Rural y racializado: cómo el derecho de propiedad perpetúa las desigualdades raciales

Emily A. Prifogle

Jessica A. Shoemaker

04/06/2023

Este post forma parte de un simposio sobre el derecho y la economía política del Estados Unidos rural.

"Resulta tentador caricaturizar el derecho de propiedad como un conjunto arcaico de normas que rigen la propiedad de recursos que solían ser importantes: las tierras de labranza... y similares".

Esto dice uno de los principales manuales de jurisprudencia sobre derecho de propiedad, leído por innumerables estudiantes y profesores de derecho. Al declarar tajantemente que "las tierras de labranza... y similares" sólo "solían ser importantes", este texto da voz a una perspectiva que a menudo encontramos en nuestros respectivos trabajos sobre derecho de propiedad y paisajes rurales: un borrado de las necesidades de las comunidades rurales vivas en el discurso popular y un sesgo hacia lo urbano en los estudios jurídicos, quizás especialmente en la literatura sobre derecho de propiedad.

Este sesgo es más evidente en los debates sobre la raza y la desigualdad racial. En otros lugares, los estudiosos de la propiedad han hecho un buen e importante trabajo sobre la relación entre el derecho de propiedad y la construcción de la diferencia racial. Se sabe bastante bien, por ejemplo, cómo se ha utilizado el derecho de propiedad a lo largo de la historia para trasladar recursos valiosos a los colonos europeos blancos y a sus descendientes. De hecho, uno de los primeros y más persistentes proyectos jurídicos de este país ha sido justificar la expansión hacia el oeste de la posesión blanca de la tierra, facilitada a su vez por actos de colonialismo, esclavitud y exclusión explícita basada en la raza en el derecho de propiedad. Y, ahora, el derecho de propiedad sigue siendo cómplice y, a veces, perpetúa activamente las actuales disparidades de riqueza basadas en la raza.

Pero la investigación sobre las disparidades raciales en el derecho de propiedad tiende a centrarse en lo urbano, construyendo una importante historia de segregación, crisis de la vivienda y disparidad de la riqueza, pero que tiene lugar casi exclusivamente en la manzana de la ciudad o en las rotondas sin salidas suburbanas. Richard Rothstein, por ejemplo, se basa en el trabajo de historiadores urbanos cuando escribeque "las políticas gubernamentales racialmente explícitas para segregar nuestras áreas metropolitanas no son vestigios, no fueron ni sutiles ni intangibles, y fueron lo suficientemente controladoras como para construir la segregación de jure que ahora nos acompaña en los barrios y, por tanto, en las escuelas" (énfasis añadido).

Aunque a menudo se pasa por alto, estas mismas dinámicas raciales—las distribuciones originales de la propiedad basadas en la raza y la perpetuación de las disparidades a través de las estructuras legales modernas—también se dan en los paisajes rurales y son igual de importantes y fundamentales para las disparidades generacionales contemporáneas de la riqueza de la población rural.

De hecho, algunas de las regiones con mayor concentración de pobreza en este país son a la vez rurales y racializadas: el Cinturón Negro agrícola del Sureste, las colonias hispanas a lo largo de la frontera entre Texas y México, y las reservas de nativos americanos del Suroeste y el Alto Medio Oeste. Todas estas regiones de pobreza rural racializada también fueron moldeadas activamente—de forma no sutil ni intangible—por regímenes de propiedad discriminatorios: la pérdida desproporcionada de tierras poseídas por negros a través de mecanismos de propiedad como las ventas por partición y las ejecuciones fiscales; el incumplimiento de los derechos de propiedad de muchos mexicano-americanos tras el Tratado de Guadalupe Hidalgo; y toda una serie de experimentos de propiedad impuestos directamente a los pueblos indígenas, que incluyen no sólo los numerosos mecanismos de desplazamiento y desposesión coloniales, sino que continúan en el moderno sistema de reservas, donde el novedoso y problemático estatus moderno de tierras en fideicomiso sigue limitando, a través del derecho de propiedad, las oportunidades y la soberanía de los nativos.

