Gustavo Pereira
12/12/2020El pasado domingo 6 de diciembre falleció Tabaré Vázquez, el primer presidente de la izquierda uruguaya. Hay muchas formas posibles de reseñar su gobierno y su legado; una de ellas es como una forma de realización de la libertad republicana. Las reformas y los logros políticos de Vázquez, especialmente los de su primer gobierno, pueden ser explicadas como medios para remover distintas formas de dominación y opresión, institucional, económica o social. Si bien esta es una tarea aún pendiente, su contribución ha sido de tal orden que muchas de las transformaciones realizadas son irreversibles, lo que es un hito en la historia del país.
En su primera presidencia Vázquez se encontró con un país en ruinas. Uruguay estaba atravesando la crisis económica más grande de su historia, consecuencia del colapso de su sistema financiero. Pobreza por encima del 25%, ausencia de crédito, una deuda pública prácticamente inmanejable eran algunos de los elementos que delineaban un paisaje de desánimo y falta de esperanza. Ante esto, lo mejor que se podía hacer era emigrar. Uruguay era un país sin futuro.
Las dudas que generaba un gobierno de izquierda fueron progresivamente acalladas: Tabaré era un presidente extremadamente ejecutivo, y sus decisiones estaban inspiradas por su permanente preocupación de asegurar una libertad que le permitiera a las personas ser verdaderos señores de sus vidas. Esto era afirmado cuando reiteraba una y otra vez que el Estado debería garantizar que las personas fueran verdaderos “sujetos de derecho y no objetos de derecho”. Esta idea republicana por la que el ciudadano en ejercicio de su libertad es capaz de conducir su vida y ser parte de la toma de decisiones que lo afecta, latía detrás de las medidas más importantes que atravesaron su gobierno.
Nadie puede ser libre y ejercer su condición de ciudadano si está afectado por pobreza extrema, no tiene protección sanitaria o su educación es deficiente. En su primer gobierno las principales reformas estructurales tenían por objetivo asegurar la condición de ciudadanía a través de mínimas condiciones de dignidad; así se creó el Ministerio de Desarrollo Social, que se abocó a implementar un Plan de emergencia para asistir a los miles de uruguayos que estaban en una vergonzosa condición de vulnerabilidad. También se procesó la reforma de la salud, que permitió extender a toda la población la protección sanitaria. El presupuesto educativo se incrementó como nunca antes, y a través de la creación de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación se contribuyó a generar un sólido ecosistema de investigación, a la vez que estimular la producción económica. Todos atesoramos imágenes de cada uno de estos hitos, aunque probablemente una de las imágenes que guardaremos más entrañablemente es la del Presidente entregando una laptop a un niño en su escuela como parte del Plan Ceibal. Este plan fue la traducción local del programa de Negroponte y el MIT “one laptop per child”, y consistió en entregar una laptop a cada uno de los niños de las escuelas públicas, una medida implementada en 2007, sumamente simple y con un impacto enorme en la alfabetización digital de los niños uruguayos y en el desarrollo del sistema educativo en general.
Este legado de Tabaré fue testeado en estos meses de pandemia. El covid-19 afectó en forma muy moderada a Uruguay, y nadie duda en explicar este hecho a partir de la solidez del sistema asistencial, probablemente el mejor de América Latina, al igual que en la existencia de capacidades de investigación desarrolladas en los últimos quince años que permitieron dar un asesoramiento de alta calidad. El éxito al combatir la pandemia del actual gobierno conservador en Uruguay tiene la firma de Tabaré, ya que hasta la educación a distancia de nuestros niños salió adelante como subproducto del Plan Ceibal.
Tabaré Vázquez convirtió a la sociedad uruguaya en una sociedad más justa porque, además de medidas como las señaladas, llevó adelante la transformación de la estructura impositiva del Estado, introduciendo un sistema con mayor progresividad en la imposición, que a su vez liberaba de toda contribución a los sectores con menos ingresos. “Que pague más el que tiene más”, era el mantra que Tabaré repitió constantemente durante el proceso que llevó a la reforma impositiva y que contribuyó sustancialmente a que Uruguay sea la sociedad más igualitaria de América Latina.
