Tommaso Di Francesco
29/10/2023
En estas horas se repite para los palestinos la Nakba de 1948. Relatada en una gran novela del israelí S. Yizhar de 1949, en la que el yo narrador, que participa en la expulsión de los árabes, acaba rebelándose con estas palabras:
"...En ese momento, vimos una mujer que pasaba en un grupo de otras tres o cuatro. Llevaba de la mano a un niño de unos 7 años. Había en ella algo especial. Parecía decidida, ciega en su dolor, pero controlada. Las lágrimas corrían por sus mejillas, casi como si no fueran suyas. El niño gemía con los labios apretados, como diciendo: "¿Qué nos habéis hecho?". De pronto me pareció que sólo ella sabía lo que allí ocurría, tanto que sentí vergüenza en su presencia y bajé la mirada. Era como si un grito brotara de sus pasos y de los de su hijo, una especie de maldición cargada de odio. También nos dimos cuenta de lo orgullosa que estaba de no prestarnos la menor atención.
"Comprendimos que era una madre-leona, y vimos que el esfuerzo por contenerse y comportarse heroicamente endurecía los rasgos de su rostro, y que, ahora que su mundo se había perdido, no quería derrumbarse ante nosotros. Elevados por el dolor y la tristeza por encima de nuestra naturaleza perversa, ambos nos rebasaron, y vimos cómo sucedía algo en el corazón del niño, ese mismo pequeño que lloraba desconsoladamente: una vez crecido, no podría convertirse en otra cosa que en una víbora. Todo se me hizo claro, como en un relámpago. De repente todo me pareció distinto, más preciso: 'El exilio, eso es, esto es el exilio. Así es como sucede'".
Son las últimas páginas de una novela tan breve como grande, publicada en 1949 en Israel, prácticamente la primera de la literatura israelí, escrita por S. Yizhar (Yizhar Smilansky), considerado con razón el padre fundador de la literatura israelí, que provocó un gran debate en el recién formado Estado de Israel.
La novela (traducida en Italia por Einaudi con el título de La Rabbia del Vento), se titulaba originalmente Khirbet Khizeh, el nombre de un pueblo palestino ficticio que se convirtió en israelí merced a la violencia. Todo es un remedo de la Nakba, la "Catástrofe" de 700.000 palestinos expulsados de sus tierras en 1948, pero vivida a través de los ojos de un narrador del bando de las brigadas -Golani, Irgún, Haganá- que acorralaban a los árabes, arrasaban sus casas con dinamita, los asesinaban indiscriminadamente y se dedicaban a la limpieza étnica para expulsar a los palestinos.
Extraordinaria por su forma literaria -una confesión dialogada-, pertenece a la gran tradición de las novelas de "reclutas", que, describiendo el punto de vista de los hombres que se convierten en soldados, expresan una oposición objetiva a la irracionalidad de la guerra. The Naked and the Dead [Los desnudos y los muertos], de Norman Mailer, es un ejemplo famoso, al igual que Casse-pipe [Carne de cañón], de Céline, pero podríamos enumerar muchas otras, que también han inspirado muchas películas (de Platoon a The Thin Red Line [La delgada línea roja]).
En esta novela en concreto, sin embargo, el autor destaca tanto por su escritura como por su valentía: va a contracorriente hasta el punto de asumir como propio el dolor del "enemigo". Culmina en esa amarga y terrible toma de conciencia del narrador, frente a esos camaradas que le recuerdan que ahí, en esos lugares de caza al hombre, nacerán muchas nuevas ciudades israelíes.
Fulminado por los ojos amenazantes de un niño, que sólo pueden llegar a serlo si absorben el mal de su entorno, el protagonista se enfrenta a los demás del pelotón y monologa consigo mismo: "Mis entrañas gritaban. Colonialistas, gritaban. Mentirosos. Khirbet Khiza no es nuestra. Una ametralladora Spandau nunca puede conferir ningún derecho. Oh, oh, gritaban mis entrañas. Lo que no nos dijeron sobre los refugiados. Todo, todo por los refugiados, por su bienestar y protección... Por supuesto, nuestros refugiados. Pero qué pasa con aquellos a los que condenamos a serlo... Dos mil años de exilio. Porque no. Estaban matando judíos. Europa. Ahora éramos nosotros los amos". Luego, en voz alta, aunque temblorosa, grita a los miembros del pelotón que se ríen de los refugiados palestinos: "¡No tenemos derecho a echarlos de aquí!".
Setenta y cinco años después, esa historia se repite en nuestros días, con el ultimátum del gobierno y el ejército israelíes a un millón de personas, enviándolas lejos, más adentro y más allá de la Franja de Gaza, ¿hacia dónde? El pueblo palestino, el pueblo de los campos de refugiados, refugiados en su propia tierra y sin derechos, reanuda su viaje una vez más, para un éxodo imposible y sin retorno. ¿Cómo podrán de hecho volver si Gaza será tierra quemada por venganza?
Ahora los ojos de los niños nos observan. Los que consiguen sobrevivir a las atrocidades en curso. Todos. Después de la masacre de Hamás, que, no contento con la atrocidad que había demostrado, tuvo a bien filmar el horror de los cuerpos destrozados de niños para repetírnoslo en un matadero mediático; y después de las vidas destrozadas de 614 niños palestinos asesinados hasta ahora por los disparos y ataques aéreos de Israel, según fuentes de la ONU. Preferimos guardar silencio al respecto, porque seguimos pensando que matar con tecnología avanzada, con armas sofisticadas y mortíferas, desde lo alto de los cielos, quién sabe por qué, más legítimo y aséptico, menos criminal.
Una cosa es cierta: no tenemos futuro. Llegados a este punto, a menos que se detenga la guerra actual, ya no podemos engañarnos pensando que los niños van a salvar este mundo.