanado en remodelar el orden mundial. Su decisión de recurrir a los aranceles para reducir el déficit comercial de los Estados Unidos ha acaparado la mayoría de los titulares, pero eso no es más que la mitad de la historia. Se ha retirado de la Organización Mundial de la Salud y ha desmantelado el departamento de ayuda norteamericana. En Washington se habla de que podría incluso podría incluso retirar a los Estados Unidos del Banco Mundial, organismo que los Estados Unidos contribuyeron a crear al final de la Segunda Guerra Mundial.

Aunque se resista a dar un paso tan drástico, las reglas del juego están cambiando. Durante décadas, los déficits comerciales estadounidenses han sido cruciales para el funcionamiento del modelo económico mundial. Grandes países exportadores como China y Alemania vendían a los Estados Unidos muchos más bienes de los que importaban, pero luego utilizaban sus abultados superávits comerciales para comprar activos norteamericanos como acciones, bonos y propiedades. El flujo de capital hacia los Estados Unidos apuntaló el dólar, que se ha mantenido sin rival como moneda de reserva mundial.

Trump dice que esto tiene que cambiar y está dispuesto a utilizar los aranceles para reducir el déficit comercial de EE.UU. recortando las importaciones. Él lo ve como una demostración de la fortaleza de Estados Unidos, aunque en realidad es una señal de lo vulnerable que se siente Washington ante el creciente poder económico de China y la amenaza que supone para la hegemonía norteamericana.

Nada de lo que ha hecho Trump hasta ahora debería sorprendernos. Tras hacer campaña con un discurso proteccionista y de «los Estados Unidos, primero», ha cumplido con los que le votaron. Sus índices de aprobación son altos, con un 70% en una reciente encuesta que dice que está haciendo lo que prometió antes de ser elegido el pasado noviembre.

Aún es pronto. La misma encuesta reveló que los norteamericanos creen que es más probable que las medidas políticas de Trump aumenten los precios de los alimentos en lugar de reducirlos, y esa preocupación está bien justificada. Existe un claro riesgo de que la política comercial de la nueva administración provoque un aumento de los precios de importación, una mayor inflación y tipos de interés más altos. Está claro que Jerome Powell, presidente del banco central estadounidense, no tiene prisa por reducir los costes de endeudamiento.

La cautela de Powell sobre los recortes de los tipos de interés no es más que un ejemplo de la ley de las consecuencias imprevistas. Trump quiere que el dólar siga siendo la divisa preferida en todo el mundo, pero una mayor inflación en Estados Unidos fomentará el uso de criptomonedas como el bitcoin. Es probable que la aplicación de aranceles, los recortes de ayudas y la clara aversión a las instituciones multilaterales hagan que los países de Asia, África y Sudamérica estén más abiertos a las propuestas de Pekín.

En cierto sentido, Trump no hace sino acelerar una tendencia. Hay países que llevan levantando en silencio barreras comerciales desde la crisis financiera mundial de 2008. Durante años, se han perdido en los Estados Unidos puestos de trabajo en el sector manufacturero como consecuencia de las subvenciones que Pekín concede a sus exportadores. Si hubo alguna vez hubo una edad de oro del multilateralismo, ésta terminó hace mucho tiempo.

Tal como declaró en un discurso el mes pasado Andrew Bailey, gobernador del Banco de Inglaterra, sólo cuando las cosas se ponen realmente mal -como ocurrió en 2008- hay voluntad de emprender una acción colectiva decisiva. «Las vulnerabilidades son cada vez mayores, y las soluciones necesarias son globales, pero no son lo suficientemente grandes como para inclinarse hacia el multilateralismo de crisis. Y no queremos que eso ocurra».

Por supuesto, podría ocurrir fácilmente. Los economistas del libre mercado sostienen que los países cuyas exportaciones se ven afectadas por los aranceles de Trump deberían poner la otra mejilla y no hacer nada. Este es el caso porque los aranceles representan un impuesto sobre las empresas y los consumidores estadounidenses, que pagarán precios más altos como resultado de los gravámenes a la importación. Pero -salvo en el Reino Unido, que está deseoso de caerle en gracia a Trump - esa no es la forma en que funciona el mundo real. En la práctica, es probable que sea ojo por ojo y diente por diente. Emmanuel Macron y Xi Jinping han dejado claro que no están dispuestos a dejarse mangonear por Trump.

Todavía puede evitarse una guerra comercial en toda regla. Aunque Trump anunció un arancel general del 25% sobre todas las importaciones de acero y aluminio a principios de esta semana, estos dos productos representan solo una pequeña fracción del comercio mundial. Más importante será lo que ocurra a continuación y, en particular, si Trump impone un arancel universal a todos los productos que entran en los EE.UU. o si actúa país por país.

Este último enfoque encaja mejor con lo que sabemos de Trump: que está dispuesto a utilizar la amenaza de los aranceles para alcanzar acuerdos. Además, si el impacto de los aranceles hace temer un aumento permanente de la inflación, esto repercutirá en los mercados financieros. Una fuerte caída de los precios de las acciones norteamericanas no forma parte, desde luego, del plan del presidente.

Pero la idea de que todo acabará bien parece optimista. Las medidas de Trump son el acto de proteccionismo más importante desde que los aranceles norteamericanos Smoot-Hawley de 1930 provocaron una respuesta como represalia por parte de los socios comerciales de los EE. UU. durante la Gran Depresión.

El crecimiento mundial se ha visto afectado en los últimos cinco años por una serie de perturbaciones: una pandemia, la guerra en Ucrania y el retorno de la inflación. Se ha especulado mucho sobre cuál podría ser el próximo bache en el camino. La espera ha terminado.

dirigió durante casi treinta años la sección de economía del diario británico The Guardian y es coautor, junto a Dan Atkinson, de “The Gods That Failed: How the Financial Elite Have Gambled Away Our Futures” (Vintage) [“Divinidades fallidas: Cómo se ha jugado nuestro futuro la élite financiera”].
Fuente:
The Guardian, 13 de febrero de 2025
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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