Roger Martelli
30/01/2025La izquierda busca todas las oportunidades para descuartizarse. ¿Es realmente el momento?
¿De qué va este chiste malo? Trump lo está rompiendo todo en su casa; Milei propone retroceder a antes de la Ilustración; la extrema derecha se está desplegando en todas partes. Y mientras tanto, volvemos a jugar a la guerra de las izquierdas. Ayer, Marchais contra Mitterrand; hoy, Mélenchon contra Hollande, “Doña Irma” contra “el capitán del bote a pedales”.
El gran circo no se limita a los nombres de los pájaros. Todas las ocasiones parecen buenas para avivar las divisiones más insuperables. ¿La arrogancia imperial de Trump amenaza a Europa? La izquierda saca a relucia sus viejos enfrentamientos. En una tribuna reciente publicada en Le Monde, una parte de la izquierda (la más a la derecha de la izquierda) se pronuncia a favor de una Europa federal a riesgo de reanudar las diferencias con otra parte (la más a la izquierda de la izquierda) que teme esa lógica, especialmente cuando la influencia de la extrema derecha crece en toda Europa. Pero, ¿cómo construir un frente eficaz contra el trumpismo, si no hay Europa, si Europa se contenta con seguir siendo lo que es, o si se federaliza sobre la base de lo peor?
La guerra de las dos izquierdas para legitimar dos candidaturas presidenciales
Si solo fuera eso... Dependiendo de los días, lo esencial sería elegir entre la izquierda social y la izquierda societal, entre la izquierda de las villas y la de los pueblos, entre la izquierda del comunitarismo y la del laicismo. ¿Todo esto para qué? Para legitimar el hecho de que, en la próxima e ineludible elección, debemos prepararnos para al menos dos candidaturas: una rebelde y una socialdemócrata de buenas formas. Y para lograrlo, desencadenamos este enfrentamiento en las localidades. En Villeneuve-Saint-Georges, los insumisos que llegaron a la cabeza no supieron hacer sitio a la otra lista de izquierdas. Por lo tanto, no habrá fusión de las dos listas de izquierda. Patético.
No es la revista Regards a quién se acuse de defender la idea de que la izquierda está históricamente polarizada. Por un lado, la convicción de que la igualdad no puede desplegarse plenamente dentro de las lógicas capitalistas que la niegan absolutamente; por otro lado, la idea de que la única forma realista de actuar es intentar dentro del sistema reducir el campo de las desigualdades. Esta polaridad es una realidad. También es una fuente de dinamismo, si no está marcada por un desequilibrio demasiado grande.
El debate de la izquierda debe ser asumido. La izquierda lo ha conseguido en el pasado: ¿por qué no lo lograría en el presente, en una situación profundamente cambiada? La cuestión ya no es determinar quién, de la derecha o de la izquierda, está en mejor posición para asumir la gestión del Estado en el marco republicano existente. El reto es decir si este marco se mantendrá o si vamos a entrar en una fase nueva, postdemocrática e “iliberal”. Algunos de la izquierda pudieron soñar que llegaba el momento del gran cambio, de la polarización diferenciadora y liberadora, propicio a todas las rupturas. Si hay cambio de marcha y desorden, nos está llevando hacia la peor de las regresiones. No hace falta creer que la experiencia de lo peor reorientará a la historia en la dirección correcta, como los comunistas pudieron creer, a principios de la década de 1930: el ejercicio del poder por parte de los fascismos no reavivó la ola revolucionaria.
La tensión entre las dos sensibilidades de la izquierda puede convertirse en un desastre
En el pasado, había competencia dentro de la izquierda, pero la izquierda y la derecha formaban dos conjuntos de fuerza globalmente equivalente y la derecha, más o menos liberal, seguía siendo republicana. Hoy en día, la izquierda está cruelmente debilitada y es la extrema derecha la que domina.
Por lo tanto, la tensión entre dos sensibilidades a la izquierda puede convertirse en un desastre. Si “dos izquierdas” deben repartirse los escasos recursos electorales de toda la izquierda, deberían admitir que solo un candidato de derecha puede ganar frente al de Reagrupamiento Nacional. Sin embargo, este cálculo no tiene nada de seguro. E incluso si, al final, la derecha “clásica” gana, sería una derecha cuyo punto de equilibrio se desplaza hacia su extremo.
A diferencia de otros períodos en los que la competencia de izquierdas en la primera vuelta preparaba la unión de la segunda vuelta, la cuestión de la unión tiende a convertirse en esencial ahora en la primera, especialmente en la perspectiva de una elección presidencial. Si la izquierda no quiere ser acorralada, debe unirse. Y si quiere recuperar la mayoría, debe descartar la lógica política que la ha privado del apoyo popular. Por lo tanto, debe alejarse de la lógica que emergió en Francia alrededor de 1982-1983, que se desplegó en el marco europeo del “liberalismo social” y que tuvo su apogeo entre 2012 y 2017, con el quinquenio de François Hollande. Volver a ello, en nombre del “reformismo” y del “realismo”, sería una aberración.
En 2017 y 2022, los resultados electorales de Jean-Luc Mélenchon y el desinfle registrado por las otras candidaturas de la izquierda movieron el cursor hacia la izquierda. Esto condujo en dos ocasiones a una concentración a la izquierda, bajo la etiqueta de Nupes, luego de NFP. En dos ocasiones, este reagrupamiento se basó en un programa, marcado por el peso electoral de Jean-Luc Mélenchon y la Francia Insumisa. Más allá del detalle de las propuestas, este programa es un cuerpo coherente de propuestas que se nutre de lo que la izquierda de la izquierda ha acumulado desde 2002. ¿Diremos que es un programa de “ruptura”? No es un programa el que decide romper con un sistema, sino la lógica general de movilización que sigue o no sigue a la victoria electoral del programa. En 1936, fue la huelga la que impuso la implementación de las grandes medidas del Frente Popular; después de 1981, fue la atonía del movimiento social la que hizo posible el giro hacia la “austeridad”.
No es un programa el que decide la ruptura
Desde 2022, el abrumador dominio de Jean-Luc Mélenchon ha determinado la rapidez y el impulso general del reagrupamiento. Se basó en la idea de que los sectores populares solo podían recuperarse volviendo a los valores fundadores de la izquierda. Por lo tanto, existe la base del reagrupamiento. Tal vez le falte el espíritu y la ambición de un proyecto. La fuerza de la izquierda no está ni en un individuo ni en un partido, sino en el espíritu de unidad y en un proyecto cuya palabra clave debería ser la emancipación humana. Si, en el momento decisivo de las elecciones, no es este proyecto el que ponemos en el centro de la controversia pública, si no la cuestión de quién domina en la izquierda, solo tendremos lágrimas.
Esta convicción debe prevalecer. Cada uno, dentro de la izquierda, puede tocar su partitura, en función de su historia y sus convicciones. Pero, al final, no serán “las” izquierdas las que se repartirán los votos, sino “la” izquierda la que triunfará o morderá el polvo.