“Lo nostre Joan!” Jean Jaurès: republicano, pacifista y socialista

Iván Montemayor

06/04/2025

Con el crecimiento de la izquierda francesa se ha destacado de nuevo la figura de Jean Jaurès, el socialista, republicano y pacifista. Pero es conocido menos su origen occitano y su predisposición al reconocimiento del pueblo occitano y de los pueblos vencidos. Conocido su asesinato en 1914, es menos conocida la venganza perpetrada por milicianos catalanes en 1936.

El 31 de julio de 1914 apretaba el calor en París. Eran las nueve y media de la noche y ya refrescaba. Entonces un hombre corpulento, con barba, se sienta en la terraza de un restaurante con el muy parisino nombre de Café du Croissant. Como en otras ocasiones, cenaba con sus amigos mientras pensaba en si tendría suficientes fuerzas como para afrontar una época llena de incertidumbres. Las noticias que llegan a la redacción no eran buenas: la guerra tocaba en las puertas de Europa. 

No podía saber que una sombra surgiría tras una cortina, un militante de extrema derecha, Raoul Villain, disparaba y ponía fin a la vida del hombre barbudo. Un disparo en la cabeza era imposible de sobrevivir. ¿Quién era la víctima? Jean Jaurès, diputado socialista y cofundador del diario L'Humanité. Poco tiempo después, comenzaba la I Guerra Mundial. 

Muchas veces pensamos en la violencia patronal ejercida contra nuestros sindicalistas y políticos republicanos como un fenómeno local, propio de la Barcelona de los años veinte repleta de cabarés, anarquistas y pistoleros del Sindicato Libre. Pero la muerte de Francesc Layret y de Salvador Seguí se enmarca también en un ciclo de violencia contra el movimiento obrero. En 1919, Rosa Luxemburgo era asesinada por los freikorps.

Ahora bien, ¿quién era Jaurès? Para muchos pensadores como Lenin, Trotsky o Rosa Luxemburgo, sin duda alguna era uno de los pensadores socialistas más relevantes del cambio de siglo. Como escribió Trotsky era "el hombre más importante de la Tercera República Francesa". Lenin lo incluyó en el Plan de Propaganda Monumental propuesto en 1918 que preveía la construcción de un conjunto de esculturas dedicadas a pensadores y luchadores por la emancipación proletaria. En 1918, aprovechando el aniversario de la Revolución de Octubre, se inauguraba un obelisco en Moscú dedicado al conjunto de estos pensadores, y dicho listado inscrito en la estatua incluía al socialista francés. El nombre de Jaurès quedaba así impreso en la nueva sociedad soviética. 

Las izquierdas ibéricas saben más bien poco de Jean Jaurès. Quizás su asociación frecuente con el Partido Socialista de los Miterrand o de los Holland de turno nos hace perder la perspectiva histórica del personaje. A pesar de que dé nombre a Fundaciones, Universidades o estaciones de tren, también su recuerdo se desdibuja en Francia, de la misma forma que nosotros podemos caer en la desmemoria al desentendernos del hilo rojo que representan personalidades tales como Joaquim Maurín, Gabriel Alomar o Frederica Montseny, por citar algunos. No nos equivoquemos: sería un error calificar a Jaurès como una especie de socialista moderado francés. Si leemos sus textos —recogidos por el historiador Jean-Numa Ducange en Selected Writings of Jean Jaurès. Donde socialismo, Pacifism and Marxism (Palgrave Macmillan, 2021)— distinguimos a un revolucionario, con una lectura humanista de la teoría del valor de Marx. Si Gramsci fusionó la tradición intelectual italiana con el marxismo haciendo una lectura de Maquiavelo desde el antagonismo social, Jaurès remacha el clavo del republicanismo de 1789 —como muestra la biografía Jean Jaurès (Pierrin, 2024) también de Numa Ducange.

Un occitano universal 

Jean (o Joan, en occitano) Jaurès nació el 3 de septiembre de 1859 en Castras (Castres en francés), una pequeña villa de la comarca de Tarn en Occitania. Desde joven, Jaurès mostró un profundo interés por las cuestiones sociales y políticas. Estudió en la prestigiosa École Normale Supérieure en París, donde destacó por su brillo académico y su compromiso con la justicia social. Tras completar sus estudios, se dedicó a la docencia y empezó a escribir artículos sobre temas políticos y sociales. Convertido en profesor, imparte clases de filosofía primero en Albi y después en la Universidad de Toulouse. 

