Ariel Dorfman
Carlos Abel Suárez
Hugo Guzmán
John Pilger
17/10/2010El rescate de los 33 mineros chilenos atrapados en la mina de San José, en el sur chileno, ha conmovido al mundo. En este dossier, Carlos Abel Suárez, Ariel Dorfman, John Pilger y Hugo Guzmán reflexionan sobre las luces y sobre las sombras de un acontecimiento que ha contado con más seguidores en los medios de comunicación que el mundial de fútbol.
I
Carlos Abel Suárez .- Y los mineros se hicieron visibles [www.sinpermiso.info, 17 octubre 2010]
El presidente, Sebastián Piñera, adelantó en una entrevista a The Times, previa a su visita oficial a Londres, que de ahora en más Chile será recordado en el mundo no por Pinochet sino por el rescate de los mineros. En la esperanza de prolongar indefinidamente la exposición que logró mediante la espectacular operación de salvataje, transformada con habilidad en un "reality show", no extrañaría que se paseara por Europa vestido con la estética que lució en Atacama: campera rojo pálido y casco blanco.
En la misma entrevista, este habilidoso empresario, que se hizo rico en los años más trágicos para millones de chilenos, prometió llevar rocas extraídas por los mineros de San José en su forzado encierro - como obsequio para la reina y el primer ministro británico David Cameron. También señaló, en sintonía con lo que ya varias veces dijo en otras entrevistas, que escuchaba "como una voz interna que me decía que los mineros estaban con vida", lo que abonaba con interpretaciones cabalísticas sobre el número 33, la edad de Cristo, y coincidencia de sumas y restas del mágico. Convicciones religiosas un tanto heterodoxas, en una familia de vínculos con el Opus Dei, especialmente su mujer, otra de las figuras televisivas del rescate, junto al ministro de Minería, Laurence Golborne, también un empresario ahora catapultado a la carrera presidencial, con el tiempo necesario.
Sin embargo, más allá de las señales milagrosas y los números mágicos que acompañan a Piñera, hay que admitir que fue un cálculo de costo beneficio que seguramente decidió el rescate de los mineros. Los 10 o 15 millones de dólares que costó la operación al Estado chileno, relevando la responsabilidad de la empresa propietaria de la mina, que inmediatamente de ocurrido el desastre preparó la quiebra, no es demasiado para lo que ya ha reportado en ganancia de imagen y proyección política de Piñera. En la eficacia del rescate contaba con la dilatada experiencia técnica de los técnicos y trabajadores chilenos. Un segundo aspecto de la acción y redituable en términos políticos es el manejo mediático, para lo que él mismo tiene un buen entrenamiento. Ya se lo vio cuando el terremoto ponerse el caso con la lamparita recorriendo las zonas siniestradas. El operativo mismo del rescate, contó un prolijo montaje a cargo de TVN, la televisora oficial, que emitió durante 31 horas un verdadero récord - la película de los mineros y de Piñera como símbolo de la unidad nacional. Una experiencia interesante para ser analizada por los especialistas en "mass media".
Hasta ahora el balance de los números constituye una ganancia de varios puntos en la imagen del presidente chileno, que pasó del 45 al 56 por ciento de popularidad, según los últimos sondeos.
Al rescate de la memoria
Cuando se van apagando las luces del campamento llamado Esperanza, que se emplazó en Copiapó, quedan los mineros. Bien dijo uno de los rescatados en la primera oportunidad que tuvo: no queremos que nos traten como artistas o periodistas, somos trabajadores. Difícil trance el de escapar a semejante radiación mediática. Tendrán que sumar al padecimiento de los días que pasaron a 700 metros de profundidad, el de la transición a una vida más o menos normal.
Cuando los 33 quedaron sepultados en la mina San José, otros 300 mineros fueron sepultados en el desempleo, por la quiebra de la empresa que ya les venía pagando mal y tarde. Ellos y el sindicato que los representa fueron excluidos del show televisivo.
Una serie de accidentes, con muertos y heridos, clausuras y reaperturas poco transparentes, jalonan los antecedentes de la minera San José. Pero no es la excepción en la minería chilena y mundial. El sindicato denunció ya en 1999 numerosas anomalías en la seguridad y en las de trabajo.
