Especial elecciones EE.UU.: Trump y el electorado estadounidense (Dossier)

Adam Tooze

Grace Blakeley

15/11/2024

La radicalización del GOP de Trump y el realineamiento del electorado estadounidense

Adam Tooze

La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses de la semana pasada ha sido descrita por muchos como una sorpresa. Pero en la actual ronda de elecciones en todo el mundo, es cualquier cosa menos sorprendente. Los gobernantes de todo el mundo se han visto golpeados por las secuelas de la crisis económica, en particular por las crisis de precios que desataron el miedo a la inflación. Los votantes de todo el mundo están ansiosos, frustrados y quieren un cambio.

El único partido en el poder que ha logrado una victoria realmente contundente en los últimos tiempos ha sido Morena en México. En el Reino Unido y Francia, los partidos en el poder han sufrido este año derrotas cuatro veces peores que las de Harris.

Fuente: Bloomberg

A juzgar por este rasero comparativo, los demócratas hicieron relativamente bien en no perder aún más estrepitosamente. Lo verdaderamente insólito de la situación de EE UU es el hecho de que Trump haya tenido una segunda venida digna de un culebrón de lucha libre mundial. Fue derrotado como titular en 2020 -unas elecciones que de no ser por la COVID seguramente habría ganado- para volver como vencedor cuatro años después.

Pero a pesar de toda la iluminación proporcionada por la comparación global, la victoria de Trump en 2024 no fue simplemente un acontecimiento coyuntural, provocado por las secuelas de la COVID y la desilusión de los votantes. Lo que la extraña secuencia de victoria-derrota-victoria pone de relieve es la falta de alternativas reales en la derecha estadounidense y la transformación en curso del partido republicano como vehículo para Trump y su populismo radical de derechas. Lo que hemos presenciado a lo largo de tres elecciones es el desarrollo y la radicalización de la marca Trump.

El efecto de esta radicalización acumulativa en la coloración de la política estadounidense es más claramente visible en la composición de los respectivos bloques de votantes que en las cuotas generales de los partidos. A medida que Trump se ha ido desinhibiendo y los demócratas han optado por la aparente seguridad de centristas como Biden y luego Harris, los votantes más acomodados con estudios universitarios han emigrado hacia los demócratas. Por primera vez en la historia reciente, en 2024 los demócratas obtuvieron una mayoría sustancial entre los votantes estadounidenses más acomodados. Gabe Winant, en un brillante artículo en Dissent, caracterizó acertadamente el estilo de la campaña de Harris como aristocrático.

Mientras que los votantes más acomodados se decantaron por los demócratas, los sondeos a pie de urna mostraron un cambio de casi 15 puntos hacia Trump entre los votantes con ingresos inferiores a 50.000 dólares. Entre los que ganan más de 100.000 dólares, el cambio hacia los demócratas es aún mayor.

Como señala Tej Parikh en una columna de Alphaville, son precisamente los estadounidenses que ganan menos de 50.000 dólares al año los que han empezado recientemente a preocuparse seriamente por la amenaza del desempleo.

Y según los datos de la encuesta de consumidores de Michigan, son también esos votantes los menos optimistas sobre sus circunstancias financieras.

La economía no era el único tema que importaba a los votantes. Pero entre el 30% para los que era el tema principal, Trump superó a Harris por 80 a 20.

Una lectura simple de estos datos sería que se trataba de unas elecciones que enfrentaban economía y democracia, con el aborto y la inmigración como temas secundarios. Fueron las sutiles diferencias entre estos cuatro campos en un electorado polarizado las que decidieron una reñida contienda. Parece haber una fuerte asociación entre el voto a Trump y la percepción de estrés económico. Pero esto plantea muchas otras preguntas, en primer lugar, cuáles son los factores que conforman la experiencia del estrés económico y las perspectivas de futuro. No hay que sacar conclusiones precipitadas sobre el significado de estos datos o sus implicaciones para la evaluación del Gobierno de Biden o la campaña de Harris. Volveré sobre el significado de los datos económicos en un próximo post.

Mientras tanto, el realineamiento en términos de renta está estrechamente asociado a una consolidación de las divisiones a lo largo de las líneas de educación, raza y género. Por primera vez en 2024, una mayoría de votantes blancos con estudios universitarios optó por los demócratas frente a los republicanos.

Fuente: CNN

La educación interactúa con el género. Las mujeres blancas sin titulación han preferido a Trump en las tres elecciones por un margen del 27-28%. La cuestión del aborto no cambió nada esta preferencia. Entre las mujeres blancas tituladas, en cambio, la ventaja demócrata ha crecido de solo el 7% en 2016 al 16% para Harris.

La clase, la educación y la fortuna económica se reflejan en la distribución espacial de los votos.

Si nos remontamos a principios de la década de 1990, no había prácticamente nada que elegir entre los partidos en la América rural. En 2024 hay una diferencia de cuarenta puntos a favor de los republicanos en los condados rurales. Al mismo tiempo, a lo largo de las tres últimas décadas, la ventaja de los demócratas en las ciudades ha fluctuado entre el 20% y el 30%.

