José Arreola
12/09/2020Tus palabras son tu poderío: este es tu reto a la gran música del mundo
Fayad Jamís
“Dígale también, que quién quita y lo de ‘Marcos’ fue por El cumpleaños de Juan Ángel”. Con esas palabras, un 2 de mayo de 1995, el Subcomandante Marcos –el rostro de los sin rostro que un año antes sacudieron las montañas del olvido mexicano– le pedía a Eduardo Galeano que saludara y agradeciera a Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia por sus letras con las que surgían aquellos suspiros con los que la humanidad echaba a andar. El libro al que aludía el ya finado vocero zapatista fue publicado por vez primera en 1971. Cuando en la tierra de José Artigas se instaló la dictadura “cívico-militar”, la novela se colgó la honrosa medalla de la censura. No era para menos, en la dedicatoria llevaba la penitencia; en la historia, la prohibición.
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En sus ensayos sobre literatura, Günter Grass planteó que la forma de una obra literaria obedece siempre a lo caprichoso de su contenido. Entrevistado por Fernando Sánchez Dragó en 1999, Benedetti, “el más montevideano de todos los uruguayos” como lo definiera el también escritor Fernando Butazzoni, dijo que cada tema crecía con la etiqueta de su género y “muy pocas veces se equivoca”. Para poder contar y ser novela, El cumpleaños de Juan Ángel solamente supo y quiso narrar en verso. Cuando el autor llevaba cuarenta o cincuenta páginas en prosa, “como era lógico”, esas palabras no transmitían lo que los versos sí; tal vez porque la historia llevaba en sus genes un sustrato poético. La novela está dedicada a Raúl Sendic, el emblemático representante del movimiento Tupamaro que movió y conmovió al Uruguay entre 1965 y los primeros años de 1970. Más o menos en 1965, cuando Sendic huía de los canas que lo buscaban para llevarlo a prisión por considerarlo el culpable de las recias movilizaciones de los trabajadores del azúcar, Benedetti lo “guardó” durante tres semanas en un pequeño apartamento ubicado a dos pasos de una estación de policía. Quizá ambos pensaron, según aquella enseñanza de Allan Poe, que lo más cercano y evidente es lo que mejor se esconde. Entre mates y poesía –género del que el mismo Bebé Sendic era un apasionado– forjaron una amistad entrañable y sincera. En sus charlas se fortificó la sana locura de soñar y pelear por una Latinoamérica mejor.
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Cuando ocurrió la gran fuga tupamara del Penal de Punta Carretas, un 6 de septiembre de 1971, la ficción literaria y la realidad política se fundieron. A partir de entonces, El cumpleaños de Juan Ángel y la fuga se hicieron indisociables: apenas unos meses antes la novela vio la luz y aquel día de septiembre del 71 lo harían fuera de la cárcel los 111 militantes tupamaros. En el libro, además de la transformación de Osvaldo Puente –que “vicha por el ojo de la cerradura / para averiguar cómo eran sus miserias”– en Juan Ángel, el militante político para quien la revolución significaba “la vida exorcismo / la vida sacrílega que profana a la muerte”, se narra también la fuga de un grupo de guerrilleros por el sistema de alcantarillado. En el escape de Punta Carretas a través de las alcantarillas, la difícil realidad social del momento le rendía un homenaje a una novela que, sabiéndose militante de la vida, había brindado una elegante carga de futuro al paisito. A decir de Martha Canfield, el escritor nacido el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros fue acusado de ser el autor intelectual de aquel canto a la libertad de los tupamaros “por haberles proporcionado la idea para la fuga”. Entre aquellos artesanos del escape figuraban Raúl Sendic y el expresidente uruguayo Pepe Mujica.
