“Pi i Margall entendió que, frente a la extrema derecha, hay que ejercer una política revolucionaria” (entrevista con Jaume Montés y Xavier Granell)

Jaume Montés

Xavier Granell

27/12/2024

Fuente: Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona, 12-4-1936. Inauguración del Monumento a Pi i Margall costeado por suscripción popular en el Paseo de Gracia de Barcelona durante las Fiestas de la República celebradas en abril de 1936. El acto de homenaje fue inaugurado por el presidente Lluís Companys.

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A doscientos años del nacimiento de Francesc Pi i Margall, las editoriales Tigre de Paper i Ajuntament de Barcelona han publicado una trabajada antología con el título de L’hidra del federalisme. Esta recoge todo tipo de artículos, discursos y cartas del dirigente republicano más importante de la península ibérica, según argumentan los investigadores, por la Universidad de Barcelona y el Instituto Universitario Europeo de Florencia respectivamente, Jaume Montés y Xavier Granell, autores de un completo estudio introductorio que nos presenta al que fuera presidente de la Primera República como un revolucionario reflexivo, de talla europea, pero ferozmente comprometido con la acción. Como explican Montés y Granell, su oposición a las guerras imperialistas de finales del siglo XIX -en la brutal Europa de Bismarck y Napoleón Bonaparte III- contribuyó decisivamente a reactualizar el republicanismo popular como una opción a la ofensiva. Una contribución importante ya que es la única obra -junto con la publicación de Gerardo Pisarello, Una utopía republicana: los legados de Pi y Margall (La Oveja Roja, 2024)- que ha aparecido en el panorama editorial para reivindicar con rigor al tronco común de las izquierdas -o, como lo señaló el historiador Xavier Domènech, al compartido árbol de las libertades-. Jaume Montés y Xavier Granell, como militantes del grupo de historiadores de Debats pel Demà y jóvenes promesas de las nuevas tendencias de la historiografía republicana, han puesto con esta antología un cimiento fundamental en la recuperación del pensamiento revolucionario del republicanismo plurinacional. La entrevista la condujo Albert Portillo para Diario Red.

Albert Portillo: Teniendo en cuenta que la mayoría de republicanos revolucionarios europeos de finales del siglo XIX son principalmente hombres de acción, como Blanqui, Garibaldi, Mazzini, ¿creéis que se puede considerar a Pi i Margall como el más importante, y quizás el único, pensador de talla europea de todo el republicanismo?

Xavier Granell: Sí, por lo que refiere a las diferentes ramas del pensamiento y de la acción política que están en discusión en ese momento, Pi es el más sofisticado intelectualmente. Pi escribe sobre la construcción de los estados liberales, sobre la soberanía nacional y la soberanía popular, sobre los derechos individuales, sobre los conflictos entre capital y trabajo, sobre asociacionismo obrero, etc. Es decir, no es un tema solo del que trata, sino que escribe mucho y muy bien sobre muchas de las cosas que se están sucediendo en su realidad social (europea, pero también global). Los tres nombres que mencionas también son diferentes entre sí. Blanqui y Garibaldi son evidentemente hombres de acción: Garibaldi sería como el héroe revolucionario global, el Che Guevara del siglo XIX. Mazzini, que también es un hombre de acción con las sociedades secretas (por ejemplo, con la creación de la Joven Italia que después se replicará en muchos países europeos), también es muy influyente a nivel intelectual. Son muy influyentes su idea de nación y la propuesta de una federación europea que, aunque no la invente él, sí que ayuda a difundirla entre radicales de toda Europa. En el caso de Pi, él no escribe únicamente sobre un tema, sino que al nivel de pensamiento que mencionas (especialmente en el último tercio del siglo XIX), será de los republicanos más sofisticados que hay.