Sin embargo, Castras forma parte de una realidad cultural muy particular, como es la del Languedoc. De hecho, para quienes reivindican la lengua y la cultura occitana, Jaurès es «nuestro Joan», un intelectual insertado en la vida administrativa y política estatal, pero que era capaz de denunciar el desprecio centralista contra las lenguas minorizadas. En Francia se denomina patois a las lenguas de los pueblos vencidos. 

Francia es compleja. Para entender la realidad cultural, histórica y lingüística del Estado francés es necesario regresar al antiguo Reino de Francia donde se hablaban multitud de lenguas: bretón, occitano, provenzal, alemán, vasco y catalán. En 1539, con el edicto de Villers-Cotterêts, el rey Francisco I imponía la sustitución del latín por el francés como lengua de la administración. La lengua francesa con el paso de los siglos se va convirtiendo en la lengua de la intelectualidad europea y de las diferentes academias y cortes reales e incluso la Academia de Berlín debatía en francés, como nos explica Anne-Marie Thiesse en su libro Francia. ¿Qué identidad nacional?. La realidad del pueblo, constituido en su mayor proporción por el campesinado, era muy diferente: la falta de escolarización le dejó al margen de este proceso internacional y cuando en 1789 estalla la revolución las grandes masas campesinas no hablan francés.   

Para los republicanos, la necesidad de tener una lengua común del nuevo régimen les hace establecer la lengua de París como la lengua oficial. Habitualmente, ligaban las otras lenguas a los sectores conservadores, católicos y monárquicos que quieren volver al antiguo régimen. La unificación lingüística se hará a través de un sistema educativo que impone la vergonha a los hablantes de las otras lenguas, a través de castigos y tratos vejatorios. 

Pero no hubo un frente unido de los profesores republicanos contra las lenguas regionales, no todos serán los terribles húsares negros de la Tercera República. Por el contrario, hubo una recuperación de la mitificación de “nuestros antepasados ​​galos” en el idioma bretón, de origen celta; y del libre pensamiento de los trovadores y de los cátaros del mundo occitano, más latino que germánico, y que tuvo gran influencia en la literatura italiana en autores como Dante o en el primer Ramon Llull. 

En este contexto, Jaurès afirmará que: 

«¿Por qué no debemos aprovechar lo que la mayoría de los niños de nuestras escuelas conocen y hablan, aunque se lo llame con el grosero nombre de “patois”? No sería descuidar al francés: lo mejor sería aprender familiarmente mediante su vocabulario, su sintaxis y sus medios de expresión con el hablar del Languedoc y el provenzal». «La education populaire et les patois», La Dépêche du Midi , 15 de julio de 1911.

El occitano, por tanto, sería una especie de “latín de los pobres”, y su enseñanza no tenía nada perjudicial o antirrepublicano. Aunque Jaurès no fue en ningún caso un soberanista occitano ni un seguidor del movimiento cultural Lo Felibritge de Frederic Mistral, no renunciaba a sus raíces del derrotado sur. En su visión, la tradición no era preservar las cenizas, sino mantener viva la llama. Constituyendo así un ejemplo de federalismo jacobino, no sólo para su época, sino también para la izquierda francesa del siglo XXI.

Republicanismo y socialismo

Jaurès se implicó en la lucha socialista colaborando con las huelgas de los mineros de Carmaux y una vez en París fue el diputado más joven de Francia, con tan sólo veintiséis años. Su pensamiento combinó de forma original el idealismo de la tradición republicana francesa con el pensamiento materialista de Marx, Engels y más tarde de la II Internacional. Esta miscelánea teórica le llevará a tener un frugal intercambio de ideas con Paul Lafargue (yerno de Marx) que no acepta la centralidad del ideal de justicia como principio socialista. El único ideal de los trabajadores, según Lafargue, sería vender su trabajo al mejor precio posible.

