Lois Beckett
Vicente Rubio-Pueyo
30/10/2022Muere Mike Davis a los 76 años, el escritor profeta de los desastres y la revuelta social
Lois Beckett
Mike Davis, el historiador californiano que se hizo famoso por sus proféticas advertencias sobre el malestar social y el desastre ecológico, murió el martes tras una larga lucha contra el cáncer de esófago. Tenía 76 años.
En más de una docena de libros, Davis expuso las luchas de poder y las traiciones que dieron forma al paisaje y a la gente del sur de California, donde creció, y exploró también cómo se desarrollaban en todo el mundo luchas de poder similares entre las élites y la clase trabajadora.
Su implacable análisis político le valió el apodo de "profeta de la fatalidad" [the prophet of doom], un apelativo que no le gustaba. Pero su idealismo, su perspicacia y su facilidad para contar historias le convirtieron en una inspiración para distintas generaciones de escritores y activistas de izquierdas.
El enfoque de Davis sobre cómo la supremacía blanca y el capitalismo habían conformado el sur de California, y cómo seguían poniendo en peligro a su paisaje y a sus habitantes, generó descalificaciones y reacciones violentas a comienzos de su carrera, especialmente por parte de los promotores inmobiliarios y los impulsores de la región a los que atacaba en sus libros. Pero a medida que pasaban las décadas, sus advertencias se fueron haciendo realidad.
Ciudad de cuarzo, la rompedora historia de Davis sobre Los Ángeles, fue ampliamente elogiada por predecir la revuelta de 1992 en Los Ángeles tras la paliza de Rodney King. En uno de sus ensayos más famosos, The Case for Letting Malibu Burn, argumentó que era delirante que los californianos construyeran y reconstruyeran sin parar casas de lujo en unas tierras que se veían constantemente afectadas por los incendios forestales, mientras que no se evitaban las muertes por incendios provocados por la mano humana en los barrios de los inmigrantes de menores ingresos (un tema que volvería a tratar en The Guardian después de que Malibú ardiera de nuevo en 2018).
Davis también escribió libros sobre la política de la clase trabajadora y el sueño americano; los peligros de una pandemia mundial de gripe; el imperialismo, la sequía y la hambruna en la India; y una historia del coche bomba.
En sus últimos meses, tras ser transferido a cuidados paliativos, Davis concedió una serie de incisivas entrevistas, en las que expuso sus temores sobre el fracaso de los gobiernos de todo el mundo a la hora de afrontar la crisis climática; la probabilidad de que se produzcan muertes masivas, especialmente entre los más pobres del mundo; y la incapacidad de los actuales líderes políticos para dar una respuesta a la crisis que se avecina.
Sin embargo, formado en el movimiento por los derechos civiles, Davis se negó a ceder a la desesperación, y no cayó en tópicos facilones de esperanza u optimismo.
"Lo que nos hace seguir adelante, en última instancia, es nuestro amor por los demás, y nuestra negativa a agachar la cabeza, a aceptar el veredicto, por muy todopoderoso que parezca", declaró a The Guardian en agosto. "Es lo que tiene que hacer la gente corriente. Hay que quererse. Hay que defenderse unos a otros. Hay que luchar".
Davis murió en paz en su casa de San Diego el martes por la tarde, rodeado de su familia, según confirmó su hija y agente literaria, Róisín Davis. Aunque Davis sufrió mucho dolor, "estuvo muy lúcido hasta el final", dijo ella, "era muy valiente".
Pese a que la familia celebrará un pequeño acto privado en su memoria en California, igualmente tendrá lugar un acto público conmemorativo (en línea) a principios de noviembre, organizado por Haymarket Books, en el que se espera que se incluyan homenajes de activistas californianas y abolicionistas de las prisiones, como Angela Davis y Ruth Wilson Gilmore.
Davis procedía de una familia de clase trabajadora de El Cajón (California), y sus escritos estaban marcados por un profundo compromiso con la política de izquierdas y por una obsesión por el paisaje de la región, un paisaje que amó profundamente y sobre el que se pasó décadas explorando. Su carrera como escritor y académico llegó más tarde, después de años de haber sido activista de los derechos civiles, activista y camionero. "Escribir fue lo más difícil que aprendí a hacer", dijo.
