Romaric Godin
02/02/2025En su último libro, «Apocalypse Capitalism», el historiador canadiense Quinn Slobodian sigue explorando los vínculos contemporáneos entre capitalismo y democracia. Esta vez, explora los resortes utilizados por los libertarianos para alcanzar su siniestra utopía.
Para captar la visión del mundo de quienes han apoyado y ahora rodean a Donald Trump, el libro de Quinn Slobodian, Le capitalisme de l'apocalypse. Ou le rêve d'un monde sans démocratie (Seuil) (hay traducción española), que acaba de publicarse, es de lectura imprescindible. Comienza con un sueño de Peter Thiel, uno de los mayores inversores del sector tecnológico y uno de los principales partidarios del nuevo Presidente de Estados Unidos, conocido también por sus teorías conspirativas. Este sueño, formulado en 2009, es el de un mundo formado por más de mil estados. «Si queremos más libertad, debemos aumentar el número de países», concluyó.
En 2018, el historiador canadiense, profesor en la Universidad de Boston (EE UU), escribió un libro notable, Les Globalistes (traducido por Seuil en 2022; hay traducción española). En él, describía la ideología y las políticas de los neoliberales, que pretendían imponer un orden internacional favorable al capital bloqueando las opciones democráticas mediante tratados internacionales y constituciones.
Esta vez, explora los sueños de los fundamentalistas del mercado, los libertarianos, que siempre se han opuesto a los neoliberales (aunque en ocasiones hayan sido sus aliados interesados) y han permanecido durante mucho tiempo al margen. Pero desde principios de la década de 2020, se han convertido en una fuerza importante del capitalismo contemporáneo. Habiendo llegado al poder en Argentina en 2023 con Javier Milei, ahora dominan los sectores de las finanzas y la tecnología, y rodean a Donald Trump.
Capitalismo de fragmentación
El enfoque de Quinn Slobodian es el mismo que el de Los globalistas : trazar una historia intelectual del movimiento a través de sus obsesiones, pero también de sus logros concretos. El enfoque adopta la forma de un viaje a través de los diversos modelos que han entusiasmado a los libertarianos y sus intentos de crear «su» mundo ideal. Lo que emerge es una visión muy clara de sus objetivos: un capitalismo puro, despojado de toda restricción democrática y dominado por un Estado mínimo convertido en una empresa como cualquier otra.
Según el autor, esta visión necesita el mundo fragmentado descrito por Peter Thiel y resumido en el título del libro, Crack-Up Capitalism. Es bastante lógico: el odio de los libertarianos hacia el Estado les lleva a buscar su debilitamiento. Un sistema de Estados pequeños conduce a la competencia entre Estados débiles, lo que a su vez les lleva a buscar el apoyo del poder del capital para garantizar su desarrollo.
Mecánicamente, un Estado pequeño debe, por tanto, seguir una política favorable al capital y, en última instancia, dejarse gobernar por el capital. El propio Estado se convierte entonces en una empresa como cualquier otra, sujeta al mandato de la acumulación de capital.
Esta es la pauta que se desprende de los ejemplos descritos por Quinn Slobodian, que se han convertido en modelos para los libertarianos: Hong Kong, Singapur, Liechtenstein y Dubai. Estos Estados confeti, producto del colonialismo británico, del absolutismo feudal o de ambos, se caracterizan por una gobernanza no democrática modelada en gran medida según la de las corporaciones.
Para convertirse en el lugar preferido por el capital, no puede haber restricciones democráticas. El caso más extremo de este principio es el del antiguo Príncipe de Liechtenstein, Hans-Adam II, él mismo un libertariano convencido, que en 2002 amenazó con vender su principado si sus súbditos no accedían a darle más poder.
Estos territorios son modelos que han inspirado políticas concretas, en particular las numerosas zonas económicas especiales que han surgido en todo el mundo en las últimas cuatro décadas. Quinn Slobodian desarrolla el ejemplo de los Docklands londinenses, construido sobre el ejemplo de Hong Kong, un enclave aislado, sin el control de cualquier forma de democracia local. Pero tras el Brexit, es el ejemplo de Singapur el que alimentará las fantasías de la antigua metrópolis colonial.
