Giuliana Sgrena: A los que todavía me dicen 'tú te lo buscaste'

Giuliana Sgrena

16/02/2025

En la mañana del 4 de febrero de hace veinte años, mientras se encontraba destinada en Bagdad, Giuliana Sgrena, periodista de il manifesto fue secuestrada por un grupo que se vindicaba con el nombre de «Organización de la Yijad Islámica». La noticia llegó a nuestra redacción cuando aún intentábamos ponernos en contacto con ella, como cada día. Su teléfono por satélite permanecía en silencio.

Giuliana permaneció presa durante un mes. Fue liberada el 4 de marzo gracias a la intervención directa de Nicola Calipari, un alto mando del servicio de inteligencia militar italiano (entonces llamado SISMI), que había seguido las negociaciones con los secuestradores y se había desplazado a Bagdad para traerla a casa. Calipari fue abatido a tiros por un soldado de la Guardia Nacional norteamericana, Mario Lozano, cuando el coche en el que viajaba junto con Giuliana estaba a la vista del aeropuerto.

Giuliana y el director de operaciones de servicio, Andrea Carpani, que conducía el coche, resultaron heridos. Una comisión de investigación conjunta italiana y norteamericana no pudo llegar a una conclusión sobre la autoría del atentado, debido a la falta de cooperación por parte norteamericana. La justicia italiana llevó a cabo una investigación, pero no se celebró ningún juicio, pues el Tribunal Supremo dictaminó que Italia no tenía jurisdicción sobre el asunto. il manifesto

 

«Andabas buscándote problemas». Escucho esta acusación una y otra vez, cada vez que toman como rehén, secuestran o encarcelan a una mujer, joven o mayor, periodista o voluntaria.

«¿Por qué no te quedaste en casa a zurcirte las medias?» (Enzo Biagi), o «¿por qué no te fuiste de vacaciones a Liguria?» (Edward Luttwak). Peor aún, la gente te llama ganso idiota o Little Miss Sunshine. ¿Son expresiones elegidas a propósito porque no pueden aplicarse a los hombres? Únicamente se aplican a aquellas mujeres que se atreven a invadir el campo de las profesiones consideradas sólo para hombres.

Durante veinte años se han burlado de mí, me han culpado, me han insultado. Con la llegada de las redes sociales, era casi inevitable.

Al final, decidí que ahí estaba mi sitio: sí, fui en busca de problemas, y no sólo en Irak, sino también en Argelia, Somalia, Afganistán. Recordando mis viajes por todos esos lugares difíciles, por los países en guerra, en todas partes era la exigencia para hacer mi trabajo, buscar las noticias, verificarlas, informar sobre ellas.

Fue esta convicción la que me mantuvo en pie durante el mes de cautiverio. Nunca cedí a la desesperación, ni siquiera cuando temí que me mataran, y mi firmeza me ayudó a luchar, aun cuando yo, pacifista, me convirtiera en «arma de guerra».

La primera acusación que se hace a los periodistas que tienen problemas en zonas de guerra es siempre que son espías; demostrar lo contrario no es tarea fácil, entre otras cosas porque creo que muchos de nosotros hemos advertido personajes «raros» que se insinuaban en grupos de periodistas. Al fin y al cabo, las dos profesiones tienen objetivos comunes: buscar información.

La distinción se hizo más borrosa con la institucionalización de los «periodistas empotrados». Recuerdo la llegada a Bagdad de los enviados de prensa que seguían a los militares norteamericanos: en vehículos militares y trajes caqui, era difícil distinguirlos de los marines. Y luego nos llamaron «unilaterales» a nosotros, que habíamos estado cubriendo la guerra desde Bagdad.

No se trata sólo de estar empotrado en el ejército para seguir sus operaciones, de otro modo inaccesibles, sino también de la posibilidad de convertirse en informadores del ejército. Pienso en un caso concreto. Cuando el ejército norteamericano se acercaba a Bagdad, los periodistas empotrados telefoneaban a sus colegas en la capital iraquí para informarse sobre la situación en la ciudad. Por supuesto, las fuerzas de ocupación debían de disponer de herramientas de inteligencia mucho más sofisticadas, pero se trataba de un caso muy comentado.

Nuestro trabajo ha cambiado: resulta cada vez más arriesgado, no sólo porque las armas son cada vez más sofisticadas y mortíferas (uranio empobrecido), sino precisamente porque la información está cada vez más militarizada. Lo hemos visto con la guerra de Ucrania, donde si planteas alguna cuestión incómoda te acusan de ser «pro-Putin», o con la de Gaza, en la que los periodistas palestinos han pagado un precio sin precedentes por informar sobre un genocidio.

El acceso a la Franja era imposible, y no parece molestarle a nadie que la información difundida por los medios italianos, salvo raras excepciones, proceda del ejército israelí; era la única manera de evitar ser acusado de «pro-Hamas».

Paradójicamente, con todos los medios de comunicación disponibles, la información se ha empobrecido y sucumbe cada vez más a la propaganda bélica.

A quienes durante veinte años me han acusado de ser una asesina, les respondo que fueron los norteamericanos quienes dispararon contra Nicola Calipari, no yo. Pero no puedo olvidar lo que se siente cuando alguien muere encima de ti. El hombre que murió fue la persona que me salvó dos veces, primero de los secuestradores y luego de los norteamericanos. Y yo sigo viviendo como una superviviente.

Nunca he sido capaz de celebrar mi liberación. El 4 de marzo es el aniversario de la muerte de Nicola Calipari.

veterana periodista del diario il manifesto, para el que fue corresponsal en Somalia, Argelia y Afganistán, y colaboradora del semanal alemán Die Zeit. Entre sus libros se cuentan "Alla scuola dei taleban" (2002) "Il fronte Iraq. Diario di una guerra permanente" (2004), "Fuoco amico" (2005) o "Il prezzo del velo. La guerra dell'Islam contro le donne" (2008).
Fuente:
il manifesto global, 10 de febrero de 2025
Traducción:
Lucas Antón

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