Imponderables, riesgos y vías de salida de la guerra de Ucrania. Dossier

Anatol Lieven

George Beebe

Branko Marcetic

Christopher Fettweis

31/03/2024

El último intento desesperado de los europeos por lograr la victoria ucraniana

Anatol Lieven, George Beebe  

La situación militar en Ucrania está empujando a los Estados Unidos y a la OTAN hacia un fatídico momento de decisión, y lo está haciendo más rápidamente de lo que la mayoría de los analistas predijeron incluso hace un mes.

La derrota ucraniana en Avdiivka es un indicio de hasta qué punto la balanza de fuerzas se ha inclinado a favor de Rusia. El derrumbe de un ejército ucraniano superado en número, agotado y sin armas es ahora una posibilidad real.

En respuesta a esta amenaza inminente, algunos gobiernos de la OTAN hablan ahora de la posibilidad de enviar sus propias tropas a Ucrania, algo que todos ellos habían descartado anteriormente. El lunes, tras una conferencia de líderes europeos en París, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que la intervención terrestre era "una de las opciones" que se habían discutido. El Kremlin respondió que eso significaría "inevitablemente" una guerra entre la OTAN y Rusia, como de hecho ocurriría si las fuerzas occidentales entraran en acción contra las tropas rusas.

Para reconocer la magnitud del peligro, es importante comprender el alcance de la derrota ucraniana en Avdiivka. No se trató de una retirada planificada y ordenada, como la retirada ucraniana de Bajmut en mayo de 2023 o la retirada rusa de Jersón en noviembre de 2022. Las fuerzas ucranianas tuvieron que dejar atrás a sus heridos más graves y gran parte de su armamento pesado. Los rusos hicieron cientos de prisioneros. Avdiivka, que es prácticamente un suburbio de la ciudad de Donetsk, ocupada por Rusia, también había sido fortificada por los ucranianos desde 2014, y era uno de los puntos más sólidos de sus líneas.

Por supuesto, los rusos también han sufrido derrotas muy importantes en esta guerra: la más notable, la derrota de las fuerzas rusas en el este de Jarkiv en septiembre de 2022. La diferencia es que, con más de cuatro veces la población de Ucrania y 14 veces su economía, Rusia tenía los recursos para recuperarse de esta derrota. Ucrania no dispone de tales recursos propios; y aunque Occidente puede -hasta cierto punto- proporcionar más armamento, no puede proporcionar a Ucrania las tropas para reforzar su ejército, gravemente mermado -a menos que, tal como ha sugerido el presidente Macron, envíe sus propias tropas a la batalla-.

Los suministros occidentales de armamento a una escala suficiente para permitir a Ucrania resistir también están ahora en duda, cuando el paquete de ayuda norteamericana se encuentra todavía retenido en el Congreso, y los funcionarios europeos reconocen que la UE sólo puede cumplir la mitad de su objetivo de un millón de proyectiles de artillería para Ucrania para esta primavera. Tal como ha declarado la administración Biden, sin la ayuda militar continuada de Estados Unidos, el derrumbe del ejército ucraniano es una certeza.

Parte del objetivo de las discusiones europeas del lunes y de la declaración de Macron al respecto parece consistir, en efecto, en galvanizar a los congresistas republicanos estadounidenses para que aprueben un paquete de ayuda a Ucrania largamente demorado, y presionar al gobierno alemán para que abandone su oposición al envío de misiles de crucero Taurus alemanes de largo alcance a Ucrania. El suministro de estos misiles parecería una forma más segura de ayudar a Ucrania que el envío de tropas de la OTAN, y, en cualquier caso, el canciller Olaf Scholz descartó de inmediato el envío de soldados a Ucrania, al igual que hicieron funcionarios de otros Estados europeos de la OTAN, entre ellos los más firmes partidarios de Ucrania, Polonia y el Reino Unido.

Sin embargo, más seguro no es lo mismo que seguro. En primer lugar, si los rusos se abren paso y avanzan rápidamente, los misiles de largo alcance no les detendrán y la OTAN seguirá viéndose presionada para enviar sus propias tropas. Si, por el contrario, los ucranianos consiguen resistir durante los próximos meses, parece seguro que utilizarán estas armas (y los aviones de combate F-16 proporcionados por la OTAN) para atacar en lo más profundo del territorio ruso, incluyendo probablemente Moscú mismo.

