Mariana Mazzucato
01/07/2016
Yo he sido una de los 150 economistas universitarias, entre ellos doce premios Nobel, que avisaron de los riesgos de que Gran Bretaña abandonara Europa: recesión, pérdida de empleos, coste de la vida más elevado, inversión más reducida, innovación más baja y finanzas públicas más deterioradas.
No hicimos esto porque fuéramos parte del “Proyecto del Miedo”, sino por nuestra comprensión de los problemas de la economía del Reino Unido y sus verdaderas causas. Entre ellas están la baja inversión, una débil productividad y alta desigualdad, problemas que no resolverá el Brexit.
Desde el terremoto de los acontecimientos del viernes por la mañana, ha habido muchas maniobras políticas y pensamiento desiderativo. Pero en medio del caos, ha habido menos reflexión seria acerca de cómo se enfrenta el Reino Unido a estos desafíos a largo plazo.
La naturaleza visceral de la campaña del referéndum dejaba ver sólo cuántos votantes sentían los efectos de un sistema económico que no trabaja a favor de ellos. Pero si los votantes de la campaña favorable a marcharse tenían razón respecto a cuánta gente se sentía así en lo que toca al trabajo y la vida en Gran Bretaña, se equivocaban en lo que atañe a las causas y se equivocaban en las soluciones. Culpar a la UE fue un error de categoría. En realidad, la culpa anda más cerca de nosotros.
La austeridad – que ha afectado al nivel de vida de mucha gente trabajadora – no la impuso la UE sino que fue una elección del actual gobierno. Cuando las finanzas públicas están al límite, debería ser bienvenida la aportación que hacen los inmigrantes. Pero el clima de recortes permitió echarle la culpa a los inmigrantes y que la aportación de Gran Bretaña a la UE – de 8.000 millones de libras, sólo el 1,2% del gasto público y superada por nuestros logros económicos derivados de la pertenencia a la misma – cobrara una significación desproporcionada.
Los políticos de Gran Bretaña no han logrado proporcionar una visión del futuro de su país. O una orientación acerca del rumbo del cual vendrá su prosperidad y cómo puede beneficiarnos a todos. Sin un liderazgo político claro, no invertirán las empresas. Sin inversiones, la productividad es baja, los empleos, inseguros. ¿Dónde está el liderazgo para un crecimiento verde, por ejemplo, que pueda proporcionar nuevas oportunidades al conjunto de la economía? ¿Y dónde están las historias positivas acerca de los beneficios que nos ha aportado la UE, con el Reino Unido como economía de mayor crecimiento en el G-7 desde su ingreso?
Estos problemas serán más difíciles, no más fáciles de resolver fuera de la UE. Déjenme darles tres ejemplos.
El primero, la investigación. La colaboración de todo el continente ha hecho de Europa una fuerza motriz para la ciencia. Gran Bretaña se ha beneficiado de forma desproporcionada de la financiación de la investigación por parte de la UE. La pérdida de esta financiación creará una verdadera brecha que hará más difícil de resolver nuestra bajar productividad.
El segundo, la inseguridad y la desigualdad. Como ha declarado Frances O´Grady, jefa del TUC (los sindicatos británicos), la UE ha sido buena para los trabajadores, asegurando el derecho a vacaciones pagadas, permisos de maternidad e igualdad de derechos para los trabajadores a tiempo parcial. Cuando se alegaba que el Brexit nos haría más libres, había que entender a quién va destinada esta libertad. Teníamos que liberarnos de muchos de los controles y equilibrios en relación al poder del capital sobre el trabajo, y en otros terrenos como los de los perjuicios ambientales. Para construir un capitalismo más sano, inclusivo y afrontar la inseguridad económica que muchos padecen, a la Gran Bretaña posterior al Brexit le hará falta fortalecer, que no debilitar, los derechos conseguidos por los sindicatos.
El tercer desafío es el del crecimiento verde. La legislación de la UE ha mejorado la calidad de las playas británicas y el aire que respiramos. Pero las políticas verdes conformarán también la próxima ola industrial que llevará a la futura prosperidad. Hoy invertir en lo verde es una opción para gobiernos y empresas; pronto será algo necesario. Los que hayan decidido invertir se encontrarán en una posición fuerte. La UE ha marcado el paso en energías verdes, y Gran Bretaña podía haber desempeñado un papel mayor. Un estudio del Imperial College estima los beneficios de un sistema energético europeo plenamente integrado en cerca de 100.000 millones de libras al año para 2030. Se trata a buen seguro de un precio por alcanzar el cual vale la pena trabajar juntos, y que habría recompensado, en lugar de penalizar, a futuras generaciones. Fuera de la UE, Gran Bretaña ha de encontrar nuevas formas de construir alianzas y cooperar a través de las fronteras para evitar quedar relegada.
El referéndum demuestra hasta qué punto los fracasos económicos de Gran Bretaña han dividido al país, pero abandonar la UE sólo hace que sea más difícil afrontarlos. Ahora recae sobre aquellos que derrocharon tanta energía y capital político argumentando a favor del Brexit la responsabilidad de asegurarse de que las futuras generaciones sufran lo menos posible. Ya estamos oyendo de boca de dirigentes del Brexit que sus promesas acerca de usar los fondos recuperados de la UE para destinarlos al NHS no se sostienen. Antes que seguir rodando por esta terrible pendiente, Gran Bretaña ha de contraatacar con una visión del futuro positiva, que mire hacia adelante, con una estrategia de crecimiento dirigida por la innovación e impulsada por la inversión, que siga un rumbo verde y se concentre explícitamente en reducir las desigualdades que han desgarrado a Gran Bretaña durante tanto tiempo. Y trabajar estrechamente con Europa – por cualquier medio necesario – para actuar de este modo.
Pero con esto se asume que en el proceso de dañar nuestra propia economía no hayamos minado fatalmente también la economía de Europa. Porque si eso no estaba nada claro antes de votar, lo está ahora: necesitamos a nuestros socios europeos y nuestros socios europeos nos necesitan también a nosotros.