Si bien es cierto que recibió reputados reconocimientos, incluida la "genius grant" de la Fundación MacArthur, su obra también recibió muchas críticas. Dijo que pasó años peleando con Los Angeles Times, al que consideraba un enemigo político e, irónicamente, una de las principales fuentes en las que se basaba su análisis histórico de la región. Al final de su vida, había ganado esa guerra: en sus últimos meses, el periódico publicó múltiples homenajes elogiosos a un escritor que había acabado influyendo profundamente en su actual generación de periodistas.
En sus últimos meses, después de que se hiciera pública su decisión de buscar cuidados paliativos para el cáncer, Davis recibió oleadas de homenajes públicos y privados de personas que habían sido formadas e inspiradas por su obra, entre ellas muchos jóvenes escritores y activistas de California.
"Hay tanto amor inmovilizado ahí fuera", dijo Davis a The Guardian. "Es realmente conmovedor ver cuánto amor".
El colega que lo sabía todo. In Memoriam Mike Davis (1946-2022)
Vicente Rubio-Pueyo
Mike Davis ha muerto tras una larga enfermedad, un cáncer de esófago. Era un fallecimiento anunciado: hace unos meses, Davis hacía pública la enfermedad, y anunciaba – en una larga y bonita entrevista, o más bien conversación, en Los Angeles Times que, tras consultarlo con su familia, amigos y médicos, había decidido desistir de continuar el tratamiento. Pasaría sus últimos meses en su casa, con su esposa e hijos, y haciendo lo que más le gustaba hacer: leer y conversar. Con la característica brusquedad de quien le gusta ir al grano, no perder el tiempo con rodeos, Davis nos preparaba a sus lectores para la despedida, que se produjo la tarde del martes 25 de octubre. Y algo ha ayudado ese lapso para prepararnos, aunque uno en realidad nunca pueda prepararse del todo, ya que nunca es lo mismo saber que algo va a ocurrir que tener que, ahora sí, integrar el hecho en la narrativa tejida por las certezas de una experiencia. Por eso estas líneas van a tener algo de un propósito mixto y algo caótico. Primero, sin duda, dar mínima noticia obituaria de una vida y una muerte, y – de manera extremadamente general – de la obra que transcurre entre ambas. Una necrológica, o una vida contemplada desde la lógica, el sentido, finales y cerrados, impuestos por la muerte. Segundo, el simple homenaje de un lector más, entre tantes, agradecido por unas lecturas comprendidas desde otra vida. Y al hacer esas dos cosas espero lograr una tercera, que no es sino animar a empezar a leerle, o seguir haciéndolo. Creo que es lo que mejor puede ayudarnos a honrar su memoria – y a abrirla, y a continuarla más allá de los finales impuestos – y a recordar su escritura y sobre todo su ética materialista, militante, organizativa, estratégica. Seguir buscando en su trabajo elementos para el nuestro, herramientas que puedan sernos de ayuda ahora a nosotres, quienes seguimos aquí.
La imagen del “profeta del desastre” (“Prophet of Doom”) ha acompañado frecuentemente a Mike Davis, principalmente a raíz del que quizás es su libro más conocido, al menos en EEUU: City of Quartz. Excavating the Future in Los Angeles (1990), profundo análisis de las desigualdades urbanas de la ciudad y publicado dos años antes de que esas desigualdades estallaran en la “batalla de Los Ángeles” a causa de la brutal paliza de cinco agentes de policía a Rodney King. Sin duda, algo que caracteriza toda la obra de Davis es su admirable, y a momentos inquietante, capacidad para localizar tendencias, patrones, conectar factores, trayectorias y desarrollos sociales, políticos, económicos, ecológicos. No se trata, en ningún modo, de considerar a Davis como una suerte de adivino, en esa forma de reverencia a la autoridad académica o científica que posee una verdad inaccesible a los mortales. Precisamente toda la vida y obra de Mike Davis dibujan en realidad toda una contrafigura a esa concepción del conocimiento y de la práctica intelectual.
