China y Rusia en el sistema-mundo moderno: un doble desafío

Boris Kagarlitsky

24/09/2024

[Nota del editor: El sociólogo marxista Boris Kagarlitsky se encuentra actualmente en una prisión rusa por oponerse publicamente a la invasión rusa de Ucrania. En apoyo a su liberación, la Campaña de Solidaridad Internacional con Boris Kagarlitsky ha organizado una conferencia virtual el 8 de octubre, "Boris Kagarlitsky y los desafíos de la izquierda hoy". Para conocer el programa y participar en la conferencia, aquí.]

El siguiente artículo es el resultado de seis cartas enviadas por Boris Kagarlitsky desde la prisión rusa a su coautor Dmitry Pozhidaev, quien luego, con el permiso de Kagarlitsky, las ha compilado, traducido y editado como un artículo.

Los debates sobre si el actual desacoplamiento de Rusia de Occidente y el giro hacia China constituye una verdadera desvinculación del centro imperialista, según la conceptualización de Samir Amin (Amin, 2017), se han intensificado tras el conflicto en Ucrania y la imposición de sanciones occidentales sin precedentes contra Rusia (Kolyandr, 2024). La narrativa oficial rusa enmarca este giro como un proceso de "liberación del yugo occidental" (Karaganov, 2023), promoviendo una asociación mutuamente beneficiosa basada en valores comunes, respeto mutuo y no interferencia, en contraste con la dependencia política y económica experimentada con Occidente. Sin embargo, no hay consenso entre los politólogos y economistas con respecto a las consecuencias de este proceso. Varios estudiosos, incluido mi coautor Dmitry Pozhidaev (2024), argumentan que el desacoplamiento de Rusia ofrece una posible oportunidad de desvinculación del núcleo capitalista (aunque me temo que Pozhidaev pueda ser demasiado optimista al respecto). Por el contrario, Milanovic (2022), Torkunov y Streltsov (2023), Komolov (2023) y Kluge (2024) destacan varios riesgos asociados con la creciente dependencia de Rusia de China y la amenaza de explotación directa, que van desde la monetaria y financiera hasta la tecnológica y política.

Hemos comenzado un nuevo proyecto de investigación con Pozhidaev para analizar si la reorientación de Rusia hacia China significa un movimiento genuino hacia un desarrollo independiente y egocéntrico o simplemente una transferencia de dependencias a una nueva potencia global. Siguiendo a Amin (2017), conceptualizamos que el desvinculamiento tiene dos componentes interconectados: el desacoplamiento y el desarrollo egocéntrico. El desvinculamiento no es simplemente aislamiento (desacoplamiento), sino la reorganización de los sistemas económicos y sociales para satisfacer las necesidades y prioridades internas en lugar de las demandas del capital global (desarrollo egocéntrico). Como argumenta Katz (2023), un mero conflicto con el centro capitalista no significa una verdadera desconexión.

En este contexto, es esencial desarrollar una comprensión integral del papel de China en el desarrollo continuado del sistema mundial, su potencial como un nuevo centro capitalista global y las perspectivas de sus relaciones con Rusia. Comprender la posición de China es complejo, particularmente porque su trayectoria actual desafía los marcos establecidos de análisis de sistemas-mundo. A medida que China evoluciona, se ha convertido no solo en un actor importante dentro de la economía global, sino también en un potencial catalizador para la desintegración de las estructuras existentes. Este análisis explora la relación entre la élite gobernante de China, su estrategia de desarrollo conservadora y las implicaciones para la dinámica internacional.

La naturaleza conservadora del desarrollo de China

La dificultad para entender el lugar de China en el sistema mundial moderno es debida a que su desarrollo actual no encaja en los marcos establecidos del análisis de los sistema-mundo (Wallerstein, 1974). De cara al futuro, podemos suponer que China es objetivamente un factor en la desintegración del sistema-mundo, de acuerdo con las profecías del difunto Wallerstein (2004). Un resultado notable de las discusiones entre los representantes de la escuela de sistemas-mundo es que ninguna de sus formulaciones parece lo suficientemente convincente.

El problema de China radica en el hecho de que la actual élite gobernante del Imperio Celeste no está intentando separarse del sistema ni someterse a él, ni se esfuerza por tomar una posición dominante dentro de él (es decir, convertirse en una nueva hegemon). La esencia de la burguesía china moderna y la actitud de la burocracia hacia el mundo exterior es verlo simplemente como un recurso (o una serie de recursos) que se utilizará para el desarrollo de China. Este desarrollo es fundamentalmente conservador; se centra en la necesidad de incorporar nuevos recursos y tecnologías en la economía, pero con el único propósito de mantener el status quo, o, si se quiere, preservar la armonía que finalmente se logró hace al menos 20 años (Huang, 2019).