Por supuesto, los ucranianos tienen todo el derecho legal y moral a hacerlo tras dos años de ataques rusos con misiles contra ciudades ucranianas, y tanto en Ucrania como en algunas instituciones occidentales existe la opinión de que el pueblo ruso debería probar su propia medicina. De hecho, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y otros funcionarios occidentales han animadopúblicamente a los ucranianos a hacerlo. Sin embargo, legal y moral no es lo mismo que sensato y sabio.

En términos de efectos económicos prácticos, tales ataques ucranianos serían meros pinchazos, dado el enorme tamaño y recursos de Rusia. En términos de efecto moral y político, sabemos por la campaña rusa contra ciudades ucranianas -y lo hemos sabido desde la campaña alemana de bombardeos contra Gran Bretaña en 1940-41 y la campaña estadounidense contra Vietnam del Norte- que los ataques más duros tienen el efecto de enfurecer a las poblaciones del otro lado y reforzar su voluntad de luchar.

Mientras tanto, devastar la economía rusa requeriría un bombardeo de la magnitud de las campañas contra Alemania y Japón en 1943-45, lo que está completamente fuera del alcance de la OTAN a menos que nos destruyamos simultáneamente lanzando una guerra nuclear.

El peligro es, sin embargo, que si los ucranianos consiguen alcanzar un objetivo de muy alto perfil (como el Kremlin), o matan a un gran número de civiles rusos en un solo ataque, el gobierno ruso podría sentirse impulsado a una escalada bastante radical en respuesta. Muchos rusos de línea dura ya se preguntan públicamente cuánto tiempo tolerará Putin que la OTAN arme masivamente a Ucrania sin tomar represalias directas contra los países de la OTAN. Occidente podría encontrarse entonces con el peor de los mundos: enfrentamientos directos con Rusia (y una probable crisis económica mundial) que no salvarían a Ucrania de la derrota.

En estas circunstancias, volvería la presión para enviar tropas terrestres de la OTAN.

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que enviar tropas de la OTAN a Ucrania no significa inevitablemente enviarlas a combatir contra Rusia. En caso de que los rusos se abrieran paso, es posible imaginar el envío de tropas de la OTAN para preservar una Ucrania en pedazos manteniendo Kiev y una línea bien al este del avance ruso, como base para proponer un alto el fuego y negociaciones de paz sin condiciones previas.

Sin embargo, esto implicaría la pérdida de territorios ucranianos mucho más extensos. Para evitar una batalla imprevista con las fuerzas rusas sería necesario mantener conversaciones extremadamente cuidadosas y transparentes con Moscú. Los generales occidentales no estarían dispuestos a que sus tropas se desplegaran sin cobertura aérea, pero con la OTAN y las fuerzas aéreas rusas operando sobre Ucrania, las posibilidades de un choque aéreo serían muy altas.

Para eliminar el riesgo de que la OTAN se viera arrastrada a una guerra con Rusia, los gobiernos occidentales no sólo tendrían que obligar a Ucrania a aceptar un alto el fuego, sino que muy probablemente ordenarían al ejército ucraniano que retrocediera hasta las líneas de la OTAN (algo que muchos soldados ucranianos probablemente irían haciendo de todos modos). Tendría entonces que haber una amplia zona desmilitarizada entre ambos bandos, patrullada por tropas de las Naciones Unidas.

Si una presencia limitada de la OTAN condujera de hecho a una guerra a gran escala con Rusia y a la intervención de las fuerzas armadas norteamericana, entonces el peligro de una escalada hasta llegar al uso de armas nucleares (inicialmente limitadas y tácticas) se incrementaría enormemente, llevando al mundo al borde del Armagedón. Un escenario posible es que, tras una explosión nuclear de demostración (por ejemplo, sobre el Mar Negro), Rusia amenazara con atacar no ciudades norteamericanas o europeas, sino bases militares norteamericanas en Europa Occidental. ¿Cuánto tiempo aguantarían los nervios de las opiniones públicas y los gobiernos europeos antes de pedir la paz?

Frente a la alternativa de la derrota ucraniana y corriendo estos riesgos literalmente existenciales, es esencial -como hemos argumentado en un documento reciente para el Instituto Quincy- que la presión por continuar la ayuda a Ucrania, y declaraciones como las de Macron, vayan acompañadas de un impulso serio y creíble en favor de una paz de compromiso con Rusia ahora, mientras todavía tenemos influencia a la que recurrir en las conversaciones.

