México: Poner el acento. Crónicas (entre lo alto y lo bajo) de “La lucha continúa”

Carlos Alberto Ríos Gordillo

10/01/2020

1. Lo distinguí a la distancia: ahí estaba, al fondo de la terraza del museo El Estanquillo. A pesar de haber deambulado por la zona durante años, nunca había trepado tan alto. La terraza ofrecía una magnífica vista del templo de la Profesa (san Felipe Neri), y del edificio de la aseguradora La Mexicana, donde estuvo el célebre café de La Concordia y hoy se alberga la tienda Zara. Desde la terraza, el paisaje sabatino de las calles Isabel la Católica y Avenida Madero es una invitación a los turistas ansiosos de retratarse desde las alturas.

― “A ver si no te caes, güey”, le dice un amigo a otro que se asoma.

― “Tómame una foto aquí”, dice una de las visitantes al museo, “pero que se vean las estatuas de los angelitos, para que salga más guapa”.

 2. Sí, ahí estaba mi buen amigo, a quien había visto en Guadalajara hacía poco menos de dos meses. Autografiaba el libro del cual me había enseñado el índice y platicado todo el argumento. La gente se arremolinaba en torno al joven autor, mientras otros capturaban fotografías suyas o de los presentadores: John M. Ackerman, Héctor Díaz Polanco y Pedro Miguel (quien llegó más tarde).

Por la invitación que había circulado en los medios, me percaté que el título había cambiado, mas no así la portada. La lucha continúa es el título del libro más reciente de Jorge Gómez Naredo, publicado por ediciones Lince, con un prólogo de J. Ackerman. “Un relato elocuente, riguroso y esclarecedor de los acontecimientos políticos recientes para entender mejor de dónde viene y hacia dónde camina el sistema político mexicano”, según escribió, añadiendo: “Nos explica cómo llegamos adonde estamos y nos proporciona luces claras con respecto de hacia dónde caminar en el futuro”. De acuerdo con el prólogo, el libro trata de la historia contemporánea del país, contada entre la crónica periodística y el ensayo académico, por quien ha transitado en ambos senderos y sabe que en la escritura de la historia se encierra la clave de la comprensión de nuestra circunstancia en el presente.

 En definitiva, es el libro de un historiador, pero 15 años atrás, pocos, muy pocos, podrían suponerlo. Al asomarme desde la terraza hacia las calles de abajo, me surgió una evocación a esos años, cuando se incubó la génesis de esta crónica.

3. “¿Cuál es su proyecto de investigación?”, preguntó con tono marcial la profesora del taller de metodología. “Los músicos en la catedral de Guadalajara durante el siglo XVIII”, respondió Jorge. Ese es el primer recuerdo que tengo de él, en la primera clase de la maestría en historia, en enero del año 2005. En ese entonces, estaba lejos de suponer que ese tipo de gafas, cabello negro, largo y rizado, tímido y con el hablado del Occidente de México, se convertiría en el mejor estudiante de mi generación. Y en uno de mis mejores amigos.    

 Conforme avanzaron las clases, aprendimos a sobrevivir en el ambiente del posgrado. La pedagogía de la excelencia académica fue incubada desde arriba y reproducida hábilmente entre los de abajo: cada uno buscaba demostrar por qué había sido aceptado en un posgrado de excelencia, por qué era digno de una beca, por qué era mejor que los demás. La sobrecarga de trabajo sólo era superada por la competencia entre nosotros; el estrés en aumento era señal de entrega absoluta; el desvelo, su consecuencia. La arrogancia sustituía las convicciones, la competencia eliminaba la solidaridad, el espíritu de duda cedía el paso ante la soberbia, mientras que la inteligencia se rendía ante el dato bien memorizado y mejor presentado, y la crítica se esfumaba ante lo políticamente correcto, la bibliografía canónica, lo aceptado por el sentido común historiográfico. No obstante, pese a todo, era la UAM y había manera de escaparse de esta atmósfera.

