Gerardo Pisarello
01/05/2016A lo largo del mes de abril, el gobierno municipal de Barcelona organizó diversos actos para conmemorar el 85 aniversario de la proclamación de la República y para celebrar, en general, la plena vigencia de los valores del republicanismo democrático. Lo hizo junto a diversas entidades sociales y culturales que participaron activamente en los actos celebrados en diversos puntos de la ciudad.
Esta celebración “sin precedentes”, en palabras de algún medio conservador, ha convertido a la Barcelona soberanista de Ada Colau en capital republicana de Catalunya y de España.
A continuación, reproducimos el discurso pronunciado por el Primer Teniente de Alcaldía, y miembro del Consejo de redacción de Sin Permiso, Gerardo Pisarello, en el vermut popular organizado en la actual plaza de Juan Carlos I de la ciudad para anunciar la propuesta de cambio de nombre de este espacio.
Amigas, amigos. Estamos hoy aquí para celebrar juntos una fiesta. Una fiesta de los valores republicanos. Desde los barrios de Gràcia al Eixample, desde el Clot a Nou Barris, nos hemos convocado para celebrar juntos los valores de la libertad, la igualdad, la fraternidad, y la participación colectiva en la construcción de lo que es común. Y lo hemos hecho a bailando, cantando, asistiendo a obras de teatro y a muchas otras expresiones de cultura popular.
Sabemos que no hemos estado solos. Que en Valencia, en Zaragoza, en Cádiz, en Coruña y en muchas otras ciudades del Estado, la República ha sido celebrada, a pesar de la inquina del Ministro del Interior, con banderas y lenguas diferentes. Porque las memorias republicanas son múltiples. Así fue el 14 de abril de 1931 y así continua siendo hoy.
Seguramente, el 14 de abril no significó exactamente lo mismo para los obreros y las clases populares de Gràcia, o de lo que ahora es Nou Barris, que para las clases populares de Jaca, de Madrid, de València, de Eibar o de Getxo que también salieron a las calles para festejar el fin del antiguo régimen.
Seguramente la República no significaba exactamente lo mismo para Clara Campoamor, para la libertaria Federica Montseny o para Natividad Yarza Planas, la primera alcaldesa republicana democráticamente elegida en Catalunya.
Tampoco eran las mismas las exigencias republicanas de Francesc Macià, de Lluís Companys, de Manuel Azaña o de Andreu Nin. La República que Castelao soñaba para Galicia no podía ser exactamente la misma que Blas de Infante pedía para Andalucía, o la que Eli Gallastegui soñaba para Euskadi.
Pero todos y todas ellas compartían un anhelo común de defensa de libertad, de la igualdad y de la fraternidad.
Se nos dice a menudo que en el mundo existen y han existido repúblicas autoritarias, injustas, poco comprometidas con estos ideales. Y es verdad. Pero también es cierto que sólo a través de repúblicas constantemente democratizadas conseguiremos generar políticas y prácticas que les hagan honor.
No estamos aquí para celebrar una República perfecta. Ninguna lo es. Tampoco la instaurada en 1931. La II República estuvo atravesada por contradicciones y errores. Pero fue un conmovedor esfuerzo colectivo que generó muchas esperanzas y que defendió valores que aún hoy continúan vigentes: la regeneración democrática, la honradez en el ejercicio de la función pública, la defensa de los derechos de las mujeres, la importancia de una educación pública y laica para la creación de una conciencia ciudadana libre. Valores todos que conservan una actualidad indiscutible.
Estamos aquí, pues, para homenajear este pasado. Pero también estamos aquí para defender un nuevo republicanismo: un republicanismo democrático, ciudadano y popular, que tiene que ser, sobre todo, un republicanismo de futuro. Desconfiemos de los republicanos del día después. De los que sin la proclamación formal de una República son incapaces de comenzar a construirla y a luchar por ella. La República debe comenzar a construirse aquí y ahora. Necesitamos construir un republicanismo del día a día y tenemos que hacerlo sin pedir permiso.
Y es que con actos como este, con movilizaciones como las que se han producido en la ciudad en estos días, ya estamos construyendo República.
Tenemos República, de hecho, cada vez que nos alzamos contra el privilegio. Cuando nos indignamos ante la relación obscena entre política y dinero que ha promovido el actual capitalismo financiarizado. Construimos república cuando nos indignamos ante los papeles de Panamá, ante el fraude fiscal generalizado de los poderosos, y cuando defendemos una fiscalidad más redistributiva en nuestras ciudades, en nuestros municipios.
Tenemos República, también, cuando nos organizamos en defensa de la libertad ideológica y de expresión, cuando ejercemos el derecho a discrepar de los poderes de turno sin que nos lo impida ni la Ley Mordaza ni el Ministro que condecora a la Virgen o que querría a Maruhenda de gran Comisario.
Comenzamos a construir República, también, cuando nos oponemos a la precarización del trabajo y cuando defendemos el acceso igualitario a bienes comunes como la vivienda, la sanidad, los suministros energéticos o el agua.