Jaume Montés: Estoy completamente de acuerdo. De todos modos, también existe el mito de que Pi no era un hombre de acción sino, simplemente, un intelectual, un “hombre de hielo”, pausado, reflexivo. Este mito trataría de oponer la figura de Pi a las de otros republicanos de su tiempo, como Sixto Cámara, durante el reinado isabelino, o Ruiz Zorrilla, en el caso de la Restauración, que supuestamente representarían a los verdaderos hombres de acción, los que están haciendo constantemente intentonas revolucionarias, pronunciamientos, etc. Nosotros, en el estudio en introductorio, hemos tratado de poner sobre la mesa las dos perspectivas y explicar, en efecto, que Pi es un revolucionario de la reflexión, pero que también es un revolucionario de la acción: por ejemplo, durante la revolución de 1854, en Madrid, recorre las diferentes barricadas y participa en las juntas; después del Bienio, pasa a la clandestinidad y milita en el movimiento carbonario; se exilia en París entre 1866 y 1869; tiene, como se sabe, un papel político activo durante el Sexenio y la Primera República; etc. Sin duda, Pi es el principal pensador político peninsular que hemos tenido, al menos durante el siglo XIX, y a la vez fue un revolucionario.

Fuente: La Humanitat, periódico de Esquerra Republicana de Catalunya, 14-4-1936. La editorial “Bajo las banderas de abril” reivindicaba el legado de Pi con la victoria del Frente Popular en febrero del 36.

A. En estos términos filosóficos, Pi es el gran exponente de un racionalismo humanista en las antípodas del pensamiento teológico de la extrema derecha absolutista de su momento, el carlismo. ¿Qué tiene de vigente su pensamiento en momentos que, como el actual, se caracterizan por el auge de las ideas autoritarias, irracionales y patriarcales?

J. M.: Pi es un gran exponente del racionalismo humanista, algo que, además, es muy propio de la tradición republicana plebeya: la idea de que hay que oponerse a todo tipo de interferencia arbitraria de poderes ajenos a los instituidos por los propios ciudadanos. Pi expresa esto ya desde sus primeras obras de juventud, en Historia de la pintura en España, que es la primera obra que le censuran (antes incluso de su célebre La reacción y la revolución). Allí, Pi hace un análisis muy parecido al del Maquiavelo republicano de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en el que se critica, básicamente, las doctrinas de la Iglesia cristiana y cómo estas contribuyeron a derrotar el ideal de la libertad republicana en el mundo antiguo. En este sentido, la crítica al irracionalismo típico de extrema derecha es uno de los núcleos del republicanismo.

En cuanto a la vigencia del pensamiento de Pi en la actualidad, diría tres grandes cosas. Primero, que en Pi hay una defensa acérrima de la buena ciencia de carácter universalista. Como muchos otros, Pi sintió fascinación por todos los avances científicos que se produjeron en el siglo XIX: la perfección de la mecánica newtoniana, la aparición de la química de Lavoisier y del electromagnetismo de Oersted, etc. Segundo, que defendió una concepción social de la democracia, esto es, la idea, típicamente republicana, de que no hay libertad política sin acceso a recursos materiales. Y, por último, sostuvo contra viento y marea que existe un espacio de autonomía individual que es irreductible, es decir, que hay derechos que no pueden tocarse, lo cual constituyó (y constituye aún) un vector de transformación política muy potente. A nuestro parecer, estos tres aspectos dejan entrever un legado muy claro contra todo tipo de pensamiento conservador y de extrema derecha, desde el siglo XIX hasta nuestros días.

X. G.: Es verdad que hay una parte de la reivindicación que se hace de Pi en el siglo XX que, a veces, es espasmódica o retórica, pero luego hay una reivindicación de Pi que reactualiza su figura y, a la vez, el contenido del republicanismo popular a la ofensiva. Por ejemplo, con la oposición a la guerra. Pienso en el caso de la guerra del Rif en los años 20, en la necesidad de una reforma agraria o para sostener que hace falta constituir una federación republicana. También se reivindicó a Pi desde proyectos nacionales alternativos al español, como es el caso del catalán y también del andaluz. Porque Pi es capaz de plantear una contradicción que, en términos de pensamiento político, abarca muchas otras contradicciones. Lo explica Xavi Domènech en el epílogo del libro cuando dice que para Pi la contradicción principal es entre poder y libertad. Una contradicción en la que caben muchas otras, como son la contradicción entre monarquía y república, entre capital y trabajo, entre patriarcado y feminismo, etc.

