Globos de Oro, S.A.: De cómo un premio de Hollywood se sumó al orden neoliberal

Luca Celada

31/12/2023

Durante los últimos quince años, y como corresponsal en Los Ángeles de il manifesto, he sido miembro de la Hollywood Foreign Press Association (HFPA, la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood), el gremio de corresponsales foráneos con sede en Hollywood, que llevaban a cabo la votación de los Globos de Oro. La HFPA se ha disuelto y se ha visto suplantada por la Asociación de los Globos de Oro, una entidad corporativa propiedad de Eldridge Industries. Sus miembros se han convertido en empleados, un paso que yo he preferido no dar. 

Cuando yo me incorporé, el grupo era una asociación sin ánimo de lucro de periodistas que trabajaban para publicaciones extranjeras. Organizaba ruedas de prensa con artistas de cine y televisión, directores y “show runners” [responsables ejecutivos de series de televisión]. Al final de cada año, abarrotaban las proyecciones de películas y series para ponerse al día y procedían a votar las candidaturas a unos premios que habían llegado a ser los segundos en prestigio, después de los Oscar, y bastante más divertidos.

Por muy exitoso que fuera ese modelo durante décadas, la caída en desgracia de los premios fue brusca, espectacular y digna de un melodrama de Hollywood. En 2021, los Globos y la HFPA fueron objeto de un boicot sin precedentes por parte del sector, supuestamente motivado por las políticas discriminatorias del grupo. Los estudios repudiaron a la HFPA. Los publicistas retiraron a sus talentos y cancelaron todas las ruedas de prensa con miembros de la asociación, las estrellas devolvieron los Globos a la sede de West Hollywood como si fueran radiactivos. Y la NBC canceló una licencia de emisión plurianual de la ceremonia de entrega de premios, valorada en cientos de millones de dólares.

La versión oficial señaló la ausencia de miembros negros en el grupo de periodistas extranjeros como prueba de prejuicios raciales, y la elevada edad media que acompañaba a esa insularidad explicaba en parte el racismo casual de los pronunciamientos de algunos miembros. En realidad, sin embargo, el problema estribaba en algo más arraigado que la discriminación y la infrarrepresentación sistemáticas en el sector.

Es evidente que la asociación tenía problemas de inclusividad, ligados a la limitación de la admisión de nuevos miembros en general, ya que éstos eran vistos como competidores potenciales por parte de una vieja guardia atrincherada. Sin embargo, el ajuste de cuentas racial puso al descubierto la sordera de un grupo privilegiado, incapaz de percibir la urgencia moral del momento y emprender las reformas que el sector y la sociedad exigían con razón. Una y otra vez se frustraron los intentos internos de reforma, hasta el punto de rechazar incluso al consultor de la DEI [Diversity, Equity & Inclusion]que la junta propuso contratar a raíz del asesinato de George Floyd. 

Nacidos en el apogeo del sistema de estudios para aumentar el acceso a Hollywood de los periodistas extranjeros que eran bastante ignorados por la maquinaria publicitaria, sus premios se convirtieron en un éxito brutal y la HFPA acabó protegiendo su exclusividad hasta la saciedad, hasta que el privilegio mermó fatalmente su capacidad de autorreflexión.

Ahora bien, en 2020, enfrentada a la extinción, se vio obligada a emprender un proceso de reforma demasiado aplazado. De una asociación de periodistas, cabía haber esperado un periodo de debate interno y autorreflexión; lo que se produjo, en cambio, fue una combinación de debate estrictamente restringido y comunicación pública altamente gestionada, habitual en empresas que caen en desgracia.

Se contrató a un pequeño ejército de "profesionales" para producir una avalancha de comunicados de prensa y declaraciones de arrepentimiento. Se gastaron decenas de millones de dólares en abogados, asesores de relaciones públicas y gestores de crisis, especialistas de la industria de rehabilitación de DEI que ha surgido para prestar servicios a empresas y organizaciones caídas en desgracia. Por último, el bufete especializado Ropes and Gray recomendó cambios inmediatos y múltiples en la estructura de gobierno. Los miembros aprobaron el plan de reforma, aunque el proceso tuvo el inevitable aire de los gestos corporativos obligatorios, como la rápida contratación de nuevos miembros para incluir a varios periodistas afroamericanos.

Hasta Jerrod Carmichael, el cómico afroamericano “queer” contratado para presentar la 80ª edición de los Globos en enero de 2020, cuestionó públicamente la sinceridad del esfuerzo. "Os diré por qué estoy aquí. Estoy aquí porque soy negro", dijo Carmichael desde el escenario del Beverly Hilton, y añadió que había rechazado las peticiones del presidente de la HFPA de reunirse antes de la gala (lo que implica un nuevo esfuerzo para coordinar el mensaje). "Dije que no, gracias", añadió "Reconozco una trampa cuando la veo".

