Daniel Raventós
07/06/2021
Se ha publicado el libro de Alberto Tena Camporesi, Los orígenes revolucionarios de la renta básica. Textos de Thomas Paine y Thomas Spence del último tercio del siglo XVIII, de Postmetropolis Editorial. Una traducción y estudio de cuatro textos escritos entre 1775 y 1797 de Thomas Paine y Thomas Spence, donde podemos encontrar algunas de las primeras referencias de la idea de Renta Básica Universal. La semana pasada publicamos este texto del autor. Ahora publicamos el epílogo que escribió Daniel Raventós a este libro sobre los ineludibles e incómodos (para muchos) orígenes revolucionarios de la renta básica.
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Este libro de Alberto Tena es una brillante investigación que aporta algunos nuevos datos históricos de los antecedentes de la RB. Por supuesto que Paine y Spence -en realidad Paine defendía lo que después se ha conocido como capital básico con el añadido de aportaciones universales periódicas o pensiones a partir de determinada edad- no escribían sobre una RB como la que en el año 2021 se está proponiendo en muchas partes del mundo, y no hay una única forma de hacerlo por cierto, pero que son antecedentes de la propuesta está fuera de toda duda. Algo más de dos siglos nos separan.
Uno de los máximos conocedores y estudiosos actuales de Thomas Paine que con buen criterio se cita en este libro, Yannick Bosc, escribía en el año 2008 (“Thomas Paine: el pasado reactualizado o la vuelta de lo reprimido”, Sin Permiso núm. 4, pp. 121-135) que los filósofos y economistas que se referían en la década de los 90 del siglo pasado -en el despegue de la propuesta de la RB- al revolucionario que participó en las dos revoluciones más importantes de su tiempo “se muestran indiferentes ante la Revolución francesa”, pero que las cosas estaban cambiando precisamente porque había algunos autores, que ahora no vienen al caso, que “vinculan la renta básica universal de Paine con el pensamiento robespierrista del derecho a la existencia”. Este libro de Tena tiene un título suficientemente informativo. La objeción del historiador francés no sería pertinente referida a este libro. Los orígenes revolucionarios de la Renta Básica Universal no es un libro “indiferente ante la Revolución francesa”. Si bien es verdad que está más centrado, especialmente cuando aborda a Thomas Spence por la evidente razón de que nunca abandonó Londres, a la relación con los movimientos revolucionarios ingleses de los levellers y diggers, la influencia de la Revolución francesa, que a su vez influenció y mucho a los radicales ingleses, el autor la tiene presente. Tena escribe: “ …la relación entre algunos de sus escritos [de Paine y Spence] sin duda puede ayudarnos a iluminar algo más de esa interacción entre el radicalismo inglés y los orígenes de la idea de la RB”. Efectivamente.
Quien conozca aunque sea someramente los inicios contemporáneos de la RB que entonces iba poco más allá de la Basic Income European Network, fundada en el año 1986, que en realidad se reducía a tres secciones hasta el año 2002 en toda Europa -año en que se amplió a cinco, entre ellas la Red Renta Básica que es la sección en el estado español que había sido constituida el año anterior en febrero de 2001- sabrá que había un ambiente adanista muy extendido. Un ambiente que favorecía la idea de que se estaba creando algo completamente nuevo. E indiscutiblemente algo nuevo era, sin duda. Situemos el “ambiente”. La propuesta de la RB era solamente defendida por un número escaso de académicos y poca cosa más. Era desconocida por la mayor parte de políticos, activistas de los distintos movimientos sociales y ciudadanía en general, con excepciones muy escasas. Así que era habitual pensar que la RB suponía una idea sin raíces históricas, una propuesta creada, inventada, nacida simplemente de la imaginación. Un producto de la creación del momento, no de la evolución. No quiero dar a entender que absolutamente todos los defensores (los “primeros” defensores contemporáneos) de la RB eran unos adanistas en este concreto sentido, pero sí que era algo muy extendido. El mismo Philippe Van Parijs ha dicho y escrito muchas veces que se vio sorprendido cuando comprobó que la idea de la RB también era defendida por otras personas y que cuando se puso a investigar se sorprendió aún más de los indiscutibles antecedentes históricos disponibles. Acertadamente leemos en Los orígenes revolucionarios de la Renta Básica Universal: “Cualquier proyecto político ha necesitado tener acceso de alguna manera a los diversos aspectos del pasado para ayudarse a construir tanto su propia identidad, como un futuro imaginable hacia el que dirigirse”. Y la RB no es una creación del momento -este momento que podemos situar en la penúltima década del siglo XX- sino una evolución.
