Avraham Burg
Chiara Cruciati
18/02/2024Avraham Burg: Los israelíes deberían abarrotar las calles de indignación contra Netanyahu
Avraham Burg
Avraham Burg, ex presidente de la Knéset (el Parlamento israelí), fue durante años uno de los rostros más conocidos del pacifismo israelí. Por desgracia, a preguntas de Chiara Cruciati, corresponsal de il manifesto, por la paz en Gaza, se muestra pesimista:
"¿Me pregunta si es realmente posible un acuerdo? Siguiente pregunta, por favor".
¿Podrá llegarse a ello o no?
Israel está atrapado en un bucle sin fin. Porque no habrá victoria militar. Lo único que puede percibirse como un logro, o al menos una pequeña compensación por la agonía pública, es la devolución de los rehenes. Este es el quid de la cuestión: si Netanyahu y su gobierno aceptan un acuerdo completo con intercambio de prisioneros, eso significa el fin de la invasión israelí y, por tanto, el fin de la coalición de ultraderecha. Por otro lado, si continúan la guerra, haciendo caso omiso de los rehenes, perderán a Gantz y Eisenkot. Es la pescadilla que se muerde la cola: no importa lo que haga, se ha metido en un agujero, un escenario clásico de Netanyahu. Y luego está Hamás, y lo que Hamás entiende por victoria: seguir existiendo y seguir siendo un actor político en Gaza. En resumen, las dos partes carecen de intereses comunes.
¿Qué peso tiene la presión pública sobre Netanyahu? Una parte de la sociedad quiere la guerra, otra -más minoritaria- quiere que termine.
La presión sobre Netanyahu debería expresarse en forma de indignación pública, con la gente en la calle diciéndole que debe pagar el precio de la matanza de más de mil personas, el ataque sorpresa más horrible al que se ha enfrentado Israel. Pero como la gente no sale a la calle, como no hay una verdadera indignación que se exprese en los espacios públicos, no hay una verdadera presión. La verdad, por demoledora que sea, es que Netanyahu entregaría a los rehenes a la primera oportunidad de continuar la guerra. Tanto por tratarse de un líder antiárabe, como por el hecho de que es intocable un líder en tiempos de guerra.
Si mañana hubiera elecciones, ¿cuál sería su destino?
El fin de Netanyahu llegó ya hace diez años, pero nadie se lo ha dicho. Si hubiera elecciones, el resultado dependería de la indignación del público, de la economía, del precio pagado en el campo de batalla, de la presión internacional e incluso de las posiciones de las figuras más radicales de su gobierno. ¿Hasta qué punto le debilitan estas cosas? Tener socios como Smotrich y Ben Gvir le debilita. Y a la gente no le gustan los líderes débiles, especialmente en tiempos de guerra.
La última vez que hablamos fue a finales de octubre, unas semanas después del atentado de Hamás. ¿Qué ha cambiado en la sociedad israelí desde entonces y qué no?
La mayoría de los israelíes aún se siente sin aliento. Es difícil ser feliz, volver a la normalidad. Nada funciona como antes. Mucha gente ya no acude a su lugar de trabajo, las tiendas no funcionan como antes, muchas fábricas están cerradas. La mayoría de los israelíes experimenta una sensación de asfixia. Por otro lado, el tráfico ha vuelto, la gente sale, va a cafés y bares, algunas cosas parecen normales. Pero se siente la pesadez de la vida cotidiana. El único segmento de la sociedad que lo celebra son los sionistas ultrarreligiosos, los que esperan volver a Gaza para reconstruir los asentamientos. La "redención" vuelve a ser un tema candente. Es una minoría, pero muy ruidosa e influyente políticamente: los vimos bailar la semana pasada en la conferencia de Jerusalén sobre la colonización de Gaza. Ese 5% son los que bailan cubiertos de sangre, los que celebran la guerra.
il manifesto global, 13 de febrero de 2024
Todos callados: Las universidades amordazan a la disidencia en Israel
Chiara Cruciati
Ya iban sonando campanas de alarma, pero eran pocos las que las oían. Era la primavera de 2021 y el movimiento de defensa del barrio palestino de Sheij Yarrah se había extendido como la pólvora, pasando de Jerusalén Este a incendiar Cisjordania y las calles de las ciudades israelíes, tras años de calma.