La HFPA no fue la primera entidad en someterse a esta tesitura ya conocido, pero esto era sólo una parte de la historia. La Junta, controlada ahora por miembros que anteriormente se habían resistido enérgicamente al cambio, tenía otro plan: privatizar los Globos. Así, hasta cuando las reformas prometidas estaban a punto de aplicarse -incluida la búsqueda competitiva de un nuevo liderazgo imparcial-, a Todd Boehly, acaudalado director ejecutivo y cofundador de Eldridge Industries, se le invitó a presentar su propuesta para la adquisición de "la marca Globos de Oro y toda la propiedad intelectual aneja".

Boehly, que ya había adquirido una participación en Dick Clark Productions (la empresa que produce la ceremonia de los Globos) en 2013, llevaba años intentando hacerse con un mayor control de los Globos, tratando, por ejemplo, de adquirir los derechos digitales de los premios, que eran propiedad de la HFPA, una organización sin ánimo de lucro. En 2015 llegó a ofrecer a un presidente en ejercicio de la HFPA un puesto como consejero delegado de una de sus empresas (ese presidente aceptó la oferta al final de su mandato). Intentó en repetidas ocasiones convencer a la junta de la HFPA de ampliar sus operaciones a China, concediendo potencialmente licencias para las versiones chinas de los Globos y, en última instancia, intentó vender Dick Clark Productions al conglomerado Wanda, con sede en Pekín. Ese acuerdo estuvo a punto de cerrarse en 2017, antes de derrumbarse a raíz del empeoramiento de las relaciones entre los Estados Unidos y China.

Unos años más tarde, la crisis existencial de la asociación proporcionó a Boehly la ventaja que necesitaba para dar el siguiente paso: adquirir los Globos y convertirlos en una empresa con ánimo de lucro. A cambio de ello, los miembros -que en algunos casos han luchado durante años al margen de una industria periodística en profunda tensión- se convertirían en votantes a sueldo en la nómina de Eldridge. Mientras los miembros consideraban esta oferta, la nueva junta directiva, en la que los disidentes se habían visto selectivamente limitados en sus mandatos, abandonó bruscamente la búsqueda externa de un director general y anunció que el puesto ejecutivo lo ocuparía...Todd Boehly. El resultado final nunca se puso en duda.

Los Globos son hoy una marca corporativa propiedad de Eldridge Industries, un vasto holding que posee también intereses en Los Angeles Dodgers, el club de fútbol londinense Chelsea FC, el Beverly Hilton y la distribuidora y productora cinematográfica A24. A través de su asociación con Penske Media Corporation, la variada cartera de empresas afiliadas incluye importantes publicaciones especializadas como The Hollywood ReporterVarietyDeadline HollywoodRolling Stone y Billboard. Esto puede explicar que la cobertura de la conversión de los Globos no haya sido precisamente adversa. La "profesionalización" de los Globos se ha anunciado como advenimiento de una "responsabilidad fundamentada en los empleados", en la que la ética está garantizada, como dice el sitio digital oficial de los premios, por "una entidad corporativa con la experiencia y un nuevo liderazgo dinámico para hacer frente al siglo XXI".

Se trata de un subtexto común en la fase actual del capitalismo corporativo libertario, que ha recibido un nuevo impulso con la llegada de los monopolios digitales. Lo sucedido en la HFPA guarda cierto parecido, por ejemplo, con lo ocurrido en OpenAI, donde una tensión similar entre la misión original sin ánimo de lucro de la empresa y su potencial comercial, acabó resolviéndose a favor de maximizar este último.

La HFPA también era una organización 501 [sin ánimo de lucro de acuerdo con la leyes federales]. Como tal, sus miembros no podían beneficiarse de los ingresos cada vez mayores acumulados por los derechos de licencia del espectáculo (el contrato plurianual con la NBC, ya desaparecido, ascendía a cientos de millones de dólares). Más bien eran "adyacentes a la riqueza", mientras el dinero ejercía una irresistible atracción gravitatoria. Al igual que el enorme potencial comercial de la IA se impuso a las intenciones éticas de OpenAI, la perspectiva de monetizar los Globos resultó ser un aliciente demasiado fuerte para los intereses empresariales.

En el discurso promocional a sus miembros, Boehly habló de planes para "sacar ventaja" de la marca, propuso una asociación con Oriente Medio y animó a los periodistas a "sonreír un poco y vender el producto". Ese "producto" es la deslumbrante sala llena de famosos que durante 80 años se han reunido para una cena alcohólica que -no sin razón- se ha etiquetado como "la mayor fiesta de Hollywood". Hollywood siempre ha estado en la encrucijada del arte y el comercio, su milagro inefable: servir a la cuenta de resultados, al tiempo que produce ocasionalmente grandeza artística y, por supuesto, se autofelicita por la proeza.

Los galardones, sin embargo, han mantenido siempre al menos la pretensión de un juicio independiente, el de los pares o los críticos. El acuerdo Eldridge/Globos ha sentado ahora un precedente para una concepción diferente: los premios como activo comercial, gestionados directamente por una entidad corporativa, parte de un grupo de entretenimiento integrado verticalmente. En el actual clima de consolidación acelerada, ¿podría estar lejos el momento en que los grupos comerciales del entretenimiento posean y gestionen sus propios premios?