 

― “¿Es cierto que Veracruz los produce y Jalisco los consume?”, comenzaban las exploraciones burlonas…

― “Y esa sudadera de la UDG, ¿es de la Unión de Ganaderos?”, avanzaban las dudas inquisitivas…

 Así que nuestra amistad floreció y viajamos a congresos en Morelia y Puebla (donde él aprovechó para ver a Alejandra, quien por entonces estudiaba en la ciudad del general Zaragoza) e, incluso, con algunos compañeros impulsamos varios proyectos: un encuentro nacional para estudiantes de posgrado en historia, una jornada sobre la elección presidencial del año 2006. En uno de ellos, asistió el periodista Jaime Avilés, cuya columna, “Desfiladero”, leíamos todos los sábados en La Jornada. Fue ahí donde lo conocimos.

 Con Jorge compartíamos lecturas, hábitos de estudio y una pasión por el debate político, pero, a diferencia de mí, él escribía con regularidad en El Occidental, un periódico de Guadalajara, y después lo hizo en La Jornada de Jalisco, en esa época de expansión del diario. Además de escribir, fundó una revista de breve existencia, llamada Extensión, en la cual escribí un artículo por invitación suya. Cuando fundó (con César Huerta) el portal Polemón. Semanario mensual que sale todos los días… a veces, Jorge traía encima la experiencia de haber sido editor y escritor, cualidades que apreciaba el director fundador, Jaime Avilés, quien estaba en busca de un nuevo proyecto y un nuevo equipo. Y los encontró en Polemón, Jorge y César. Así nació una especie de fraternidad para lograr un cambio democrático, que ellos asimilaban con el proyecto de López Obrador. Los polemones estaban listos para vivir la aventura.

4. Mientras avanzábamos con los estudios de maestría, la capital del país aceleraba su temperatura. El jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, se había rebelado contra un mandato judicial que le obligaba a indemnizar a un particular con recursos públicos. El asunto escaló de manera vertiginosa hasta alcanzar las dimensiones de una crisis política. El 7 de abril de 2005, López Obrador se había presentado ante el pleno del Congreso de la Unión, para defenderse de un proceso que sabía imposible de ganar. En el juicio conocido como ‘el desafuero’, los diputados le retiraron el fuero parlamentario para que fuese juzgado por los cargos federales que se le imputaban.

 La respuesta popular ante el autoritarismo del régimen y el carácter vengativo del gobierno de Fox, fue mayúscula. Era evidente que se trataba de una artimaña para cerrarle el paso en el camino a la presidencia, cuando era el candidato mejor posicionado de entre todos los demás. Hastiada, la sociedad civil se movilizó contra el autoritarismo del desafuero. El 24 de abril, un millón doscientas mil personas marcharon del Auditorio Nacional al Zócalo, desmintiendo la supuesta transición democrática comenzada el 1 de julio de 2000, al exigir el cambio que la derecha había convertido en slogan. En el mitin político, López Obrador saludó a quienes ahí se arremolinaban: “Los quiero, desaforadamente”.

 Apoteósica, la aclamación fue el termómetro de la química que existía entre el líder político y la multitud. Él la había descifrado y ésta lo había acogido con fervor. La cercanía permitía observarlo e intimar con él; transgredir la distancia elitista de la clase política era el acto de hacerlo suyo. En este país, carisma es república. Desde entonces, el prodigio aconteció una y otra vez. Durante años, el líder social y las multitudes tejieron vínculos de dependencia a través del extraordinario carisma del hombre sencillo y honesto que luchaba por los pobres, y de la legitimidad que generaba entre ellos. El mesianismo de quien predicaba la necesidad de echar por tierra el orden establecido y edificar uno nuevo, permitía vislumbrar el fondo de sus creencias políticas y religiosas, al tiempo que se convertía en el horizonte de expectativa para millones. Su palabra, coloquial y normativa; sus discursos amenos y emotivos, serían homilías laicas que alimentaban su prestigio, la fidelidad de sus adeptos y la legitimidad de su causa. Su templanza, disciplina y voluntad de acero, habían hecho posible que el modo personal se convirtiera en política de gobierno: “Primero los pobres”, “La ciudad de la esperanza”. Este contrato político, labrado en las calles y bajo la lógica de la protesta social, sería indispensable para el camino hacia adelante.