Los palestinos del 48 se levantaron, y el extremismo israelí respondió a su vez: colonos y grupos de derechas acudieron armados y se produjeron enfrentamientos nocturnos en Led, Ramle, Tel Aviv, Haifa. "En ese momento, nos dimos cuenta de que algo estaba cambiando dentro de Israel".
Matan Kaminer es antropólogo y uno de los representantes de Academia por la Igualdad, una asociación fundada hace una década. Cuenta con unos 850 miembros, comprometidos con la lucha por la democratización y contra la discriminación dentro de las instituciones académicas israelíes.
"En 2021 asistimos a la primera gran represión en los campus universitarios. Ahora estamos en modo crisis. En los dos primeros meses posteriores al 7 de octubre, todo se vino abajo: a los palestinos no se les permitía abrir la boca ni decir nada. ¿Qué había de nuevo en eso? Lo que descubrimos es que a los judíos de izquierda tampoco se les permitía abrir la boca".
Profesores y estudiantes se enfrentan a suspensiones, amenazas, denuncias que van de los campus a las comisarías y atentados como el de finales de octubre, con cientos de extremistas israelíes que intentaron prenderle fuego a la residencia de estudiantes palestinos de Netanya. Todo por un mensaje de Facebook o Instagram o una declaración pública que "dice no a la guerra o señala que hay civiles en Gaza".
Los cientos de estudiantes y profesores "señalados" se han visto sometidos al mismo proceso, según el Centro Jurídico Adalah: denuncias presentadas por el Sindicato de Estudiantes Israelíes y otras organizaciones estudiantiles de derechas dirigidas a la dirección de la universidad, que, basándose en una política de "tolerancia cero", inició procedimientos disciplinarios e implicó a la policía.
Las órdenes las dictó el ministro de Educación, Yoav Kisch, y los comités disciplinarios pasaron a desobedecer sus propios estatutos internos, arrogándose una autoridad que no tienen. No se tomaron medidas por el delito contrario: incitación y violencia contra palestinos e israelíes de izquierda.
En los dos primeros meses, 113 estudiantes palestinos quedaron suspendidos, un 79%, mujeres, y un 21%, hombres. En el 47% de los casos, según Adalah, la suspensión fue inmediata, sin ningún proceso interno. Los estudiantes fueron expulsados en ocho de los casos. Hasta la fecha, unos 160 estudiantes han acabado ante comités disciplinarios en 34 instituciones académicas diferentes.
Sawsan Zaher es asesor jurídico de la Coalición de Emergencia, creada con gran previsión a finales de 2022, cuando tomó posesión el nuevo gobierno de ultraderecha. Zaher representa a varios estudiantes suspendidos por publicaciones en las redes sociales: "Inmediatamente después del 7 de octubre, algunas páginas de Facebook empezaron a seguir las cuentas de estudiantes, ciudadanos de a pie, activistas, “influencers” palestinos. Hacían capturas de pantalla de las publicaciones y las enviaban a centros de trabajo y universidades".
Esto es lo que le ocurrió a uno de sus clientes: acababa de terminar la carrera de Derecho y llegó el 7 de octubre. Esa mañana publicó en las redes sociales una de las fotos que se habían hecho virales en ese momento: un tanque israelí dentro de Gaza, rodeado de gente.
Al día siguiente descubrió que su publicación la estaban compartiendo en grupos de WhatsApp que incluían a otros estudiantes de su clase, suscitando reacciones muy preocupantes: "Terrorista", "Te mataremos", "Matadlo".
"Unos días después, lo suspendieron", relata Zaher. "Ya había terminado sus estudios, pero no quisieron entregarle su diploma". Ahora está matriculado en un máster de la Universidad de Haifa, pero nada ha cambiado: está aterrorizado por las amenazas de sus nuevos compañeros por ese mensaje en las redes sociales, y aún no ha asistido a clase. "Peor aún: la Universidad de Haifa recurrió a la policía. Lo detuvieron durante doce días acusado de incitación. Ahora está libre, pero la investigación continúa".