A menos de 48 horas del rescate de Copiapó, Roberto Benítez Fernández, un minero de 26 años, murió aplastado por una roca de una tonelada a mil metros de profundidad, en el interior del yacimiento Botón de Oro en Petorca, Región de Valparaíso, informa el diario chileno La segunda. Ni hablar de 20 mineros muertos en China y otros sepultados en Ecuador. Ahora son noticia.
Chile es el principal productor de cobre del mundo, en un período donde el mineral tiene los mejores precios relativos de su historia. Sin embargo los mineros siguen padeciendo un régimen laboral pinochetista. Allí está el crimen. Chile no ha firmado el convenio 176 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que garantiza un mínimo de condiciones de trabajo seguro para los mineros. Y pese a las gestiones realizadas por el director de la OIT, el chileno Juan Somavía, ante sus propios ex compañeros del gobierno de la Concertación. Por cierto, que aceptar la necesidad de reformas laborales, que hoy proclama como necesarias un gobierno de derecha como el de Piñera, rompía el modelito económico neoliberal, en el que navegaron con comodidad durante 20 años los gobiernos de la Concertación.
Los mineros chilenos y a través de ellos los de otras partes, de golpe se hicieron visibles para miles de millones de personas en el mundo. Hay que rescatar sus historias. Como recuerda Ariel Dorfman fue la minería la forjó Chile. Vida y obra de los mineros se puede recorrer a través de toda la literatura chilena. Desde el Baldomero Lillo, que él evoca, pasando por Neruda, Manuel Rojas, hasta El Mocho, del inolvidable José Donoso, entre otros.
Alejandro Chelén Rojas, ex senador y fundador del Partido Socialista, él mismo había sido minero. En su casa en Santiago, donde había atesorado una de las más importantes bibliotecas del pensamiento socialista de América Latina, saboreando un buen vino o pisco, me contaba anécdotas, historias de vida de mineros. Como director de la editorial Quimantú inició, en 1972, la colección de los minilibros con El Chiflón del diablo, en una tirada de 50 mil ejemplares.
Los mineros de la cordillera Andina heredaban el temple de los pueblos originarios, conjeturaba Chelén. En efecto, trabajaran frecuentemente en un mismo yacimiento chilenos, bolivianos y argentinos. Pasaban de un lugar a otro; eran portadores de experiencias. Tal vez conocían el camino del Inca, esa la leyenda de los pasos secretos por Los Andes, aquello que el mismo José Hernández, el autor del Martín Fierro, mencionaba al relatar su participación en la comisión que estudiaba la factibilidad del ferrocarril trasandino.
Don Alejandro Chelén también usaba las metáforas mineras en política. Algo que vale rescatar hoy, entre los trabajadores chilenos y, especialmente, entre los jóvenes, abrumados por la ola de la derecha. Cito al inolvidable amigo: "los mineros decimos cuando la veta se pulveriza que la mina se ha ´brozeado´. Son los tropiezos encontrados cuando con más decisión perforamos el vientre de metal. Si no nos atenemos a la técnica y cambiamos caprichosamente de posición sin respetar los rumbos de la veta, el fracaso es total. Pero sí perseveramos, es posible cruzar "el manto descompuesto" aunque haya que sacrificar tiempo y esfuerzo. El mineral vuelve a reaparecer y casi siempre más promisorio". [1]
NOTA: [1] Julio César Jobet y Alejandro Chelén Rojas, El pensamiento teórico y político del partido socialista de Chile. 1972 (Santiago de Chile-Quimantú)
II
Ariel Dorfman.- Las lecciones del pasado chileno ayudaron a los mineros a mantenerse con vida [The Guardian, 13 octubre 2010]
La historia de los hombres que descienden por la montaña para extirpar los minerales en las tinieblas y luego sufren un accidente que los deja a merced de la negrura es parte del ADN de Chile, es parte de la historia de este país. Eso es una de las primeras cosas que aprendí cuando llegué aquí por primera vez en 1954, cuando tenía 12 años. "Abran su libro en El Chiflón del Diablo, dijo mi maestro de español el primer día de clases.