En un interesante desglose, el Wall Street Journal comparó el movimiento de votos en los condados con más y menos empleos de cuello blanco y de cuello azul. Trump tenía muchas más probabilidades de perder votos en 2024 que en 2020 en los condados con un alto porcentaje de empleos de cuello blanco. El panorama era muy diferente en los condados con predominio de empleo azul.

Fuente: WSJ

Trump ganó votos en gran parte del país, ya fuera próspero o en dificultades. Pero era mucho más probable que obtuviera grandes ganancias en los condados clasificados como en dificultades que en los que son cómodos o prósperos.

El resultado es contundente. A pesar de centrarse en la desigualdad, los problemas sociales y la discriminación, y a pesar de que las estadísticas muestran un descenso de la desigualdad desde 2020, los demócratas no consiguen llegar a los estadounidenses relativamente desfavorecidos.

El resultado neto es que, si comparamos los electorados con la economía estadounidense, los demócratas predominan en los condados que producen la mayor parte del PIB estadounidense. Esto es así tanto si ganan, como en 2020, como si pierden, como en 2016 y 2024.

La profunda ironía, por supuesto, es que tras estas elecciones la corte del presidente Trump está ahora abierta a los hombres más ricos del planeta y a los grupos de presión de todo tipo. Mientras tanto, es probable que las políticas que ha propugnado a bombo y platillo no perjudiquen a nadie más que a los estadounidenses de rentas más bajas que le han votado como nunca antes. Junto con la amenaza a las libertades civiles, éste es, sin duda, el resumen más crudo de la crisis de la democracia estadounidense en el momento actual.

Fuente: Substack de Adam Tooze, https://adamtooze.substack.com

 

Por qué ganó Trump

Grace Blakeley

La caída del nivel de vida hace que los hombres de clase trabajadora se sientan perdedores. Trump les hace sentir que pueden volver a ser ganadores.

Tras la segunda victoria de Trump, cabía esperar el triunfalismo habitual del creciente contingente de ultraderechistas estadounidenses y los lamentos habituales de los comentaristas liberales.

Los liberales estadounidenses se lamentan de que la mitad de su país sea malvada o estúpida, y la extrema derecha celebra sus fantasías de dominación total sobre las personas que percibe como débiles, desde las mujeres hasta los inmigrantes, pasando por los transexuales.

Pero estos dos grupos representan cada uno, como mucho, el 20% de la población estadounidense. Son elocuentes y ruidosos, y es mucho más probable que se hagan oír tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación tradicionales. Pero están lejos de ser la mayoría.

Entender lo que ha ocurrido realmente en estas elecciones exige comprender cómo han votado los demás, y por qué. Y es más complicado que la explicación simplista de «América simplemente se tambaleó hacia la derecha».

Por supuesto, es preocupante que tanta gente votara a Trump, dada su retórica protofascista cada vez más virulenta. Pero eso no significa que hayan votado por el fascismo.

El fascismo no se impone entre la mayoría porque su odio a las minorías prevalezca sobre cualquier otra preocupación. Se impone entre la mayoría porque los fascistas prometen orden, prosperidad y, como se decía de la Italia de Mussolini, hacer que los trenes circulen a su hora.

Los fascistas, en otras palabras, prometen ser gestores eficaces, razón por la cual suelen tener buenos resultados durante los periodos de crisis política o económica. La extrema derecha moderna, tanto si se la considera fascista como si no, promete cumplir esta promesa protegiendo e impulsando «la economía».

Hay una estadística que capta esta dinámica con más eficacia que ninguna otra. El 73% de los que votaron a Trump declararon que la inflación había causado «graves dificultades» a sus familias, junto al 25% de los votantes de Harris. El 78% de los votantes de Harris declararon que la inflación no había causado a sus familias «ninguna dificultad», frente al 20% de los votantes de Trump.

Es difícil exagerar la sensación de declive experimentada por los estadounidenses de clase trabajadora en las últimas décadas.

Un estudio de 2018 del Centro de Investigación Pew descubrió que, en términos reales, el salario medio en Estados Unidos apenas había cambiado desde 1979. Sin embargo, los salarios han aumentado sustancialmente para los de arriba.

Cuando la pandemia golpeó, estos problemas se agudizaron aún más. Casi 10 millones de trabajadores estadounidenses perdieron su empleo durante la pandemia de COVID 19. La inflación superó el crecimiento de los salarios entre 2021 y 2024, lo que significa que los que conservaron sus puestos de trabajo empeoraron en términos reales.

Pero los efectos de estas crisis no se sintieron de manera uniforme, y los hogares de la clase trabajadora experimentaron este declive económico de manera mucho más aguda que los de la clase alta, como indica la estadística de inflación anterior. Existe una sensación profunda y generalizada entre la clase trabajadora estadounidense, que se refleja en todo el mundo rico, de que las cosas están empeorando.

Las tasas oficiales de pobreza no se han movido mucho en los últimos años, manteniéndose en una tasa bastante alta del 11,5%, o unos 38 millones de personas - y los negros, los latinos y las mujeres tienen más probabilidades de vivir en la pobreza. Pero la mayoría del apoyo a los populistas de derechas no suele proceder de los pobres. Procede de votantes de clase trabajadora que tienen la ansiedad de convertirse en pobres.