Otra estudiante contó una historia similar: a mediados de noviembre la detuvieron a las 3 de la madrugada y se la llevaron en pijama. Permaneció en la cárcel durante una semana. "Fue liberada en el intercambio entre rehenes israelíes y prisioneros palestinos durante el alto el fuego de finales de noviembre", continúa Zaher. "Las autoridades israelíes no nos consultaron. Incluirla en esa lista significa marcarla para siempre. El objetivo de Israel es político: imponer la idea de que todos los palestinos son de Hamás, que su compañera también lo es. El daño se ve agravado por las mentiras de las autoridades: fue puesta en libertad como parte del intercambio, pero la investigación continúa y aún puede acabar condenada por incitación". Mientras tanto, su universidad la ha echado: no quieren tener trato con una "terrorista".
Y luego están los profesores: seis han sido suspendidos, entre ellos el israelí Uri Horesh y el palestino Warda Sada, y muchos condenados públicamente (con peticiones extraoficiales de dimisión), entre ellos nombres tan conocidos como la israelí Nurit Peled y el palestino Nader Shalhoub-Kevorkian, "culpables" de poner su firma en las peticiones de alto el fuego.
"Por primera vez, hasta los judíos israelíes tenían miedo de hablar", señaló Kaminer. "Los dos primeros meses fueron muy duros. Los campus estaban vacíos, las clases suspendidas. Esto, combinado con las prohibiciones de salir a la calle, empujó a muchos a guardar silencio". Con la reapertura de los campus en enero, la represión se ha 'institucionalizado'. Pero es sólo una apariencia: lo preocupante es el aire de macartismo que se respira en las universidades. Estudiantes y movimientos estudiantiles de derechas denuncian a compañeros y profesores".
Kaminer relata los casos de profesores y decanos israelíes señalados por sus opiniones políticas: las amenazas de los estudiantes les han obligado a dimitir. ¿Cómo se puede seguir trabajando en esas condiciones?
"La presión es doble, de arriba y de abajo", subraya Kaminer. "En lo que respecta a los palestinos, es eficaz: muchos han dejado de venir a clase, hay un descenso significativo de su asistencia. Las universidades solían ser el único lugar real de encuentro y debate en Israel entre judíos y palestinos, de lo contrario vivimos vidas separadas. Solía haber un espacio público compartido en los campus. Por eso la derecha quiere destruirlo, como tal como manifiesta abiertamente".
Y muchas personas están emigrando a la fuerza. El fenómeno va en aumento, y el periodo posterior al 7 de octubre no ha hecho más que amplificarlo: los intelectuales israelíes se van en busca de más libertad.
A Kaminer le hubiera gustado quedarse, pero dejó la Universidad Hebrea por la Queen Mary de Londres: "Nadie te dirá nunca que es difícil encontrar un puesto por tus opiniones políticas. Pero en las universidades hay poco espacio para voces de izquierdas, o incluso voces sólo liberales".
Uno de los que se van es A. C., un profesor de Ciencias Políticas de origen palestino que había regresado tras años en el extranjero. A las pocas semanas empezó la guerra. No pudo conseguir trabajo. "La universidad no es un lugar neutral", nos dice. "Persiguen incluso a investigadores que llevan años en instituciones israelíes. Pensaba que estaría en una posición privilegiada, tras años de docencia en Europa. En lugar de eso, no tengo oportunidades".
"Antes, la discriminación era invisible. Pensemos, por ejemplo, en la falta de reconocimiento de las universidades palestinas en los Territorios Ocupados. Las personas que se gradúan en Al Quds, Birzeit o An-Najah en Nablus no tienen reconocimiento por parte de las instituciones israelíes. Pueden trabajar en cualquier parte del mundo, pero no en Israel. Al-Quds, en Jerusalén Este, inició el último proceso de inscripción hace quince años, pero sigue sin obtener respuesta. Sin embargo, está reconocida mundialmente. Israel no quiere instituciones culturales palestinas en Jerusalén Este y espera empujar a los palestinos a estudiar en Cisjordania y quedarse allí a trabajar".
