Anatol Lieven
Alberto Negri
Annelle Sheline
Peter Van Buren
22/12/2024
La caída de Asad es una derrota para Rusia, pero no una “victoria” para los EE. UU.
Anatol Lieven
La caída del Estado Baaz en Siria es una grave derrota para Rusia (y un desastre para Irán). Sin embargo, sería un grave error suponer que esto lo convierte necesariamente en un éxito para los Estados Unidos.
Es posible que Moscú y Washington se enfrenten ahora a retos similares en Siria.
Tres cuestiones llevaron a Rusia a intervenir en la guerra civil siria para salvar al régimen de Asad. En primer lugar, el deseo general de preservar un Estado que era socio suyo, uno de los pocos que le quedaban a Rusia tras el derrocamiento por los Estados Unidos de los regímenes de Irak y Libia, que contribuyeron a apuntalar la influencia internacional de Moscú. En segundo lugar, el deseo de conservar las únicas bases navales y aéreas de Rusia en el Mediterráneo.
En tercer lugar, el profundo temor ruso a que una victoria islamista convirtiera a Siria en una base para el terrorismo contra Rusia y sus socios de Asia Central. Esa ansiedad se vio incrementada por la presencia de numerosos combatientes de Chechenia y otras regiones musulmanas de Rusia en las filas de las fuerzas islamistas en Siria e Irak.
La esperanza de Moscú de conservar un socio estatal se ha derrumbado irremediablemente. En cuanto a la amenaza terrorista, habrá que ver. Dados los enormes retos a los que se enfrentará para reconstruir el Estado sirio, parecería una locura que el nuevo régimen liderado por el Hayat Tahrir al-Sham [Organización para la Liberación del Levante] (HTS) patrocinara el terrorismo internacional; y, como parte de su estrategia general de renegar de su pasado en Al Qaeda, su líder, Abu Mohamed Al Yolani, ha prometido no obrar así.
Sin embargo, habrá un interrogante sobre la capacidad del HTS para controlar a sus aliados, y a algunos de sus propios seguidores. En Afganistán, los talibanes prometieron no apoyar el terrorismo internacional cuando volvieron al poder, y al parecer han cumplido su palabra. Sin embargo, el Estado Islámico de Jorasán (ISK), con base en Afganistán, sigue haciéndolo; y debido a una mezcla de ausencia de control sobre algunas partes de Afganistán y falta de voluntad de entrar en nuevos conflictos, los talibanes no han podido impedirlo del todo.
Queda la cuestión de la base naval rusa en Tartus y la base aérea cerca de Latakia. Al parecer, la escuadra rusa con base en Tartus ha abandonado el puerto. Podría tratarse de una evacuación definitiva o de una medida de precaución para mantenerlos en el mar hasta que se aclaren las relaciones con el nuevo régimen. Se dice que la base aérea rusa está rodeada por fuerzas del EIIL, pero no ha sido objeto de ataques. Se ha informado de que se ha cerrado un acuerdo entre Moscú y el HTS para garantizar la seguridad de las bases, pero, de ser así, este arreglo podría ser puramente temporal.
Dada la naturaleza extremadamente complicada e incierta de sus relaciones con todos los vecinos de Siria, podría tener sentido que el nuevo régimen de Damasco permitiera la permanencia de las bases (quizá a cambio de suministros rusos de petróleo y alimentos) para equilibrar sus opciones diplomáticas y económicas.
Sin embargo, esta cuestión está íntimamente ligada a la de la política del nuevo régimen hacia las minorías étnico-religiosas de Siria, que en general apoyaron al régimen del Baaz por miedo a la opresión islamista suní (un miedo ampliamente justificado por el brutal destino de sus comunidades en Siria e Irak que cayeron en manos del ISIS).