La victoria completa de Ucrania es hoy una imposibilidad evidente. Por tanto, cualquier fin de los combates acabará en algún tipo de compromiso, y cuanto más tiempo esperemos, peores serán los términos de ese compromiso para Ucrania, y mayores serán los peligros para nuestros respectivos países y para el mundo.

Responsible Statecraft, 28 de febrero de 2024

 

Dos lecciones de la guerra de Ucrania: Rusia no es una amenaza inminente, y Europa debe rearmarse pese a todo

Anatol Lieven

Dos años después de la invasión rusa de Ucrania, las advertencias de guerra entre Rusia y Occidente han alcanzado su punto álgido en Europa y Gran Bretaña. La intención explícita de estas advertencias es crear apoyo público para un gasto masivo en rearme, según el viejo principio de "meterles el miedo en el cuerpo".

El objetivo del rearme europeo es loable; los argumentos que se utilizan para conseguirlo no lo son. Mientras continúe la guerra en Ucrania, existe un riesgo real de que la OTAN y Rusia entren en guerracomo resultado de algún choque involuntario. Pero las posibilidades de que esto ocurra como resultado de una invasión rusa premeditada de un país de la OTAN son mínimas.

Sencillamente, Rusia no representa una amenaza seria de ataque convencional contra la UE y la OTAN. Vladimir Putin ha dicho a menudo -más recientemente en su entrevista con Tucker Carlson- que Rusia no tiene intención ni interés en atacar a la OTAN, a menos que la OTAN ataque a Rusia. Por toda una serie de razones objetivas, al menos en esto podemos darle crédito. 

Por un lado, Rusia se ha revelado como una potencia militar mucho más débil de lo que se pensaba -y de lo que Putin suponía- antes de la invasión. Desde sus derrotas en 2022, el ejército ruso en Ucrania se ha recuperado, y el equilibrio de fuerzas se está inclinando a su favor; sin embargo, los únicos éxitos rusos del último año han sido la toma de dos pequeñas ciudades en el Donbás, y estos avances han tardado meses y les han costado a los rusos decenas de miles de bajas. Mientras tanto, los ucranianos han infligido graves daños a la flota rusa del Mar Negro.

Teniendo en cuenta este pésimo historial, ¿por qué iba a esperar cualquier planificador ruso una victoria en una ofensiva contra la OTAN? Aun sin los Estados Unidos, los países europeos combinados superan ampliamente a Rusia en número, armamento y gasto militar (el mayor problema es la incapacidad de aunar estos recursos); y la guerra de Ucrania ha demostrado las grandes ventajas de que disfruta actualmente el bando que se mantiene a la defensiva. Además, en caso de ataque a un país de la OTAN, los países occidentales impondrían sin duda un bloqueo naval completo y paralizante a las exportaciones rusas de energía marítima.

Las amenazas nucleares de Putin han tenido por objeto disuadir a los Estados Unidos y a la OTAN de intervenir directamente en Ucrania. Sin embargo, en lo que respecta a sus propias acciones contra la OTAN, el gobierno ruso se ha mostrado muy cauto hasta la fecha, a pesar de la ayuda masiva que la OTAN ha prestado a Ucrania.

Si se elimina la amenaza de una invasión rusa, el argumento real para el rearme europeo resulta casi diametralmente opuesto: que es necesario hacer las paces con Rusia. Porque sólo una Europa segura de su capacidad para defenderse puede romper el círculo -no solo vicioso, sino cada vez más absurdo- por el que teme desesperadamente que los Estados Unidos dejen de garantizar su seguridad y, por tanto, apoya políticas norteamericanas que perjudican gravemente su seguridad. También resulta evidente, por supuesto, por los recientes comentarios de Donald Trump y sus partidarios, que el compromiso militar norteamericano con Europa no puede, de hecho, garantizarse a largo plazo.

Si los países europeos confiaran en su capacidad para defenderse sin los Estados Unidos, podrían -o por lo menos los franceses y los alemanes- haber sumado voluntades para bloquear el impulso norteamericano a la expansión de la OTAN, y haber hecho un verdadero esfuerzo por alcanzar un compromiso con Rusia sobre Ucrania. Esta autoconfianza también le permitiría a Europa librarse del creciente enfrentamiento entre los Estados Unidos y China.

Y lo que es aún más importante, le permitiría a Europa oponerse a las desastrosas políticas norteamericanas e israelíes en Oriente Medio, que amenazan con un retorno del terrorismo y de las luchas étnico-religiosas con las grandes y crecientes minorías musulmanas de Europa.