Aquí, en las universidades de los Territorios Ocupados, la situación no es mejor. El problema estriba en el dinero y la libertad de movimientos. "Clases impartidas a distancia, profesores con el sueldo reducido a la mitad", continúa A. C., "y estudiantes cuya matrícula está suspendida porque sus padres, al no tener trabajo, no tienen dinero para pagarla".
Obay estudia en Al Quds. Todos los días tiene que pasar por un puesto de control para llegar al campus. Con los cierres impuestos desde el 7 de octubre, un trayecto ya de por sí difícil se ha vuelto francamente surrealista. "En mi plan de estudios también hay una asignatura de Historia del Arte de Jerusalén. Se supone que tenemos que hacer visitas guiadas por la ciudad. Las estamos haciendo en remoto, simulando que atravesamos la Ciudad Vieja".
il manifesto global, 15 de febrero de 2024
Las manifestaciones a favor de la guerra en Israel son música celestial para el Gobierno
Chiara Cruciati
Una hora después del inicio de la manifestación, cientos de personas siguen subiendo la colina donde tienen su sede las instituciones del Estado israelí. La Marcha de la Victoria no alcanzó los niveles de asistencia que esperaban los organizadores, 50.000 participantes, pero sigue siendo un éxito: entre 10.000 y 15.000 personas están en la calle que lleva a la Knesset y al Tribunal Supremo. Sin duda, más que los que salieron a la calle en solidaridad con las familias de los rehenes israelíes en Gaza.
No era de extrañar para una iniciativa lanzada hace apenas dos semanas por una complicada alianza en torno a los recién formados Reservistas hasta la Victoria (Mahal HaMiluimnikim), entre cuyos miembros hay reservistas, soldados que regresan de Gaza, rabinos, activistas de derechas y ex militares del grupo Ad Kan, y otros grupos como Madres de Soldados, Lobby 1701, el Foro Tikva, todos unidos bajo el lema "Adelante hasta la victoria".
Según la soldado que toma el micrófono para la primera alocución, la victoria significa la destrucción de Hamás, y eso sólo es posible con el ejército en Gaza. Esta idea la comparten altos dirigentes del gobierno y una parte de la sociedad israelí: no debe haber negociaciones, la guerra ha de continuar. Lo que llama la atención, sin embargo, es la multitud: parece más un acto social que una reunión de gente pidiendo guerra. Familias, padres con niños aún en cochecitos, parejas de ancianos, niños; laicos y ultraortodoxos, soldados de uniforme y civiles con armas; caballeros de mediana edad con corbata y jóvenes universitarias en zapatillas de deporte: todos ciudadanos corrientes. Hay padres que llevan a sus hijas a hombros, niños que portan una camilla con el casco de un soldado, y se han formado colas para recoger carteles con la foto de un soldado muerto en Gaza.
No hay fotos de los rehenes. "Hay que aceptar algún sacrificio para ganar", afirma Alex mientras reparte pegatinas. "Netanyahu no debe intentar salir de allí, hay que terminar el trabajo o la sangre derramada habrá sido en vano", explica una joven. Desde el estrado, los oradores que se alternan insisten en una palabra: "Victoria". La gritan entre los aplausos de la multitud, que agita miles de carteles de "Mi amigo no murió en vano".
La angustia que acompaña a la vida cotidiana tras el 7 de octubre, la conmoción que tratan de transmitir tantos israelíes, se ha transformado en euforia. La multitud canta, baila al ritmo de la música pop que suena desde el escenario, sigue el compás de las bocinas e improvisa picnics. Yonathan, de 60 años y bigote blanco, nos cuenta una posible razón: "Nos hemos convertido en centro de la sociedad. Nuestras ideas se han convertido en centro de la sociedad". Al fin y al cabo, sus ideas son las mismas que las de la ultraderecha gobernante, del nacionalismo religioso y del sionismo mesiánico, pero también del Likud: Los palestinos, como los amalecitas bíblicos, han de ser aniquilados. "Se habla de poner fin a la guerra, de crear un Estado palestino", dijo Matan Wiesel, uno de los organizadores, la víspera de la protesta. "Si no ocupamos y controlamos el territorio enemigo, enviaremos un mensaje a la región: Israel es débil".