De los muchos aspectos interesantes del libro, me referiré a uno de ellos que considero imprescindible para entender el mundo pasado y presente. Puedo indicarlo con dos palabras: propiedad y republicanismo. En el libro aparece la palabra “propiedad”, incluyendo tanto a los textos traducidos de Spence y Paine como al estudio del autor, en casi un centenar y medio de ocasiones. Se convendrá que en un libro de dimensiones no muy grandes se trata de una proporción considerable. Por comparar: las palabras “riqueza”, “pobreza”, “igualdad” y “libertad” no llegan, ni la que más se repite de ellas, a un cuarto de centena. Lo que nos da una evidente pista. Efectivamente, la propiedad es un concepto clave para entender el pensamiento de Spence y Paine y, claro está, de gran parte de los autores que vivieron la segunda mitad del siglo XVIII y que vieron preparar, nacer, vivir y en parte sucumbir a las revoluciones de Estados Unidos y de Francia. Quizás lo que mejor puede explicar la importancia de la propiedad en este libro sea la tradición republicana de Spence y Paine. Que ambos personajes son exponentes de la tradición republicana, aunque ello sea matizado no muy convincentemente por Pokock como menciona Tena, está más allá de una duda razonable. Y para esta tradición, el tratamiento de la propiedad es fundamental. La tradición republicana entiende, con todas las diferencias y matices que pueden encontrarse sin duda en los diferentes autores, que las sociedades sufren amenazas a la libertad que tienen su origen en la forma de cómo la propiedad está configurada. De aquí que se haya asegurado por parte de muchos autores que el republicanismo es propietarista. Pero ¿qué es la propiedad? Republicanamente la propiedad se ha entendido como control sobre determinados recursos que posibilitan la existencia material. Existencia material que a veces se ha llamado independencia personal, autonomía o similares. Pero este control puede ser de tipo muy diverso: público, comunal, privado, semiprivado-semipúblico… El jurista británico William Blackstone, contemporáneo de Spence y de Paine, aportó la archifamosa definición de propiedad que triunfó en la concepción liberal que estaba a punto de imponerse y que con los afamados autores llamados neoliberales llegó a su apogeo en el último cuarto del siglo XX. Y aún impera. Recordémosla una vez más: “el exclusivo y despótico dominio que un hombre exige sobre las cosas externas del mundo, con total exclusión del derecho de cualquier otro individuo”. Compárese con esta también conocida cita del republicano Robespierre, que también está recogida en el presente libro para referirse a la radical idea del derecho a la existencia:
¿Cuál es el primer fin de la sociedad? Mantener los derechos imprescriptibles del hombre. ¿Cuál es el primero de esos derechos? El de existir. La primera ley social es, pues, la que asegura a todos los miembros de la sociedad los medios de existir; todas las demás se subordinan a ésta; la propiedad no ha sido instituida, ni ha sido garantizada, sino para cimentar aquella ley; es por lo pronto para vivir que se tienen propiedades. Y no es verdad que la propiedad pueda jamás estar en oposición con la subsistencia de los hombres.
Obsérvese la distinción fundamental: propiedad como dominio exclusivo y despótico (Blackstone) y propiedad para cimentar el primer fin de la sociedad que es el derecho a la existencia (Robespierre) que jamás “pueda estar en oposición con la subsistencia de los hombres”. Qué duda cabe que Paine y Spence deben encuadrarse en esta tradición del revolucionario francés, no en la del jurista inglés. El liberalismo, y aunque sus múltiples variedades políticas e históricas y con posterioridad académicas no pueden ordenarse de forma indisputable, se asocia con esta concepción blackstoniana de la propiedad. El origen concreto del liberalismo sí tiene fecha. Fue Antoni Domènech que escribió en 2009, y lo repitió posteriormente en algún otro texto y entrevista, en un artículo muy crítico con el marxismo analítico y a propósito de la muerte de Gerard Cohen:
Liberalismo es palabra inventada en España en las Cortes de Cádiz de 1812. El liberalismo es un fenómeno histórico del siglo XIX, y es un anacronismo —nada inocente, por cierto, y preñado de consecuencias político-ideológicas— calificar de liberales a autores del XVII o del XVIII.
Los autores calificados de liberales de forma poco inocente a los que se refería Domènech eran John Locke, Adam Smith, Immanuel Kant, Maximilien Robespierre y Thomas Paine, entre otros. El primero murió en 1704, el segundo en 1790 y el tercero en 1804. Robespierre en 1794 y Paine en 1809. De ser correcta la aseveración de Domènech, y soy de los que no tienen dudas al respecto, ninguno de esos supuestos liberales podía serlo por varias razones, pero una es imbatible: la biológica. Significativo es que el Oxford English Dictionary apunta entradas de la palabra “liberalismo” solo a partir de 1816, siendo la primera referencia que este diccionario cita la del londinense The Morning Chronicle sobre una noticia, precisamente, del Reino de España.
