Sobre el declive de las horas trabajadas en las manufacturas de Estados Unidos

Albino Prada

10/09/2024

En un reciente análisis publicado en este semanal digital analizaba la evolución de las horas trabajadas en distintos sectores de la economía española en relación al valor de la producción generada (PIB). Para el caso del sector de la automoción entre 1995-2019 concluía que: “ahora con menos horas que en 1995 (un 33% menos) se genera un valor muy superior al de aquel año (un 47% mayor)”, siendo así que, añadía “con la misma jornada laboral que en 1995 donde antes trabajaban en el sector de la automoción casi doscientas mil personas, en 2019 ya solo lo hacían ciento cincuenta mil”.

Revisando recientemente la monumental obra de Ernest Mandel “El capitalismo tardío” (Era, México, 1979) reparé en que en su página 208 presentaba dos series de datos (para Alemania y Estados Unidos) del conjunto de su sector manufacturero entre los años 1950-1973 sobre las horas trabajadas, destacando la tendencia a la reducción de las mismas a causa de la revolución tecnológica entonces ya en curso de automatización y aplicación de la computación.

En sus datos el caso más claro era el de Alemania occidental que de un máximo de 12.440 millones de horas en 1961 en las manufacturas habría pasado a 10.800 millones en 1973, siendo menos claro, aunque con una tendencia incipiente, los Estados Unidos que comenzarían su descenso en el año 1966 desde los 28.300 millones de horas.

Datos homogéneos para Estados Unidos (BEA, NIPA Table 6.9C) entre 1950-1987 y más recientes entre 2000-2022 nos informan de que las manufacturas de aquel país (tanto de bienes duraderos como de no duraderos) habrían pasado de ocupar 30.100 millones de horas en 1950 a 23.300 millones en 2020, lo que supone pasar en números índice de un valor100 para 1950 a un valor de 77 en 2020. Se confirmarías así -50 años después- la hipótesis de Mandel sobre los efectos de la automatización y computación aplicadas al sector manufacturero en esa determinante economía mundial.

En la misma línea de las consideraciones que yo hacía en mi reciente análisis para España ya Mandel en los años 70 del siglo pasado consideraba[1] esa evolución como algo “que permitiese en realidad a toda la nación llevar a cabo su producción total en un plazo de tiempo más reducido, [y] provocaría una revolución, pues pondría fuera de combate a la mayoría de la población”, contraponiendo así la posibilidad de una menor jornada laboral frente a la amenaza de un desempleo tecnológico creciente. Aunque también anotaba estrategias alternativas que podría tomar el capitalismo, con variadas formas de desperdicio y despilfarro, creando nuevas “necesidades” (sobre todo de servicios) en las que seguir subordinando población con el régimen salarial.

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Y así habría sido en efecto. Ya que según la misma fuente de datos para Estados Unidos las actividades del sector privado no manufacturero (fundamentalmente servicios de todo tipo) habrían pasado de ocupar a los trabajadores en 1950 por 55.500 millones de horas, lejos de reducirse como acabamos de ver en las manufacturas[2], a pasar a ocupar nada menos que 185.000 millones de horas en 2020. Más que triplicarse. Esta eclosión se centró en el sector del comercio y en actividades como “finance and insurance, real estate, rental, and leasing, professional and business services, educational services, health care and social assistance, arts, entertainment, recreation, accommodation, and food services” todas ellas, reitero, del sector privado.

 

En su totalidad la economía norteamericana habría pasado de movilizar 100.000 millones de horas en 1950 a 242.000 millones en 2020, más del doble. Sin embargo, en las manufacturas se pasó de ocupar 30.100 millones de horas a solo 23.300 millones (de un 35% del total a apenas un 11% como recojo en el gráfico). Así, con cada vez menos trabajo social necesario para disponer de cada vez más bienes, energía o alimentos pudieron proliferar nuevos usos de un trabajo social potencialmente ocioso. Lo que confirmaría a día de hoy la conclusión[3] a la que ya llegara Ernest Mandel en 1972:

“La peor forma de despilfarro inherente al capitalismo tardío es el del mal uso de las fuerzas productivas materiales y humanas existentes; en lugar de ser usadas para el libre desarrollo de los hombres y las mujeres, son empleadas en forma cada vez más frecuente en la producción de objetos inútiles y dañinos”.