Donde se ubican las bases rusas, a lo largo de la costa mediterránea, se encuentra el corazón de las minorías cristiana y alauita de Siria. La dinastía Asad procede de la secta chiíta alauita y, a lo largo de los últimos cincuenta años, el Estado Baaz de Siria ha sido en gran medida alauita. Las milicias alauitas desempeñaron un papel crucial en el bando gubernamental en la guerra civil, y cometieron numerosas atrocidades contra sus oponentes.
Al Yolani ha prometido que no habrá venganza por ello, que se respetarán los derechos de las minorías y que no se impondrá una severa ley islamista suní. Sin embargo, aunque sea sincero en estas promesas, sus seguidores pueden pensar de otra manera.
Un régimen dirigido por el HTS en Damasco que desee tranquilizar a los alauíes y cristianos podría ver interés en permitir la permanencia de las bases rusas. Sin embargo, un régimen temeroso de una revuelta de las minorías (y del apoyo exterior a dicha revuelta) probablemente vería en las bases rusas un posible apoyo a dicha rebelión.
Para que Rusia mantenga sus bases en contra de la voluntad del nuevo gobierno sirio, y con el apoyo de las fuerzas alauitas y cristianas locales, no sólo sería necesaria la intervención de buques y aviones rusos, sino también el despliegue de un número significativo de fuerzas terrestres. Teniendo en cuenta la guerra en Ucrania, es muy poco probable que Rusia disponga de tales fuerzas.
Por otra parte -al igual que ocurrió con el derrumbe igualmente rápido del Estado afgano que substituyó a los Estados Unidos- la forma en que las fuerzas estatales sirias se deshicieron ante las fuerzas insurgentes dirigidas por el HTS difícilmente animará a Rusia a continuar la lucha en Siria.
De modo distinto, estas cuestiones afectan asimismo a la política norteamericana en Siria. ¿Intentará Washington mantener sus propias bases en Siria (desde las que ha atacado tanto objetivos del ISIS como del régimen del Baaz)? ¿Hará el nuevo régimen la vista gorda o intentará expulsarlas?
La cuestión más importante que han de considerar los Estados Unidos es el destino de los kurdos sirios. Durante la guerra civil siria, con la ayuda masiva de los Estados Unidos y del Estado kurdo semiindependiente del norte de Irak, las fuerzas kurdas sirias (el Partido de la Unión Democrática o PYD) ocuparon una enorme franja del noreste de Siria, considerablemente más allá de su territorio étnico central. Los Estados Unidos disponen de varias bases y centros logísticos en la región.
Quien fuera del país parece haber sido decisivo para la victoria del HTS, y haberse beneficiado incuestionablemente de ella, es Turquía y el gobierno turco del presidente Recep Tayyip Erdogan. La ofensiva del HTS surgió de la zona del norte de Siria controlada por Turquía y difícilmente podría haberse producido sin el apoyo. El exitoso uso de drones por parte del HTS apunta claramente a la ayuda turca.
Turquía tiene dos intereses fundamentales en Siria: el primero es crear una situación en la que los tres millones de refugiados sirios que huyeron de su patria durante la guerra civil puedan regresar a sus hogares. Esto puede lograrse ahora, si el nuevo gobierno de Damasco puede establecer la paz y el orden básicos y recibir alguna ayuda internacional. Al parecer, cientos de refugiados ya están haciendo cola para cruzar de nuevo a Siria desde Turquía.
El segundo interés turco es reducir el poder y el territorio de los kurdos sirios, a los que ha acusado de estar aliados con los rebeldes kurdos del PKK en Turquía. Simultáneamente a la ofensiva del IHT contra el régimen del Baaz, los rebeldes del «Ejército Nacional Sirio» respaldados por Turquía y apoyados por la aviación turca lanzaron una ofensiva contra el PYD kurdo (designado oficialmente por Turquía como «terroristas»), capturando la ciudad de Manbij. Esto crea una situación en la que los apoderados respaldados por un miembro de la OTAN (aunque uno cada vez más distanciado) están atacando a un apoderado norteamericano, sin que parezca que los Estados Unidos puedan hacer mucho al respecto.