El papel global del capital chino parece ser puramente reaccionario. Si bien China no busca controlar el desarrollo de los países periféricos, muestra poco interés en esas naciones y sus territorios, centrándose en cambio en los recursos que puede extraer, idealmente a un coste mínimo. Un ejemplo notable es el de los recursos hídricos en Kirguistán y otros países de Asia Central, cuyos ríos se originan en territorio chino. China está desviando efectivamente el agua, lo que amenaza con exacerbar la degradación y la posible muerte del lago Issyk-Kul, repitiendo el destino del mar de Aral (Katz, 2018). Además, el gobierno chino a menudo es inflexible en las discusiones con sus vecinos, lo que refleja un patrón de gestión depredadora observado en otras regiones, particularmente en África (véase la discusión de Bond sobre los BRICS como una "fantasía antiimperialista y realidad subimperialista") (Bond, 2015).

Estas prácticas depredadoras no solo explotan a las naciones periféricas, sino que sirven para reforzar las estrategias económicas internas de China, que priorizan la industrialización rápida y la acumulación de recursos sobre el desarrollo sostenible. Este enfoque puede conducir a ganancias a corto plazo, pero en última instancia puede resultar en una inestabilidad a largo plazo, tanto a nivel nacional como internacional.

El compromiso pragmático de China con el mundo en desarrollo

Dado que no se requiere nada del mundo exterior más allá de los recursos, no hay aspiración de hegemonía o dominación. Esto es particularmente evidente en la política de China hacia África. En África, los funcionarios y dueños de negocios chinos buscan recursos específicos en cada país en el que entran. Negocian la adquisición de los recursos necesarios, a menudo de manera depredadora, pero son completamente indiferentes a la estructura de la economía local, su sistema político, y así sucesivamente (Alden, 2007; Chen, 2017). A diferencia del Fondo Monetario Internacional, no imponen programas de reconstrucción, ni se preocupan por cuestiones de derechos humanos. Pueden, si es necesario, implementar un programa de asistencia único en áreas como la construcción de carreteras, la sanidad o el transporte, pero, a diferencia de los especialistas soviéticos que anteriormente trabajaron en África, muestran poco interés en las perspectivas de un desarrollo integral en cualquier país, incluida su ideología y métodos de gestión. Esto los convierte en socios ideales para los dictadores conservadores (Zhang, 2018) que luego pueden elogiar estas relaciones entre "iguales". Esta gestión depredadora también es característica del capital chino en Asia Central. Los informes sobre las actividades chinas en Siberia y el Lejano Oriente pintan una imagen igualmente sombría de China, que compra bosques en Siberia, realiza actividades industriales que resultan en daños ambientales significativos, ocupan tierras cultivables, participa en la caza furtiva imprudente y extermina la pesca durante todo el año en el Amur (Gotvansky, 2010).

La política de la República Popular China no es agresiva; en cambio, rara vez es ofensiva; es incluso defensiva, tolerante y totalmente irresponsable. Mientras que la burguesía global busca remodelar el mundo, como sugirió Karl Marx, a su propia imagen, o como postula el investigador alemán Mario Koestler, de acuerdo con sus necesidades, la burguesía burocrática china no pretende remodelar el mundo; simplemente pretende extraer de él todo lo que necesita (incluidos, por cierto, los mercados de consumo, que ocupa activamente pero nunca desarrolla completamente).

Este enfoque tiene implicaciones más amplias para la dinámica de poder global. Al priorizar la extracción de recursos sobre las asociaciones equitativas, China puede reforzar inadvertidamente las desigualdades existentes dentro del sistema económico global, creando dependencias que reflejan las establecidas históricamente por las potencias occidentales. Tales prácticas corren el riesgo de alienar a los países involucrados y podrían conducir a un aumento de las tensiones, ya que las poblaciones locales exigen beneficios más sustanciales de sus relaciones con los inversores chinos.

China no puede y no desea convertirse en un nuevo hegemon, ya que el mundo exterior le es indiferente. Cualquier cosa que no sea un recurso necesario o una amenaza simplemente no merece su atención. Por supuesto, la sociedad china no es homogénea; también está experimentando cambios, y queda una cuestión importante: ¿cuánto tiempo podrán las élites actuales de la República Popular China mantener esta armonía que les conviene?

