Los hilos invisibles del capital. Reseña de "Mute Compulsion" de Søren Mau

Iker Jauregui Giráldez

04/03/2023

A mediados de la década de 1990, la histórica compañía algodonera Delta and Pine Land Company, con sede en Scott, Mississippi, vendió parte de sus tierras para invertir su capital en la investigación y desarrollo de semillas genéticamente modificadas. De esta estrategia empresarial surgieron las primeras semillas completamente estériles, es decir, semillas cuya configuración genética imposibilita la reproducción natural y cíclica de la planta a la que dan lugar. Así, al introducir en el mercado estas ‘semillas suicida’, las empresas se asegurarían que los agricultores estuvieran obligados a comprar semillas cada año. Aunque su uso comercial aún no está permitido, el diseño de estas tecnologías de restricción en el uso genético (GURT por sus siglas en inglés) es un buen ejemplo del “poder económico del capital”, a cuyo análisis dedica el filósofo comunista Søren Mau su último libro: Mute Compulsion. A Marxist Theory of the Economic Power of Capital (Verso Books, 2023). Un poder —expone el autor— que, a diferencia del poder represivo, se ejerce sin violencia (una modificación genética), que, a diferencia del poder ideológico, es impersonal y se ejerce sobre un entorno (una tecnología o un medio de producción: una semilla), que organiza la reproducción social en base a relaciones de dependencia (la necesidad de comprar semillas en el mercado anualmente) y en función del imperativo de la valorización del valor (la existencia misma de Delta and Pine Land Company) y que, además, aunque no sea el único que ejerce, es un poder que sólo ejerce el modo de producción capitalista. 

Con el análisis de esta y otras dinámicas —entre ellas: el análisis del poder económico del capital en el proceso de trabajo, en las crisis económicas, en la logística o en la explotación de la energía— termina Mute Compulsion. Las otras dos partes son, a la vez, un análisis de las condiciones de este poder y un análisis del poder de este poder. El libro tiene dos grandes virtudes. (Sin duda, en función de la disposición con que se lea, éstas aparecerán para algunos como dos grandes defectos). En primer lugar, establece un diálogo crítico, tremendamente riguroso y erudito y, sobre todo, integrador, con, al menos, cinco décadas de marxismo y de teoría social. Están presentes, entre otros, Ellen Meiksins Wood —seguramente la autora más influyente en el libro— y Michael Heinrich, pero también la revista Endnotes —Mute Compulsion es uno de los primeros trabajos académicos que integra una lectura sistemática de sus textos— y Michel Foucault, Moishe Postone y Robert Kurz o Lise Vogel y Andreas Malm. A todos los usa (en el buen sentido) y a todos los critica (también en el buen sentido). Pero contribuye a unificar algunos espacios y posturas teóricas que, en ocasiones, parecían irreconciliables. Esto está relacionado con la segunda virtud: Mau dice algo de todo; pero lo dice siempre en base a algo: el poder económico del capital. 

¿Cómo se habla y cómo se puede hablar, entonces, de esta forma de poder? En un sentido teórico, hablar del poder económico del capital implica deshacer el dualismo, implícito en el marxismo clásico y en autores como Nicos Poulantzas o Louis Althusser, entre el ámbito de la economía y el ámbito de la política. Lo económico no es loeconómico. Lo económico es una relación social y, por tanto, política. Como reza la frase de Marx que da título al libro, el poder del capital se ejerce, también, “en la coacción muda de las relaciones económicas”[1]. Es decir, en las relaciones sociales de (re)producción. Es decir, más allá del Estado (pues el poder que éste ejerce es uno de sus presupuestos)[2] y más acá de la ideología (pues se inscribe en estructuras no narrativas). Por otro lado, el poder económico del capital es posible porque el capital controla las condiciones materiales de la reproducción social. Es decir, su condición es el control de las condiciones de vida. Evidentemente, el reparto de este control es desigual: unos controlan los medios de producción y de subsistencia y otros están excluidos del acceso directo a éstos. En este sentido, el control de las condiciones reproductivas es ya un control de clase. Y, por eso, escribe Mau, “la relación de explotación se basa en una dominación de clase más amplia enraizada no en la extracción de plustrabajo, sino en las relaciones con los medios de producción” (129). Esta es la principal fuente del poder económico del capital. 

Podría decirse que este análisis de las condiciones responde al encargo —algo tramposo— que Michel Foucault le hiciera al marxismo a mediados de la década de 1970: analizar en qué medida “para que haya plus-ganancia es preciso que haya sub-poder”[3]. La (hipotética) respuesta de Mau sería, también, una crítica. En efecto, como sugiere Mau a propósito del análisis disciplinario de Foucault[4], para que haya explotación del trabajo es necesario que haya otro tipo de dominación. Pero esa dominación no ocurre sólo en el trabajo (que es lo analiza el filósofo francés en Vigilar y castigar) sino, y sobre todo, antes y —lo que es lo mismo— después. Esto es lo que explica lo que Foucault no puede explicar: por qué, parafraseando a Marx, el obrero aparece constantemente (cada día, cada semana) en la fábrica. La extracción de plusvalor está condicionada, dicho de otra manera, a las relaciones de propiedad capitalistas. Es decir, volviendo de nuevo a Marx, al hecho de que, para vivir, el obrero tenga que vender, día a día, semana tras semana, su fuerza de trabajo como mercancía.