En 2007, esto habría implicado que Alemania y Francia vetaran -no solo aplazaran- la adhesión de Ucrania a la OTAN. En 2013, habría implicado la búsqueda de un acuerdo económico con Rusia que habría dejado a Ucrania abierta tanto al comercio como a la inversión de la UE y de Rusia, tal comoinstó a hacer en su momento el primer ministro italiano y presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, entre otros.

Hoy, cuando está desapareciendo la perspectiva de una completa victoria ucraniana, un sabio rumbo europeo independiente de Washington implicaría desafiar a la administración Biden -y adelantarse a una posible administración Trump- y aceptar la oferta de Putin de conversaciones de paz. Porque sin esas conversaciones, será imposible explorar cuáles son las condiciones rusas para la paz y, por tanto, si es posible una paz de compromiso.

Es cierto, como dicen los defensores del rearme, que el mundo es un lugar más peligroso de lo que han imaginado los europeos de la última generación han imaginado; y en un mundo peligroso países y alianzas necesitan poder defender sus intereses. Pero estos defensores militares sólo hablan de defensa militar; pasan por alto o ignoran deliberadamente la otra necesidad esencial de las naciones que viven en un mundo peligroso: una diplomacia fría, prudente, interesada y realista. Ambas son absolutamente interdependientes. Sin confianza en su capacidad para defenderse, un país o una región siempre estarán supeditados a los deseos e intereses de un protector militar.

Desde que apareció por primera vez la cuestión de la expansión de la OTAN a mediados de los noventa, funcionarios, periodistas e intelectuales rusos especializados en política exterior me han dicho que, aunque en realidad no les importaba Europa Oriental, ni siquiera los países bálticos, su temor era que la OTAN no supiera cómo detenerse; y que si amenazaba con tomar Ucrania, Rusia tendría que luchar. En todas esas tres décadas, ningún ruso del establishment me ha dicho nunca que Rusia podría atacar Polonia; y la única vez que se ha planteado esto en referencia a los países bálticos ha sido si Lituania bloqueaba el exclave ruso de Kaliningrado.

Dada la ausencia de una amenaza rusa inminente, Europa tiene tiempo para llevar a cabo un programa comedido de rearme. Esto debería implicar aumentos limitados del gasto militar, pero mucho más importante es la puesta en común y la coordinación de la producción militar, la unificación de las fuerzas militares y su despliegue en Europa del Este para tranquilizar a los miembros de la UE allí. Pero este rearme será totalmente inútil si no constituye la base de una autonomía estratégica y de la defensa de los verdaderos intereses y de la verdadera seguridad de Europa.

The Guardian, 23 de febrero de 2024

 

¿Quiere Putin poner fin a la guerra? Deberíamos ponerle a prueba

Branko Marcetic

El pasado miércoles, el presidente ruso, Vladimir Putin, concedió una entrevista en la que volvió a dejar claro que, a pesar de la insistencia de las voces favorables a la diplomacia en Occidente, no estaba dispuesto a negociar el fin de la guerra de Ucrania, porque las inciertas perspectivas de Kiev en el campo de batalla significaban que Rusia podría asegurarse nuevos avances si continuaba la guerra.

"Sería ridículo que empezáramos a negociar con Ucrania sólo porque se está quedando sin munición", declaró Putin ante el entrevistador Dmitry Kiselyov, según un tuit particularmente viral, y ampliamente citado, del corresponsal jefe de asuntos exteriores del Wall Street Journal, Yaroslav Trofimov.

Pero eso no es lo que afirmó Putin. De hecho, al leer el texto completo y ver la cita en su contexto, en lugar de un fragmento editado selectivamente, queda claro que estaba transmitiendo exactamente el mensaje opuesto:

"Para nosotros sería ridículo celebrar negociaciones ahora sólo porque se están quedando sin munición. No obstante, estamos abiertos a un debate serio y deseamos resolver todos los conflictos, especialmente éste, por medios pacíficos".

Lo cierto es que Putin volvió a reafirmar las condiciones más rigurosas que adoptó el año pasado para las conversaciones de paz, a saber, que Moscú no renunciará a las cuatro regiones que se anexionó oficialmente en septiembre de 2022 y que, considerando la situación en el campo de batalla, Ucrania tendrá que aceptar la pérdida de este territorio.