A pesar de todo ello, la América rural sigue siendo mucho más diversa de lo que sugiere la imaginación popular, y cada vez lo es más. Por lo tanto, es fundamental entender no sólo cómo el derecho de propiedad ha construido históricamente estos patrones de diferencia racial, sino también el papel que este desempeña ahora en el mantenimiento activo de estos paisajes rurales racializados.

Eso es lo que apuntamos aquí, primero descubriendo historias de racialización que de otro modo pasarían desapercibidas en prácticas particulares de uso de la tierra rural y, segundo, abordando las disparidades raciales actuales en la posesión de tierras agrícolas, así como otras desigualdades actuales en la propiedad de tierras rurales. 

Historia (no arcaica)

Para empezar, considérese un ejemplo de juicios morales racializados que dieron forma al uso de la tierra rural en el siglo XX: la primera ordenanza de zonificación rural del país [N.T.: entiéndase por “zonificación” la división del suelo y ordenación sus usos por parte la administración municipal]. Aplicada en el norte de Wisconsin en la década de 1930, la zonificación rural favorecía una determinada visión de la granja familiar productiva de posguerra que excluía a los agricultores de subsistencia inmigrantes étnicos dependientes de la ayuda municipal, haciéndose eco de los prejuicios de la zonificación urbana contra grupos raciales y étnicos discriminados.

Cuando se aprobó la ordenanza de zonificación rural en la década de 1930, la región conocida como Cutover ya había experimentado cambios drásticos en los usos del suelo. Los colonos blancos del siglo XIX borraron los sistemas territoriales indígenas despojando a las tribus de sus tierras y talando los bosques. A continuación, entre 1895 y 1915, el Estado fomentó con éxito el asentamiento de nuevos inmigrantes como agricultores. Pero la tierra no era apta para la agricultura. La Gran Depresión agravó los efectos económicos de la crisis agrícola de los años 20, y esos mismos colonos se convirtieron en un problema para los condados responsables de proporcionarles educación, carreteras y ayuda contra la pobreza.

Los expertos de la Universidad de Wisconsin pensaban que la zonificación podía ayudar a crear modelos de asentamiento económicamente más productivos en la región. Las autoridades locales estuvieron de acuerdo, pero la aplicación de la ordenanza tuvo otros resultados negativos. La ordenanza aprobada bloqueó las zonas forestales, impidiendo nuevos asentamientos y declarando como usuarios ilegales a todos los que vivían dentro de sus límites, que eran justamente los mismos colonos inmigrantes acosados por el Estado. Los funcionarios locales se centraron en la reubicación de estos usuarios que quedaban fuera de la normativa, trasladando hasta 300 familias, entre ellas un número desproporcionado de agricultores de grupos étnicos desfavorecidos por sus prácticas de subsistencia y la conservación de normas y valores étnicos.

Dicho sucintamente: la zonificación rural se basó desde el principio en prejuicios morales tanto como la zonificación la urbana.

Realidades rurales actuales

Ahora, en términos de efectos continuados, resulta que la agricultura—ese objeto supuestamente obsoleto de la atención histórica de los estudiosos de la propiedad—sigue siendo fundamental para las realidades rurales actuales. Hay más de 900 millones de acres de tierras agrícolas de propiedad privada en Estados Unidos, pero la enorme riqueza de estas tierras rurales sigue siendo, por diseño, casi exclusivamente (el 98%) poseída y controlada por personas de raza blanca. Los cinco mayores terratenientes de Estados Unidos, también todos blancos, poseen más tierras rurales que todos los negros estadounidenses juntos.