Baldomero Lillo es el autor de este relato que escribió en 1904. Se trata de un cuento que recuerda lo que muchas décadas después aqueja a los mineros en la mina San José. En ese cuento clásico y en los demás que escribió a principios del Siglo 20, Lillo lo retrata todo: cómo la tierra devora a quienes se atreven irrumpir en la profundidad. Cada niño chileno lo tiene que estudiar. Los 33 mineros no sabían cuando leyeron estas historias que algún día experimentarían ese terror en la realidad y no en ficción. No podían saber que más de un siglo después de que se escribieron esas palabras, los riesgos que enfrentan los mineros y la explotación inhumana en las minas seguiría sin cambio.
La minería forjó a Chile. Fue la búsqueda de oro lo que llevó a los conquistadores a cruzar la aridez del desierto y los valles prohibidos para fundar las primeras ciudades. Luego siguieron otros minerales: el hierro para fundir. El cobre, que es la principal riqueza de Chile. Y el carbón, al sur, sobre el que Lillo escribió y que atizó los barcos de todo el mundo que atracaron aquí en su paso rumbo a la fiebre de oro de California. De hecho, muchas de las técnicas empleadas en California desde 1849 provenían de los chilenos nacidos y criados en Copiapó, no lejos de donde se ubica la mina San José. Miles de mineros partieron rumbo a Estados Unidos a probar su suerte. Y fue el nitrato, más que nada, lo que forjó el Chile moderno.
Esas crujientes extensiones de roca del desierto de Atacama, el más árido del mundo, constituyen el mejor fertilizante que el hombre ha conocido, así como la base de los explosivos y armas de guerra. Cientos de poblados florecieron en los páramos ardientes para extraer millones de toneladas de nitratos y embarcarlos a una Europa en los estertores de la Revolución Industrial y desesperada por aumentar su producción agrícola.
Así como el hule del Amazonas y la plata del Potosí boliviano, la demanda por nitrato decayó y lo único que quedó fueron pueblos fantasma, caparazones de casas regados por el desierto, un ejército de vidas devastadas. El nitrato dejó algo más que desolación. A todo el mundo le sorprende cómo 33 mineros se organizan en turnos, crearon una línea de mando y montaron un plan de supervivencia con las habilidades que han acumulado en sus vidas.
Pero a mi, eso no me sorprende para nada. Ese es el modo en que los trabajadores chilenos han vivido y soportado los enormes retos a que se enfrentan. Es el legado de quienes extraían el nitrato y que, por la época en que Lillo escribía sobre el sufrir de los mineros, establecían los primeros sindicatos, grupos de lectura y diarios de los obreros. Esas lecciones de unidad, fortaleza y orden se transmitieron de padres a hijos y nietos. Es lo que cada hombre necesitaba saber para perdurar y superar los desastres que podían acaecerles en ese ambiente tan hostil. Es innegable que la suerte inicialmente salvó la vida de los 33 mineros cuando la montaña se colapsó ese día de agosto.
Pero no es suerte lo que los ha mantenido con vida. Cada uno de ellos es poseedor del entrenamiento y entrega de los antepasados que los transmitieron, de los murmullos de quienes se resistieron a morir una y otra vez en las tinieblas. Somos testigos de un milagro en San José, pero atender sólo a la buena fortuna nos podría llevar a perder el verdadero y más profundo significado de lo que sucede. Y aquí cabe hacer la pregunta correcta.
¿Cómo es posible que, a más de un siglo que los cuentos de Lillo expusieron las condiciones inhumanas de los mineros, persistan la inseguridad y el peligro? ¿Cuántos accidentes como este se necesitarán para que surja una ley de salvaguardas para que los mineros puedan entrar a la montaña sin arriesgar sus vidas? Los 33 mineros son ahora héroes internacionales, y el mundo celebra su rescate y su retorno a la luz.
Por una de esas coincidencias tan amadas por la historia, esos hombres quedaron atrapados en el mismo momento en que las estadísticas vergonzosamente demuestran que, por primera vez desde el fin de la dictadura pinochetista, el promedio de chilenos pobres ha aumentado.
¿Es mucho esperar que las mortificaciones de estos hombres pesen tanto en y contribuyan a forjar un país en el que, dentro de 100 años, los relatos de Baldomero Lillo y la historia de los 33 mineros de San José, pertenezcan al pasado; que sean una reliquia, una leyenda nada más?