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En la extensa lista de cantantes que han interpretado temas y poemas de Mario Benedetti figuran los nombres de Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y, especialmente reconocida, Nacha Guevara. Es posible que las miles de personas que cantan poemas y recitan canciones del uruguayo ignoren que él fue el autor de los versos que se clavan en almas y gargantas; pero ello, lejos de ser un agravio, representa el mejor galardón para quien reconocía a César Vallejo, Antonio Machado y Baldomero Fernández Moreno como sus mayores y mejores influencias en la poesía. Cuando la voz del poeta hecha idea comulga con el clamor de miles de sueños, amores y dolores no hay posibilidad de olvido. El 26 de julio de 2004, en la Plaza de la Revolución de La Habana, celebrando un aniversario más del asalto al cuartel Moncada, el actor cubano Héctor Quintero dejó la que, muy probablemente, sea la mejor declamación existente de “Un padre nuestro latinoamericano”. A través de los versos de Mario Benedetti, doscientos integrantes de la Orquesta Sinfónica de Cuba, con música de Alberto Favero, bajo la orquestación de Leo Brower y la portentosa voz de Quintero, aquella capital de la dignidad latinoamericana vibró con José Martí, Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y el Che como testigos. Era un merecido reconocimiento de la Revolución al poeta que tanto quería y defendía el socialismo a la cubana.
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Frank Delgado, el irreverente trovador cubano, canta en uno de sus temas “Y mientras Fukuyama repite iracundo que estamos ante el fin de la historia del mundo / mi amigo Benedetti abre el tomo segundo”. En esas líneas, el trovador da con una clave: al uruguayo se le siente cercano, como un compañero, como un amigo, como uno más que, codo a codo, grita y marcha con la firme convicción de transformar para bien al planeta. Así lo saben Los Chikos del Maíz, el dúo rapero conformado por Toni Mejías y Ricardo Romero Laullón que ha sabido llevar, con letras agudísimas de tan inteligentes, la militancia política a la escena artística española. En el álbum La estanquera de Saigón, del año 2014, hay un tema llamado, nada menos, “Defensa de la alegría”. El título es homónimo de uno de los textos del poeta de Tacuarembó. Con sus tonos y sus ritmos, el tema se sabe una muestra de respeto y de diálogo, es reivindicación y reinvención rapera de aquellos versos que no saben extinguirse. La canción culmina con la voz del propio Benedetti leyendo un extracto del poema “Por qué cantamos”. Donde esté, si es que está, si está llegando, el uruguayo disfruta y milita con el flow de los aguerridos raperos.
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Mientras iba forjándose como escritor, las profesiones de quien se disputa frente a Eduardo Galeano el título de mayor hincha del Nacional –el club de futbol de sus más fervorosos quereres– fueron taquígrafo, vendedor de libros y terrenos, cajero de banco, oficinista de diversos giros y bibliotecario. El hijo de Brenno Benedetti y Matilde Farrugia estudió solamente hasta la secundaria debido a una sostenida crisis económica familiar. Su padre, “que fue químico y buena gente”, tuvo un exceso de honestidad que los condujo a la quiebra. Su madre hizo pases de magia con los que hizo sobrevivir a los Benedetti Farrugia. Del viejo Brenno, Mario se quedó con la enseñanza de la honestidad por sobre todas las cosas. El mundo literario lo empezó a identificar como narrador fuera del Uruguay gracias a la publicación de La tregua en 1960, aunque ya en 1953 había escrito Quién de nosotros. Poemas de la oficina de 1956 que, a decir de Jorge Ruffinelli, logró que los uruguayos abrieran los ojos “al país gris y triste que éramos”, fue el primer libro de versos de gran impacto que Benedetti escribió, pero no fue el primero. Antes publicó unos poemas calificados por él mismo como “horrorosos” bajo el nombre de La víspera indeleble. El libro, malo como él solo, “verdaderamente malo”, no tenía “ningún mérito”, tanto así que jamás lo incluyó entre sus Inventarios. Y no mejor opinión tuvo de una obra de teatro titulada Ustedes por ejemplo, “mala, muy mala”. Quien ve en la honestidad un bien artístico y un componente de dignidad humana es capaz de valorar sus obras del modo en el que Benedetti lo hizo con las suyas, sin tapujos. Mejor la verdad antes que vender humo.
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Obligado a dejar la patria por culpa de la dictadura uruguaya que a partir de 1973 cometía horror tras horror, el autor de Primavera con una esquina rota conoció la vida del exilio en Buenos Aires, Perú, México, Cuba y finalmente España. Época dura para ser militante, la década de 1970 dejó un camino de muerte, cárcel y persecución en Nuestra América. Por entonces, Julio Cortázar le escribía a Roberto Fernández Retamar que “Mario es uno de los hombres más valiosos de nuestro continente y por tanto siempre en peligro”. El argentino sabía bien lo que su colega uruguayo representaba.