Trabajos anteriores han señalado las muchas formas en que el derecho de propiedad mantiene esta dinámica racializada de posesión de la tierra. Pero también es importante ver las consecuencias actuales. A medida que los agricultores actuales envejecen, los expertos predicen que hasta la mitad de las hectáreas agrícolas estadounidenses cambiarán de manos en las próximas dos décadas. Sin una corrección radical del rumbo, los actuales incentivos y estructuras de propiedad seguirán dirigiendo estas tierras a los ahora ausentes (y a menudo urbanos) herederosfondos de pensionescárteles inmobiliarios, multimillonarios (como Bill Gates, el mayor propietario privado de tierras agrícolas en Estados Unidos) e inversores extranjeros. En parte, esto se debe a que nuestras decisiones agregadas sobre la propiedad y las políticas agrarias incentivan cada vez más la posesión de tierras agrícolas como un activo de inversión, en lugar de vivir en ellas como administradores residentes.

Mientras tanto, una multitud de agricultores noveles—y agricultores negros, indígenas o de color, en particular—buscan crear explotaciones agrícolas más sostenibles y diversificadas, pero se ven bloqueados en el acceso seguro y asequible a la tierra por estas mismas dinámicas de propiedad. [N.T.: “agricultores noveles” aquí se corresponde el término técnico “beginning farmers” del ministerio de agricultura estadounidense y se refiriere a personas que llevan menos de 10 años trabajando una explotación agrícola, lo que les da acceso a políticas estatales específicas de crédito, técnicos, formación, etc.]. Al igual que los agricultores noveles del Cutover en el Wisconsin de principios del siglo XX, los aspirantes a agricultores de hoy en día citan sistemáticamente la falta de acceso a la tierra como su principal obstáculo para convertirse en agricultores, y muchos académicos de todo el mundo coinciden en que es necesario desbloquear estas relaciones con la tierra si queremos lograr un sistema alimentario más justo, sostenible y resistente.  

Los resultados para los residentes y las comunidades rurales restantes también son graves: a medida que la propiedad de las tierras de cultivo y la autoridad para tomar decisiones agrícolas se exportan fuera de la comunidad local, las realidades sociales y ecológicas cambian. Y las decisiones basadas en el derecho de propiedad engrasan aún más estos mecanismos. Consideremos, por ejemplo, las recientes luchas en torno a las denominadas leyes sobre el "derecho a cultivar". Estas leyes, en general, cambian las reglas de inmisiones, prohibiendo que los residentes rurales denuncien a muchas explotaciones agrícolas por las externalidades de sus prácticas agropecuarias, incluso cuando los operadores de la explotación viven ahora lejos de la comunidad afectada.

Y justo durante el pasado año judicial, la Corte Suprema sostuvo en el caso Cedar Pointe Nursery contra Hassid que la antigua ley de California que exigía a determinados propietarios agrícolas que permitieran a los organizadores sindicales acceder a los trabajadores agrícolas de sus propiedades constituía una limitación inconstitucional del derecho de propiedad. Una vez más, el derecho de propiedad ha modificado las relaciones de poder en el medio rural. A escala nacional, el 62% de los trabajadores agrícolas pertenecen a minorías raciales, el 80% son hispanos y hasta tres cuartas partes son inmigrantes sin derecho de residencia o trabajo garantizado.

***

Éste es sólo el principio de una larga lista de ejemplos de cómo la propiedad construye paisajes rurales de una forma que aumenta la preocupación por la alienación y el declive de las comunidades rurales, la injusticia racial y social y el rápido incremento del cambio climático.

Ninguno de estos retos del derecho de propiedad tiene una solución fácil, e incluso distinguir a los verdaderos ganadores frente a los perdedores en estos sistemas es a menudo más difícil de lo que cabría esperar. Pero las vidas y los medios de subsistencia rurales son importantes, como lo son los retos combinados de la justicia racial, social y climática en los paisajes rurales. La ruralidad no es accesoria, sino central en estas conversaciones, y esperamos que un estudio más amplio de estas relaciones entre la tierra y la propiedad pueda contribuir a un marco más amplio para comprender y abordar estos retos combinados.

Es profesora de la facultad de derecho de la Universidad de Michigan.
Es catedrática Steinhart Foundation en la facultad de derecho de la Universidad de Nebraska
Fuente:
https://lpeproject.org/blog/rural-and-racialized-how-property-law-perpetuates-racial-disparities/
Traducción:
David Guerrero

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