Ariel Dorfman es autor de Para leer al Pato Donald, La muerte y la doncella, y una gran variedad de obras, relatos, poemas y ensayos. Autor de Memorias del Desierto, ha escrito sobre la vida de los mineros de Chile para National Geographic. Estuvo a cargo de la Cátedra Mandela en Sudáfrica este año. Es profesor de literatura y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Duke, en los EEUU.
III
John Pilger.- Los fantasmas chilenos no han sido rescatados [Information Clearing House, 15 octubre 2010]
El rescate de 33 mineros en Chile es un drama extraordinario, lleno de páthos y heroísmo. Es también viento mediático de empopada para el gobierno chileno: su munificencia ha sido registrada por una selva de cámaras.
El accidente que atrapó a los mineros no es algo insólito en Chile; es la consecuencia inevitable del implacable sistema económico que apenas ha cambiado desde los tiempos de la dictadura del general Augusto Pinochet. El cobre es el oro chileno, y la frecuencia de los desastres mineros se acompasa a los precios y a los beneficios que reporta. De promedio, cada año se registran 39 accidentes mortales en las minas chilenas privatizadas. El trabajo en la mina de San José llegó a ser tan inseguro en 2007, que tuvo que cerrarse. Pero no por mucho tiempo. El pasado 30 de julio, un informe del ministerio chileno de trabajo advirtió de sus "graves deficiencias de seguridad", pero el ministro no tomó medida alguna. Seis días después, los mineros quedaban sepultados.
A despecho de todo el circo mediático desplegado in situ durante el rescate, el Chile de nuestros días es un país silenciado. En la Villa Grimaldi, en los suburbios de Santiago, un cartel reza como sigue: "El pasado olvidado está lleno de memoria". Fue el centro de tortura en el que centenares de personas fueron asesinadas y desaparecidas por oponerse al fascismo que impusieron a Chile el general Augusto Pinochet y sus aliados empresariales. Su fantasmal presencia pasa desapercibida ante la imponente belleza del transfondo andino. El hombre a su cuidado vivía muy cerca y aún recuerda los aullidos.
Visité la Villa una invernal mañana de 2006. Me llevó Sara De Witt, quien estuvo encarcelada allí cuando era una activista estudiantil. (Ahora vive en Londres.) Fue electrocutada y golpeada, pero sobrevivió. Luego fuimos a la casa de Salvador Allende, el gran demócrata y reformista que pereció el día del golde de Estado de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973 (el 11-S de América Latina). Su casa es un silencioso edificio blanco, sin placas ni señales conmemorativas.
Diríase que el nombre de Salvador Allende ha sido borrado por doquiera. Únicamente en el solitario memorial del cementerio se pueden leer, grabadas en una lista de "ejecutados políticos", las palabras: "Presidente de la República". Allende murió por propia mano, mientras Pinochet bombardeaba el palacio presidencial con aviones británicos y el embajador norteamericano contemplaba el espectáculo.
Ahora Chile es una democracia, aunque muchos pondrían objeciones a esa calificación, sobre todo en los barrios obligados a hurgar en los basureros y a robar electricidad. En 1990, Pinochet impuso un sistema constitucional de compromiso como condición de su propio retiro y del paso de las fuerzas armadas a la sombra política. Eso garantiza que los partidos reformistas en un sentido amplio, la llamada Concertación, estén permanentemente divididos o se vean forzados a legitimar los designios económicos de los partidarios del dictador. En las últimas elecciones, la derechista Coalición por el Cambio, la creación del ideólogo pinochestista Jaime Guzmán, llevó al poder al presidente Sebastián Piñera. Se culminaba así a hurtadillas la sangrienta erradicación de la verdadera democracia que comenzó con la muerte de Allende.
Piñera es un millonario que controla una buena porción de la minería, de la energía y de la venta minorista. Hizo su fortuna luego del golpe de Estado de Pinochet, durante los "experimentos" de libre mercado de los fundamentalistas de la Universidad de Chicago conocidos como "Chicago boys". Su hermano y antiguo socio empresarial, José Piñera, ministro de trabajo con Pinochet, privatizó la minería y el sistema público de pensiones y se empeñó en destruir los sindicatos. Lo que recibió el aplauso de Washington como un "milagro económico", un modelo de culto para el neoliberalismo que habría de engullir al continente y asegurar al Norte su control.