Lo mejor de la tradición republicana, democrática y socialista de la que Pi forma parte es que nunca se contenta con oponerse, por ejemplo, al doctrinarismo o al reaccionarismo, al liberalismo hegemónico, al carlismo de ayer o a la extrema derecha de hoy, sino que entendió que precisamente para no ir a peor no había otra opción que ejercer una práctica política revolucionaria. Eso en Pi se ve claramente hasta cuando tiene posiciones políticas muy minoritarias con las tendencias hegemónicas de la sociedad de su momento, como en la oposición a la guerra en Cuba en los años 90, porque para él la única vía para la paz es acabar con la guerra sobre la base del reconocimiento de la independencia. Dejarse arrastrar por la corriente, entendió Pi en ese caso, sólo conduce a una situación peor.

Fuente: “La República es la paz”, La Campana de Gràcia, 16 de febrero de 1873.

A. En la antología se observa un Pi crítico con el progresismo del siglo XIX, por ejemplo, cuando retruena: “Es indudablemente una herejía política pretender que en España no se diferencian esencialmente progresistas y demócratas: una seria herejía aún mayor suponer que es posible una fusión entre los unos y los otros. La fusión en España no es posible sino entre progresistas y conservadores” (Carta enviada a El Tribuno, 4-11-1854). ¿A qué se deben estas críticas de Pi al progresismo?

X. G.: Cuando Pi escribe eso, en noviembre de 1854, lo escribe después de la revolución de julio de 1854. La Revolución de 1854 aúpa a Baldomero Espartero a la presidencia del Consejo de Ministros después de una importante movilización. Espartero aún mantenía una popularidad muy grande entre las clases bajas, principalmente por el papel que había tenido como militar en la Primera Guerra Carlista. Entonces, una parte de los sectores radicales vieron en Espartero la posibilidad de que impulsara un programa democrático. ¿Y qué implicaba un programa democrático? La abolición de las quintas, reducir el Ejército, armar al pueblo, garantizar los derechos individuales, subordinar la corona a la soberanía nacional, etc. Inicialmente parecía que podía ser así. De hecho, se establecieron relaciones entre las organizaciones del movimiento obrero y el Gobierno de Baldomero Espartero. Lo que pasa es que rápidamente dejó de ser así, y la prueba es que en 1855 se produce la primera huelga general de la historia de España. Antes, durante y después de 1854, Pi está muy vinculado con sectores del movimiento obrero. Colaboró con el periódico El Eco de la Clase Obrera que funda el tipógrafo Ramón Simó y Badía (con quien tiene una estrecha relación) y participa en la exposición escrita de los reclamos que presentan los trabajadores a las Cortes Constituyentes.

Esta colaboración entre dirigentes del republicanismo y movimiento obrero no fue un caso aislado. A partir de los años 1850, la diferencia entre ser demócrata y ser obrero no está tan clara, es decir, los obreros básicamente militaban en el Partido Democrático. Lo que Pi pone de relieve muy tempranamente, en noviembre de 1854, es que la democracia tiene un recorrido propio, vinculado básicamente a las luchas obreras, agrarias y a la libertad política, y que el programa democrático nunca lo va a impulsar el progresismo porque el progresismo a la hora de la verdad siempre se va a decantar por buscar el pacto con la monarquía y los conservadores. Es verdad que el progresismo, a veces, pacta con los conservadores, aunque también lo hace con los demócratas. La de Pi es, en definitiva, una postura que va adelantada respecto a muchos demócratas que se opondrán al progresismo después del bienio de 1854-1856 cuando se vea que el progresismo y el Gobierno de Espartero no ha impulsado las reformas: no reconoce la legalidad de las sociedades obreras, no impulsa los jurados mixtos, no reconoce el sufragio universal masculino, etc. Pi venía con una desconfianza labrada de casa, por decirlo así.

Pero el progresismo comparte con los demócratas que están excluidos del Estado moderado (conservador), es decir, que desde los años 1840 hasta el 1854 quien ocupa los cargos institucionales y quien tiene el poder es el liberalismo moderado. De hecho, progresistas y demócratas comparten espacios de sociabilidad popular como son las milicias. Entonces no está tan clara la separación entre progresismo y demócratas en una buena parte de estos años.

