Anónimo
21/06/2009Era primavera cuando uno de los poetas más viscerales de la poesía española partió al exilio. Pedro Garfias, cordobés nacido en Castilla atravesó poco antes la frontera de los Pirineos. Extrañamente olvidado en la nombrada antología de Diego que dio pie a la Generación del 27, Garfias pasó por el anarquismo en lo político y el ultraísmo en lo artístico, como tantos, que buscaban la radicalidad de la vida en la plasmación de la obra. Se retiró de la poesía en los años veinte para volver en la guerra y consiguió mientras tanto un empleo suficiente en la Córdoba familiar, pues parece ser poco podía el trabajo rutinario en su vida, pues según nos dice Giner de los Ríos, en su exilio mejicano le bastó su destreza en el dominó para sacar los pesos suficientes para su casa.
Pero aquella Primavera de 1939 Pedro Garfias, voz ineludible de Andalucía, el poeta que parió ese poema llamado Asturias que homenajeó a la revolución del 34 y el cantautor Víctor Manuel casi presenta como de su cosecha -recordemos su inicio yo soy un hombre del Sur como prueba a los indecisos-, digo, que Pedro Garfias atravesó la frontera y nos dice que la Junquera está invadida por una multitud famélica y andrajosa que escapa del fascismo. Carruajes de todas las dimensiones y todos los tiempos. Todos queriendo escapar de la muerte. Y él escapa también.
Y de allí pasó a los tremendos campos de refugiados de Francia donde se hacinaron los republicanos y revolucionarios españoles: Argelès-Sur-Mer, Saint Cyprien, nombres de la más ignominiosa memoria de España. Porque era España lo que perdía Pedro Garfias, un país en el sentido más extenso de su nombre, no el que enarbolaba y dejaba manco el franquismo que se extendía por la península. Dice Francisco Moreno en su prólogo a la obra completa de Garfias: La última imagen que conservo del recuerdo de Pedro Garfias es la de un hombre acurrucado, agachado por el techo bajo de la chabola, casi permanentemente envuelto en una especie de capotón azul marino, casi sin moverse. Evocando aquel estado de postración, yo siempre he pensado que le faltaba, no sólo el vino, sino sobre todo la tierra y el aire de España. Entender a estas alturas, en otro siglo, el sentido que a la palabra España podía darle un hombre de la cosecha más profunda que forjó la izquierda es difícil en los tiempos que corren. La palabra sería secuestrada por toda la jauría que se avecinaba sobre el país que paría el vino que Garfias siempre añoraría.
Con suerte, contactos a tiempo y tras vivir el hedor que tantos españoles se llevaron en su cuerpo a las tumbas improvisadas de Argelès o a los campos de concentración nazis, que con el tiempo serían también destino, Garfias alcanzó con el apoyo de comités de ayuda a la España Leal llegar a Gran Bretaña, país a quien tanto había atacado por su tibia y conjurada postura frente a la rebelión de los militares españoles. Así, dice Max Aub, que no había nada más sorprendente que Garfias en Gran Bretaña. Pérdida y destierro en el país de la traición.
Allí, saturado de exilio, conoció Garfias, cuenta Neruda, a un tabernero escocés y con él pasaba noches y noches, bebiendo juntos, llorando juntos, mirando juntos el fuego sin entender el uno lo que el otro decía. Ni falta que hacía. Le bastaba el convencimiento de entenderse y compartir.
El día 9 de mayo de 1939, Garfias abandona Inglaterra y consigue llegar hasta Sète, de donde parte el Sinaia, un barco fletado por el SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles ) que parte mar por medio hacia Méjico. Y con él Juan Rejano, Ontañón Allí, a bordo del Sinaia quedaron fuerzas para publicar una revista, y escribió el conmovedor poema Entre España y Méjico.
En Méjico, dominó, chabola, una mano a tiempo para republicar Primavera en Eaton Heastings, el libro donde el autor lo encabezó escribiendo: Escrito en Inglaterra, durante los meses de abril y mayo de 1939, a raíz de la pérdida de España, por no poder olvidar vino, olivos, camino y río de aguas amargas.
Ésa fue la historia: fue un martes del mes junio de 1939 hace casi setenta años, el Sinaia atracaba en el puerto de Veracruz de México. Tras 19 días de travesía quedaban dolorosas en la memoria las vicisitudes de la guerra civil la derrota republicana y revolucionaria y el deshonroso desgarro de los primeros meses del exilio en Francia. Mil setecientos españoles desembarcaban acogiéndose a la oferta del Gobierno mexicano y su Presidente Lázaro Cárdenas. Allí podrían reemprender sus vidas. Excepto para los muy ancianos, como el profesor Zolaya que lloró cuando el barco abandonó el estrecho de Gibraltar, la gran mayoría de los pasajeros entendían su exilio como un paréntesis. Pronto caería el fascismo y el régimen de Franco y volverían a España. No podían saber que aquel barco, el Sinaia, sería el símbolo de un exilio que se alargó durante casi cuarenta años.
Definitivamente, Pedro Garfias fue un vencido de la vida, en el sentido quijotesco y en plena interpretación de León Felipe, quien le buscó cobijo en Méjico. Pedro Garfias, nacido en Salamanca, pero criado en Córdoba la llana, fue un vencido de la vida familiar, huérfano de madre y con hermanos que murieron jóvenes, un vencido de la profesión pues nunca se adaptó a los empleos estables y un vencido del ideario político, pues aquella causa de la España libre del 36 sucumbió y lo envió al exilio mejicano a bordo de aquel barco fletado para conducir a los españoles vencidos a la separación del cuerpo y las almas.
Finalmente, marginado. En su propia generación (excepto por aquel otro acreedor: Juan Rejano), en el amor que si matrimonio fracasado, si amores no correspondidos y vencido definitivamente en el propio aspecto físico, la salud enfermiza, la propensión al alcohol. Pero seguro que aún pueden recordar en las sombras eternas de las cantinas de Méjico distrito federal, quien sabe si servido por un tabernero escocés, la enorme figura de Pedro Garfias, casi tuerto de un ojo, sentado frente a un fuego que recuerda la blanca Andalucía, garabateando un verso en una servilleta.
Sobre la memoria. Verso de Pedro Garfias:
España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos en tu frente derrumbada,
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.
(Pedro Garfias)