Ines Schwerdtner
Lukas Scholle
08/06/2023(Comparación de los resultados de las elecciones al Bundestag de septiembre de 2021 con la encuesta realizada entre mayo y junio de 2023)
Los recientes récords de la AfD (Alternative für Deutschland) en las encuestas no deberían ser motivo para la desesperación, sino una llamada a la acción: Antifa significa Estado del bienestar.
La AfD está prácticamente empatada con el SPD. Lo muestran dos encuestas a la vez. Ambos partidos se sitúan en el 18 y el 19 por ciento a nivel federal. En el Este, las cifras son aún más drásticas. Así lo muestra otra encuesta sobre la tendencia de voto federal, en la que la AfD aparece ahora como la fuerza política más potente en todo el Este. En Sajonia, es incluso tres veces más fuerte que el SPD. Pero la AfD también está ganando terreno en el sur. En amplias zonas de Baviera y Baden-Wurtemberg, las encuestas muestran que es la segunda fuerza.
Estas cifras son explosivas. Se acercan algunas elecciones estatales: En otoño de 2023 en Baviera, donde la AfD se sitúa actualmente con el 12% de los votos cuando en las últimas elecciones todavía estaba en el 10%. En otoño de 2024 votará la mitad del Este. En Sajonia y Turingia, la AfD lidera las encuestas con alrededor del 28%. En Brandeburgo, está equiparada con el SPD y la CDU, con alrededor del 24%. En todas estas elecciones, la AfD amenaza no solo con ganar terreno, sino con convertirse en el partido político más fuerte.
Esto no solo llevaría a filas de fascistas a los parlamentos, sino que también podría desencadenar toda una nueva dinámica en la que la AfD conduzca a los demás partidos frente a ella, ya sea como líder de una coalición con la CDU, a la que ésta se vería forzada o, de lejos, como la oposición más fuerte frente a gobiernos débiles de muchos partidos. Un punto crítico en la historia de la Alemania federal, desencadenado por décadas de políticas neoliberales y la posterior gestión de los daños.
El negocio del miedo
La AfD gana sobre todo con el miedo. Pero su estrategia parece haber virado de la política social a la política económica. Si bien ganó durante años con el miedo a los refugiados, alcanzando su hasta ahora punto álgido después de 2015, ya no logró traducir el malestar con el gobierno - cuando tuvieron lugar las imposiciones por el coronavirus - en un apoyo creciente a su partido. En los últimos años, ha crecido principalmente durante dos fases: en el verano y el otoño de 2022, cuando la subida de los precios aumentó los temores de declive económico, y ahora en la primavera de 2023, cuando dichos temores parecen estar haciéndose realidad y las nuevas peleas en el gobierno del semáforo también se ven sobrecalentadas por los medios de comunicación. A retener: ley de calefacción (Heizungsgesetzt) [1]
En cualquier caso, la AfD siempre gana terreno cuando la política que gobierna es incapaz de amortiguar las inseguridades sociales o económicas, y también cuando las y los políticos conservadores y liberales principalmente derriban ellos mismos el supuesto cortafuegos con su deriva derechista, despejando así el camino a la AfD. El centro neoliberal en torno al SPD y los Verdes se lo ponen fácil a la AfD, limitándose a administrar el statu quo. Los Verdes en particular incluso se ofrecen como los nuevos adversarios principales de la derecha al gobernar antisocialmente y desde arriba, como muestra la ley de calefacción.
Aunque la batalla mediática sobre el "partido de la prohibición" (Verbotspartei)[2] siempre ha sido algo exagerada, la aversión a las élites verdes está profundamente arraigada en la población y no hace más que reforzarse con cada ley que se injerta en la ciudadanía. Algunos piensan que se trata simplemente de un mal estilo de comunicación por parte de los y las ministras verdes. Pero esto pasa por alto la estructura de clases de los círculos de votantes Verdes. Estos y estas votantes obtienen exactamente las políticas que desean: una gestión verde del capitalismo. La AfD, en cambio, atrae a más gente trabajadora y empleada. El problema de la política de los Verdes no es la estrategia de comunicación, sino su desvinculación real con la realidad de la vida de la población trabajadora.
Esta desvinculación también se ha producido por el lado de la izquierda, que con el PDS (Partei des Demokratischen Sozialismus), que al fin y al cabo proporcionó un partido popular en el Este, perdió en las elecciones sistemáticamente trabajadores y trabajadoras e incluso sindicalistas en favor de la AfD. La izquierda social, como el partido La Izquierda (Die Linke), ha perdido su base social en los últimos años, como admite incluso el dirigente y diputado en el parlamento federal Dietmar Bartsch. La retirada de los partidos democráticos de algunas regiones no ha hecho sino crear una brecha en la que ahora ha podido introducirse la AfD.
Este vacío político fue precedido por décadas de políticas neoliberales, algunas de las cuales fueron apoyadas por los partidos o en cualquier caso no pudieron evitarse. Si se mira la terapia de choque de la reunificación, que trajo ruinas en lugar de paisajes florecientes. Si se contemplan las regiones cuyos municipios están aplastados bajo el peso de la deuda, lo que significa que la acogida de refugiados se hace a costa de otros servicios estatales. O si nos fijamos en las personas que apenas tienen dinero para vivir. Todas estas son consecuencias de una política económica a expensas de muchos y a favor de unos pocos.
La AfD, que en el fondo sigue siendo un partido neoliberal incluso después de diez años llenos de luchas internas, puede sin embargo presentarse como la fuerza que hace frente a las élites neoliberales. Se beneficia de la guerra cultural de derechas (Kulturkampf) de la CDU, que le sirve para fortalecerse en términos sociopolíticos, así como también de ver socavados los servicios públicos básicos, aunque no tiene nada que ofrecer a los ciudadanos en términos de política social o programa, salvo suscitar temores e invocar, como siempre, una identidad nacional de algún tipo.