J. M.: También hay que decir que, en esa misma época, Pi escribió su primera gran obra política, La reacción y la revolución, y es entonces cuando comienza a construir su lectura de lo que había sido la revolución liberal española. Durante los años treinta, el liberalismo español realmente existente, tanto en su vertiente moderada como en su vertiente progresista, había renunciado a gran parte de los principios originales del liberalismo gaditano. En particular, el progresismo pasó a defender principios que hasta entonces había considerado heréticos, como el bicameralismo, la concesión de amplios poderes para la monarquía y una concepción muy estrecha de la soberanía nacional. Por tanto, esta crítica del progresismo también se enmarca en una lectura un poco más amplia de lo que había sido la revolución liberal española y, en especial, de sus déficits democráticos. Además, Pi era todo un realpolitiker y sabía cuándo tenía que defender determinadas posiciones, en esta situación específica, al tratar de distanciar, tanto ideológica como orgánicamente, al conjunto del Partido Democrático del progresismo. Pero hubo otras veces donde defendió la unidad programática dentro de su propio partido, como fue el caso, en los años sesenta, de la “Declaración de los Treinta”, que pretendía solucionarlas tensiones crecientes entre socialistas e individualistas. Pese a lo que muchas veces se ha dicho, Pi no era intransigente ni doctrinario, sino que sabía negociar a la interna, así como moverse bastante bien en contextos políticos complejos.

A. Una de las características más llamativas del republicanismo de Pi es su ferviente antiimperialismo. El historiador Manuel Revuelta llegó a compararlo con Fanon y, en los años treinta del siglo pasado, los comunistas del Bloque Obrero y Campesino lo tenían como precursor de Lenin. ¿Qué aportó Pi a la teoría antiimperialista?

X. G.: La postura antiimperialista de Pi no era retórica fruto de sólo escribir artículos de prensa, sino que ejemplifica los intensos vínculos de solidaridad y de apoyo entre revolucionarios metropolitanos e independentistas o reformistas de las colonias, quienes en muchos casos son igualmente reprimidos por las autoridades del imperio. En el caso de Pi, esta solidaridad se concretaba en una denuncia de la barbarie que se producía en nombre de la civilización y en nombre de la superioridad racial. Y no es una cosa menor denunciarlo en esos años, puesto que los lenguajes civilizatorios no eran en absoluto exclusivos únicamente de conservadores y de liberales moderados. Lo que Pi puso en evidencia es que la violencia no residía en la respuesta de los oprimidos, sino que se producía precisamente por las relaciones de dominación imperiales y coloniales.

Además, a finales de siglo, cuando en torno a la guerra en Cuba y en Filipinas se despliega todo el discurso nacionalista marcadamente belicista, Pi, quien había defendido que las colonias debían ser Estados que formaran parte de la futura federación republicana, pasa a defender públicamente que lo que se debe hacer es negociar con los insurrectos sobre la base de la independencia. La independencia es la única manera de traer la paz, que es su propósito al reconocer la independencia en este caso de Cuba, de Puerto Rico y de Filipinas.

 

Fuente: Folleto del militante comunista del Bloc Obrer i Camperol Jordi Arquer: De Pi i Margall al comunisme, Barcelona, Edicions L’Hora, 1931 (Fons Pavelló de la República, Universidad de Barcelona).

 

A. En una Europa desencadenando continuas guerras imperiales: como la de Vietnam (1858), Marruecos (1859), la invasión de México (1862), las guerras de Cuba (1868-1878 y 1895-1898), y remodelaciones imperialistas como la de África en la Conferencia de Berlín (1884), ¿cuál es el legado de Pi contra las guerras de agresión y conquista? ¿Cuáles son las aportaciones militantes y teóricas de Pi i Margall a la lucha contra la esclavocracia involucrada en estos conflictos?