La Marcha, que partió el 4 de febrero del kibutz Zikim y se ha ido documentando en Facebook y X, lleva días insistiendo en el mismo mensaje, publicando fotos de manifestantes en pantalones cortos mezcladas con mensajes de vídeo de soldados sobre el terreno, rabinos alineados con movimientos de derechas y padres de soldados caídos. Llaman a llenar las plazas para asegurarse de que las armas siguen cargadas: "Se acerca el fin de los días. Cuando aparezca el Mesías, todos se inclinarán ante el Creador. Gaza debe ser aniquilada. A Gaza le va bien; demasiado bien, de hecho". Estas palabras van acompañadas de vídeos del enclave palestino grabados antes del 7 de octubre pero que se hacen pasar por actuales, con mercados llenos de gente alegre, restaurantes de shawarma y camiones circulando por carreteras sin escombros ni cráteres.
Los objetivos de la Marcha, puestos negro sobre blanco, son los mismos que los de una parte importante del gobierno israelí: Smotrich y Ben Gvir y sus conferencias para la recolonización de Gaza, y, de forma más sutil, el propio Netanyahu: "Tierra: asegurar la victoria en la campaña tomando una porción significativo de la Franja de Gaza y anexionándola al Estado de Israel; Enemigo: la destrucción de Hamás y el fomento de la emigración de la población "no implicada" de Gaza; Ayuda: no se debe proporcionar al enemigo ninguna ayuda logística". Esto último se refiere a la ayuda humanitaria que los grupos adheridos a la Marcha, encabezados por Madres de Soldados, han estado bloqueando, a menudo con éxito, en el puerto de Ashdod y en el paso fronterizo de Kerem Shalom. En resumen: colonización de la Franja y expulsión de la población palestina, y hasta entonces, hambruna y enfermedades.
Ni siquiera se mencionan los rehenes israelíes. Además, este planteamiento es cada vez más mayoritario, ya que, según las últimas encuestas, sólo la mitad de los israelíes considera prioritaria su liberación (mientras tanto, sus familias estaban el miércoles por la noche en Tel Aviv exigiendo de nuevo un acuerdo).
Gaza queda muy lejos, mucho más allá de hora y media en coche. En el cielo de Jerusalén ni siquiera se oyen los cazas que pasan sobre Cisjordania. La ciudad de Rafah es el punto más alejado del mapa. Fue intensamente bombardeada la noche anterior a la Marcha, especialmente en su zona occidental.
"La expansión de las hostilidades en Rafah podría colapsar la respuesta humanitaria", advirtió el jueves la ONG Consejo Noruego para los Refugiados. Rafah sólo tiene 63 kilómetros cuadrados, pero ahora alberga a 1,4 millones de civiles, dos tercios de toda la población de Gaza. Este achicamiento de la Franja está haciendo sonar la alarma en las Naciones Unidas. El jueves, Volker Turk, Alto Comisionado de Derechos Humanos, advirtió a Israel de que la creación de una zona tapón mediante la destrucción generalizada de miles de edificios civiles equivale a un crimen de guerra (según fuentes ministeriales palestinas, han resultado incendiados 3.000 edificios por el Ejército israelí en las últimas semanas, algo que a menudo documentan los propios soldados en las plataformas sociales).
Mientras tanto, las muertes siguen acumulándose: 27.840 palestinos muertos, además de miles de desaparecidos. Entre las víctimas se encuentra una niña de 14 años, asesinada por un francotirador israelí frente al Hospital Nasser de Jan Yunis. Al parecer, había salido a buscar agua.