5. Al año siguiente, en 2006 el escenario se complicó aún más: los zapatistas y el Subcomandante Zero (en ese entonces Marcos, hoy Galeano) comenzaron con La Otra Campaña. Sin miramiento alguno, habían roto cualquier relación con toda la clase política, incluyendo el PRD y su candidato. La clase política sólo se sirve a sí misma, se leía en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, el portaestandarte de la lucha anticapitalista. Los zapatistas habían seguido de cerca el gobierno de López Obrador en la capital del país y llegaron a la conclusión que su programa representaba el “reordenamiento neoliberal”: después de la destrucción neoliberal es necesario reconstruir, regenerar el capitalismo posterior a la hecatombe neoliberal, a través de un gobierno progresista que ostenta legitimidad, simpatía y popularidad.

 Con esa lectura recorrieron una parte del país y los adherentes de la sexta nos organizamos. No obstante, en mayo de 2005, luego de la brutal represión contra los pobladores de Atenco (quienes lograron evitar la construcción de un aeropuerto internacional en el lago de Texcoco y, con ello, demolieron la aspiración de Santiago Creel para ser el candidato presidencial del partido en el gobierno), los zapatistas cancelaron, en solidaridad, la Otra Campaña. El estilo Atenco de gobernar, del entonces gobernador Peña Nieto, se había impuesto con saña extraordinaria. Este sería el preámbulo del 1 de diciembre de 2012, con el humo negro ondeando sobre el Palacio de Bellas Artes y la batalla campal en pleno centro de la ciudad de México.

 Después de Atenco, los zapatistas regresaron a sus territorios y, en silencio, se prepararon para la etapa siguiente. Su repliegue coincidió con el alzamiento de nuevos focos de protesta social. Pocos días después, en Oaxaca, estalló la huelga de los profesores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), cuya exigencia estaba centrada en mejoras salariales e inversión en la infraestructura escolar. El gobierno de Ulises Ruíz desatendió la demanda y comenzó a hostigarlos. La respuesta fue inmediata: casi un centenar de miles de maestros bloquearon el acceso al aeropuerto de Oaxaca, marcharon masivamente por las calles de la capital y formaron asambleas, configurando una red de redes de organización social y popular. Durante 6 meses, la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca (APPO), ‘la Comuna de Oaxaca’, resistió las brutales acciones del gobierno de Ulises Ruiz, de la Policía Federal y de bandas criminales que patrullaban la ciudad. En colonias y cruceros, la virgen de las barricadas protegió a la APPO. No obstante, en octubre ésta entró en reflujo.

 Para entonces, el fraude electoral se había consumado. La noche del conteo de los votos, Jorge y yo estuvimos en vela toda la noche observando el extraño comportamiento del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP). En la madrugada, por 0.56%, Calderón había resultado vencedor. Después del burdo montaje de la elección de 1988, con la ‘caída del sistema’, en 2006 se había creado algo más sofisticado y, sobre todo, verosímil. Así, la mentira se convertía en algo que podía ser creído, algo que podía ser defendido. En esa atmósfera de confusión creada como estrategia de dominación política, un amanuense del poder escribió un libro, con una frase atribuida a López Obrador, quien en ese momento presenciaba el PREP: “Ya perdimos”. Si esto era cierto, él era un mal perdedor, un hombre irrespetuoso de las instituciones y de la figura presidencial, un manipulador capaz de echar mano de legiones de ancianos desvalidos, niños becados y madres solteras para ganar en la calle lo que no había obtenido en las urnas. Poco después, en una entrevista, Calderón reconoció su victoria con la frase: “Haiga sido como haiga sido”. Con el fin justificando todos los medios, se avizoraba el móvil de “la guerra del narco”. 

6. La APPO y el plantón en el centro histórico de la ciudad de México, serían para Calderón el triunfo del caos que había inundado el país. Poco después de la elección, López Obrador convocó a tres asambleas informativas en la plancha del zócalo. Una exigencia cobró validez: “Voto por voto, casilla por casilla”, una demanda unificaba las exigencias: el conteo de todos los votos.

