Miguel Salas
14/05/2023Los sindicatos CCOO y UGT han firmado con la CEOE y CEPYME el V Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva (AENC). Su contenido principal es establecer un marco para la negociación de los convenios con un aumento salarial del 4% para el 2023 y el 3% anual para 2024 y 2025. Si la inflación superara esos índices habría una cláusula de revisión de hasta el 1% más. Los aumentos no están garantizados ya que habrá que negociarlos convenio a convenio.
El acuerdo se ha saludado como excepcional, un ejemplo a seguir y un modelo de concertación. Desde la patronal y la mayoría del gobierno se ha hecho especial hincapié en lo que representa de paz social para los próximos años. Demasiados halagos para un contenido, como mínimo, discutible. Veamos los datos. En 2021, los salarios perdieron un 1,5% comparados con el IPC; en 2022 esa pérdida alcanzó el 5,6%. No hay ninguna recuperación de ese retroceso en las economías de las familias trabajadoras como tampoco una redistribución de rentas. Porque mientras los salarios han tenido una evolución descendente, los beneficios empresariales casi se duplicaron en el año 2022, y no hace falta entrar en detalles ofensivos sobre los escandalosos beneficios de la banca o las eléctricas.
Los datos son precisos: los salarios están perdiendo poder adquisitivo y lo acordado está lejos de lo necesario. Los mismos sindicatos habían planteado una negociación en la que se proponía un aumento del 5% para el 2022, un 4,5% para 2023 y un 3,75% para 2024, en total superior en más de 3 puntos a lo acordado. Porque el IPC del mes de abril, un 4,1%, ya supera lo firmado y eso sin tener en cuenta el 15% de aumento de los precios básicos de la cesta de la compra. Lo dicho, no parece que merezca tantos halagos.
No solo salarios
Lo firmado incluye también otros aspectos relevantes, especialmente los relativos al absentismo laboral y a los planes de pensiones. Sobre le primer aspecto se lee: “las Organizaciones signatarias instamos a las administraciones con competencias en la materia a desarrollar convenios con dichas Mutuas, encaminados a realizar pruebas diagnósticas y tratamientos terapéuticos y rehabilitadores en procesos de IT por contingencias comunes de origen traumatológico”. La alambicada redacción no impide ver que se acepta una mayor implicación de las Mutuas privadas en el control y tratamiento de las causas de absentismo, básicamente producidas por enfermades y/o accidentes. En un momento en el que las derechas y las patronales apuestan por debilitar la sanidad pública no debería ser de recibo que el movimiento sindical acepte que las Mutuas privadas tengan un mayor peso.
Es parecido respecto a los planes de pensiones. Dice el acuerdo: “Por ello, planteamos fomentar en los convenios colectivos los Planes de Pensiones de Empleo, en su caso, a través de Entidades de Previsión Social Empresarial (EPSE), como medida de ahorro a largo plazo de carácter finalista y de complemento de las pensiones públicas”. La mejora de las pensiones es una reivindicación ampliamente reconocida pero lo que se necesitaría es que las pensiones públicas respondieran a esa necesidad, no que el movimiento sindical aceptara planes de pensiones privados.
El acuerdo incorpora otros aspectos o recomendaciones sobre planes de igualdad, desconexión digital después de la jornada laboral o introducción de la inteligencia artificial en las empresas.
Paz social y mal menor
El 1 de Mayo los dirigentes sindicales amenazaron con movilizaciones si la patronal no negociaba. Pocos días después llegaba el acuerdo. Si lo firmado respondiera a las necesidades de las clases trabajadoras se podría decir que las amenazas habrían obligado a ceder a la patronal. Sin embargo, las numerosas declaraciones de la patronal sobre la garantía para la paz social indican que ese ha sido el factor determinante para el acuerdo.
Cuando los negocios van bien (evidentemente no para todos) los capitalistas apuestan por la paz social para que sigan yendo mejor. Saben también que existe un repunte huelguístico y que en los convenios donde ha habido lucha los resultados han sido bastante buenos para los trabajadores y trabajadoras. No es cierto que no hay otro camino, puede ser difícil y complicado, pero lo hay, es el de las numerosas huelgas de los meses anteriores. Donde ha habido lucha ha tenido resultados. Ceder a la primera de cambio, sin probar la organización de la movilización, suele dar magros resultados.
En el debate sobre cuál debería ser el camino para responder a las necesidades de las clases trabajadoras y la transformación social siempre aparece el argumento del mal menor: “mejor esto que nada”, “no se puede hacer más” o “mejor esto que jugárselo a la lucha y la movilización”. Pero el mal menor ni siquiera garantiza lo acordado. Habrá que ganarlo presionando y luchando convenio a convenio. El mal menor no puede evitar el aumento de la inflación o el de las hipotecas. La política del mal menor no genera conciencia ni organización, como máximo calma el dolor sin curar la enfermedad.
En política, como en sindicalismo, lo decisivo es plantear cuales son las propuestas y los medios para realizarlas. Ceñirse solo a lo posible, a lo inmediato, sin que haya lucha y tensión de las fuerzas sociales suele llevar a concesiones. El revolucionario italiano Antonio Gramsci respondió así a ese dilema: “El concepto de mal menor es uno de los más relativos. Enfrentados a un peligro mayor que el que antes era mayor, hay siempre un mal que es todavía menor, aunque sea mayor que el que antes era menor. Todo mal mayor se hace menor en relación con otro que es aún mayor, y así hasta el infinito. No se trata, pues, de otra cosa que de la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento regresivo, cuya evolución está dirigida por una fuerza eficiente, mientras que la fuerza antitética está resuelta a capitular progresivamente, a trechos cortos, y no de golpe, lo que contribuiría, por efecto psicológico condensado, a dar a luz a una fuerza contracorriente activa o, si ésta ya existiese, a reforzarla”.
No es un juego de palabras sino el reflejo de que la política del mal menor, y sobre todo sin lucha, solo lleva a la aceptación de un marco o unas decisiones que acaban imponiéndose sobre los más desfavorecidos. Lo que deberíamos plantearnos es como hacer posible lo necesario, qué propuestas y qué medios son los necesarios para no retroceder sino, al contrario, avanzar y dar respuesta a las necesidades de las clases trabajadoras. Hay que mirar la realidad cara a cara, porque mientras aumentan extraordinariamente los beneficios empresariales crece la desigualdad social y parece que poner cataplasmas sea lo único que se puede hacer.