Tenemos República, también, cuando defendemos una relación entre mujeres y hombres marcada por la fraternidad y no por el desprecio o por la violencia machista; cuando rendimos homenaje a nuestra gente mayor, cuando nos hermanamos con tanta gente que ha venido –que hemos venido de lejos– y que hoy somos barceloneses y catalanes adoptivos y con mucho orgullo. Y construimos república, naturalmente, cuando construimos una sociedad fraterna y acogedora con quienes están huyendo del hambre, de la persecución y de la guerra en tantos rincones del mundo.
Esto ya es hacer República. Y también es construir República recuperar la memoria. Recuperar la memoria democrática, popular, que tantas veces ha sido menospreciada y olvidada.
Y por eso queríamos hacer estos actos, con la gente de los diferentes barrios de la ciudad. Porque Barcelona es una ciudad eminentemente republicana. En el barrio de Gràcia, por ejemplo, se recordaba hace una semana la Revuelta de las Quintas, que fue un levantamiento ciudadano, republicano, contra el militarismo, contra el centralismo autoritario, y que aún hoy nos interpela. También en Gràcia, en el año 1873, Baldomer Lostau, miembro de la Primera Internacional, proclamó el Estado catalán dentro de la República Federal Española.
Nosotros no podemos olvidar esta memoria. Porque al evocarla también estamos defendiendo el derecho a vivir el presente y el futuro sin miedo. Barcelona tiene un obelisco en el centro de la ciudad, en la confluencia de Diagonal con Paseo de Gracia, que tiene una larguísima historia. Es un monumento originariamente republicano, de homenaje a la República y de homenaje al padre del republicanismo, uno de los grandes padres del republicanismo federal en Catalunya, que fue Francesc Pi i Margall (defensor, por cierto, de un federalismo que se basaba en la idea del pacto, sí, pero del pacto construido desde abajo, entre libre e iguales; no de un pacto impuesto, centralizador y hostil a la diversidad).
Durante la dictadura franquista, este espacio pasó a llamarse Plaza de la Victoria. Era un nombre de venganza y de odio. Y cuando llegó la monarquía parlamentaria después de la transición, en 1981, se volvió a cambiar el nombre y pasó a llamarse Juan Carlos I.
En una nota breve publicada en el diario Ara, el periodista Antoni Bassas recordaba que aquel cambio de nombre se produjo inmediatamente después del intento de golpe de estado de Tejero el 23 de febrero de 1981. En un momento –recuerda él– en el que en Barcelona mucha gente sentía que había que quedar bien con el ejército y con la monarquía. El cambio de nombre, de hecho, se produjo después de un desfile militar, con más de 13.000 soldados, con carros blindados desfilando por Barcelona. En aquel momento gobernaba la ciudad Narcís Serra, del PSC, junto al PSUC. Tras el intento de golpe, el ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol había regalado al ejército una gran bandera española, al pie de la cual se bailaron sardanas. Incluso un dirigente republicano convencido como el entonces presidente del Parlamento de Catalunya, Heribert Barrera, asistió a estos actos.
Nosotros no estamos hoy aquí para juzgar aquellas circunstancias, y menos todavía para juzgar a muchísima gente honestamente republicana a la cual le tocó vivir aquella época. Pero sí que estamos aquí para dejar claro que el tiempo del miedo se ha acabado. Y que nosotros, en el año 2016, aquí y ahora, construiremos libremente la ciudad y el país que queramos, y lo haremos sin pedir permiso a nadie.
Por eso, al proponer recuperar para esta plaza el nombre popular, barcelonés, de toda la vida, de Cinc d’Oros, lo que pretendemos es mostrar que una ciudad sin miedo debe poder hablar de estos temas con naturalidad. Por salud democrática.
Ciertamente este espacio, como muchos otros de la ciudad, podría llevar otros nombres. Podría ser perfectamente un lugar dedicado a hacer visible la memoria de miles de mujeres y hombres célebres o anónimos que han contribuido a mejorar esta ciudad y que han sido injustamente olvidados. Podría ser también un lugar emblemático de homenaje a la idea de República, o a las Repúblicas democráticas, o a la República catalana o a la Tercera República española. Pero lo importante, hoy, aquí, es que ese debate pueda producirse en libertad, con la participación de los vecinos y vecinas de la ciudad.
Porque lo importante, hoy, es recuperar estas memorias democráticas que son fundamentales para construir un nuevo republicanismo ciudadano, popular, de futuro. Un nuevo republicanismo que no vendrá, como no ha venido nunca, de mano de las élites de siempre, sino que debe comenzar a construirse aquí y ahora, con la implicación activa de la gente común, de las clases populares de nuestra ciudad.
Y para poder hacerlo, seguramente, deberíamos aplicarnos, todos, aquellas máximas de otra figura insigne del catalanismo popular, Josep Anselm Clavé, que continúa teniendo hoy plena vigencia: instruyámonos, y seremos libres; asociémonos, y seremos fuertes; querámonos y seremos felices.
Muchas gracias, ¡que viva Barcelona y que viva la República!