 Jorge y yo habíamos pasado a la participación. Su casa era el centro de operaciones: tendíamos las mantas al suelo y pintábamos sobre ellas, después, marchábamos al zócalo con nuestros compañeros y algunas maestras del posgrado. Las consignas enardecían a la multitud, creaban coros sectoriales que se escuchaban al unísono. Sin saberlo, ahí escuchamos algunas consignas que se escucharían durante los próximos sexenios:

 “Voto por voto, casilla por casilla”, “No estás solo”, “No somos uno, ni somos cien, pinche Vicente cuéntanos bien”, “Fraude, Fraude, Fraude”, “El pueblo se cansa, de tanta pinche transa”, “Obrador, Obrador, Obrador”, “Es un honor, estar con Obrador”, “Pre-si-dente”, “Pre-si-dente”, “Pre-si-dente”, “Voto por voto”, coreaba desangelado un impresentable Dante Delgado… “Culeroooo”.

 Y así nació el Plantón.  López Obrador convocó a un Plantón en el centro histórico de la ciudad de México, que conectaba al zócalo con Reforma. Cuando él preguntó quién se quedaría, la gente explotó: “¡Yoooooo!” Sin poder creerlo todavía, comencé a ver alrededor y, de pronto, ví a Jorge con una hoja de cuaderno en el pecho, que decía: “Mamá, yo aquí me quedo”.

 Los campamentos se montaron de manera improvisada y había que darles vida. Por invitación de Paco Ignacio Taibo II asistimos a una reunión en el Campamento de los Trabajadores de la Cultura, cerca de la Glorieta a Colón, y ahí lo encontramos:

― “Tenemos ganas de colaborar, somos estudiantes”, le dijimos.

― “Ah, qué chingón, podrían dar conferencias. ¿A qué se dedican?”, nos preguntó mientras fumaba nerviosamente.

― “Yo estudio a los músicos en la catedral de Guadalajara”, dijo Jorge.

― “Y yo, el método comparativo en la obra de Marc Bloch”.

― “¿No chinguen, de veras? ¡Qué les hacen en los posgrados! No, con esos temas está cabrón”.

 Y entonces, improvisamos. Primero participamos juntos, y luego, como las invitaciones se hicieron más numerosas, lo hicimos cada uno por su lado, campamento tras campamento, desde Madero hasta Reforma, hasta que terminó el Plantón. Para nosotros, esa fue una prueba de fuego: el contacto directo con la gente, las preguntas que hacen tambalear toda la educación universitaria, la necesidad de vincularse con el presente en el momento en el cuál éste interpela a sus agentes. Cada uno lo hizo con su formación política previa; uno defendía el recuento de los votos y la democracia en juego; el otro, la organización popular hacia abajo y a la izquierda. Curiosamente, nuestras diferencias políticas nunca fueron motivo de agrias discusiones ni pleitos personales.

 7. En diciembre de 2006 se terminó la maestría y eché de menos a Jorge. A pesar de que tenía la oportunidad de proseguir con los estudios de doctorado, decidió no hacerlo en la UAM. Esa decisión implicaba continuar con el mismo tema de investigación y él estaba decidido a hacer otra cosa. Ingresó al doctorado en el CIESAS y de ahí surgió su libro Con la revolución adentro. Los lesionados por las explosiones del 22 de abril de 1992 en Guadalajara, publicado en 2017. No obstante, de esas experiencias a ras de suelo, entre manifestaciones, plantones, asambleas, crónicas en lo bajo del tejido social, surgió el otro: La lucha continúa, que se presentaba en lo alto del museo del Estanquillo, un día de mediados de diciembre del año 2019.

 De acuerdo con el índice, dos partes y ocho capítulos integran la obra, más un epílogo que actualiza el análisis hasta el año 2019. “El liderazgo”, “El envoltorio Peña Nieto”, “Y entonces se creó Morena”, “El hundimiento del PRIAN”, son los cuatro capítulos de la primera (con 120 páginas, en promedio). “¿Y por qué ganó AMLO?”, “La guerra sucia fallida”, “La campaña desde abajo”, “Las campañas, los candidatos y su gente”, son los capítulos de la segunda (alrededor de 100 páginas). Y el Epílogo, el movimiento hecho gobierno: “La vorágine”, “El ‘desgaste’”, “Las mañaneras”, “El huachicol y el apoyo popular”, “La nueva oposición”, “El problema del cambio”, “Las bases de un mejor futuro”.