"¿Estamos dispuestos a negociar? Claro que sí", afirmó. "Pero decididamente no estamos listos para conversaciones que se basen en algún género de 'ilusiones' de las que vienen de usar de drogas psicotrópicas, sino que estamos dispuestos a conversaciones basadas en realidades que se han desarrollado, como se dice en estos casos, sobre el terreno".

Esto no impidió que la versión truncada de la primera cita se difundiera por doquier en las redes sociales y fuese esgrimida, a menudo por parte de reporteros de los principales periódicos como Trofimov y otras voces autorizadas, como prueba definitiva de que eran imposibles las negociaciones para poner fin a la guerra y de que la guerra prolongada es la única opción.

"Que los líderes republicanos de la Cámara de Representantes corten los suministros militares a Ucrania ha hecho que Putin abandone su pretensión de que desea conversaciones de paz. Lo quiere todo", fue el resumen que hizo Trofimov de la entrevista.

"Putin indicó que no entrará a discutir la entrega del territorio anexionado a Ucrania y se mostró confiado en que el ejército ruso pudiera avanzar aún más", es lo que informó el jefe de la oficina de Moscú del Financial Times, Max Seddon, antes de ofrecer la cita recortada como prueba.

"Rusia difunde rumores sobre las negociaciones. Gente poco crítica escribe artículos ingenuos. Estados Unidos corta la ayuda a Ucrania. Putin dice: gracias, con vuestra ayuda ganaré la guerra [y] destruiré Ucrania",  es lo que escribió el historiador Timothy Snyder, citando el resumen de Trofimov.

"El criminal de guerra Putin no quiere negociar, sólo violar, asesinar y saquear a ucranianos inocentes", tuiteó el eurodiputado belga Guy Verhofstadt. "La única manera de que esta guerra termine es que demos un paso al frente y les demos a los ucranianos lo que piden. Los que en Occidente piden negociaciones están al servicio de este monstruo".

El congresista Don Beyer (demócrata por Virginia) lo utilizó para afirmar que la retención de la ayuda militar por parte del Partido Republicano estaba "alimentando la agresión de Putin y el esfuerzo bélico ruso". Argumentos idénticos -que la cita truncada mostraba que las conversaciones de Putin sobre las negociaciones eran una cortina de humo, y que la única manera de llegar a un final pacífico de la guerra es redoblar la apuesta por una solución militar- se han difundido, y se siguen difundiendo hoy, repetidospor parte de una amplia variedad de voces destacadasinfluyentes y a menudo de línea dura, en gran parte aprovechando la tergiversación de las declaraciones de Trofimov y Seddon.

No ha ido mucho mejor la cosa fuera de las redes sociales. Los comentarios de Putin sobre las negociaciones quedaron totalmente fuera de las informaciones de los medios occidentales sobre su entrevista en ReutersAssociated PressPBS y Voice of America. Sólo la CNBC incluyó los comentarios con la cita completa; la CNN también informó de que "Putin declaró que Rusia estaría dispuesta a negociar", aunque citando sólo su comentario sobre las "realidades sobre el terreno".

Otros redoblan el uso de la cita abreviada para ofrecer un encuadre engañoso, como este titular del Washington Examiner, o esta información del Daily Telegraph. Este último iba más allá del mero titular y comenzaba comentando a los lectores que Putin "ha descartado iniciar conversaciones de paz con Ucrania", antes de componer una cita de la entrevista que omitía deliberadamente su comentario de que Moscú estaba abierto a las conversaciones y deseoso de resolver los conflictos por la vía diplomática.

¿Por qué resulta esto importante? Los halcones formularían la acusación de que el mero hecho de atreverse a corregir estas versiones es señal de sospechosas simpatías pro-Putin. Pero la voluntad de negociar no tiene nada que ver con la virtud moral: el gobierno saudí, violentamente represivo, el cual se lanzó recientemente a una oleada de ejecuciones, también acabó negociando el fin de su horrible guerra contra Yemen, a pesar del horror que había desatado en el país.

Más recientemente, Hamás se ha mostrado dispuesto a negociar a lo largo de todos los ataques israelíes contra Gaza, conversaciones que fructificaron en noviembre con un alto el fuego y un intercambio de rehenes, nada de lo cual le absuelve de las atrocidades del 7 de octubre ni convierte a sus miembros en ciudadanos modelo.

