Noam Chomsky
04/05/2014
La crisis actual en Ucrania es seria y amenazante, tanto que algunos comentaristas la comparan con la crisis de los misiles en Cuba, en 1962.
El columnista Thanassis Cambanis resume el meollo del asunto en The Boston Globe: La anexión de Crimea por (el presidente ruso Vladimir) Putin es una ruptura del orden en el que Estados Unidos y sus aliados confían desde el fin de la guerra fría, en el que las grandes potencias sólo intervienen militarmente cuando tienen consenso internacional a su favor o, en ausencia de él, cuando no cruzan las líneas rojas de una potencia rival.
Por lo tanto, el crimen internacional más grave de esta era, la invasión de Irak por Estados Unidos y Gran Bretaña, no fue una ruptura del orden mundial porque, aunque no obtuvieron apoyo internacional, los agresores no cruzaron líneas rojas rusas o chinas.
En contraste, la anexión rusa de Crimea y sus ambiciones en Ucrania cruzan líneas estadunidenses. En consecuencia, Obama se concentra en aislar a la Rusia de Putin, cortando sus lazos económicos y políticos con el mundo exterior, limitando sus ambiciones expansionistas en su propio vecindario y convirtiéndola de hecho en un Estado paria, informa Peter Baker en The New York Times.
En suma, las líneas rojas estadounidenses están firmemente plantadas en las fronteras de Rusia. Por consiguiente, las ambiciones rusas en su propio vecindario violan el orden mundial y crean crisis.
Este aserto es de aplicación general. A veces se permite a otros países tener líneas rojas en sus fronteras (donde también se ubican las líneas rojas de Estados Unidos). Pero no a Irak, por ejemplo. Ni a Irán, al que Washington amenaza continuamente con ataques (ninguna opción se retira de la mesa).
Tales amenazas violan no sólo la Carta de Naciones Unidas, sino también la resolución de condena a Rusia de la Asamblea General, que Estados Unidos acaba de firmar. La resolución comienza subrayando que la Carta de la ONU prohíbe la amenaza o el uso de la fuerza en asuntos internacionales.
La crisis de los misiles en Cuba también puso de relieve las líneas rojas de las grandes potencias. El mundo se acercó peligrosamente a la guerra nuclear cuando el entonces presidente John F. Kennedy rechazó la oferta del primer ministro soviético Nikita Kruschov de poner fin a la crisis mediante un retiro público simultáneo de los misiles soviéticos de Cuba y los misiles estadounidenses de Turquía. (Ya estaba programada la sustitución de los misiles de Estados Unidos por submarinos Polaris, mucho más letales, parte del enorme sistema que amenaza con destruir a Rusia.)
En aquel caso también, las líneas rojas de Estados Unidos estaban en la frontera de Rusia, lo cual era un hecho aceptado por todos los involucrados.
La invasión estadounidense de Indochina, como la de Irak, no cruzó líneas rojas, como tampoco muchas otras depredaciones estadounidenses en el mundo. Para repetir este hecho crucial: a veces se permite a los adversarios tener líneas rojas, pero en sus fronteras, donde también están colocadas las líneas rojas estadounidenses. Si un adversario tiene ambiciones expansionistas en su propio vecindario y cruza las líneas rojas estadounidenses, el mundo enfrenta una crisis.
En el número actual de la revista International Security, de Harvard-MIT, el profesor Yuen Foong Khong, de la Universidad de Oxford, explica que existe una larga (y bipartidista) tradición en el pensamiento estratégico estadounidense: gobiernos sucesivos han puesto énfasis en que un interés vital de Estados Unidos es prevenir que una hegemonía hostil domine alguna de las principales regiones del planeta.
Además, existe consenso en que Estados Unidos debe mantener su predominio, porque la hegemonía estadounidense es la que ha sostenido la paz y la estabilidad regionales, eufemismo que se refiere a la subordinación a las demandas estadounidenses.