 8. Ackerman fue quien comenzó con la presentación; después de todo, era el autor del prólogo. Hizo un relato de los años 2006 a la actualidad, pasando por las últimas dos malogradas elecciones de la izquierda. Con eso creó el preámbulo indispensable para comprender la génesis de la Cuarta Transformación. La nuestra es una “época de relevos intelectuales”, sostuvo, haciendo un guiño a los ahí presentes acerca del perfil del autor y su condición de escritor emergente; un “activista, analista”, cuyos relatos están marcados por el compromiso político; un testigo de los cambios y un artífice de los mismos. Para Ackerman, el autor es síntoma del relevo académico-periodístico de estos tiempos, en los cuales, “apenas inicia la transformación del régimen”, pues advirtió: “Si los cambios sólo se dan en Palacio Nacional, entonces no vamos a ir muy lejos”.

 9. “Es un magnífico libro”, expresó Héctor Díaz Polanco llegado su turno. Lo es, porque asegura la comprensión del proceso que llevó al triunfo electoral; lo es, porque desde ahí se avizoran las fases que siguen. “El libro es una puerta hacia nuestro futuro”, a través de las “crónicas espléndidas” recreadas por el autor. En este sentido, “el libro es una pieza de ajedrez” en el tablero político.

 De acuerdo con él, la tesis del libro gira en contra de la explicación conservadora que considera al voto masivo por López Obrador el resultado del hartazgo ciudadano, un mero accidente histórico que niega el proceso histórico fundamental del sujeto histórico: “el pueblo mexicano”, que definió el resultado de la elección. La tesis del hartazgo se sostiene por una población inerte, sin capacidad de reaccionar o proponer. Esta anulación de la capacidad de agencia, en términos de explicación política, no es sólo peligrosa para el análisis social sino conservadora en términos políticos. Ni el fascismo tuvo como base una población inerte. Es en el papel activo de la población donde reside su capacidad de movilización, su capacidad de crítica política adquirida en mítines y asambleas, primero, y por el trabajo del partido, después. Gracias a esa capacidad de agencia el pueblo mexicano movió la pieza de ajedrez de la política nacional, con tal maestría que ganó la partida de manera contundente.

 Díaz Polanco sostiene que el libro no explica totalmente el problema, pero sí permite pensarlo. Se trata de una “ausencia positiva”, una “ausencia creativa”, según le llamó. Y ello porque en el libro se destacan las cualidades políticas del liderazgo de López Obrador, su visión de conjunto de la política nacional, sus aciertos en la lectura del juego del ajedrez: la unidad de la derecha, en el Pacto por México, fue, según recuerda Díaz Polanco a propósito de López Obrador, un error: “la unidad de la derecha”, un bloque de dominación que sirvió a la estrategia de López Obrador. “El hartazgo fue construido por el líder y por el partido”, explicó. El descontento social y el hartazgo ciudadano sirvieron para capitalizar la desgracia neoliberal y dibujarla, desde la oposición, con fines políticos. Para Díaz Polanco, fue Morena quien creó ese descontento como herramienta de combate: primero, el descontento social; después, la crítica, la militancia. Representar la realidad con fines políticos, por el líder y por el partido, quienes se metabolizaron con el hartazgo social popular, condujo la voluntad política del cambio social desde abajo hacia arriba.

 10. “Es un libro precioso”, dijo Pedro Miguel, echando mano de la historia reciente para aquilatar lo que en éste se había registrado. Preguntó al público si alguien recordaba el Plantón que se había montado justo en las calles de abajo. Manos levantadas y unos cuantos “sí” fueron la respuesta. Después preguntó si alguien recordaba la campaña de Josefina Vázquez Mota. El silencio fue la mejor respuesta. “Esa es la diferencia entre hacer historia e irse al basurero de la historia”, sostuvo. Después de eso, las risas inundaron el ambiente.