Si Turquía empuja al nuevo régimen de Damasco a unirse al ataque contra los territorios controlados por los kurdos en el noreste de Siria, esto le creará dilemas a Washington similares a los que enfrenta Rusia en el oeste. ¿Abandonaría la administración Trump a sus aliados kurdos, de acuerdo con la declaración de Trump de que «Esta no es nuestra lucha. Dejemos que se desarrolle. No nos impliquemos»? ¿O las exigencias de «credibilidad» obligarían a Washington a acudir en su ayuda, aun a costa potencialmente de desencadenar una profunda crisis con Turquía?
Oriente Medio se parece a una mesa de billar, en la que el movimiento de una bola puede hacer que las demás salgan volando en distintas direcciones y, a su vez, reboten entre sí. La diferencia es que, a diferencia del billar, ni siquiera el experto más perspicaz puede predecir en qué dirección se moverán las bolas; y ningún jugador externo ha sido capaz de controlarlas.
En conjunto, el planteamiento más sensato con diferencia parece ser el de los chinos, que importan gran parte de su energía de la región al tiempo que evitan decididamente intervenir y tomar partido en sus conflictos.
Pues, tal como me dijo un diplomático chino hace muchos años: «¿Por qué íbamos a querer meternos en ese lío?».
La antigua partición de Siria no se ha mantenido, y la nueva ya ha comenzado
Alberto Negri
Nadie puede salir sin esqueletos en el armario de la guerra civil en Siria que ha destrozado el país en mil pedazos, con millones de refugiados: más de 12 millones de sirios han tenido que abandonar sus hogares en los últimos años, y la mitad de ellos ha huido a través de las fronteras.
Algunos de los países más fuertes y ricos del mundo árabe se han desintegrado en una generación, y en Siria el régimen se desmoronó sin resistencia: un signo positivo -pocas bajas- pero también negativo, pues significa que el Estado se derrumbó cuando sus principales patrocinadores, Rusia, Irán y Hezbolá, lo abandonaron. Significa que su ejército no combatió porque sabía que luchaba por un clan, el de Assad, y no ya por una nación y un Estado. El ejército se había disuelto, como el iraquí en 2014 frente al ISIS, antes incluso de la ofensiva de HTS y sus aliados pro-turcos: había perdido la motivación, humillado por los servicios de inteligencia que trataban a los generales como sirvientes rastreros al servicio del clan gobernante.
Siria ha quedado reducida a una caja vacía, tan desertizada como los pasillos abandonados del palacio de Assad, tan devaluada como los montones de billetes saqueados en el Banco Central de Damasco.
Es un final triste, porque junto al régimen, el Partido Baaz ha quedado confinado a la Historia. Fundado en Siria después de la II Guerra Mundial por un greco-ortodoxo, Michel Aflaq, y un suní, Salah Bitar, el Partido Baaz acabó en las sangrientas manos de los Assad después de que el iraquí de Sadam Husein fuera disuelto por los Estados Unidos junto con el ejército del país. Casi nada quedó de su ideología socialista y panárabe originaria -que en los años 60 sacó a los más pobres de las cadenas de las instituciones feudales-, salvo el principio de laicidad del Estado. Algún día, alguien volverá a recordarlo.
Ahora se plantea el mismo problema urgente que hemos visto anteriormente muchas veces: el cambio de régimen implica reconstruir el Estado, la sociedad civil y la sociedad política en un país ya reducido a una especie de mosaico militar que alberga grandes potencias y un millar de facciones. Ya ha comenzado una nueva partición, después de que la anterior no se haya mantenido.