Esta es, de nuevo, la principal fuente del poder económico del capital. Y esta es, de nuevo, la premisa básica del libro. A fin de no reproducir aquí un mero resumen de todos sus capítulos (sin duda el mejor resumen es el capítulo breve de conclusiones que cierra el libro), me gustaría destacar tres conceptos que, a mi juicio, y de manera más o menos transversal y más o menos explícita, explican Mute Compulsion y su objeto de estudio: el capitalismo. Estos conceptos son: separación, unidad y circularidad. 

1. Separación. Para Mau, el poder impersonal del capital es el resultado de dos separaciones fundamentales. En primer lugar, la separación entre la vida y las condiciones de posibilidad de la vida o, con otras palabras, entre la producción y la reproducción. En segundo lugar, la separación entre las distintas unidades de producción en el mercado capitalista. Siguiendo aquí a Robert Brenner, Mau distingue entre relaciones de producción verticales —la relación entre explotadores del trabajo y trabajadores— y relaciones de producción horizontales —la relación de los explotadores con los explotadores y de los trabajadores con los trabajadores—. Para analizar esa primera escisión, Mau desarrolla una suerte de ontología social de la fractura. (Un formato teórico que, quizás por su carácter trans-histórico, y a pesar de Engels, algunas corrientes marxistas han descuidado). Su hipótesis central se puede resumir muy rápidamente. El metabolismo del ser humano —i.e. la relación que establece un cuerpo con su entorno para reproducirse— es abierto en dos sentidos: requiere de herramientas y requiere de socialización. En el modo de producción capitalista, el capital es la mediación de esta doble apertura. Por un lado, separa la vida del individuo de aquello que posibilita la vida. Es decir, aísla al individuo de sus condiciones y medios de (re)producción y subsistencia; crea una vida “desnuda”: un proletario. Por otro lado, el capitalismo organiza socialmente lo que siempre fue una relación social: el metabolismo con la naturaleza. Es decir, media de una forma específica un espacio constitutivamente ya mediado. Por eso Mau escribe: “Que tu vida consista en estar pegado a un smartphone en una megaciudad y comer comida rápida preparada sin saber nunca de dónde viene ni cómo se produce no significa que se haya roto un vínculo sagrado entre tú y la naturaleza; sólo significa que tu metabolismo individual está mediado por un complejo sistema de infraestructuras, datos, máquinas, flujos financieros y cadenas de suministro planetarias” (102). La segunda separación que constituye al poder abstracto del capital —la que tiene lugar entre las distintas unidades productivas— toma la forma de la competencia, que envuelve a los capitales individuales y a los productores directos. Ésta última, que (prolongando el análisis de Mau) en la actualidad se hace visible en los procesos de márketing de sí y de constitución de la fuerza de trabajo en marca personal, se intensifica a partir de distintas divisiones internas: entre sectores, entre empleos, entre salarios. Como, en resumen, apunta Mau, el capitalismo produce y se fortalece a través de separaciones y diferencias

 

2. Unidad. Para Mau, la mediación del capital en las separaciones antes mencionadas implica, en realidad, un proceso de unificación. Así, por un lado, la separación de la vida y sus condiciones permite conectar ambos espacios mediante un nuevo vínculo: el dinero. Por otro lado, la separación de los productores en productores independientes permite establecer un nuevo mecanismo de coordinación general: el mercado. No es sólo que el capital unifique “luego” lo que separa “antes”. El capital, más bien, unifica separando. Esta realidad invisible es, seguramente, la representación más clara del poder invisible del capital. En el primer caso, este poder se expresa en la sujeción del trabajador al capitalista. En el segundo caso, en la sujeción de todos —trabajadores y capitalistas— al capital. (Mau critica en este punto la identificación del poder abstracto del capital con el poder del mercado en autores como Postone, Kurz o Anselm Jappe: aunque la dominación de clase y la dominación del mercado son irreductibles entre sí, el poder que ejerce el valor sobre todos presupone el poder que ejerce una clase sobre otra; esto es, además, lo que hace que el mercado no sea un espacio libre). Hay dos buenos ejemplos en el libro de esta dinámica. Como sugiere Mau en el capítulo final, seguramente el mejor ejemplo del carácter abstracto e impersonal de este tipo de poder sean las crisis económicas: “nadie está al mando y no existe un centro desde el que irradie el poder; en su lugar, la sociedad capitalista se rige por relaciones sociales convertidas en abstracciones reales cuyos movimientos opacos denominamos ‘economía’” (314). Aun así, no hace falta haber nacido en ninguna época o lugar concretos para reconocer algunos de sus efectos, ya sean inmediatos (despidos, encarecimiento potencial de algunas mercancías, reducción de costes, privatizaciones) o derivados (aumento de la competencia entre capitalistas y entre trabajadores, mayor dependencia del mercado o, en definitiva, intensificación de la dominación de clase). Otro buen ejemplo es, de nuevo, la competencia. “La división entre capitales y entre trabajadores —escribe Mau— es [lo que] (…) transforma el poder del capital en algo más que una simple suma del poder de los capitales individuales. El capital es un ‘poder social’, y la competencia es el mecanismo que hace posible esta unidad (…) La competencia es, simultáneamente, el ‘bellum omnium contra omnes’ y la guerra del capital contra el todo social” (218-219). En este sentido, como dice Marx y como recoge Mau, una vez se ha producido la separación violenta del acceso a los medios de subsistencia, la competencia reemplaza la coerción del Estado (303). En un contexto de dulficicación (discursiva) y fortalecimiento (material) de la competencia como el que vivimos, la aportación de Mau se hace, si cabe, más valiosa. 