Como se ha escrito, y se escribirá sin duda mucho más, sobre ese aspecto “profético” de Davis, quisiera hoy fijarme en otro aspecto que conecta su vida y su obra. Algo que podríamos describir como el carácter que toda obra intelectual tiene de “integración retrospectiva”, a veces directa, otras sutil y difusa, de la propia vida del autor. Cualquier lector de Davis sabrá de la enorme variedad temática de su obra, esa suerte de enciclopedia caótica que abarcaba urbanismo, tanto “mágico” como hipercapitalista o futurístico; la sociología (cuantitativa y cualitativa); la historia del colonialismo y los “holocaustos de época victoriana tardía”; la globalización planetaria de las villas miseria; las geografías de los movimientos migratorios, y de los movimientos de migrantes; unos cuantos “deep cuts” en la obra de Marx (Old Gods, New Enigmas: Marx's Lost Theory); las ecologías del miedo, los “desastres naturales” (y lo poco “naturales” que son) y de las pandemias (no sólo la última, sino desde las más antiguas oleadas de las gripes porcinas y aviares); la historia del coche bomba; innumerables temas de historia de los EEUU y del movimiento obrero, y muchas otras cosas Un reflejo evidente de esa variedad era la dificultad que se tenía habitualmente en ubicar a Mike Davis como figura académica. No era, en realidad, ni un urbanista, ni un sociólogo, ni politólogo, ni economista, ni geógrafo, ni muchas otras cosas. Oficialmente, Mike Davis era profesor de escritura creativa en la University of California at Riverside.
Por no ser, no era ni siquiera doctor. Nunca terminó ningún doctorado. Su educación formal quedó interrumpida o suspendida repetidamente en diferentes momentos de su vida. Antes de ser un famoso ensayista, Mike Davis trabajó cortando carne en un matadero, conduciendo camiones de reparto, o como guía de Los Ángeles a bordo de un autobús turístico. Son meros detalles biográficos, como se suele decir. Pero cuesta no ver cómo esas experiencias y saberes prácticos, sobre el terreno, pudieron ayudarle a comprender la interacción entre animales y humanos y el impacto ecológico de la industria alimentaria; la importancia de cuestiones aparentemente liminares o accesorias como la logística, el transporte, la distribución en los procesos de producción; o la profunda familiaridad con un paisaje urbano desde la mirada del guía turístico.
Y por supuesto, la militancia política (Students for a Democratic Society) y sobre todo sindical, a lo largo de muchos años, pasada la efervescencia de los sesenta. En alguna entrevista, Davis explica que a menudo mucha gente concibe la lucha política en tonos épicos, imaginando inspiradores y carismáticos discursos y que, por el contrario, su experiencia sindical le enseñó que las luchas en el contexto laboral tienen mucho más que ver con la tarea de un paciente campesino, dedicado a la siembra invisible, al cuidado atento de raíces, tallos y hojas y, tal vez, en algún momento - pero es difícil, cuesta mucho y nunca se sabe- la recogida de algunos frutos. La de Davis es una trayectoria larga y constante, en una proximidad directa, práctica, concreta, con las luchas y conflictos políticos y laborales. Experiencias que sin duda informan, en el sentido más preciso y profundo de la palabra, la relación, la comprensión y el uso que uno hace después de “la teoría”.
Davis entraría a la profesión académica relativamente tarde, de la mano de Michael Sprinker, otra figura legendaria e interesantísima de la izquierda estadounidense. Fue Sprinker, profesor en SUNY Stony Brook, quien le consiguió un precario puesto docente – y un contrato editorial con Verso - mientras Davis terminaba el que sería su primer libro: Prisoners of the American Dream. Politics and Economy in the History of the US Working Class (ese talento, ese oído brutal que tenía Davis para los títulos). Davis tenía 40 años cuando salió. Es un monumental ensayo sobre la historia del movimiento obrero estadounidense, y un agudo análisis de la coyuntura histórica, la encrucijada específica, que la izquierda estadounidense enfrentaba en aquel momento, el del absoluto apogeo de la era Reagan.