El Chile de hoy es crítico con las embestidas del presidente Obama contra las democracias independientes de Ecuador, Bolivia y Venezuela. El aliado más cercano de Piñera es el principal hombre de Washington en la zona, Juan Manuel Santos, el nuevo presidente de Colombia, país que dispone de 7 bases militares estadounidenses y de un infame registro en materia de derechos humanos, algo que conocen bien los chilenos que sufrieron el terror de Pinochet.
El Chile post-Pinochet ha mantenido en la sombra sus propios abusos. Las familias que todavía buscan recuperarse de la tortura o de la desaparición de sus seres queridos son tratadas con prejuicios por el Eelstado y sus funcionarios. No se callan los mapuches, la única nación indígena a la que los conquistadores españoles no consiguieron derrotar. A fines del XIX, los colonos europeos de un Chile ya independiente lanzaron su racista guerra de exterminio contra los mapuches, lo que los dejó en condiciones de marginalidad depauperada. Eso empezó a cambiar durante los mil días del gobierno de Allende. Algunas tierras mapuches fueron devueltas, y se reconoció una deuda de justicia.
Desde entonces, se ha venido librando una guerra tan malévola como silenciada contra los mapuches. Se ha permitido a grandes empresas forestales hacerse con sus tierras, y su resistencia ha sido combatida con asesinatos, desapariciones y persecuciones arbitrarias bajo capa de leyes "antiterroristas" aprobadas por la dictadura. En sus campañas de desobediencia civil, ningún mapache ha infligido el menor daño a nadie. Ha bastado que un terrateniente o un empresario lanzara la acusación de que los mapaches "podrían llegar a traspasar" los límites en que han sido confinados y entrar en sus territorios ancestrales, para que la policía les acusara de delitos que desembocaban en procesos judiciales kafkianos, con testigos sin rostro y sentencias cárcel de 20 años. Se trata, en efecto, de presos políticos.
Mientras que el mundo de congratula con el espectáculo del rescate de los mineros, no se tiene noticia de los 38 huelguistas de hambre mapuches que exigen la abolición de las leyes pinochestistas como la de "incendio terrorista" con que se les ha procesado y la justicia de una democracia de verdad. El pasado 9 de octubre, todos los huelguistas de hambre, salvo uno, pusieron fin a su protesta de 90 días sin ingesta de alimentos. Un joven mapuche, Luis Marileo, dice que él seguirá la huelga. El próximo 18 de octubre, el presidente Piñera tiene que dictar una conferencia en la London School of Economics. Habría que aprovechar la ocasión para recordarle todo eso.
John Pilger es un crítico y analista político británico.
Traducción para www.sinpermiso.info: Ventureta Vinyavella
IV
Hugo Guzmán.- En una década, han muerto en Chile en accidentes 373 mineros; 31, el último año [La Jornada, 16 de octubre de 2010]
Santiago, 15 de octubre. Todo el mundo pudo ver el rescate de los 33 mineros atrapados durante dos meses a 700 metros de profundidad en la mina San José en la región de Atacama, en el norte de Chile. Pero nadie habló de los 31 mineros muertos en el último año en este país, de la precariedad salvaje de sus condiciones de trabajo y que mientras aumentaba el precio del cobre subía el índice de accidentes.
Mientras millones observaban la salida de esos trabajadores desde las profundidades de la Tierra, se ocultaban las pancartas y las voces de los otros 300 mineros de la empresa San Esteban a la que pertenece San José que fueron despedidos, a los que les deben los sueldos y no les pagan las indemnizaciones. Javier Castillo, dirigente del sindicato, dijo que los 328 trabajadores restantes de la mina San José no estamos bien e indicó que las autoridades y los medios temen que los saquemos (a los 33 mineros) de la burbuja en la que el gobierno los tiene.
El dirigente de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile, Marcos Canales, comentó: Éste fue un accidente que nunca debió ocurrir. Pero el historial de la mina San José es oscuro y paradigma de lo que ocurre con otras empresas mineras en el Chile actual.