La amenaza de la "zona"
En realidad, el efecto de estos confetis es más complejo que un simple contagio. El mundo que conocemos, dividido en Estados soberanos que llenan territorios de colores sólidos, no es el mundo real. Está salpicado de enclaves más o menos minúsculos, más o menos soberanos, con leyes especiales diseñadas sin democracia para las necesidades del capital. Estos «agujeros» en el mapa constituyen lo que el autor llama «la zona» : una vasta región formada por miles de unidades que permiten al capital y a sus propietarios escapar a las leyes que se aplican a los demás ciudadanos.
En la actualidad hay 5.400 de estos «agujeros» en el mundo, y su función está en consonancia con la ideología libertariana: permitir que el capital se «separe» del resto del mundo y, al hacerlo, ejerza presión sobre el capitalismo global en su conjunto. Si los demás territorios quieren prosperar, deben someterse a la lógica de la «zona», lo que significa desarmar al Estado frente al capital y neutralizar cualquier opción democrática. Es una secesión que pretende ser activa: pretende socavar los cimientos de cualquier sentimiento colectivo de pertenencia que no se base en la lógica contractual.
Inspirándose en esta lógica, los libertarianos han intentado construir su utópica sociedad anarcocapitalista para lograr la secesión completa de un mundo que consideran presa del socialismo y de la arbitrariedad del Estado. Ha habido muchos intentos de este tipo desde hace mucho tiempo. Quinn Slobodian cuenta cómo los intelectuales intentaron transformar Ciskei, un Estado títere creado por el régimen del apartheid, o Somalia en los años 90, en un paraíso capitalista sin Estado.
Cuando estos intentos fracasaron, los libertarianos soñaron con un «territorio flotante libre» en medio del océano o una ciudad privada «bajo contrato» en una isla frente a la costa de Honduras. Una vez más, en vano. Al final, esta utopía se trasladó al mundo virtual. Balaji Srinivasan, inversor de Silicon Valley, está construyendo en línea la idea de una secesión libertariana que permita crear una comunidad «libre» que luego se materializaría en un territorio.
Detrás de estos intentos más bien patéticos están los rasgos principales de una ideología que ya no es anecdótica: la nostalgia de una Europa medieval fantaseada como un inmenso campo de competencia entre intereses privados; el deseo de sustituir la soberanía por intereses personales contrapuestos, la democracia por el mercado y la ley por el contrato. Es lo que el autor denomina «capitalismo apocalíptico». Un término tan bien elegido que el propio Peter Thiel lo utilizó en un delirante texto publicado recientemente por el Financial Times, en el que describía a Donald Trump como el momento de la «revelación», o, en griego, del apocalipsis...
La contradicción entre capitalismo y democracia
El libro de Quinn Slobodian se publicó en inglés en 2023. El autor no podía prever los acontecimientos actuales y la llegada de estos libertarianos al poder en Estados Unidos. Mientras el nuevo presidente estadounidense habla de aranceles y anexiones, uno tiene sin embargo la impresión de que el proyecto trumpista está bastante alejado de este capitalismo por fragmentación. Pero no nos equivoquemos: lo que proponen Donald Trump y sus aliados capitalistas es la secesión de Estados Unidos.
Esta secesión implica asegurar sus recursos y mercados, pero también una política de destrucción del Estado federal y de las regulaciones para atraer cantidades masivas de capital. El Estado sólo se mantiene como arma necesaria para el desarrollo de una utopía libertariana: es agresivo hacia el exterior, pero impotente dentro de él. No es exactamente la utopía libertariana de los mil estados, pero en cierto modo es incluso mejor: hacer de la primera potencia mundial su utopía reaccionaria. Y no hay que descartar que la «zona» se extienda aún más hacia Estados Unidos, en nombre de esa «edad de oro» prometida por Trump....
La verdadera lección de este libro y del anterior es que el vínculo natural entre capitalismo y democracia, que constituía el núcleo de la ideología dominante en las décadas de 1990 y 2000, a raíz del famoso texto de Francis Fukuyama sobre el «fin de la historia», parece ser ahora una ilusión fatal. Los esfuerzos tanto de los libertarianos como de los neoliberales han consistido principalmente en sustraer el capitalismo a la democracia.
La experiencia de la "zona" y el éxito del capitalismo asiático confirman ahora que hay que elegir entre prosperidad capitalista y democracia, entre libertad económica y libertad política. Estas nociones no son complementarias e inseparablemente unidas, sino más bien contradictorias y antinómicas. Con el aumento de la competencia mundial y la ralentización del crecimiento, esta contradicción está destinada a aumentar, como demuestran vívidamente los acontecimientos actuales.