Al igual que en esos casos, no es necesario confiar en esto en Putin, un político autoritario y experimentado, para proceder a entablar conversaciones. Las negociaciones de paz se llevan a cabo, por su propia naturaleza, entre partes sin amplias reservas de fe y buena voluntad hacia la otra, y parte de cualquier conversación implica idear un mecanismo con garantías de seguridad aceptables para cada parte que elimine la necesidad de depender de la mera confianza. La forma más segura de verificar si alguien se toma en serio este tipo de negociaciones es intentarlo de veras.

El hecho de que Putin insista en que está abierto a las negociaciones, aunque sea con importantes concesiones territoriales por parte ucraniana, debería ser una noticia alentadora para cualquiera que se preocupe de verdad por Ucrania. El Instituto RAND argumentó en enero del año pasado que el daño económico y social causado por una guerra más larga superaba los posibles beneficios de la reconquista militar del territorio perdido. De hecho, los efectos de prolongar la guerra en busca de una victoria militar moralmente satisfactoria han sido demoledores para el país: decenas de miles de muertos y heridos, destrucción generalizada de infraestructuras, crisis demográfica y una deuda masiva que dejará al país vulnerable ante acreedores rapaces. Muchos miles de ucranianos están esquivandodesesperadamente el reclutamiento para evitar morir en la guerra, con una multitud de un 48% de los hombres ucranianos que reconoce no estar preparado para luchar.

Estas declaraciones de Putin son tan sólo la última señal de que Moscú está dispuesto a entablar conversaciones. En febrero, Putin dijo varias veces a Tucker Carlson que Rusia estaba "dispuesta" a negociar. Y lo que es más importante, tres informaciones distintas publicadas en el New York TimesBloomberg y Reuters han revelado entre bastidores los intentos de Moscú, al parecer ya en septiembre pasado, de entablar conversaciones de paz con Washington, intentos frente a los que la administración Biden no ha reaccionado hasta ahora.

No podremos saber con seguridad si las declaraciones de Putin van en serio hasta que se pongan a prueba en las negociaciones. Pero eso no da vía libre a periodistas y comentaristas para engañar a la opinión pública diciendo que no existen, todo con el fin de socavar la posibilidad de poner fin pacíficamente a una guerra en la que hay cada vez más ucranianos que no quieren luchar.

Responsible Statecraft, 15 de marzo de 2024

 

Finlandizar Ucrania

Christopher Fettweis 

Es poco probable que la conquista rusa de Avdiivka altere las realidades básicas de la guerra. Aunque las demoras en la entrega de ayuda a Ucrania han hecho aumentar las esperanzas rusas, no se avecinan cambios significativos en el campo de batalla. Los rusos no pueden llegar hasta Kiev; los ucranianos no pueden expulsar a los invasores.

La primera fase de la guerra en Ucrania está llegando a su fin. Ambas partes están cada vez más cerca de reconocer lo que ha estado claro para el resto del mundo durante bastante tiempo: es improbable que el actual punto muerto se rompa de forma significativa. Esta ronda bélica va a terminar más o menos en las líneas actuales del frente.

Las acciones que se lleven a cabo en los próximos años determinarán si habrá o no un segundo asalto.

El final de la guerra ya está claro, aunque los combatientes tarden un poco más en aceptarlo. La bárbara invasión del presidente ruso Vladimir Putin ha fracasado, pero Ucrania no puede volver al statu quo anterior. Las únicas cuestiones que quedan por resolver se refieren a la forma de la paz venidera y a la mejor manera de evitar un segundo acto en esta tragedia sin sentido.

En Occidente ya se oyen voces que sugieren que la mejor manera de evitar el segundo asalto es que la OTAN vuelva a expandirse e incorpore a Ucrania a la alianza. El Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, declaró el fin de semana lo siguiente sobre el ingreso de Kiev en la alianza: "Ucrania está ahora más cerca de la OTAN que nunca... no es una cuestión de si, sino de cuándo".

Si este es el camino que sigue la alianza, los futuros enfrentamientos están casi asegurados. La disuasión de un bando suele suponer una provocación para el otro.

La expansión de la OTAN era una condición necesaria para la invasión de Ucrania por Putin. No era suficiente, ya que Putin tiene capacidad de acción y tomó una decisión catastróficamente mala, pero era necesaria. Los occidentales que culpan a los Estados Unidos de la guerra son tan miopes como los que afirman que las políticas occidentales no han tenido nada que ver. Putin sigue siendo de corazón un adalid de la Guerra Fría, y habló obsesivamente de la OTAN en los años previos a la invasión.