Pues en vez de reducir de forma radical la jornada laboral para todos los ocupados o de proveer de una renta básica a todos los ciudadanos[4], las capacidades productivas sobrantes (de manufacturas, alimentos etc.) se están aplicando en crear necesidades de bienes y -sobre todo- servicios superfluos en los países ricos, al tiempo que se localizan inversiones industriales y de servicios en países de bajos salarios para presionar a los ocupados de aquellos países más ricos para que acepten este orden de cosas y su progresiva precarización.

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Necesidades y servicios que se manejan como mercancías (monetizar se dice ahora en lo digital) cubiertas con trabajo asalariado, siendo así que la enorme expansión del sector servicios en el capitalismo actual resume una contradicción central de nuestro tiempo[5]: “una creciente enajenación y deformación de los trabajadores en su actividad productiva y su esfera de consumo”.

Como se pone de manifiesto, entre otros muchos ejemplos, por la opción del transporte particular con medios propios (automóvil, por ejemplo) frente a las opciones colectivas o en numerosos servicios domésticos, de cuidados, residenciales y de ocio organizados con semejante criterio. O con la provisión privada de necesidades preferentes convertidas en mercancías (sanitarias, educativas, cuidados, dependencia) en lugar de hacerlo como servicios colectivos por fuera del mercado y de cobertura universal[6].

Así las cosas, y cuando la mayor parte del trabajo social y del empleo asalariado se concreta en estos servicios, pasa a ser una cuestión central no solo su carácter privado o público, no solo su cobertura colectiva o privativa, o su creación pura y dura para el mercado… sino si la oleada de automatización que en su día laminó el empleo manufacturero pasará a hacer lo propio con el empleo en los servicios. Y ahora ya no hablamos de un tercio del empleo, sino de más de dos tercios.

De estas amenazas ya tienen noticia autores, traductores, músicos, abogados, actores, docentes, inmobiliarias, bancarios, y un larguísimo etcétera. Una ola que -con la ayuda de la IA y el big data- no parece vaya a dejar indemne ninguna actividad, ahora ya no de las manufacturas sino de los servicios. Algo que nos debiera hacer reconsiderar muy seriamente, una vez más, si la mejor forma que tenemos de aplicar los crecientes excedentes de trabajo humano (a 8 horas diarias y hasta los 70 años) es la que determina la “mano invisible” capitalista como hasta ahora ha venido sucediendo.

Notas:

[1]    Mandel (1979: 203)

[2]    O en las actividades agro alimentarias, que ocupaban 5.900 millones de horas en 1950 y ya solo 2.900 millones en 2020 según la misma fuente de datos.

[3]    Mandel (1979: 213)

[4]    En cuyo caso “...sería difícil comprender por qué las masas, que tendrían asegurado su nivel de vida, habrían de alquilar su fuerza de trabajo a empresas de servicios. Tal panorama, en otras palabras, no tendría nada que ver con el capitalismo” (op. cit. p. 397); el ensayo acaba en su página 567 reclamando una “reducción radical del tiempo de trabajo”.Ver aquí online: https://secretaria.uvigo.gal/uv/web/publicaciones/public/show/378

[5]    Mandel (1979: 393)

[6]    Mandel (1979: 565)

 

Colaborador de Sin Permiso. Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Santiago de Compostela, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Vigo, fue miembro del Consejo Gallego de Estadística, del Consejo Económico y Social de Galicia y del Consello da Cultura Galega. Su último libro es “¿Sociedad de mercado o sociedad decente?” (Universidade de Vigo, 2023).
Fuente:
www.sinpermsio.info, 15-9-24

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