Perspectivas teóricas sobre el capitalismo de China

En la literatura marxista han surgido dos tendencias sobre la China contemporánea. Una enfatiza la naturaleza capitalista de la producción y, más ampliamente, las relaciones económicas en la República Popular China, concluyendo que es un país capitalista (Xing & Shaw, 2013). El otro destaca el papel subordinado de la burguesía en China, el uso de restos de la retórica comunista y la existencia continua de un sector estatal sustancial con elementos de planificación, argumentando que es prematuro declarar victorioso al capitalismo (Carchedi y Roberts, 2023; Nolan, 2019). Sin embargo, ninguna de las perspectivas analiza adecuadamente a las propias élites chinas y sus relaciones con la sociedad. En particular, los marxistas chinos en la década de 1920 describieron el fenómeno de una burguesía burocrática que podía dominar no solo sobre las masas trabajadoras, sino también sobre la burguesía comercial, que tenía que compartir parte de su plusvalía (Hjellum, 2000; Li, 2020).

Preservar elementos del sistema comunista de tipo soviético (maoísta) es una herramienta vital no solo para controlar a las masas, sino también para la redistribución de los recursos dentro de la élite, como se ve, en parte, en Rusia. Además, es ingenuo ver a la burguesía comercial como definitivamente perdedora en este escenario; compra estabilidad, seguridad, acceso a los recursos, etc., todos los cuales son parte integral de la armonía antes mencionada.

El estatus de China en el sistema mundial

Por lo tanto, la China actual plantea un desafío tanto para el marxismo ortodoxo como para la escuela de sistemas-mundo, cuyos conceptos principales se desarrollaron en la década de 1970 (Wallerstein, 1974). Esto no implica que las metodologías del marxismo o el análisis de los sistemas-mundo estén desactualizadas; más bien, deben volver a aplicarse para analizar nuevos fenómenos sin forzarlos a las plantillas existentes.

Esto plantea otro problema que afecta a los marcos convencionales del análisis de sistemas-mundo. Por lo general, asociamos el estado periférico de una economía concreta principalmente con los aspectos negativos de su funcionamiento y desarrollo. Sin embargo, este no es siempre el caso. Por ejemplo, en el siglo XVII, la semiperifería europea emergente y la periferia mundial a menudo recibían más plata de la que se desprendían (ver mis obras "Imperio Periférico" y "De los imperios al imperialismo" para más detalles) (Kagarlitsky, 2008; Kagarlitsky, 2020). A principios del siglo XXI, podemos identificar tanto economías prósperas como en declive en el centro (por ejemplo, Arabia Saudi y Gran Bretaña).

Es de fundamental importancia tener en cuenta que ni la prosperidad de algunos paises ni el declive de otros cambian su posición y estatus dentro del sistema en su conjunto. La capacidad de ciertos países para maximizar los beneficios de un tipo de integración periférica (semiperiférica) en el sistema mundial ayuda a garantizar la estabilidad política y social de los regímenes conservadores, incluso reaccionarios, creando una especie de polo global de reacción (aunque no necesariamente un bloque político o ideológico unificado).

En este sentido, técnicamente podríamos describir a China como una semiperiferia próspera, sin interés en alterar el sistema en su conjunto o incluso en cambiar su lugar dentro de él. La pregunta apremiante sigue siendo: ¿cuánto tiempo se puede mantener esta armonía en las condiciones modernas, dadas las contradicciones inherentes al desarrollo interno de China? (Aquí, un enfoque sociológico marxista tradicional es más relevante que una perspectiva de sistemas-mundo).

El papel que juega China no es el del imperialismo clásico, como se vió en el siglo XIX, que implicaba el control territorial y la inversión en su desarrollo. Tampoco es hegemonía, lo que implica un nivel de responsabilidad. En cambio, encarna una extracción depredadora de recursos, operando sobre el principio de "tomar e irse" (Katz, 2023).

En contraste con Rusia: el imperio periférico

Rusia presenta un caso diferente. La especificidad de un imperio periférico es que la clase dominante se enfrenta periódicamente a la tentación de usar sus recursos de poder para mejorar su estatus y posición en el sistema mundial sin alterar las relaciones sociopolíticas, y a veces incluso para preservarlas. Este patrón fue evidente a lo largo de gran parte de la historia de la Rusia imperial, y se han observado tendencias similares durante el mandato de Putin en la Rusia postsoviética (Roberts, 2019).

El análisis del capitalismo de Giovanni Arrighi ofrece un marco útil para entender la situación de Rusia. Arrighi identifica dos lógicas primarias del capitalismo: la lógica de la acumulación, que enfatiza la maximización de las ganancias a través de la inversión de capital; y la lógica de la coerción, que se basa en el uso del poder y la fuerza para asegurar los recursos y mantener el control (Arrighi, 1994). En el caso de Rusia, la clase dominante a menudo oscila entre estas dos lógicas, aprovechando tanto los recursos económicos como el poder político para afirmar su posición dentro de la jerarquía global.

