Albino Prada
16/12/2024Al igual que en su día ya hiciera en este semanario, argumentando las numerosas relaciones entre aspectos de mi ensayo “Trabajo y capital en el siglo XXI” (2022) y la propuesta de una Renta Básica, voy resumir aquí algunas de las que también existen entre dicha propuesta y el núcleo argumental de mi último ensayo “Sociedad de mercado o sociedad decente” (2023). Y lo haré con la excusa de la reciente divulgación de este ensayo en abierto en este mes de diciembre de 2024 en la web de la Universidade de Vigo, después de su inicial distribución en formato impreso.
De entrada entiendo que una renta básica universal e incondicional es una propuesta de muy largo alcance en la medida en que abre un espacio para la distribución de la renta nacional al margen del mercado (laboral) y de los precios (salarios directos o indirectos como pensiones o prestaciones por desempleo). Algo perfectamente posible cuando nuestras economías son capaces de cubrir nuestras necesidades materiales (alimentarias, residencia, energía, transporte, etc.) con una quinta parte del trabajo social total movilizado. Para así, de paso, poder elegir mejor el propio trabajo y reducir los intercambios desesperados en el mercado laboral.
Cuando se alcanza esta situación social, en la disyuntiva de emplear el trabajo social ya no necesario para las necesidades básicas en nuevas necesidades de servicios, en despilfarros y obsolescencias programadas, o bien en actividades no remuneradas ni monetizadas (pro-común), la renta básica inclinaría la balanza hacia estas segundas. En beneficio del desarrollo social frente al consumismo. Porque aún hoy (y en las antípodas de los planteamientos neoliberales) una renta básica encajaría con la propuesta de Beveridge de aquel lejano año de 1945, apenas actualizando su “contribuya en lo que pueda” (ahora pro-común y colaborativo), como respaldo a la misma dentro de un nuevo pilar del Estado de Bienestar[1].
Para que así la distribución primaria de la renta (entre rentas salariales y no salariales) pierda peso en favor de la secundaria (impuestos y gasto público) concretada en dicha Renta Básica[2]. Y no necesariamente con un enfoque y ámbito de cada nación o Estado dentro de la Unión Europea, pues sería perfectamente factible implementar un plan piloto para una RB europea con cargo a no más que una duplicación de los recursos presupuestarios de la UE. Eslabón que sería clave para tejer una ciudadanía europea, constituyendo uno de los tres ejes básicos de una tal ciudadanía de los que me ocupo en mi ensayo[3].
Como forma de dar uso decente al excedente económico de nuestras sociedades la renta básica es una propuesta antagónica a la lógica neoliberal, pues encaja como un guante en el criterio del velo de la ignorancia (Rawls) siendo contraproducente para aquellos privilegiados que ya en la actualidad se niegan a financiar (para salud, enseñanza, etc.) la vigente redistribución secundaria de la renta. No solo antagónica a los numerosos neoliberales de derechas (hoy con extremistas como Milei o Musk) sino también a la autodenominada socialdemocracia Beveridge 2.0 que la descarta, al vincular las rentas sociales (pensión pública mínima, pensión voluntaria) a trabajos previos y solo post jubilación, y que por considerarla cara -e incondicionada- se inclinan por un ingreso mínimo[4].
Ya hace veinte años Alex Callinicos en un ensayo crítico con esta tercera vía sostenía que “una renta básica es inconsistente con el funcionamiento de una economía capitalista” pues en su opinión el mercado trabaja siempre contra la igualdad[5]. Con lo que sucederá que o bien la renta básica será demasiado modesta y no univerrsal, y entonces funcionaría como un subsidio a empresarios negreros, o si es suficiente entonces erosionará la subordinación salarial. Pues como bien saben todos los trabajadores la mercancía trabajo no se lleva nada bien con la igualdad.
Bien al contrario, en la medida en que se abra camino a un cuarto sector con trabajos colaborativos y pro común familiar (sin mediación del Estado y sin salarios), y se reconozca que el Estado de Bienestar (sanidad, educación, pensiones, dependencia … ahora también renta básica) es un ámbito global de solidaridad entre desconocidos, estaremos más cerca de la lógica del don que de la del mercado[6].
Una renta básica sería, en este contexto, como un don concedido por el grupo (hoy la sociedad) por labores que no se venden y que otrora suponían un compromiso emocional para igualar labores (sin mercado) y trabajos (salariales). Y así hoy, con instituciones de intercambio donativo (como una Renta Básica pública), ampliaríamos ámbitos sociales sustantivos ajenos al mercado, lo que es un requisito básico para avanzar hacia una sociedad decente[7].
[1] Bauman, Z. (1999): Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Gedisa, Barcelona, p. 77; recientemente Sergi Raventós enfatizaba este necesario “universalismo” ya para los planes piloto de RB.
[2] Arcarons, J.; Raventós, D. y Torrens, Ll. (2018), Un nuevo modelo de financiación de la renta básica, CTXT, nº 197
[3] Prada (2023): Sociedad de mercado y sociedad decente, Universidade de Vigo, p. 237 y 240; Red Europea de Renta Básica (www.basicincome.org)
[4] Shafik (2022): Lo que nos debemos unos a otros, Paidós, excluye una Renta Básica y no considera la posibilidad de una reducción de jornada para una distribución más igualitaria del empleo; reducción que, bien al contrario, favorecería un mayor espacio para el ocio de todos; no como ahora desempleo para unos y subordinación salarial máxima para otros.
[5] En su ensayo “Igualdad”, Siglo XXI, Madrid, 2003
[6] Godbout (1997), “El espíritu del don”, Siglo XXI; algo que Mauss (1924) “Ensayo sobre el don”, (citamos por la edición de Katz, Madrid, 2010) ya hacía al incluir en la lógica del don-hau nuestros sistemas de pensiones.
[7] Hyde (1983: 186 y 428), “El don”, cito por la edición de Sexto Piso, Madrid, 2021