J. M.: Como ha dicho Xavi, la trabazón de solidaridades internacionales explica, en buena medida, el proyecto antiimperial pimargalliano. El primer latinoamericano que Pi conoció fue José María Lafragua, un personaje muy interesante (ministro bajo el gobierno de Benito Juárez y director de la Biblioteca Nacional de México) que, a finales de la década de 1850, fue enviado a España para intentar resolver un conflicto diplomático entre nuestro país y México. De hecho, esta creciente hostilidad, junto con la suspensión de pagos de la deuda externa decretada por Juárez, fue una de las razones por las que España se alió con la Francia de Napoleón III y Reino Unido para invadir México, algo que Pi criticó con dureza. Además, nuestro republicano también entabló relaciones con filipinos de renombre, como el héroe nacional José Rizal, o dirigentes cubanos, como Calixto García y, probablemente, José Martí. Así pues, el establecimiento de redes de solidaridad entre grupos radicales del imperio español es un factor fundamental para aproximarnos al pacifismo de Pi y otros republicanos.

En relación con la segunda parte de tu pregunta, el vínculo entre antiesclavismo y republicanismo federal democrático es evidente. Tan solo hay que recordar que la primera abolición de la esclavitud que se produjo en las colonias españolas, la de Puerto Rico, tuvo lugar durante la Primera República, si bien era un proyecto que ya venía del último gobierno amadeísta y que obligaba a compensar económicamente a los esclavistas. Sin embargo, lo interesante es que, durante el año 1873 y, sobre todo, bajo la presidencia de Pi, se promovieron distintos proyectos de abolición de la esclavitud en Cuba, cuya importancia política y económica habría sido brutal: recordemos que, a la altura de 1873, el 25 % de la población cubana era esclava; estamos hablando, aproximadamente, de 360000 personas, que representaban el 80 % de la población que se dedicaba al sector agrario.

X. G.: Pi es presidente de la República entre junio y julio de 1873. En la formación de su  segundo gobierno, Pi nombra como ministro de ultramar a Francesc Sunyer i Capdevila, quien era un conocido revolucionario catalán, marcadamente anticlerical, muy criticado por los sectores más moderados porque sabían de su radicalismo y de la importancia de esa cartera ministerial. Sunyer i Capdevila intenta materializar que las colonias dejen de ser colonias y pasen a ser Estados miembros de la Federación. ¿Cómo hace eso? La Constitución que está vigente aún en ese momento es la del 1869, entonces lo que hace es tratar de extender los derechos que se reconocen en el Título I de la Constitución a las colonias de Cuba y Puerto Rico (y no únicamente a la metrópoli, como hasta entonces), con dos proyectos de ley. En el caso de Puerto Rico, el proyecto de ley se aplica. En el caso de Cuba, Emilio Castelar suspende las Cortes en septiembre de 1873 cuando el proyecto aún estaba en fase de enmiendas. El proyecto, por tanto, no se llega a materializar, pero lo que se proponía era, de facto, la abolición de la esclavitud en Cuba, puesto que al reconocerse los derechos de ciudadanía a los habitante de la isla (en el occidente no insurrecto, concretamente), se estaba atacando directamente a los propietarios de esclavos.

A. Los doscientos años de Pi coinciden con los doscientos años de la batalla de Ayacucho, Pi pensaba de muchas maneras el federalismo, una de ellas a nivel internacional y geopolítica. ¿A nivel geopolítico, en qué consistía el federalismo europeo de Pi? ¿Se puede encontrar alguna similitud con el latinoamericanismo antiimperialista de Bolívar?

J. M.: Cabe decir que el proyecto federal pimargalliano no era solo español y europeo. Era, efectivamente, un proyecto federal español y europeo, pero también era ibérico y, de forma más destacada, iberoamericano y universalista. A nivel más general, Pi milita a favor de la idea clásica de la república cosmopolita universal, que constituye uno de los grandes puntales de la Ilustración: la reactualización, en su sentido más emancipador, de la idea de fraternidad republicana, de la necesidad de generalizar relaciones libres de dependencia entre humanos y entre naciones. Así pues, Pi era partidario del establecimiento de una confederación ibérica; también de unos Estados Unidos de Europa democráticos -ya que, si bien la idea de una Europa unida ya existía desde principios del XIX, los republicanos fueron los primeros en defender una federación europea democrática-; y, por último, de la unidad de la humanidad.