La relación con las fuerzas armadas marcó uno de los puntos altos de la presidencia de Vázquez, en lo que también constituye un caso de realización de la libertad republicana. Esta forma de entender la libertad se contrapone a la idea de servidumbre, de dominación. En Uruguay los militares que habían violado derechos humanos habían sido protegidos por los presidentes que dirigieron al país a partir de 1985. Ninguno de ellos había buscado restos de desaparecidos en predios militares y mucho menos iniciado los mecanismos que permitían procesar a torturadores. Claramente en Uruguay los militares eran un sector privilegiado que ejerció durante muchos años una amenaza velada, es decir, la posibilidad de dominio sobre el resto de la sociedad estaba siempre presente. A los pocos meses de iniciada su presidencia, Tabaré Vázquez ordenó abrir los cuarteles militares para iniciar la búsqueda de restos de desaparecidos y habilitó a que la justicia procesara a los torturadores que eran denunciados por sus víctimas. Por primera vez fuimos testigos de que un torturador fuera procesado y castigado; finalmente la ley era igual para todos. A partir de ese momento, la dominación implícita de los militares cesó y Uruguay disfrutó de una libertad republicana como no había tenido hasta entonces luego de la dictadura militar.
Una forma de ver a Tabaré Vázquez es como la encarnación de lo que podría denominarse como “el sueño uruguayo”: alguien que nació en un hogar de trabajadores, que gracias a la educación pública y muy especialmente a la Universidad de la República se convirtió en una personalidad en el mundo académico, y a partir de ahí se proyectó a la vida política hasta llegar a la Presidencia. Uruguay tuvo en su primer presidente de izquierda el trayecto vital que ilustra los valores que queremos que nos definan como sociedad: la igualdad, la libertad republicana, la solidaridad y la integridad ética.
También fue el mejor resultado de la histórica alianza de la academia uruguaya y la izquierda, que nos dio un presidente informado, prudente, confiable, muy lejos de modelos de presidentes que han sido producto del marketing o una vergüenza para la democracia. La dignidad republicana de Vázquez pone en evidencia de la peor forma a alguna parodia contemporánea de gobernantes. Las pocas veces que se dirigía a la ciudadanía transmitía certeza, seguridad y tranquilidad. Muy lejos de twitter o de conferencias de prensa armadas por agencias de publicidad, Vázquez comunicaba con la austeridad republicana que regía su vida como Presidente.
Lo último que Tabaré nos legó fue un mensaje único al finalizar su mandato; la izquierda uruguaya había perdido las elecciones nacionales y él decidió despedirse de la vida pública en el mismo lugar en el que la había iniciado, en la Plaza Lafone, situada en La Teja, el barrio obrero en el que vivió en su juventud y donde dio el discurso de asunción cuando en 1989 fue electo Intendente. En un discurso único nos dijo a todos quienes sentíamos en nuestras espaldas el peso de la derrota que no nos rindiéramos; lo decía él, que ya estaba en tratamiento por el cáncer y que seguramente sabía mejor que nadie que el final estaba cerca. Para dar ese mensaje recitó los versos de No te rindas, haciendo que un escalofrío recorriera nuestros cuerpos o que se nos saltaran las lágrimas, pero en cualquier caso lo que estaba claro era que la igualdad, la justicia, la irrenunciable dignidad de las personas es lo que vamos a seguir defendiendo.
También para su descanso final Tabaré decidió quedarse en el lugar al que pertenece, lejos de toda la pompa que se le debe a un Presidente. Decidió terminar en el Cementerio de La Teja, el barrio en el que vivió, en el que aprendió lo que era la solidaridad, lo que eran las luchas sindicales y populares, en el barrio que lo deja atado a su gran amor: al pueblo uruguayo.