En la actualidad, los Globos los escogen técnicamente mediante su voto los empleados de la empresa, a los que se suman un par de centenares de periodistas freelance voluntarios, y creadores de contenidos digitales reclutados en 56 países de todo el mundo. Ampliar la votación a votantes de todo el mundo tiene sentido en esta era de mercados globales del entretenimiento. Puede que no sea una coincidencia que la decisión haya sido el resultado de una estrecha consulta con Ted Sarandos, Consejero Delegado de Netflix, la empresa que más interés tiene en llegar a una amplia audiencia mundial. Netflix es, por cierto, la empresa con más candidaturas a los Globos de este año, con 28, incluidas cinco de las seis de la recién creada categoría de comedia de monólogos en televisión. Desde un principio, uno de los lemas de Boehly ha sido, al fin y al cabo. "potenciar la marca" (el estudio del grupo Eldridge, A24, recibió un total de 11 nominaciones este año).

¿Será que las grandes empresas no son las supuestas garantes de un comportamiento ético? Una respuesta a ello parece venir de los premios Gotham entregados el mes pasado, cuando el discurso de aceptación pronunciado por Robert De Niro fue sumariamente "editado" por "miembros del equipo" de Apple. Resulta que la empresa que produjo la película que protagoniza De Niro (Flowers of the Killer Moon), prefiere que los miembros del reparto hablen de su película y no de política, así que eliminaron del apuntador electrónico a sus espaldas los comentarios "problemáticos" de De Niro que criticaban a Donald Trump.

Esa idea de control corporativo impregna la nueva entidad de los Globos. Con todos sus muchos defectos, las reuniones de los miembros de la HFPA eran un foro de animados debates y desacuerdos, y el tipo de discusión que cabría esperar en una asociación cooperativa. En la encarnación "profesionalizada", se desalentó la discusión de opciones alternativas para su reforma. Las reuniones de los miembros estaban estrechamente controladas por la junta directiva y los consultores contratados, todos ellos, por cierto, entusiastas partidarios del acuerdo con Eldridge. En la nueva asociación de los Globos apenas hay comunicación entre los miembros, que cumplen sus obligaciones de voto de forma aislada, ni mucha transparencia. No se ha explicado, por ejemplo, por qué el especial de comedia de Dave Chappelle quedó eliminado de la votación en el último minuto.

La privatización y el control corporativo encajan en un patrón familiar que hemos presenciado en empresas como Twitter -empresa privada en todo momento, sí, pero foro público funcional, no obstante, convertido en megáfono personal y, bajo la apariencia de "libertad de expresión total", en una fábrica de provocación aparentemente permanente del famoso plutócrata Elon Musk. Musk, que también ha privatizado efectivamente la navegación espacial estadounidense con Space X y, a través del sistema Starlink, hasta la intervención geopolítica, acercándose cada vez más a la esfera de la “alt-right”, abrazando plenamente la figura del "virus de la mentalidad woke [políticamente correcta]" y el ethos libertario de "libertad antes que igualdad".

La eliminación de sectores importantes del ámbito público y su colocación bajo el control de individuos ricos constituye, de hecho, una tendencia general del capitalismo tardío. Como demostraron recientemente las huelgas de Hollywood, el negocio del entretenimiento está dirigido por una estructura corporativa que se parece cada vez más a la oligarquía monopolista a cargo de Silicon Valley, incluyendo en ella los paquetes de compensación exagerados de los directores ejecutivos y la disparidad masiva de riqueza entre la dirección y la mano de obra.

Mientras tanto, la enorme riqueza influye cada vez más en todos los aspectos de la democracia: en lo que pensamos o hacemos en las redes sociales, en nuestra política (un estudio reciente de la Universidad Northwestern ha demostrado que el 11% de los aproximadamente 2.000 multimillonarios del mundo se han presentado a cargos públicos, incluido alguno que podría volver al Despacho Oval). Las oligarquías tienen mucho que decir en nuestro futuro climático, como quedó claro en la reciente cumbre COP28 de Dubai; se ha revelado incluso que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos goza del asiduo patrocinio oculto de plutócratas aparentemente empeñados en disponer de su propia versión de jueces patrocinados.

Aun así, convertir a los periodistas votantes en auténticos votantes a sueldo parece una razón un tanto particular para restaurar la legitimidad de los premios. Los Globos actuales están ciertamente más integrados en un complejo "industrial de premios", en el que pueden quedar adecuadamente monetizados, otro fragmento privatizado de la cultura pop, ahora manipulable de acuerdo con los intereses corporativos.

En los últimos días de 2023 se conoció la noticia de la última posible fusión, la de Paramount y Warner Bros. En un sector cada vez más integrado verticalmente, los estudios se han visto obligados a integrar las operaciones heredadas con las plataformas a la carta y sus respectivas divisiones de medios de ´difusión; ¿por qué no añadir los premios propios al paquete? Al fin y al cabo, no son más que una extensión de las operaciones comerciales, parte del gran espectáculo.

Periodista italiano radicado en Los Ángeles (California), autor de “Autunno americano” (2020), escribe habitualmente sobre los Estados Unidos para el diario il manifesto.
Fuente:
il manifesto global , 27 de diciembre de 2023
Traducción:
Lucas Antón

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