Tuvo que salir porque el hospital lleva días completamente sitiado: 300 médicos, 450 heridos y 10.000 desplazados están encerrados dentro, sin comida. Según los reporteros de la región, en el exterior hay fuego de francotiradores. Por su parte, los reporteros lloran a otro colega: Nafez Abdel Jawad, de Palestine TV, que murió en un ataque aéreo junto con su hijo, en Deir el-Balah. Hace el número 123 de los reporteros asesinados desde el 7 de octubre, según ha confirmado Reporteros sin Fronteras: "El periodismo palestino ha sido diezmado por las fuerzas armadas israelíes".
il manifesto, 12 de febrero de 2024
Los soldados israelíes asaltan las casas de los palestinos y roban dinero y joyas
Chiara Cruciati
Sucedió tres veces en pocos días en una pequeña comunidad palestina de las afueras de Ramala, siguiendo el mismo modus operandi: a finales de enero, entre la 1 y las 2 de la madrugada, un grupo de 15 a 20 soldados (sólo uno con la cara cubierta, que hablaba árabe con fluidez) asaltó las viviendas de un detenido político y dos ex presos. Esto ocurre a menudo, pero esta vez el motivo era diferente: confiscar coches, dinero y joyas.
"Antes, si encontraban unos cientos de shekels, los soldados se los embolsaban. Ahora vienen con una misión. Destrozaron la cocina: abrieron las puertas de los armarios, cogieron un plato en cada ocasión y lo estrellaron contra el suelo. Rajaron los cojines del sofá y abrieron las cajas de las persianas. Nos dijeron repetidamente que les diéramos dinero y joyas. Al cabo de hora y media, nos confiscaron el coche", nos cuenta Nura sobre aquella noche de insomnio y su casa devastada.
A ella le fue mejor que a otros: antes de marcharse, los soldados le dieron un documento con información sobre el coche. Ghassan se quedó sin nada. Ha sido detenido en varas ocasiones, y es un preso veterano, que ha pasado un total de 13 años en prisión.
"Se quedaron un par de horas. Abrieron las ventanas y tiraron los muebles. Me dijeron que les diera el dinero y el oro, que era mejor que lo sacara porque si lo encontraban sería peor. Se llevaron mil shekels y mi coche. Dijeron que lo había comprado con dinero de terroristas".
También estaba Lara, que vive al lado de Ghassan. La encerraron en una habitación con sus dos hijas, con un soldado vigilando la puerta mientras otros destrozaban una habitación tras otra: "Tenían perros. Uno de ellos aterrorizaba a mis hijas, les ladraba. Nos robaron 2.000 shekels", el equivalente a 500 euros.
Se oyen historias similares en el campo de refugiados de Dheisheh: "Desde el 7 de octubre, nadie duerme en paz, el ejército entra todas las noches. Arrestan y roban. Como si estar sin trabajo no fuera suficiente". Haitham es el hermano mayor de un preso recién liberado; cuenta cómo lo saludó a su regreso tras dos meses y medio en la cárcel: "Llevaba la barba y el pelo largos, la ropa raída, marcas rojas en el cuello. Había perdido mucho peso. Estaba allí, delante de mí, sentado en una silla, y no paraba de temblar".
Su familia también recibió una visita nocturna del ejército. Se llevaron casi 3.000 shekels, algo más de 750 euros. Hay muchos casos así, pero no hay una cifra global exacta, nos dice la ONG Addameer para la protección de los presos políticos. Ha registrado decenas de incidentes, pero sólo puede catalogar las denuncias que llegan a su oficina.
"En general, registran los domicilios de las personas que siguen en prisión", explica Addameer. "No llevan a cabo detenciones, sino que confiscan dinero, coches y joyas. La justificación es siempre la misma: se trata supuestamente de bienes utilizados para financiar actividades terroristas o derivados de actividades terroristas. Sin embargo, los soldados no se presentan con ninguna orden judicial ni documentos oficiales. Se llevan todo lo que encuentran, sin dejar constancia escrita".
Las familias casi nunca reciben documentos que registren el tipo y el valor de los bienes confiscados, lo que hace imposible reclamar su devolución o presentar un recurso ante un tribunal de justicia.
"Se trata de una práctica habitual desde hace mucho tiempo", afirma la ONG. "Lo mismo ocurrió durante la Segunda Intifada. Esta vez es peor: en aquella ocasión, las detenciones masivas y los robos de viviendas comenzaron un año después del inicio del levantamiento, en 2002, cuando el ejército israelí volvió a entrar físicamente en las ciudades palestinas. Hoy ocurre en un momento en que no hay protestas populares ni enfrentamientos armados".