Sin embargo, tales intentos a menudo conducen a crisis internas (la Guerra de Crimea, la Primera Guerra Mundial e incluso el levantamiento de diciembre después de las Guerras Napoleónicas se pueden entender en este contexto). Es esencial reconocer que el uso de recursos de poder para elevar el estatus sistémico del estado no es exclusivo de Rusia; este fenómeno se ha visto en varios países periféricos (o semiperiféricos), desde el Irak de Saddam Hussein hasta la Argentina de los generales en 1982. Fundamentalmente, tales intentos siempre ocurren en un contexto de ciertos períodos de "prosperidad periférica" que, sin embargo, a menudo son breves e inestables. Hemos observado cómo los fracasos externos o las dificultades imprevistas que han descarrilado los planes iniciales de las élites han marcado históricamente puntos de inflexión para los cambios que potencialmente pueden afectar el desarrollo del sistema-mundo en su conjunto.

Conclusión

Como ha demostrado este análisis, si bien el giro de Rusia hacia China puede aparecer inicialmente como una desconexión estratégica del centro imperialista, corre el riesgo de simplemente transferir dependencias de una potencia global a otra. La noción de desarrollo egocéntrico, según lo articulado por Amin, sigue siendo precaria bajo el peso de la creciente influencia china y sus exigencias económicas.

El papel de China como actor importante en la economía global está marcado por una estrategia de desarrollo conservadora que prioriza la extracción de recursos sobre la asociación genuina con las naciones periféricas. Este enfoque, aunque beneficioso a corto plazo, puede conducir a un aumento de las tensiones y el descontento entre los países involucrados, como se observa en regiones como Asia Central y África. Para Rusia, la tentación de aprovechar los recursos de poder para mejorar su estatus podría provocar crisis internas y exacerbar las vulnerabilidades existentes.

De cara al futuro, se plantean preguntas para China. Creo que los próximos 5-7 años verán una intensificación de las contradicciones del modelo económico neoliberal, hasta el punto de que el cambio se volverá inevitable. Muchos, incluyéndome a mí, interpretaron la crisis financiera y económica de 2008-10 como el principio del fin del liberalismo, pero resultó, en palabras de Churchill, ser "solo el final del principio". La posterior afluencia de capital, facilitada en gran medida por China, ha jugado un papel significativo en el mantenimiento del modelo favorecido por la élite china (Li, 2020).

Sin embargo, lo que les convenía a las élites chinas hace 15 años puede que no les sirva tan bien en los próximos años. A medida que la dinámica global cambia y el sistema-mundo evoluciona, el propio marco que ha sustentado la estrategia económica de China puede volverse cada vez más restrictivo. Si las contradicciones del modelo neoliberal continúan exacerbandose, la élite china puede encontrarse navegando en un panorama que exija una reevaluación de sus estrategias y asociaciones. Este cambio potencial plantea tanto riesgos como oportunidades, lo que obliga a los líderes chinos a adaptarse a un entorno global que cambia rápidamente y que podría amenazar su posición establecida.

En última instancia, tanto China como Rusia están en una encrucijada. A pesar de la falta de planes o estrategias explícitos para transformar el sistema-mundo, son factores clave en su desintegración, iniciando una serie de transformaciones más amplias. Sus acciones y políticas en los próximos años no solo darán forma a su propio futuro, sino que influirán en la trayectoria más amplia del capitalismo global. A medida que se enfrentan a estos complejos desafíos, el potencial de consecuencias imprevistas sigue siendo alto, lo que destaca la necesidad de estrategias adaptativas que prioricen el desarrollo sostenible y las relaciones internacionales equitativas.

Referencias

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Amin, S. (1990). Delinking: Towards a Polycentric World. Zed Books.

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historiador y sociólogo residente en Moscú, es un prolífico autor de libros sobre la historia y la política actual de la Unión Soviética y Rusia, y de libros sobre el surgimiento del capitalismo globalizado. Catorce de sus libros han sido traducidos al inglés. Su libro más reciente en inglés es "From Empires to Imperialism: The State and the Rise of Bourgeois Civilisation" ["De los imperios al imperialismo: el Estado y el ascenso de la civilización burguesa"] (Routledge, 2014). Kagarlitsky es director de la revista digital en ruso Rabkor.ru (Correspondencia Obrera). Es director del Instituto para la Globalización y los Movimientos Sociales, ubicado en Moscú. Se encuentra actualmente en prisión por su oposición a la guerra de Putin contra Ucrania.
Fuente:
https://links.org.au/boris-kagarlitsky-china-and-russia-modern-world-system-dual-challenge
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Traducción:
Enrique García

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