¿Seguirá ganando la AfD?
Eso parece. Porque el semáforo solo administra las políticas neoliberales que hacen la vida difícil a la gente. Mientras, al emperrarse en su política de ahorro, el ministro de finanzas Lindner (FDP) renuncia casi por completo a seguir proporcionando más ayudas, a un Estado del bienestar adecuado o al desarrollo económico en el Este. Tampoco parece darse una continuidad política al aumento del salario mínimo. Sería una medida que daría inmediatamente a millones de personas más dinero a fin de mes y no costaría prácticamente nada al Estado; de hecho, le reportaría incluso mayores ingresos fiscales.
Luego está la política económica del ministro de economía y protección climática Habeck (Alianza 90-Los Verdes). Con la tasa sobre el gas, quiso trasladar temporalmente a la población miles de millones de los costes de la crisis. La AfD juega con este miedo a la debacle económica causado políticamente. La situación es similar con la ley de calefacción de Habeck, que supuestamente debería acelerar el cambio de la calefacción. Si la ley servirá para un alivio social sigue siendo más que incierto. Según el plan actual del gobierno del semáforo, todo el mundo tendrá que pagar el 60% de los costes de la reconversión. Muchos miles de euros para el pueblo: un fiasco político anunciado.
Y las disputas en el gobierno seguirán produciéndose sobre todas las medidas que afecten a la transformación verde. Porque dicha transformación es probable que sea como una Treuhand 2.0,[3] puesto que no está en la situación y con la voluntad de realizar las inversiones necesarias y procurar una política industrial planificada y segura, especialmente en el Este, que lleva con el miedo en los huesos a la pérdida de puestos de trabajo desde la década de 1990. El resultado es una AfD fortalecida. Pero esto no es una ley natural.
Solo pueden ayudar las políticas sociales
Muchas personas valientes en el Este y el Oeste se posicionan contra la AfD: contra la incitación al odio, a favor de una sociedad abierta y un humanismo básico. Todas estas iniciativas son esenciales para proteger los valores y las instituciones democráticas, especialmente cuando la represión estatal también contra los inmigrantes y la izquierda es cada vez más fuerte. En esta solidaridad social reside el semillero de un nuevo antifascismo.
Pero liberales e izquierdistas difieren en que estos últimos no se contentan con la lucha defensiva, sino que quieren pasar a la ofensiva. No basta con defender valores abstractos: una izquierda antirracista debe abordar y diluir la base material del éxito de la AfD. Quien quiera privar a la AfD de su base debe emplearse a fondo hacia una política económica diferente. Solo así se puede quitar a la gente el miedo a la debacle y darle seguridad material. Lo que se necesita inmediatamente es una pensión mínima más alta, un salario mínimo más alto y unos ingresos mínimos más elevados.
A más largo plazo, también hace falta una garantía de empleo que quite a mucha gente el miedo persistente a la debacle económica y ofrezca también al mayor número perspectivas de mejora. En el Este se están construyendo nuevas fábricas que dependen de inversores internacionales, como la nueva fábrica de chips cerca de Magdeburgo, donde están en juego miles de puestos de trabajo. Aquí el Estado debe adoptar un enfoque planificador y proteger los sectores industriales, utilizar fondos públicos para la propiedad pública y combinar esto con la salvaguardia de los emplazamientos y los puestos de trabajo. Es precisamente con el miedo a la desindustrialización con lo que la AfD puede hacer política, aunque no tenga nada que mostrar salvo recetas neoliberales. Lo que se necesita aquí es una izquierda fuerte que adopte un enfoque que se preocupe de tomar medidas, planificar un gran Estado verde con garantías para el gran número de la población y se oponga al pequeño Estado verde que solo beneficia al capital a expensas de la gran mayoría.
A corto plazo, podrían decidirse nuevos pagos únicos, bajar el precio del billete de transporte (Deutschlandticket) o suprimir el IVA de los alimentos. A medio plazo, debe haber sobre todo subidas salariales, que pueden exigirse con sindicatos más fuertes o impulsando la economía.
Solo con políticas así, que traigan prosperidad para todos y todas y la aseguren en el futuro, se puede derrotar a la AfD y proteger a la democracia de la ruina. Esta política es necesaria ahora. Porque las elecciones en el Este son el año que viene.
[1] Los principales puntos de la ley de calefacción, que entrará en vigor el 1 de enero de 2024 son, a grandes rasgos: Todas las nuevas calefacciones que se instalen deben hacerse utilizando energías renovables en un 65%. Se establecen períodos de transición para el paso de la calefacción de gas y gasóleo a las energías renovables allí donde ya esté instalada la calefacción y se establecen ayudas y subvenciones para las nuevas instalaciones. La ley, aún no aprobada, está siendo criticada por la izquierda y sectores ecologistas por su posible escasa utilidad, por ser fuente de negocio para las empresas privadas del sector y por no tener en cuenta las diferencias de ingresos de la población para instalar las nuevas calderas, calentadores e instalaciones de calefacción. Además, las diferencias y disputas dentro del gobierno del semáforo por el contenido de la ley son considerables. (NdT).
[2] A Los Verdes se les califica de “partido de la prohibición” por muchas de las medidas que defienden, basadas precisamente en prohibiciones (NdT).
[3] La Treuhandanstalt (THA, Treuhand para abreviar) fue una institución de derecho público en Alemania fundada en la última fase de la RDA con la tarea de privatizar las empresas estatales de la RDA de acuerdo con los principios de la economía de mercado y "garantizar la eficiencia y competitividad de las empresas". Y, si eso no fuera posible, cerrar. (Fuente:Wikipedia) (NdT).