 Para él, esta crónica “es la resurrección de un tipo de periodismo del siglo XIX que no tenía miedo de tomar partido”. No obstante, puntualizó: el libro no debería llamarse “la lucha continua”, sino “la lucha continúa”, porque carece de un análisis sobre la trayectoria de la izquierda en las elecciones de 1982 y 1988, cuando Arnoldo Martínez Verdugo, Rosario Ibarra de Piedra y Cuauhtémoc Cárdenas representaron a los partidos de izquierda y acuñaron una idea subversiva: “Podemos tomar pacíficamente la presidencia y desde ahí cambiar el país”. Esto resultaría vital para los años venideros.

 “Vivimos bajo una oligarquía mafiosa y podemos imponernos a ella”, sería el paso natural, la actualización de las ideas del pasado con las condiciones del presente: a. Una mafia nos gobierna, b. Podemos derrotarla. Estos dos elementos del mensaje de López Obrador, en su recorrido por todo el país, fueron centrales para codificar el discurso político y definir la estrategia de combate.

 11. Es bien sabido que la suerte favorece a quien la busca. El hartazgo ciudadano fue capitalizado por López Obrador, y por su partido, en la medida que ambos supieron orientar el movimiento de las olas hacia una dirección precisa. La victoria electoral fue construida lentamente, con el paso de los años, en un sinfín de recorridos por todo el país, en asambleas, mítines y visitas casa por casa. Fue tan avasalladora que sorprendió a todos, aunque quizá más a los vencedores: habían tomado el poder y el reloj marcaba la hora en el cual la oposición debía hacerse cargo del gobierno. Con ello, el partido se vació de gran parte de su núcleo dirigente; con ello, las viejas prácticas y los viejos políticos se reciclaron en la aurora del nuevo gobierno, así como lo habían hecho antes en el partido. En uno y otro, abundan los vicios, las acciones desaseadas, las alianzas vergonzosas, las decisiones imperdonables. 

 En las últimas páginas de La lucha continúa, se lee: “Gobernar un país que dejaron en ruinas es muy complicado. Y es que el México que heredaron las administraciones neoliberales está destruido en muchos sentidos”, escribió Jorge al referirse a la magnitud del reto:

 

La apuesta de AMLO y la de la Cuarta Transformación, siempre ha sido el cambio profundo en el país. Es quizá la única oportunidad que tendrá la izquierda para hacerlo. Las expectativas fueron enormes. Muchísimas más que las generadas cuando Vicente Fox ganó la presidencia en 2000.  

 

El triunfo de Andrés Manuel significa la conquista de la presidencia por parte de un movimiento social que se fue fraguando desde principios de siglo. Su reto es gigantesco: si el gobierno encabezado por AMLO comienza a desilusionar a quienes confiaron en una transformación, no sólo estará destinado al fracaso, sino que también se desperdiciará una gran fuerza ciudadana convencida de que es posible el cambio de la nación con una fuerza distinta al PRI y al PAN.

 “En cuanto a Morena, la cosa no es grave”, decía Díaz Polanco, minimizando el riesgo. Menos optimista, Pedro Miguel se cuestionaba si el dilema era “¿ganar la presidencia o transformar el país?”, “¿el régimen de partidos logrará deformar a Morena o al revés?, “¿hay vida más allá de Morena?” Para él, el país está vivo y el partido debe estar menos pendiente de las elecciones que de la vida en el país, y el riesgo, latente, es haber ganado el gobierno para perder el partido y, con éste, la transformación nacional.

12. La lucha es la expresión del cambio social. Poner el acento (‘continúa’ o ‘continua’) recuerda el énfasis entre el primer paso: tomar el poder, y el segundo: cambiarlo todo. En esta crónica de tiempos convulsos, germinada hace década y media, el lector se asoma a un espejo del pasado, así como al principio de contradicción de nuestro presente: ése que se observa desde lo alto, en la terraza; ése que se atisba allá abajo, en las calles. Entre lo alto y lo bajo se escribirán las crónicas que vienen, a propósito de tomar el poder o de cambiar todo lo existente.

Esto será entre Jorge y yo una renovada discusión sobre cómo acentuar los grandes procesos históricos, pero la voluntad inquebrantable por cambiar las condiciones reales de existencia, será un lazo más de unión entre nosotros.

 

es profesor del departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 12-1-20

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