Israel quiere su «franja de seguridad» y ha empezado a moverse en el lado sirio del Golán, al sur -lo que no ocurría desde 1973- y a bombardear todo objetivo «útil»: primero fueron los pasdarán iraníes y Hezbolá, ahora son cuarteles, bases aéreas y depósitos de armas, alegando que no deben caer en manos de grupos «hostiles». Entre los hostiles, Israel no ha mencionado al HTS, el movimiento salafista dirigido por Al Yolani y patrocinado por Turquía, pero está claro lo que piensa el Estado judío: Siria, al igual que Irak y como Libia -y algún día, tal vez, Irán- no debe disponer de una maquinaria bélica que pueda amenazar a Israel en lo más mínimo.
Israel está maximizando la guerra lanzada tras el 7 de octubre: dejó fuera de combate a la media luna chií, Hezbolá se ve martilleada a diario en el sur del Líbano y los israelíes acabaron con las defensas aéreas de Irán con el ataque del 26 de octubre. Esta fue una de las razones de la caída de Asad, y los efectos pronto se dejarán sentir en Líbano.
La caída de Asad ha provocado fuertes reacciones en Líbano, país con una larga historia de complicadas relaciones con su vecino sirio. Políticos y líderes religiosos libaneses han comentado el acontecimiento con declaraciones que reflejan no sólo las reacciones emocionales surgidas tras el fin del régimen sirio, sino también las implicaciones que esto puede tener para el futuro. Con un frágil alto el fuego, Líbano aún no ha salido de la guerra y, como en el pasado, podría verse absorbido por la vorágine de los conflictos internos.
En la partición de Siria desempeñará un papel destacado Turquía, patrocinador desde hace tiempo de los rebeldes yijadistas. Erdogan, al igual que Israel, quiere ampliar su «franja de seguridad» al menos en 40 kilómetros hasta las afueras de Alepo y atacar a los kurdos, los cuales, en su opinión, no deben tener un Estado, ni siquiera autonomía, en Rojava.
En el norte de Siria, en la frontera con Turquía, se están produciendo intensos enfrentamientos armados entre facciones pro-turcas y opositores kurdos. Estos últimos fueron también aliados de los Estados Unidos en la lucha contra el Califato, pero Trump -que antes los había abandonado a merced de los turcos- dice que no quiere involucrarse. Pero los Estados Unidos, que cuentan con un contingente propio en Siria, son siempre un actor importante en Oriente Medio, y Turquía es un país de la OTAN, mientras que Israel es el mayor aliado de los Estados Unidos. Sólo alguien completamente despistado podría creer que puede contemplar Oriente Próximo desde lo alto de un rascacielos, limitándose a observar el desarrollo de los acontecimientos.
¿Qué controla realmente hoy Al Yolani, que nombró a Mohammed al Bashir nuevo primer ministro prometiendo que las mujeres no tendrán que llevar velo y amnistía para los soldados? Controla una gran parte de Siria, pero no a las milicias alauitas, drusas y del ISIS, ni a los kurdos. Y lo que es más importante, tendrá que saldar su deuda con Erdogan. Siria se enfrenta a retos de enormes proporciones, desde su relación con las potencias extranjeras hasta el retorno de los refugiados en un país donde el 80% vive por debajo del umbral de la pobreza. El riesgo es que los nuevos gobernantes sólo encabecen una mini-Siria, siempre sometida a la pesadilla de la rivalidad entre facciones y a la partición.
Jordania se prepara mientras se avecina la anexión israelí de Cisjordania
Annelle Sheline
Tras la victoria electoral de Donald Trump, el ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, informó a su personal de que se preparase para anexionarse Cisjordania.
Smotrich declaró que esperaba trabajar con la Casa Blanca de Trump en la consecución de este objetivo clave de la extrema derecha israelí, que extinguiría la posibilidad de un Estado palestino. El optimismo de Smotrich de que la administración Trump apoyaría la anexión parece justificado por los nombramientos de Trump, como su elección del apasionado sionista cristiano Mike Huckabee como embajador de los Estados Unidos en Israel.