Esto no se limita a Cisjordania, sino que también ocurre en Jerusalén bajo otras formas. Los objetivos son los antiguos presos políticos, aquellos a los que la Autoridad Nacional Palestina paga una indemnización mensual, calculada en función de los años pasados entre rejas y de su edad. "Aquí, Israel tiene poderes diferentes: tiene jurisdicción directa sobre los bancos", concluye Addameer. "Confisca el dinero directamente de las cuentas bancarias de los ex presos y luego las cierra".
Los palestinos lo califican abiertamente de robo, a través de canales no oficiales y oficiales. A finales de diciembre, en redadas coordinadas en Yenín, Tulkarem, Jericó, Ramala, Hebrón y Halhul, el ejército israelí asaltó seis casas de cambio vinculadas a la ANP, con decenas de jeeps militares, gases lacrimógenos y explosivos para volar cajas fuertes, lo que provocó 21 detenciones y la incautación de 2,5 millones de dólares.
Según Tel Aviv, el dinero estaba destinado a Hamás en Cisjordania, y esas oficinas eran organizaciones terroristas, como afirmó en su momento el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant.
Y luego está Gaza. También aquí la política de apropiación opera en múltiples niveles, tanto institucionales como individuales. Hace tres días, según el diario israelí Maariv, el ejército israelí confiscó 200 millones de shekels de la sede del Banco de Palestina en el barrio de Al Rimal de la ciudad de Gaza, equivalentes a algo más de 50 millones de euros.
Se ha mencionado a un portavoz del ejército que afirmó que esos fondos iban dirigidos a la ANP, pero que habrían ido a parar a Hamás. Probablemente se trataba del dinero con el que la Autoridad ha estado pagando los salarios de los funcionarios desde la década de 1990, desde mucho antes del inicio del gobierno de facto de Hamás en la Franja.
"La ocupación siempre ha tenido sentido económico para Israel. Se financia a sí misma, y de hecho obtiene beneficios: se llevan nuestros recursos naturales, exportan tecnologías militares, roban nuestro dinero", afirma Haitham.
Los soldados se están embolsando parte de ello. Con la ofensiva terrestre en Gaza, muchos soldados han utilizado las redes sociales para mostrar redadas en casas ahora vacías y saqueos: collares como regalos a novias, alfombras de calidad, bicicletas, relojes, dinero, ordenadores.
Hace unos días, al norte de Gaza, una cadena de televisión israelí entrevistó a un soldado israelí mientras llevaba un espejo al hombro. En otro vídeo, una joven se aplica maquillaje que su compañero robó de una perfumería de la Franja. Otros se graban saqueando tiendas, destruyendo lo que no necesitan y no es lo suficientemente valioso, o prendiendo fuego a cajas de alimentos.
Es difícil calcular el valor de las pertenencias robadas a las familias muertas en las redadas u obligadas a huir sin nada mientras llovían las bombas. En otros casos, los robos se han producido durante las detenciones, en casas y refugios, tal como han relatado varios testigos a la ONG Euro-Med.
También hay quienes reconocen sus posesiones en los vídeos, como el músico Hamada Nasrallah, según informa The New Arab: vio su guitarra en un vídeo de TikTok, en el que la tocaba un soldado entre los restos de una casa arrasada. Su padre se la había regalado tras la ofensiva israelí de 2014.
Según el diario israelí Yedioth Ahronoth, el Ejército habría confiscado cinco millones de shekels en efectivo, 1,3 millones de euros, en lo que califica de "robo sistemático", confirmado por el testimonio presencial de un médico militar destinado en Gaza: "Empieza con colchones y platos. Continúa con juguetes, teléfonos, aspiradoras, motocicletas... He sentido vergüenza".
No se trata de una práctica nueva: ocurrió en 2008 con la operación Plomo Fundido y en 2014 con la operación Borde Protector. Para los palestinos, es una continuación del expolio -de tierras, medios de vida, objetos de la vida cotidiana, recuerdos- que se viene produciendo desde hace siete décadas.
(Se han cambiado los nombres por motivos de seguridad).
il manifesto global, 17 de febrero de 2024