Más de 220 años nos separan de la redacción de Justicia agraria y de Los derechos de los infantes. Las ideas defendidas por Paine y Spence sin duda, y este libro es un buen compendio de razones al respecto, están en los orígenes de la RB. En 2021 la RB es ya una propuesta que está en el debate público. Algunos partidos políticos, si bien no en gran número aún, defienden su implantación; algunos sindicalistas y pocos sindicatos también la defienden; muchos activistas de distintos movimientos sociales son firmes partidarios de la RB; y una buena parte de la ciudadanía también es firme partidaria -hay encuestas del conjunto de la Unión Europea y de algunos Estados miembros que así lo atestiguan-. Incluso a finales de septiembre de 2020 empezó la recogida de firmas dentro de una Iniciativa Ciudadana Europea por la Renta Básica que finalizará al acabar el año 2021.
Estoy convencido que a algunos debió atragantar el café o té de aquella mañana el editorial del 3 de abril de hace un año, poco después de desatarse la pandemia, de Financial Times: “Policies until recently considered eccentric, such as basic income and wealth taxes, will have to be in the mix”. ¿Era posible que el poco heterodoxo en economía y aún menos contestatario periódico dijera en uno de sus editoriales semejantes blasfemias? Bien es cierto que no se entraba a lo largo del editorial a detallar su forma de entender la RB, y sabemos perfectamente el abismo que existe entre las propuestas de izquierda y de derecha al respecto. Y sabemos también con la misma evidencia de la existencia de la ley de la gravedad que FT está en un lado político muy determinado. Concedido, pero lo dicho: a más de uno se le atragantó el té o el café aquella mañana del 3 de abril de hace casi un año.
La RB ahora parece a muchas personas como una fantasía, una locura, un delirio. Incluso algunas que están convencidas de su necesidad como algo muy distante en el tiempo, consideran que se trata de un proyecto a largo o a muy largo plazo porque ahora “no es posible”. En este “no es posible” se aportan distintas objeciones: no se puede financiar, hay que dar pasos graduables o transitables, la gente no está preparada y un largo etcétera. Me complace discrepar de esta opinión. Es posible y además técnicamente se puede realizar cuando un Estado así lo considerase. Falte poco o mucho tiempo por llegar, lo que puede asegurarse es que cuando se acabe implantando la RB parecerá a casi todos algo normal. Y veremos a muchos entusiastas del momento que siempre habían fruncido el ceño hasta el día anterior ante la propuesta porque “no era posible”. Bienvenidos serán. Hubo unos tiempos no muy lejanos que la abolición de la esclavitud, el sufragio universal de hombres y mujeres, el derecho de huelga, el matrimonio entre personas del mismo sexo... se consideraban una fantasía, una locura, un delirio. ¿Cuántos millones de “no es posible” llegaron a tener que doblegar estas conquistas de nuestra especie? Ahora nos parecen normales, y nos complace constatar las muy buenas razones que disponían todas estas conquistas democráticas. No obstante, sería grave olvidar lo principal: por muy buenas razones que atesorasen, hubo muchas personas que pensaron, defendieron y lucharon duramente para conseguirlas. En junio del año 2020 fui invitado a comparecer en las Cortes españolas ante lo que se llamó pomposamente “Comisión de reconstrucción económica y social”. Después de algunas dudas, acepté ir. Y entre las muchas cosas que pude decir en el tiempo generoso que se me concedió insistí en este punto:
Tan importante como las buenas razones, es disponer de una gran parte, una mayoría, de la ciudadanía que esté dispuesta a luchar, a defender, a hacer suya las ideas. No hay ninguna gran idea que sin una fuerza material que la defienda haya llegado a muy buen puerto. El sufragio universal de hombres y mujeres, la abolición de la esclavitud, la libertad de expresión, el matrimonio homosexual, el derecho al aborto… fueron conquistas que no se realizaron solamente porque hubo algunas personas que las defendieron, sino porque hubo una gran parte de la ciudadanía que luchó, empleó sus fuerzas y sus razones para conseguirlas.
Junto a las muy buenas razones a favor de la RB que se han ido aportando con solidez a lo largo de las cuatro últimas décadas -razones fundamentadas en la economía, la filosofía, la estadística, la historia, el derecho, la medicina, la sociología, la psicología…- también se ha visto emerger en distintas partes del mundo muchas personas que están luchando por esta propuesta. Estas personas, sus luchas, esfuerzos y anhelos en defensa de la RB constituyen una parte de esta fuerza material que acabará haciéndola una realidad.
No hay duda que Paine y Spence deberán ser recordados como indiscutibles pioneros revolucionarios de la RB. “Este libro habrá conseguido su cometido si ha ayudado de alguna manera a extender la sombra de la Renta Básica y sus orígenes revolucionarios en nuestro presente, y sobre todo, nuestro futuro”, nos dice Alberto Tena. No tengo la menor duda de que se ha cumplido el cometido que el autor exige a su libro.
Barcelona, febrero de 2021