Mientras tanto, el senador Tom Cotton (republicano por Arkansas) presentó una ley que exigiría al gobierno de los EE.UU. referirse a Cisjordania como «Judea y Samaria», apelativo favorecido por el gobierno israelí -basándose en una ley similar presentada por la representante Claudia Tenney en la Cámara a principios de este año-, en un movimiento aparentemente destinado a señalar el apoyo a la reclamación ilegal de Israel sobre el territorio.
Sin embargo, este apoyo a un proyecto muy apreciado por la extrema derecha israelí no se limita a los republicanos. Durante un discurso en Dearborn, Michigan, en nombre de la campaña de Harris, el ex presidente Bill Clinton se refirió también a Cisjordania como «Judea y Samaria», repitiendo como un loro los temas de conversación preferidos por los sionistas cristianos y los judíos de extrema derecha.
El discurso de Clinton, en el que también afirmó que estaban justificados los ataques de Israel contra civiles en Gaza, fue muy criticado por considerar que, en realidad, perjudicó el acercamiento de la campaña a los votantes de la mayor ciudad de mayoría árabe del país. La declaración de Clinton contradice directamente la postura oficial de los Estados Unidos -que mantiene un compromiso nominal con la solución de dos Estados-, así como el Derecho internacional, que sostiene que un Estado no puede anexionarse o transferir su población a un territorio que ha ocupado ilegalmente, como dejó claro la CIJ en su sentencia sobre la presencia ilegal de Israel en los Territorios Palestinos Ocupados en julio.
El hecho de que hasta Bill Clinton -que ayudó a negociar los Acuerdos de Oslo de 1993 que supuestamente conducirían a un Estado independiente de Palestina- haya hecho suyo el lenguaje de la derecha israelí indica que gran parte de la política exterior norteamericana parece dispuesta a apoyar la anexión de Cisjordania por parte de Israel, sin tener en cuenta el caos que se produciría y el modo en que ello socavaría los intereses de los Estados Unidos en la región.
El país que se vería más directamente afectado por la anexión de Cisjordania a Israel es Jordania. Jordania, uno de los principales aliados de los Estados Unidos fuera de la OTAN, fue considerada durante mucho tiempo por Washington como un país que desempeñaba un papel central en el conflicto palestino-israelí y en la seguridad regional, tras el tratado de paz que Jordania firmó con Israel en 1994.
Durante la ocupación norteamericana de Irak y la Guerra contra el Terrorismo, Jordania continuó siendo un socio clave de los Estados Unidos, colaborando tanto con el ejército estadounidense como acogiendo a cientos de miles de refugiados iraquíes. Tras la Primavera Árabe, la posterior guerra civil siria y el auge del ISIS, Jordania absorbió a más personas que huían de la violencia; el reino sigue acogiendo a aproximadamente 1.3 millones de refugiados.
Las dificultades de Jordania para acoger a civiles desplazados por múltiples conflictos regionales en el siglo XXI palidecen en comparación con los 750.000 refugiados palestinos que huyeron de la violencia que acompañó a la creación del Estado de Israel en 1948, y que triplicó la población de Jordania en aquel momento. Se calcula que la mitad de la población actual de Jordania es originaria de Palestina.
Dado que tanto los políticos israelíes como los norteamericanos señalan cada vez más su intención de que Israel se anexione Cisjordania, los funcionarios jordanos han declarado explícitamente que esto supondría una amenaza existencial. El ministro de Asuntos Exteriores, Ayman Safadi, declaró en septiembre que cualquier intento israelí de desplazar a los palestinos de Cisjordania hacia Jordania se interpretaría como «una declaración de guerra». Durante su discurso en la Asamblea General de la ONU en septiembre, el rey Abdalá de Jordania dejó claro que Jordania rechaza la anexión, declarando: «Nunca aceptaremos el desplazamiento forzoso de palestinos, que es un crimen de guerra.»
