Primavera Árabe: «Aunque se haya masacrado a la generación de 2011, ésta no desaparecerá». Entrevista

Stéphane Lacroix

31/01/2016



Si políticamente los movimientos que han sacudido el mundo árabe en 2011 han fracasado a la hora de transformar radicalmente Oriente Medio y le han preparado el terreno al yijadismo, han hecho nacer una conciencia revolucionaria que perdura, estima el profesor de Sciences-Po, entrevistado por Jean-Pierre Perrin y Luc Mathieu, que revisa el porvenir de este proyecto revolucionario en el seno del mundo árabe para el diario parisino Libération.


¿Qué queda de las primaveras árabes?


Lo que se produjo en 2011 supone en primer lugar un gran movimiento de emancipación de los pueblos. Un hartazgo del autoritarismo y de la situación económica. Con gente que viene de las clases medias aportando lemas antiautoritarios. Y otros que vienen de  las clases populares con consignas económicas y de justicia social. Eso no quiere decir que eso sea exclusivo de unos y de otros. En las clases populares, también hay antiautoritarios, pero se quiere ante todo comer y trabajar. En las clases medias se defiende también la justicia social, pero se ven menos afectadas por problemas de pobreza inmediata. La conjunción de estos dos grandes temas dará nacimiento al famoso lema egipcio: «Pan, libetad y justicia social». Este movimiento trasciende las clases sociales para encarnarse en una nueva generación, joven, globalizada, la que mejor articula el mensaje y va a aparecer como portaestandarte de este vuelco histórico.  


¿Fue generacional, por tanto, esta revolución?


Es un dato fundamental para comprender su dimensión antiautoritaria. Se ve en Egipto. La mayor parte de los que tienen más de 40 o 50 años glorifican hoy al mariscal Al Sisi, al que consideran el hombre del retorno al orden y la estabilidad que siempre han conocido. Entre los menores de 40 años, no hay necesariamente una oposición marcada, pero por lo menos sí un cierto escepticismo frente a este orden. Se han abstenido, por cierto, en las elecciones desde 2014. Se han abstenido masivamente, por cierto, en las elecciones desde 2014. Esta distinción generacional vale en mi opinión para todo el mundo árabe: el estado de ánimo de un joven saudí no es diferente del de un joven egipcio, aunque la forma en que se exprese dependa evidentemente del contexto. Este movimiento no ha acabado, aunque hoy quede oculto por otras dinámicas. Se pueden encontrar sus orígenes a finales de los años 90, con todo el movimiento de diversificación del espacio intelectual y mediático árabe, mediante las cadenas vía satélite, y luego con la llegada de Internet, que hace que la socialización de la generación de los años 2000 sea fundamentalmente distinta de la de generaciones precedentes. Para estos jóvenes, ya no hay una sola opinión, sino decenas, ya no hay una sola verdad sino decenas de formas de pensar la verdad. Los regímenes no consiguen hacerles creer que las cosas sean sencillas.


¿A qué resistencias ha tenido que enfrentarse este movimiento?


En primer lugar, a la resistencia de los regímenes o de los estados. La contrarrevolución se va a manifestar en ocasiones de forma franca y directa, como en Siria, donde ha jugado asimismo con las divisiones de la sociedad. Lo había hecho siempre, pero, en el presente, va a exacerbarlo para lograr sus fines. En Egipto es primero más sutil, pero el resultado es el mismo con la llegada al poder de Al Sisi. A continuación, tenemos el potente ascenso, a partir de 2012, de una alternativa radical, el yijadismo, que lleva ahí desde la déecada del 2000 y cuyo fin se había proclamado erróneamente con la muerte de Bin Laden. Para los yijadistas las revoluciones árabes no son más que un episodio en una suerte de lucha de liberación islámica que se inscribe a largo plazo. Van a sacarle partido a la radicalización que produce la violencia de la contrarrevolución, al hundimiento de los estados, el vacío político y territorial que resulta de ello y al desencanto de una generación que, en algunos casos, limitados pero bien reales, no pudiendo lograr que se realice un proyecto revolucionario democrático, se solidariza con el único proyecto revolucionario disponible, el del yijadismo. Pues la gran fuerza del proyecto yijadista es su capacidad de presentarse como proyecto revolucionario. En Egipto, personas que han militado en el movimiento del 6 de abril, que han hecho la revolución y han intentado hacer política, han derivado finalmente hacia el yijadismo para unirse al Estado Islámico, al no poder hacer triunfar otra alternativa revolucionaria.   