De hecho, los altos índices de pobreza y desigualdad en Estados Unidos refuerzan el mensaje populista de derechas. Ver la magnitud de la pobreza y la falta de vivienda refuerza la ansiedad que sienten los hogares de clase trabajadora ante la caída de su nivel de vida. Sin una red de seguridad social, saben que si pierden su trabajo, o ven una caída sustancial de sus ingresos, puede que no haya vuelta atrás.

El individualismo competitivo evidente en todas las sociedades ricas, pero especialmente omnipresente en Estados Unidos, contribuye a reforzar estos sentimientos de aislamiento y miedo. Se nos anima a creer que tenemos que competir unos con otros por los recursos: por puestos de trabajo, por productos básicos, incluso por parejas románticas. Y los que fracasan en esas competiciones son considerados «perdedores».

Ver el éxito de los que están en la cima -y toda la gloria y el estatus que acompañan a este éxito- anima a los hombres de clase trabajadora a fantasear sobre lo mucho mejor que podría ser la vida si pudieran vencer a la competencia y ganar por una vez. Estas fantasías tienen que ver tanto con ser tratado con dignidad y respeto como con el control de los recursos.

La ansiedad económica que experimenta la clase trabajadora estadounidense no tiene que ver sólo con la economía, sino también con la identidad.

Estas ansiedades económicas/identitarias explican el aumento del apoyo a Trump entre la clase trabajadora estadounidense. No se trata sólo de que haya prometido arreglar la economía, una promesa que la gente está más dispuesta a creer dado que muchos de ellos se habrían sentido mejor cuando él fuera presidente. Es que habla a las ansiedades de los estadounidenses de clase trabajadora -especialmente los hombres- que sienten que están luchando con uñas y dientes para mantener su lugar en la jerarquía social.

Trump explica estos sentimientos diciendo a la clase trabajadora que la amenaza a la que se enfrentan procede de los inmigrantes y los gorrones de la asistencia social, y no de los jefes codiciosos. Pero más que eso, se identifica a sí mismo como un «ganador». Y creen que, en la economía de Trump, ellos también podrían ser ganadores.

A los liberales les encanta castigar a los votantes de Trump por su estupidez y su racismo. Pero esta postura es intelectualmente perezosa. Trump duplicó su porcentaje de votos entre los hombres negros y se aseguró casi la mitad del voto latino. Algo más está sucediendo aquí.

Los hombres de clase trabajadora preocupados por su estatus acudieron en masa a Trump porque pensaban que votar por él era la única manera de evitar el declive económico. Para estos hombres, el declive económico no sólo significa pobreza, sino convertirse en un «perdedor». Trump aprovechó estos sentimientos de ansiedad avivando el odio contra los grupos «out» y animando a los jóvenes a identificarse con su propio poder y éxito.

Pero esta no es la única forma de responder a la ansiedad de la gente ante el declive económico. La otra forma sería abordar realmente las causas de este declive económico.

La presidencia de Trump no solucionará los problemas a los que se enfrenta la clase trabajadora estadounidense media. Sus recortes fiscales pueden dar un impulso a los mercados de valores y al crecimiento a corto plazo, pero no aumentarán el nivel de vida de la mayoría.

La única forma de mejorar el nivel de vida de la gente es invertir en la economía cotidiana. Esto significa invertir en infraestructuras físicas y sociales: en las redes de transporte y energía, y en los sistemas de sanidad y educación, de los que depende la gente para vivir decentemente. Llevar a cabo esta inversión de forma que apoye la descarbonización crearía de hecho más puestos de trabajo y mejoraría los resultados en materia de salud.

También significa apoyar al movimiento obrero, que no sólo mejora el nivel de vida, sino que da a la gente un sentido de pertenencia y comunidad en el trabajo. Apoyar a los trabajadores y a las comunidades para que se organicen es la mejor manera de contrarrestar el miedo que se propaga con tanta facilidad en las sociedades individualistas competitivas.

Combatir a la extrema derecha requiere que invirtamos en la economía cotidiana. Pero también requiere que sustituyamos las sociedades en las que las personas no viven constantemente con el miedo a caer en la jerarquía por aquellas en las que se sienten parte de una comunidad que siempre les cubrirá las espaldas.

Fuente: Substack de Blakeley: https://substack.com/@graceblakeley/p-151378226

ocupa la cátedra Shelby Cullom Davis de Historia en la Universidad de Columbia y es director del Instituto Europeo. En 2019, la revista Foreign Policy lo nombró uno de los principales Pensadores Globales de la década. Su último libro, Shutdown: How Covid Shook the World's Economy ya está a la venta.
es una comentarista inglesa de economía y política, columnista, periodista y escritora. Escribe para Tribune y es tertuliana en TalkTV. Su último libro, "Vulture Capitalism: Corporate Crimes, Backdoor Bailouts, and the Death of Freedom" se publicó en 2024.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 17-11-2024
Traducción:
Antoni Soy Casals

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