Durante mi reciente viaje a Jordania, entrevisté a ex ministros, funcionarios de la ONU y del gobierno, líderes de partidos islamistas, así como a periodistas y otros expertos para un informe, publicado hoy, sobre el modo en que ha afectado la guerra de Gaza a Jordania. Muchas de las personas que entrevisté mencionaron su temor de que Israel se anexionara Cisjordania. Hay tres millones de palestinos en Cisjordania; si Israel se anexionara el territorio, una parte significativa, si no la totalidad de esa población, huiría a Jordania, o bien Israel intentaría forzarlos a cruzar la frontera.
Esto equivale a más de una cuarta parte de la población actual de Jordania; si esto ocurriera en los Estados Unidos, equivaldría a que más de 80 millones de refugiados cruzaran la frontera. Jordania ya se enfrenta a importantes retos: carece de agua suficiente para su población actual; el 22% de los jordanos están desempleados, cifra que se eleva al 46% entre los jóvenes, y la deuda de Jordania asciende al 90% de su PIB.
Desde el 7 de octubre y la guerra de Israel en Gaza, las presiones no han hecho más que aumentar. Los jordanos exigen que su gobierno haga más para apoyar a los palestinos, pero el rey Abdalá puede hacer poco más allá de proporcionar ayuda y acoger a muchas de las organizaciones humanitarias que intentan desesperadamente hacer llegar ayuda a Gaza, la mayor parte de la cual bloquea Israel.
Los jordanos demostraron su frustración votando a los islamistas en las elecciones parlamentarias de septiembre: el Frente de Acción Islámica, afiliado a la rama jordana de los Hermanos Musulmanes y el mayor partido político del país, obtuvo una porción de 31 de los 138 escaños. El FAI hizo campaña para poner fin al tratado de paz de Jordania con Israel, impopular desde hace tiempo; sin embargo, incluso con escaños adicionales en la asamblea legislativa, tales decisiones siguen siendo competencia del rey.
Algunos jordanos se han tomado la justicia por su mano: en septiembre, un camionero jordano mató a tres israelíes cerca del paso fronterizo entre Jordania y Cisjordania. En octubre, dos jordanos cruzaron la frontera al sur del Mar Muerto y abrieron fuego contra soldados israelíes, hiriendo a varios antes de morir. En noviembre, un hombre armado disparó contra la policía cerca de la embajada israelí en Ammán, hiriendo a tres personas antes de ser abatido.
Sin embargo, estos actos esporádicos de violencia no son nada comparados con el caos que provocaría la anexión de Cisjordania. Ante la violación por Israel del tratado de paz de 1994, el rey Abdalá podría responder agresivamente, lo que podría provocar una nueva escalada del ejército israelí y posiblemente desencadenar una guerra. Es mucho más probable que Abdalá pida ayuda a los Estados Unidos para hacer frente a la oleada masiva de nuevos refugiados y al consiguiente revuelo popular.
Sin embargo, bajo la primera administración Trump parecía feliz de ignorar a Amán en favor de Tel Aviv, Abu Dhabi y Riad. Si Jordania se enfrentara a una verdadera crisis sin el apoyo de los Estados Unidos, podría caer la monarquía hachemita. Con el conflicto en curso en Líbano, la guerra en Gaza y el reciente derrocamiento de Bashar al-Asad en Siria, Jordania sigue siendo el único país de Levante que aún no está desgarrado por la violencia.
Trump hizo campaña a favor de restaurar el orden, pero permitir que Israel se anexione Cisjordania conseguiría todo lo contrario. Si Trump desea cumplir su promesa electoral, o espera lograr lo que Biden no pudo y convencer a Arabia Saudí de que normalice sus relaciones con Israel, debe frenar a Netanyahu y a su gobierno antes de que se anexionen Cisjordania y desestabilicen aún más la región.
Adelante, en marcha: Cómo llevó la invasión norteamericana de Irak al actual caos de Siria
Peter Van Buren
Si en 2024 un viajero en el tiempo aterrizara en el Oriente Próximo de hace 40 años, por ejemplo, con la intención de revelar el futuro, es posible que no le creyeran.