Ampliar aún más la OTAN volvería a crear las condiciones necesarias para la tensión y el conflicto. Rusia no se quedará de brazos cruzados mientras Ucrania se une al bando enemigo. Una segunda invasión -quizás antes de que Ucrania se uniera formalmente a la alianza, o quizás después- sería extremadamente probable. Quienes sugieren que la disuasión mantendría a raya a los rusos deberían escuchar la incoherente entrevista que Putin le acaba de conceder a Tucker Carlson. Sencillamente, Ucrania le importa más a los rusos que a nosotros. Putin calcularía que ningún presidente estadounidense estaría dispuesto a sacrificar Nueva York por Kiev.

Existe otra solución, una que bien podría garantizar la seguridad de Kiev sin exacerbar la paranoia rusa. Ucrania debería "finlandizarse".

Durante la Guerra Fría, Finlandia fue esencialmente un país neutral. No adoptó postura oficial sobre cuestiones candentes del momento y se cuidó de no criticar a la Unión Soviética. Los dirigentes de Helsinki dejaron claro a los de Moscú que no deseaban unirse a Occidente. Se resistieron a las presiones para unirse tanto a la OTAN como al Pacto de Varsovia, y disuadieron a sus ciudadanos de criticar abiertamente a cualquiera de los dos bandos. Finlandia evitó el abrazo soviético dejando claro que también evitaría a Occidente.

La "finlandización" supuso una neutralidad forzada. El término se utilizó a menudo en sentido peyorativo durante la Guerra Fría, como una suerte de advertencia de lo que podía ocurrirle al resto de Europa si los Estados Unidos no tenían cuidado. Lo que a menudo se pasó por alto en aquella época fue lo bien que funcionó la finlandización para el pueblo finlandés, que consiguió mantenerse libre y al margen de las diversas crisis de la Guerra Fría. Quizá no sea una coincidencia que hoy los finlandeses figuren sistemáticamente entre las personas más felices del mundo.

La finlandización fue un reconocimiento de la realidad geopolítica, y fue la mejor opción para una pequeña nación con la desgracia de estar al lado de una superpotencia. Suiza siguió un camino similar durante la década de 1930. Al igual que los finlandeses, los suizos se dieron cuenta de que su independencia y su propia supervivencia dependían de evitar cualquier percepción de coqueteo con los enemigos de su vecino.

Ucrania pronto se encontrará en una situación similar, al lado de una gran potencia agresiva e impredecible. Debería tomar la misma decisión, y los Estados Unidos deberían ayudarle a hacerlo.

A una Ucrania finlandizada no se le permitiría unirse a Occidente, pero tampoco quedaría bajo el pulgar de Rusia. Sería neutral, una zona tapón entre la OTAN y Rusia, un Estado independiente que permitiría a los rusos de línea dura imaginar que sigue siendo parte de su país. El pueblo ucraniano sería neutral y se encontraría, por tanto, a salvo.

Si Washington liderase el esfuerzo por recalcar la neutralidad duradera de Ucrania para finlandizarla, la paranoia rusa podría aquietarse en lugar de verse excitada. Finlandizar Ucrania supondría el mejor resultado para todos los implicados, incluido el pueblo ucraniano. La decepción de verse excluidos de la OTAN se vería atenuada por el conocimiento de que les sitúa en su mejor camino hacia la paz y la estabilidad. Y sería la mejor manera de evitar la Segunda Guerra de Ucrania.

Responsable Statecraft, 24 de febrero de 2024 

periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Ha trabajado también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.
director de asuntos estratégicos en el Quincy Institute, trabajó para el gobierno norteamericano durante más de dos décadas como analista de inteligencia, diplomático, asesor político y especialista en Rusia. Es autor de “The Russia Trap: How Our Shadow War with Russia Could Spiral into Nuclear Catastrophe” (2019), donde advierte de los peligros de enfrentamiento militar entre los EE.UU. y Rusia.
redactor de la revista Jacobin y autor de “Yesterday's Man: the Case Against Joe Biden”, colabora asimismo con medios como en The Washington Post, The Guardian e In These Times, entre otros.
es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Tulane de Nueva Orleans. Es autor, más recientemente, de “The Pursuit of Dominance: 2000 Years of Superpower Grand Strategy”.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 31-3-2024
Traducción:
Lucas Antón

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