3. Circularidad. Para Mau, la productividad del poder económico del capital es circular: su puesta en práctica, efecto de la apropiación de las condiciones de la reproducción social es, a su vez, causa de más poder. Volviendo a los ejemplos antes mencionados, las crisis son el resultado de la dominación silenciosa de la competencia. Y, a su vez, son una fuente de esta misma dominación. Otro buen ejemplo es el de la logística. La revolución en las tecnologías y medios de transporte y comunicación a partir de la década de 1970 intensificó el poder del capital sobre los trabajadores a diversos niveles: aumentó la capacidad de despido (por la posibilidad de deslocalizar la producción), intensificó la competencia entre capitales y entre trabajadores (por la fusión y expansión de los mercados) y dispersó las condiciones sociales de la producción y reproducción a niveles supranacionales. Como defiende acertadamente Mau, en el núcleo de estas y otras dinámicas no está (ni siempre ni sólo) la reducción de costes, sino la dominación de los individuos por el capital. De hecho, como puede leerse unos capítulos atrás, “el objetivo de la producción capitalista (…) no es aumentar la productividad per se, sino aumentar la productividad de una forma compatible con las relaciones de producción capitalistas” (236) Es decir, compatible con la preservación de las relaciones de competencia y de las relaciones antagónicas entre clases sociales. En el fondo, Mute Compulsion es un análisis de la reproducción social y silenciosa del capitalismo (por qué vamos a trabajar hoy y mañana y por qué el sistema no colapsa hoy o mañana, lo cual es lo mismo) a este mismo nivel: la circularidad del capital, que es la circularidad misma de su poder silencioso, que es la circularidad de las relaciones sociales capitalistas. 

Si el concepto de coacción muda del capital —los “hilos invisibles” que sujetan a los individuos al capital, de los que también habló Marx— es el hilo conductor de Mute Compulsion, el hilo conductor de la coacción muda es, sin duda, el carácter político y poderoso de lo económico. Con esta y otras ideas, el libro de Søren Mau ofrece un análisis muy valioso del poder del capital sobre todos y sobre (casi) todo. Dará mucho que hablar y será leído por igual por quienes quieren acercarse por primera vez al pensamiento de Marx y por quienes quieren seguir acercándose a él. Esto, sin duda, no es fácil. Mute Compulsion contiene, además, dos pequeñas lecciones políticas difíciles de encontrar en los análisis formales del capital. La primera: que de una teoría abstracta del capitalismo como dominación abstracta no se pueden derivar, directamente, estrategias políticas. La segunda: que la lógica del capital es una fuerza social más entre otras. “Si no fuera así”, escribe Mau en relación con el caso con el que abrimos esta reseña, “el uso de semillas suicida ya se habría generalizado” (293). 



[1] Karl Marx, El Capital. Libro I, Tomo III (Madrid: Akal, 2000), p. 227. Trad. Vicente Romano.

[2] Aunque pueda parecer, por exigencias internas al texto, que el poder económico (abstracto e impersonal) no necesita del poder estatal (violento y soberano), Søren Mau deja claro al principio del libro que, aunque ambos poderes son irreductibles el uno al otro, el segundo es condición del primero. Tanto en la “creación” del modo de producción capitalista como en su “reproducción”. Como se da a entender en el capítulo dedicado a las crisis económicas, los Estados capitalistas son, entre otras cosas, agentes de codificación y protección jurídica del poder económico del capital. De hecho —aunque Mau no lo recoge en el libro— el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, que pertenece a las unidades ejecutivas del Gobierno, participó en el desarrollo de las tecnologías GURT a las que hicimos referencia al principio.  

[3] Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas (Barcelona: Gedisa, 1996), p. 130

[4] El uso que Mau realiza de la obra del filósofo francés es inusual y satisfactoriamente notable. Está explícitamente presente en, al menos, tres momentos: en la crítica al economicismo del marxismo clásico, en el análisis del poder del capital en el proceso productivo (microfísica del poder disciplinario) y en el análisis de la gestión estatal de la separación de la vida y sus condiciones (biopolítica). 

 

Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Lee y escribe sobre marxismo y teoría social. @Jauregui_Iker
Fuente:
www.sinpermiso.info, 5-3-2023

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