Afirmaría que han desaparecido los regímenes incondicionales de Gadafi, Sadam y la dinastía Asad, y que sus antiguos países se encuentran ahora sumidos en algún grado de caos de seguridad, fracaso estatal o disfunción política crónica. Egipto sobrevive como una especie de Estado cliente de los Estados Unidos, salvado por el inmovilismo norteamericano respecto a las posibilidades democráticas de la Primavera Árabe.
Cuando se le preguntara cómo había podido ocurrir todo esto, explicaría que buena parte de ello tenía que ver con Estados Unidos y su invasión de Irak en 2003, la destrucción de un régimen comparativamente estable (pero «malvado»; son todos malvados) que resultó ser el eje que mantenía unido a la mayor parte del conjunto del mundo [resultante del pacto] Sykes-Picot.
Aquella invasión inició un proceso en el que se invitó a todos los interesados a apoderarse de un trozo de Irak y ver hasta dónde podían llegar con ello. Muchos de los mismos elementos del ISIS y de la antigua Al Qaeda que ahora se encuentran a lo largo y ancho de Siria (y que sin duda lucharán allí pronto entre sí por su control) casi se apoderaron de todo el país de Irak después de que el ejército iraquí posterior a Sadam, adiestrado y equipado por los Estados Unidos, saliera huyendo de escena. Se dejó el país para que los iraníes tomaran luego las riendas, convirtiéndolo en un estado cliente después de que los Estados Unidos redujeran sus pérdidas cooperando con Irán para acabar con la mayor parte del ISIS (que se creó con los restos de Al Qaeda, destruida por los Estados Unidos) en Irak y abandonando a los kurdos que habían creído tontamente que los Estados Unidos les debía un estado-nación después de todo esto.
La arrogancia estadounidense condujo al derrocamiento de Muamar el Gadafi en 2011. Pero el bombardeo de la OTAN y una suerte de revuelta respaldada por Occidente no hicieron más que crear un Estado fallido en esa frágil región. Los expertos lo vieron, como verán erróneamente la caída de Siria, como un golpe a las ambiciones rusas en la región, sin calcular el valor negativo de desatar el caos en una región consumida por la guerra por poderes entre Irán, los Estados Unidos e Israel y la política de las potencias medianas en el Cuerno de África. Rusia, por cierto, sigue allí haciendo de las suyas, para consternación de Occidente.
Como nota al margen, ver a Gadafi sodomizado en televisión después de renunciar a sus armas nucleares le garantizó al mundo que Corea del Norte nunca haría lo mismo. Pero eso es otro mundo...
Nadie va a echar de menos a la dinastía Asad. El padre de Bashar y la familia dirigieron Siria desde su golpe de Estado en 1970. En un principio, Asad se presentó como un reformista moderno, pero respondió a las protestas pacíficas de la Primavera Árabe (un levantamiento multinacional contra los déspotas de todo Oriente Próximo, los cuales, en más de una ocasión, habían utilizado la «Guerra Global contra el Terror» de Estados Unidos para oprimir a su propia población) con brutales medidas represivas, desencadenando una guerra civil en ese país (a la que se unieron el ISIS y milicias islamistas respaldadas por los EE.UU. para derrocar a Asad) en 2011. Sus prisiones tristemente célebres se están vaciando de presos políticos, muchos de los cuales han sufrido atroces torturas durante años. Siguen descubriéndose cadáveres.
Tal como ocurrió con Irak, que quedó abierto a cualquiera que quisiera un trozo y encontrara la forma de quedárselo, Siria se va a disolver. Israel ya se ha apoderado de retazos de territorios esta semana para redondear su frontera, y ha destruido la armada siria, los almacenes de cohetes y productos químicos, y gran parte de su fuerza aérea. A diferencia de 2012, cuando Hezbolá acudió al rescate de Asad contra los insurgentes, hoy Hezbolá tiene pocas tropas de choque disponibles para echar una mano.