Como son las cosas, el mundo opina diferente y considera a Estados Unidos un Estado paria y la mayor amenaza a la paz mundial, sin un competidor siquiera cercano en las encuestas. Pero, ¿qué sabe el mundo?
El artículo de Khong se refiere a la crisis causada por el ascenso de China, que avanza hacia la primacía económica en Asia y, como Rusia, tiene ambiciones expansionistas en su propio vecindario, con lo cual cruza las líneas rojas estadounidenses. El reciente viaje del presidente estadounidense Obama a Asia tenía el objetivo de reafirmar la larga (y bipartidista) tradición, en lenguaje diplomático.
La casi universal condena de Occidente a Putin hace referencia al discurso emocional en el que el gobernante ruso explicó con amargura que Estados Unidos y sus aliados nos han engañado una y otra vez, han tomado decisiones a nuestras espaldas y nos han presentado hechos consumados, con la expansión de la OTAN en Oriente, con el emplazamiento de infraestructura militar en nuestras fronteras. Siempre nos dicen lo mismo: Bueno, esto no tiene que ver contigo.
Las quejas de Putin tienen sustento en hechos. Cuando el presidente soviético Mijail Gorbachov aceptó la unificación de Alemania como parte de la OTAN concesión asombrosa a la luz de la historia, hubo un intercambio de concesiones. Washington acordó que la OTAN no se movería un centímetro hacia el este, en referencia a Alemania Oriental.
La promesa fue rota de inmediato y, cuando el presidente soviético Mijail Gorbachov se quejó, se le indicó que sólo había sido una promesa verbal, carente de validez.
Luego William Clinton procedió a expandir la OTAN mucho más al este, hacia las fronteras de Rusia. Hoy día hay quienes instan a llevarla hasta la misma Ucrania, bien dentro del vecindario histórico de Rusia. Pero eso no tiene que ver con los rusos, porque la responsabilidad de Estados Unidos de sostener la paz y la estabilidad requiere que sus líneas rojas estén en las fronteras rusas.
La anexión rusa de Crimea fue un acto ilegal, violatorio del derecho internacional y de tratados específicos. No es fácil hallar algo comparable en años recientes: la invasión de Irak fue un crimen mucho más grave.
Sin embargo, viene a la mente un ejemplo comparable: el control estadounidense de la bahía de Guantánamo, en el sureste de Cuba. Fue arrebatada a punta de pistola a Cuba en 1903, y no ha sido liberada pese a las constantes demandas cubanas desde el triunfo de la revolución, en 1959.
Sin duda Rusia tiene argumentos más sólidos a su favor. Aun sin tomar en cuenta el fuerte apoyo internacional a la anexión, Crimea pertenece históricamente a Rusia; cuenta con el único puerto de aguas cálidas en Rusia y alberga la flota rusa, además de tener enorme importancia estratégica. Estados Unidos no tiene ningún derecho sobre Guantánamo, de no ser su monopolio de la fuerza.
Una de las razones por las que Washington rehúsa devolver Guantánamo a Cuba, presumiblemente, es que se trata de un puerto importante, y el control estadounidense representa un formidable obstáculo al desarrollo cubano. Ese ha sido un objetivo principal de la política estadounidense a lo largo de 50 años, que incluye terrorismo en gran escala y guerra económica.
Estados Unidos se dice escandalizado por las violaciones a los derechos humanos en Cuba, pasando por alto que las peores de esas violaciones se cometen en Guantánamo; que las acusaciones válidas contra Cuba no se comparan ni de lejos con las prácticas regulares entre los clientes latinoamericanos de Washington, y que Cuba ha estado sometida a un ataque severo e implacable de Estados Unidos desde el triunfo de su revolución.
Pero nada de esto cruza las líneas rojas de nadie ni causa una crisis. Cae en la categoría de las invasiones estadounidenses de Indochina e Irak, del rutinario derrocamiento de regímenes democráticos y la instalación de despiadadas dictaduras, así como de nuestro espantoso historial de otros ejercicios para sostener la paz y la estabilidad.
Noam Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge, Mass.
Traducción para La Jornada: Jorge Anaya