No obstante, lo interesante, por ser menos conocido, es la defensa que Pi hizo, junto con otros republicanos, de una suerte de confederación de la “raza latina”, es decir, del establecimiento de relaciones políticas y comerciales en pie de igualdad entre España y Portugal y sus antiguas colonias. Es verdad que, para ello, Pi utilizó un concepto con resonancias imperiales, el de “raza latina”, pero hoy en día sabemos que este constituye un precedente de otro más célebre: el de “América Latina”. Además, esta confederación de la raza latina se oponía a las pretensiones imperiales de la “raza anglosajona”, en otras palabras, la injerencia política y económica de unos Estados Unidos que, a partir de los años cincuenta, basaron su política exterior en la Doctrina Monroe, sintetizada en la expresión “América para los americanos”. Se dice muchas veces que el modelo federal de los Estados Unidos influyó muchísimo en nuestro republicanismo español. Es verdad. Y también es cierto que uno de los pocos países que reconocerían internacionalmente desde el principio a la Primera República fueron los Estados Unidos. Pero la defensa de una confederación iberoamericana dibuja, en la obra de Pi, una contraposición muy interesante entre, de un lado, la fascinación por el modelo federal estadounidense y, al mismo tiempo, la posibilidad de criticar vigorosamente la política exterior de dicho de país en relación con el resto del continente.

A. Por último, respecto al feminismo, señaláis que, en esta época, en Pi y en el republicanismo federal se produce una evolución. ¿Creéis que ello significa un acercamiento del movimiento republicano, y de Pi, al feminismo?

J. M.: Hay que decir que ya durante el Sexenio Democrático, se produce una movilización masiva de las mujeres, con una activa presencia en el espacio público. Sin embargo, en aquella época, Pi todavía defendía la clásica tesis de la domesticidad, es decir, que solo los hombres podían participar políticamente y que a las mujeres, por el contrario, les correspondía residir en el ámbito privado, donde debían desempeñar una función muy concreta: la educación de ciudadanos virtuosos, de futuros republicanos. A partir de los años ochenta, no obstante, crece toda una corriente de opinión dentro del Partido Republicano Federal a favor de que las mujeres participen en política y que, además, militen por la causa de la República Federal. Quien mejor representa esta evolución fue Pablo Correa y Zafrilla, un republicano federal de segunda fila, amigo de Pi, que criticó ferozmente la tesis de la domesticidad. Puede que ello influyese mucho en Pi i Margall, ya que a partir de esta época podemos encontrar muchos textos en los que afirmará taxativamente que, del mismo modo que una mujer (la regente María Cristina) ejerce la jefatura del ejército, elige al gobierno y dirige la política del Reino, entonces cualquier mujer debe poder ser candidata en unas elecciones, votar y, en definitiva, participar en política.

X. G.: De hecho, las mujeres están igual de presentes en la vida política del partido, no en los puestos de mando, no en los órganos de dirección del Partido Democrático y del Partido Republicano, pero formaban parte de la vida social y la acción colectiva. Formaron clubs de mujeres, militaron en las filas federales e internacionalistas y participaron de las huelgas de las décadas de 1860 y 1870. De hecho, hubo importantes protestas contra el reclutamiento obligatorio (las quintas) y contra la esclavitud, que estuvieron abiertamente protagonizadas por mujeres (en muchos casos madres o hermanas de los quintos que se reclutaban). En este sentido, formaban parte de la misma realidad social y agitación política.

es miembro de Debats pel Demà y doctorando en Sociología por la Universidad de Barcelona. Su tesis doctoral pretende indagar en una historia de los conceptos del federalismo español del siglo XIX, prestando especial atención a la figura de Francisco Pi y Margall.
Doctorando en historia contemporánea por el European University Institute de Florencia donde desarrolla una tesis titulada "Empire in Revolution. Republican Politics in Global Spain (1868-1878)".
Fuente:
Diario Red, 23/12/24 https://www.diario.red/articulo/cultura/jaume-montes-xavier-granell-pi-i-margall-entendio-que-frente-extrema-derecha-que-ejercer-politica-revolucionaria/20241222200110040311.html

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