Turquía, de la que muchos creen que está en cierto modo detrás de la actual toma del poder islamista en el país, ve una renovada oportunidad de deshacerse del movimiento independentista kurdo en su propia frontera con Siria, provocando violentos enfrentamientos con las Fuerzas de Defensa Sirias, respaldadas por los Estados Unidos, en el noreste del país. Sorpresa, es allí donde se encuentra también todo el petróleo. ¿Abandonarán los Estados Unidos a los kurdos una vez más?
Así que lo que queda es ver qué tienen que decir los Estados Unidos. Hoy hay 900 soldados estadounidenses sobre el terreno en Siria, y aviones de guerra de los Estados Unidos están volando en misiones de bombardeo ostensiblemente contra el ISIS, el cual en realidad ayudó indirectamente a Assad (extraños compañeros de cama y todo eso) en un pasado cercano. Si todo esto hubiera ocurrido hace un año, cuando Joe Biden todavía estaba nominalmente a cargo del estamento militar norteamericano, podría haberse contemplado algún tipo de intervención, más como un movimiento de bloqueo en realidad, para evitar que las facciones islamistas se unieran, para limitar su éxito o al menos ralentizarlo, y para interceptar cualquier ayuda iraní que llegara desde el este.
Pero Joe Biden ya no está realmente al mando de nada. Agotó su buena voluntad de Comandante en Jefe en dos feas intervenciones por delegación, luchando contra Rusia hasta el último ucraniano y, por supuesto, apoyando a Israel en Gaza. Hace un año -o, siendo más realistas, hace dos o tres años- Joe podría haber defendido la implicación directa en Siria o enganchar el viejo toro de Estados Unidos más directamente a otro apoderado, quizás los asediados kurdos que todavía quieren un trozo de Siria para ellos mismos. Tal y como están las cosas, Joe carece del empuje político para hacer nada de eso en sus últimos días en el cargo y hasta nunca.
Francamente, no estamos en condiciones (ni tenemos los medios) de aprovechar la situación de forma positiva. Y ello a pesar de tener fe en que la principal facción islamista -el HTS- piensa en la moderación. Cualquier futura rehabilitación expeditiva de los terroristas sirios parece análoga al falso resplandor concedido a las milicias neonazis ucranianas y corre el riesgo de tener el mismo resultado, sin duda.
El presidente entrante, Donald Trump, ha dejado bien claro que no quiere participar en una guerra en Siria (y tampoco está muy entusiasmado con la continuación de la guerra en Ucrania). Intentó en el mandato 1.0 retirar las fuerzas norteamericanas de Siria y fracasó, y es probable que intente hacerlo a principios del mandato 2.0. Sería lo correcto. Sería lo correcto y probablemente contaría con un amplio apoyo.
Si la mayor parte de esto no se hace realidad, cabe esperar otro Estado fallido en el corazón de Oriente Medio. Pero es demasiado pronto para predecir todos los movimientos futuros en el tablero de ajedrez. ¿Conseguirá el HTS formar algún tipo de gobierno central unido que mantenga alejados a los lobos? ¿Avanzará Turquía o su apoderado en Siria contra los kurdos y les protegerán los Estados Unidos o les cederá el territorio? Turquía es el actual ganador en esta lucha, tras haber eliminado a su enemigo del sur en Asad. Rusia parece estar fuera del juego, con lo que deja allí en cuestión sus bases navales y aéreas estratégicas.
Queda Irán, que ha retrocedido con la caída de Asad, pero que no ha dejado de ser un actor. Irán podría elegir un bando en la lucha de las milicias, o podría retirarse para lamerse las heridas, tras haber perdido también el poder de Hezbolá en el mismo mes.
Nuestro viajero en el tiempo de Oriente Próximo dejaría ciertamente perplejo a su público, aunque sinceramente es Washington quien tendría que dar algunas explicaciones.