Después llegarían, sus dos grandes libros sobre Los Ángeles, el ya citado City of Quartz y Ecology of Fear. Los Angeles and the Imagination of Disaster (1998) que le lanzarían a la fama como ensayista sobre la vida urbana, aunque en realidad, como sabemos, Davis era mucho más, o mucho menos, que eso. Su obra, en su amplitud de temas, le hacía académicamente inclasificable en los términos del mapa de departamentos académicos habituales. Pero su obra, en su propia textura, su forma de hilar conocimientos de cualquier tipo, lecturas, observaciones cotidianas, experiencias propias, su mezcla de rigor y narración, y humor, muchísimo humor, me ha hecho siempre pensar en la figura del autodidacta, en un sentido muy noble y profundo. Una ética de la curiosidad que hace que uno, por más años que pasen elija situarse, se siga situando siempre – y especialmente si se dedica a la educación - en la posición subjetiva del estudiante, del aprendiz. En sus últimos meses, Davis leía 500 páginas diarias. Como leía en twitter estos días, entre los infinitos testimonios de compañeres, amigues y simples lectores de Davis como yo, algo que caracterizaba la figura de Davis, su calidez como figura pública, era que, a pesar de sus conocimientos enciclopédicos, de su enorme obra, Davis aparecía siempre no como ese ser extraordinario, un genio o sabio inaccesible sino como un héroe común, que había alcanzado ese supuesto lugar no a través de un don divino y extraordinario (esas palabras mágicas que escamotean siempre el trabajo que las sostiene) sino a través de la profundización esforzada, concentrada, disciplinada en las cualidades que todos en realidad tenemos. La intelectual y activista y amiga de Davis Keeanga Yamahtta Taylor solía referirse a él con una expresión que me gusta mucho: si muchos periodistas reproducían esa imagen del profeta, del huraño sabio Davis como “The Man Who Knows Everything”, ella decía que Davis era “The Dude Who Knows Everything” (“el amigo/el colega que lo sabe todo”).
Su obra pareció dar un cierto giro en los primeros 2000. En cierto modo, era como si Davis quisiera explorar problemas similares (urbanismo, clima, ecología, entre otros muchos) pero abriéndolos más allá de Los Angeles (o de otras ciudades estadounidenses) a otras coordenadas, espaciales y temporales, mucho mayores. Es el caso de un libro como Late Victorian Holocausts. El Niño Famines and the Making of the Third World (2001) en donde la historia del colonialismo europeo se enhebra con la historia climática de hambrunas, sequías y de tantos otros desastres tan poco naturales. O de Planet of Slums (2004, 2006), sobre el crecimiento de las grandes megalópolis a partir de la despoblación del mundo rural y de la proliferación de villas miseria, favelas y enormes y precarias aglomeraciones urbanas.
Habrá, tendrá que haber otros momentos para comentar en profundidad toda la obra de Mike Davis. Pero por el camino, entre estos y otros muchos libros, el otro género de Davis era el del ensayo de intervención política. Para quienes estén buscando un lugar por donde empezar a leerle, pueden probar por ojear sus colaboraciones con muchas revistas, periódicos y medios. La New Left Review, Los Angeles Review of Books, The Nation o Jacobin son solo algunos de ellos. Y también es muy recomendable consultar sus entrevistas. Como la persona “down to earth”, amable y sencilla que parecía ser, el formato de la entrevista ayuda mucho a conocerle. Hay innumerables entrevistas en prensa, en televisión y en muchos medios, pero recomiendo particularmente sus conversaciones – bastante recientes, ya en tiempos de COVID - con el podcast The Dig, conducido por Daniel Denvir (y recomiendo de paso seguir y apoyar este podcast, uno de los mejores que conozco).
Davis era una de esas figuras, de las que nos van quedando menos, que uno esperaba leer, saber qué pensaba, en momentos determinados. Como buen materialista y marxista, su pensamiento no operaba en el vacío de un laboratorio, o en el silencio rodeado de pasado de una biblioteca, sino en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades. Por eso, como decía, tal vez el mejor homenaje que podamos hacer sea continuar escuchando su voz ahora, en el presente, aunque se haya detenido. Seguir aprendiendo de su trabajo, el escrito y el vivido.