Para el teórico occitano, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano sólo puede llevarse a la práctica con la realización del socialismo, en unas condiciones materiales capaces de hacer efectiva la llegada de una nueva sociedad que supere el capitalismo. En esta revisión del republicanismo, realiza su famosa Historia socialista de la Revolución francesa. Según Josep Fontana, Jaurès como historiador habría realizado un ejercicio renovador al empezar a analizar la Revolución francesa a partir de la lucha de clases. En pocas palabras: la clase trabajadora habría participado de la Revolución francesa, pero sin llevar a cabo una revolución obrera. 

El espíritu de 1789, para Jaurès, es inequívocamente contrario al derecho de conquista. Si los reyes franceses habían llevado a la quiebra el estado aumentando el déficit público al vivir en Versalles entre grandes lujos e implicando al Reino en numerosos conflictos bélicos mientras la nobleza no pagaba impuestos, el republicanismo constituía la negación de la guerra y el despilfarro.

La burguesía, por otra parte, es la clase dominadora del nuevo estado republicano después de derrotar definitivamente al feudalismo, y que realiza guerras coloniales para expandir sus intereses capitalistas, por lo que comete una traición sobre el espíritu original de la Revolución. Sólo una nueva república que desplazara a la burguesía como clase hegemónica para la clase trabajadora sería capaz de volver a los ideales originales de 1789. Gabriel Alomar fue un atento lector de Jaurès y haría suya la siguiente síntesis: el republicanismo debe ser la forma y el socialismo el contenido. Continuando con la influencia de Jaurès en el socialismo mallorquín, en 1910, el diario El Obrero Balear reproducía una entrevista a Jean Jaurès al respecto: “Es necesario que estén fuertemente unidos en España republicanos y socialistas”. 

Para muchos teóricos de la II Internacional como Bernstein o Kauksty, Jaurès se apartaba demasiado del marxismo ortodoxo. Montserrat Galceran, en su hace poco tiempo reeditado libro La invención del marxismo, detalla cómo el pensamiento marxista había evolucionado hacia el economicismo y el evolucionismo, bajo la previsión de que se podía afirmar científicamente que el capitalismo colapsaría por sí mismo cuando las condiciones fueran lo suficientemente maduras. ¿Cómo debería ser el movimiento socialista para Jaurès? ¿Cuál era el porvenir de la patria de Robespierre y Olympe de Gouges? El occitano promueve un socialismo que no fuera de minorías vanguardistas, sino de gran participación ciudadana organizada en tres grandes formas de propiedad social: municipal, sindical y cooperativa. 

Como otros muchos intelectuales de la época, intervino en el asunto Dreyfuss. El oficial alsaciano y judío que fue acusado de ser un espía proalemán en 1894, entre graves difamaciones que rezumaban nacionalismo francés y antisemitismo. El ejército francés –entre conquistas coloniales y fervor patriótico– era un nido de intolerancia. En un primer momento, Jaurès no adopta una postura clara. Sin embargo, debido a la indignación que se extiende en la intelectualidad francesa de izquierdas —¡por iniciativa del gran escritor Émile Zola y su escrito J'accuse! —, Jaurès y los socialistas acaban tomando partido abiertamente a favor de Alfred Dreyfus. Hasta el punto de que Jaurès publicará en 1898 Les preuves en las que impugnará el conjunto de la Tercera República francesa por haber encubierto la prevaricación del tribunal militar que había juzgado a Dreyfus. De este modo, se contraponen a los marxistas ortodoxos, liderados por Jules Guesde, quienes consideran a Dreyfus un oficial burgués y descartan su defensa como un asunto prioritario. Para Jaurès, la discriminación que sufre Dreyfus va más allá de las diferencias de clase. La cuestión no es si el militar es un privilegiado: es un hombre que está sufriendo injustamente y los socialistas deben luchar contra cualquier injusticia sea cual sea. Como observó agudamente Toni Domènech en El eclipse de la fraternidad la lucha de Jaurès contra el racismo de la época —el antisemitismo— no sólo sirvió para extender el radio de acción de la clase obrera sino para construir un frente político contra el bloque monárquico, militarista y racista, que ganaría las elecciones francesas de 1898 con la candidatura del republicano radical Waldeck-Rousseau. Para Domènech un ejemplo de práctica y estrategia socialista en toda regla:

“las raras iniciativas políticas, como la de Jaurès, trataron seriamente de romper el bloqueo civil y político del movimiento obrero, ganar aliados sociales, reconstruir un demos encabezado por la clase obrera industrial contra la gran burguesía neoabsolutista y quebrar el ascendente social del nacionalismo imperialista sobre los estratos medios” 1

Por otra parte, la defensa del republicanismo y el pacifismo humanista hicieron que Jaurès fuera criticado por sus propios compañeros marxistas revolucionarios. Como puede verse en su correspondencia postal, Rosa Luxemburgo veía en el francés y su “reformismo revolucionario” un gradualismo que apartaba a las masas del momento revolucionario. De forma similar, Trotsky que le consideraba un reformista burgués con tendencias idealistas, pero a la vez un líder capaz de unificar y dinamizar las fuerzas socialistas y en términos práctico “un ecléctico, pero un ecléctico genial”. A pesar de las críticas a su parlamentarismo, siempre demostraron admiración por los conocimientos y por el espíritu humanista y antiimperialista de Jaurès, y lamentaron su muerte. 

Venganza en Sa Cala

El juicio en el que se trató la muerte de Jaurès pasará a la historia europea como uno de los más ignominiosos que hayan existido nunca. No sólo porque Raoul Villain fue declarado inocente del crimen y recobró la libertad, sino porque además la viuda de Jaurès tuvo que pagar las costas del juicio. Con la firma de la Unión Sagrada –el apoyo a la participación francesa en la Primera Guerra Mundial–, el socialismo francés se comprometió con el gobierno a no hacer huelga. Como en el resto de los partidos de la II Internacional, se vislumbraba la división entre socialistas proguerra e internacionalistas, entre partidarios del militarismo y partidarios de la huelga general revolucionaria contra las guerras imperialistas. Posteriormente, en la dinámica de lucha contra el fascismo de los años treinta, Jaurès constituiría un ejemplo estratégico para Léon Blum y la SFIO (la Sección Francesa de la Internacional Obrera) que engendraría el Frente Popular. Como lo mostraría el apoteósico mitin del 14 de julio de 1936 cuando un millón de trabajadores parisinos celebró la toma de la Bastilla de 1789 llenado las calles de banderas rojas mientras sonaban la Marsellesa y la Internacional.

¿Y qué sucedió con el asesino de Jaurès? Raoul Villain huyó de Francia. En 1932, encontró un lugar donde esconderse en Sant Vicenç, pequeña localidad de Ibiza, donde era conocido como es francès de Sa Cala, y terminó viviendo en una casa construida por él mismo. Era conocido también como “el loco del puerto”. Ironías del destino, su final llegó de la mano de milicianos catalanes desplazados a Baleares para luchar contra el fascismo en la Guerra del 36-39. Los aviones de Mussolini sobrevolaron las Pitiusas dejando una lluvia de bombas, provocando en la isla cuarenta muertes. Como respuesta, los milicianos antifascistas tomaron represalias sobre los partidarios de la rebelión de Franco en la isla y, en medio de esta caótica situación, “el loco del puerto”, Raoul Villain recibió una bala mortal. Todo parece indicar que probablemente un miliciano de la CNT-FAI habría puesto fin a su vida. El criminal fue ejecutado por la revolución social. 

Las ideas, por suerte, están hechas a prueba de bala. Contra la horrible pesadilla de la guerra y el genocidio, hoy rescatamos del pasado el legado de Jaurès, como occitanista, como republicano y socialista. Un pacifista incorruptible que pagó con la vida su compromiso contra el belicismo europeo y contra lo que definió como el “arrogante y agresivo chovinismo” 2.

Notas

  1. DOMÈNECH, Toni: El eclipse de la fraternidad, Madrid, Akal, 2019, p. 219.

  2. JAURÈS, Jean: "Le paix et el socialismo. Le discours du citoyen Jaurès", L'Humanité , 9 de julio de 1905.



 

 

Ivan Montemayor Delgado es Doctor en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad de Barcelona. Es cofundador de la revista Debats pel Demà y colaborador del Institut Sobiranies.
Fuente:
Sin Permiso, 06/4/2025
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