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El radical antiimperialismo de Mario Benedetti nació en el propio imperio, en 1959. “Lo que a mí me convirtió en antiimperialista fue mi visita a los Estados Unidos”. El trato racista hacia los latinos y los negros, lo superfluo de un estilo de vida basado en la expoliación de otras tierras y el cinismo de la clase política resultaron suficientes para poner tierra e ideas de por medio. Por ello, como cuestión ética, rechazó la codiciada beca Guggenheim. Sus andares y sus letras siguieron la ruta marcada por la Cuba que nació tras la victoria del Ejército Rebelde en 1959. Desde los primeros años de la Revolución hasta el 17 de mayo de 2009, cuando decidió irse de este mundo, Benedetti defendió no con obediencia ciega sino con crítico cariño la monumental obra del socialismo cubano. Su vínculo con la Isla rebasó sus estancias en ella y su labor de creación y dirección del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas. Hubo un lazo aún más profundo: el de la firme convicción de que la transformación de la humanidad es posible a pesar de los tropiezos, los retrocesos y los reveses. En 1971, uno de los años más complicados si de cultura y literatura se habla en Cuba, escribió un texto titulado “Las prioridades del escritor”, originalmente publicado en Cuadernos de Marcha. Polemizando con algunas personalidades del mundo intelectual y literario que, debido al encarcelamiento de Heberto Padilla y su conocida autoconfesión, emprendieron una campaña contra Cuba acusándola de reproducir las viejas prácticas del estalinismo, Benedetti planteó que él era de los que asumía la Revolución y sus transformaciones con “su haz y con su envés, con su luz y con su sombra, con sus victorias y sus derrotas, con su limitación y con su amplitud”. Y señaló que no dejaba de parecerle paradójico que quienes amargamente criticaban a Cuba se mostraran “tan entusiasmados con la Revolución de Mayo, la de París, que fue una revolución frustrada, y tan agraviados con la Revolución Cubana, que es una revolución triunfante”.
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En 1999, en una entrevista con Luis Mariñas Lage, ese poeta con “cara de buena persona”, como caracterizó Joaquín Soler Serrano al uruguayo, dijo que “A Fidel Castro le pediría que se aboliera la pena de muerte en Cuba, así solamente Estados Unidos sería el único país que la tendría”. Cuando ya muchos habían guardado banderas y habían cambiado la camiseta del socialismo por la del posmodernismo, Benedetti seguía pensando que el socialismo era la única posibilidad de un futuro menos injusto y más igualitario para la humanidad. A J.J Armas Marcelo le señaló lo siguiente “Es preferible haber defendido una causa justa y haber sido derrotado en ello que haberse inclinado ominosamente ante el imperio. Eso sí que yo jamás lo haría”. Y dijo también algo que hoy resulta absolutamente válido “Nosotros tuvimos que elegir entre la Revolución Cubana con todos sus defectos o a Estados Unidos con todas sus virtudes”.
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Sobre la obra de Benedetti, Hortensia Campanella ha dicho que sus ensayos de crítica literaria son los menos reconocidos, a pesar de su agudeza y su calidad. En honor a la verdad, en los círculos literarios y las academias dominadas por las escuelas de moda en las que se escribe mucho pero se dice más bien poco, su obra es, cuando no apenas reconocida, bastante menospreciada. La razón no se finca en lo estético y lo artístico, sino en la absoluta honestidad del autor. Honestidad literaria y honestidad política. Sin conceder lugar a la mediocridad o lo panfletario, desde sus textos, con sus textos, le dio cabida a la realidad social y política. Lo hizo sabiendo que también así se hace la historia, que también así se hace literatura, buena literatura.
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Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia tenía una característica física particular: su oreja izquierda era prominente, mucho más grande que su oreja derecha. Muy probablemente por ello sabía escuchar lo que nadie más pudo, quizá por ello sabía escribir como nadie más lo hizo. En medio de tanta mentira actual, con osada honestidad, sus versos, sus novelas, sus ensayos continúan viviendo y ayudando a vivir “a prueba de derrotas y de olvido”.