Se añade a ello el juego internacional…


Está para empezar el de los occidentales, los cuales, tras un pequeño periodo de euforia inicial, van a escoger alinearse del lado de los regímenes. Lo hemos visto en el caso de Egipto con el apoyo ofrecido a Al Sisi. En el caso de Siria, desde que han tenido la impresión de que se les escapaba el movimiento, han preferido limitar su apoyo a declaraciones. Pero la parte más importante es el juego regional. Esto va a inmiscuirse rápidamente en las dinámicas locales, con esta guerra fría entre Irán y Arabia Saudí sobre la cual se inserta una lucha para la redefinición de equilibrios estratégicos entre todos los que tienen en la región pretensiones de potencia. El eje que lo estructura es el de Irán contra Arabia Saudí. Pero Qatar y Turquía toman igualmente posiciones. Cada uno trata de limitar al máximo la influencia del otro y maximizar la suya aliándose con tal o cual actor según las necesidades del terreno y en función de sus propios intereses. Así se observa cada vez más cómo se inserta este dinámica en los conflictos locales, como en Siria.
Se ha pasado allí por tres fases: un levantamiento popular, que se parece a las revoluciones árabes clásicas. Se observa después cómo el régimen confesionaliza el conflicto y utiliza esta confesionalización para traer la contrarrevolución. Esta confesionalización hace resonar como un eco el juego de las potencias regionales, y ambas lógicas se refuerzan una a otra. Numerosos actores continúan agarrándose a la retórica revolucionaria, pero cada vez les cuesta más hacerse oír.   Tenemos así un movimiento atrapado entre la contrarrevolución, el ascenso del yijadismo como proyecto revolucionario alternativo - que, con el Estado Islámico, muestra que es capaz de construir un contramodelo institucional – y esta dinámica regional que se preocupa a menudo poco de la aspiración de los pueblos. En Túnez es muy diferente…La gran oportunidad de Túnez es que, si bien existe la contrarrevolución, por supuesto que sí, su capacidad de causar perjuicios sigue estando más limitada, sobre todo porque no hay un ejército fuerte y politizado sobre el que apoyarse para darle un vuelco al sistema existente. Los actores del antiguo régimen tienen por tanto que transigir con el juego político actual, sea lo que sea que piensen. Y no hay divisiones confesionales, y por tanto no se da la posibilidad de jugar con las dinámicas comunitarias. Además, el país se encuentra lejos de las grandes líneas de falla estratégicas de Oriente Medio, lo que hace que los actores occidentales y regionales consideren Túnez lo suficientemente importante como para dejar que se desarrolle el proceso político sin interferencias de envergadura. El verdadero riesgo es el yijadismo, que se alimenta del hecho de que la transición política se ha hecho en detrimento de la justicia social. Los actores de la contrarrevolución se arriesgan también a tratar de instrumentalizar esta violencia para justificar un endurecimiento autoritario.


¿Estos movimientos que han recorrido el mundo árabe eran revoluciones de verdad?


Si se entiende por revolución una transformación profunda del sistema político, esto ha sido el caso en ejemplos relativamente escasos. Esto es casi cierto en Túnez. En Libia, ha habido un cambio de régimen, pero no ha supuesto el nacimiento de un nuevo régimen estable y duradero. Pero si se habla de revoluciones en el plano cultural, las cosas son diferentes. 2011 marca la afirmación de una conciencia revolucionaria que hoy perdura. Aunque la generación que la abandera haya sido masacrada, exiliada, encarcelada, no desaparecerá. Ciertamente, sus aspiraciones no pueden corromperse en beneficio del Estado Islámico, que se nutre del mismo imaginario. El EI es también en efecto un movimiento de revuelta contra el orden social y político, pone en cuestión todas las estructuras. Desafía la autoridad de los estados, pero también de las tribus o de los jeques del Islam, que se han pronunciado muy mayoritariamente en su contra, aunque pertenezcan a la corriente yijadista. Dicho esto, la lógica del EI es perversa en el sentido de que desvía la lógica revolucionaria para restaurar un nuevo orden autoritario, en el que algunos actores son, por otro lado, baazistas iraquíes. El Estado islámico es un poco la revolución al servicio de un proyecto que es in fine contrarrevolucionario.


¿Por qué creyeron numerosos observadores que estas revoluciones señalaban el fin del islamismo?


Digan lo que digan las consignas, las revoluciones las hace siempre una minoría activa de una población. Los que lanzaron el movimiento de 2011 eran mayoritariamente jóvenes y en muchos casos no se identificaban con los grupos islamistas que existían. Muchos eran devotos, algo que Occidente no ha querido ver. Pero eran devotos siguiendo su propia subjetividad,  sin sentirse bajo el control de la autoridad del jeque o del grupo. Así, por ejemplo, los jóvenes Hermanos Musulmanes que participan en las primeras jornadas revolucionarias egipcias de  2011 lo hacen contra el parecer de la hermandad. Se observa cómo toma cuerpo poderosamente el ascenso de actores que ya no creen en la lógica de las lealtades políticas, religiosas o sociales. Ciertos observadores declaran en principio que los viejos partidos islamistas del tipo de los Hermanos Musulmanes van a tener un serio problema.
Pero desde que se entra en una transición política, es la mayoría silenciosa la que vota y sus lógicas son completamente distintas. Una parte de ellos vota por los Hermanos Musulmanes por adhesión islamista y otra para volver al orden y a una forma de estabilidad política. No se observa ya el asscenso de la alternativa radical del Estado islámico, aunque su poderoso ascenso sea resultado sobre todo del bloqueo de procesos comenzados en 2011.


¿No han mostrado estas revoluciones la impotencia de Occidente en esta región?


A los occidentales les cuesta bastante reconocerlo, pero la región se les está escapando. Están en la reacción más que en la acción. Las potencias regionales son ahora bastante más influyentes y son las que maniobran. Para bien y para mal, la región se emancipa. Cuando actúan los occidentales, salvo en el caso libio al inicio, van a remolque de las potencias regionales. Sobre el papel se trata más bien de una buena noticia. Pero en realidad, es también bastante problemática, puesto que la lucha se convierte en fratricida  - como entre Irán y Arabia Saudí, que se sienten existencialmente amenazados – y por tanto muy violenta.

 

es profesor asociado en la Escuela de Asuntos Internacionales de Sciences-Po, investigador en el Centro de Investigaciones Internacionales y especialista en Egipto y Arabia Saudí.
Fuente:
Libération, 15 de enero de 2016
Traducción:
Lucas Antón

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