Desde 1999 se producían accidentes, cuyos dueños ganaban millones de dólares. En 2004 murió allí un minero. En esa oportunidad, los trabajadores protestaron y recurrieron a la Corte de Apelaciones para que se garantizara la seguridad, planteando que se había llegado a la culminación de una secuela de accidentes que se arrastran desde hace más de cinco años, lo cual los trabajadores hemos denunciado a los organismos fiscalizadores (que) jamás dieron respuesta. La justicia tampoco. No hizo caso del reclamo de los de San José. Seis años después la mina colapsó y atrapó a los 33 mineros.
Además de la empresa, organismos del Estado como el Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin), la Dirección del Trabajo, la Secretaría Regional de Salud, la Superintendencia de Seguridad Social y el gobierno regional hicieron caso omiso de los reclamos de los mineros y de las condiciones de inseguridad de la mina. Eso se acentuó con fallas que se producían en el cerro donde está la mina San José y debilidades en la estructura. En 2007, el yacimiento fue cerrado por presentar condiciones negativas, pero las autoridades lo volvieron a abrir.
Cristián Cuevas, presidente de la Confederación de Trabajadores del Cobre, señaló que en el drama de los 33 mineros hay una acción predeterminada, un acto criminal por parte de los empleadores y de la institucionalidad del Estado. Hay una acción culposa porque un hecho previsible no se evitó.
Los datos que se manejan en Chile indican que en la última década han muerto 373 mineros y en el último año 31, casi la misma cantidad de los rescatados en San José. La inmensa mayoría pertenecen a medianas o pequeñas mineras y al segmento de pirquineros, que laboran en pequeñas minas de manera informal. En la estatal Corporación Nacional del Cobre y las trasnacionales del cobre, el índice de accidentabilidad es bajo.
Los mineros muertos y los vivos tienen factores en común: salarios bajos, empleo inseguro, previsión miserable, inexistencia de contratos o contratos precarios, inestabilidad laboral, abuso empresarial, ausencia de higiene y prevención, y con el chantaje de que ante la falta de trabajo aceptan condiciones deplorables.
Voracidad en cifras
La voracidad empresarial se ve reflejada en que en 2002 según reportaje de los periodistas Pablo Obregón y Carla Gardella las estadísticas hablaban de 28 accidentes mineros fatales, con el precio del cobre en 0.8 centavo de dólar la libra. Cuando en 2007 se cotizó a 3.2 dólares la libra, los muertos subieron a 40. Los privados medianos y pequeños tensionaron la fuerza laboral para extraer el mineral; sin invertir en seguridad.
A estos datos se agregan episodios peculiares. Días antes del derrumbe en San José, el gobierno conservador de Sebastián Piñera decidió cerrar la Unidad de Inspección Programada de Oficio, del Ministerio del Trabajo, precisamente encargada de fiscalizar al sector empresarial respecto al cumplimiento de normas para los trabajadores. Y producido el accidente en la mina, se supo que el Sernageomin, que debe velar por la seguridad en los yacimientos, apenas contaba con dos fiscalizadores en toda la región de Atacama, donde operan decenas de minas medianas y pequeñas.
Marcos Canales dijo a La Jornada que son pésimas y riesgosas las condiciones de los mineros chilenos y nada apunta a que la situación cambiará, porque para eso tendría que cambiar el sistema económico que cobija a los empresarios y vulnera derechos de los trabajadores. Ya pasará a la historia el caso de San José y los 33 mineros, pero seguirá el drama de cientos de hombres que arriesgarán la salud y la vida por ganar un sueldo mísero extrayendo cobre.
En un país donde el año pasado las corporaciones extranjeras tuvieron utilidades de 10 mil millones de dólares y este año se prevé serán 37 mil millones. Es decir, el cobre, que el presidente Salvador Allende definió como el sueldo de Chile, podría satisfacer perfectamente las necesidades de los mineros (y de la gran mayoría de los chilenos). Pero parecen invisibles. Hasta que bordean la muerte y entonces se prenden los focos.
Hugo Guzmán es un analista político chileno, exiliado en México durante la dictadura de Pinochet.