Eloi Gummà
27/04/2023Durante más de cuarenta años, la izquierda en Catalunya ha vivido sumida en una larga derrota histórica -política, social y cultural- y ha sido incapaz de construir un verdadero proyecto nacional y popular en sentido hegemónico. La consolidación del pujolismo en los 80 coincide con el inicio de una derrota indefinida de las clases populares en Catalunya, y también es la forma nacional, propiamente catalana, que adopta un fenómeno que se da a escala global durante el mismo periodo: la derrota histórica del movimiento obrero y del comunismo del siglo XX. Una derrota que, en la mayoría de los casos, no ha sido ni entendida ni reconocida. La derrota consiste, en última instancia, en la pérdida de un horizonte compartido por buena parte de la sociedad que permitía imaginar y trabajar, políticamente, en la línea de una superación del capitalismo y de la construcción de una nueva sociedad sobre bases radicalmente diferentes. Es esta la derrota en que todavía hoy vivimos; y comprender esto es el primer paso para abrir el camino de una renovación política profunda en un sentido auténtico y no cosmético.
La victoria inesperada de Pujol en las elecciones al Parlament de 1980 se da todavía en el contexto del antifranquismo, en que parecía previsible que las izquierdas dirigieran el camino de la reconstrucción nacional en una nueva democracia socialmente avanzada. Hasta entonces, el pujolismo había sido una fuerza electoral secundaria quedando por detrás de socialistas y comunistas en las elecciones de 1977 y 1979. Las elecciones de 1980 representarán un momento particularmente sonoro de la lucha de clases en la historia de Catalunya en el que todas las fuerzas reaccionarias del país, lideradas por Pujol y la patronal Foment del Treball, iniciarán una contraofensiva hegemónica a gran escala. Posteriormente, la hegemonía pujolista durante 23 años supondrá el inicio de una larga crisis de la izquierda en Catalunya. Todo esto debe comprenderse, con perspectiva histórica, como una reacción de clase exitosa que condujo a una nueva hegemonía del catalanismo conservador en un contexto de reestructuración del capitalismo a nivel global.
Contrariamente a lo que se tiende demasiado esquemáticamente a asumir, la derrota del comunismo y del movimiento obrero a escala global no se dio a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 sino antes; con la reestructuración capitalista y la reacción neoliberal en el paso de los años 70 a los 80. El fin del corto siglo XX al que se refería Hobsbawm, que cerraba el periodo que se había abierto con la Revolución de Octubre de 1917. En el año 1988, el intelectual marxista británico Stuart Hall publicaba un libro titulado "The hard road to renewal: Thatcherism and the crisis of the left" (Traducido por Lengua de Trapo como "El largo camino de la renovación: El thatcherismo y la crisis de la izquierda"). En este libro se desarrollaba una lectura del auge del thatcherismo y de la crisis de la izquierda durante los años 80 como dos fenómenos que "analíticamente, no se [podían] separar"[1]. Stuart Hall analizaba el thatcherismo como "un punto de inflexión histórico en la vida política y cultural británica de la posguerra"; una reacción que asentaba las bases de una reestructuración social profunda con las "tendencias sociológicas emergentes que estaban empezando a ser decisivas para el desarrollo de la nueva fase del capitalismo". Con esto se refería, entre otros fenómenos, al paso del fordismo al post-fordismo, a la financiarización y globalización de la economía, o a la expansión del consumismo y la cultura de masas; unas tendencias que conducían también a redefinir las relaciones de representación entre clases sociales y partidos políticos, y a realzar las fronteras entre la vida política, social y cultural. Un proceso en esta línea es lo que también permitiría asentar el pujolismo en Catalunya, si lo entendemos como un proyecto exitoso de construcción de una nueva hegemonía conservadora en un momento histórico concreto. El pujolismo, como el thatcherismo, introducía "nuevas articulaciones entre los discursos liberales del 'libre mercado' y los términos conservadores orgánicos de la tradición, la familia y la nación, el patriarcado y el orden" y también una rearticulación de la propia idea del pueblo de Catalunya y de su catalanidad.
La llegada del pujolismo erosionó rápidamente los espacios sociales y culturales provenientes del antifranquismo en gran parte construidos y hegemonizados por las izquierdas. El dinamismo y la vitalidad de un amplio debate social que había marcado la vida política y cultural catalana desde los años 60 daba paso a un periodo de crisis, decepción y malestar que se extendía a todos los ámbitos de una sociedad que se estaba transformando profundamente. Un hecho que se puede identificar claramente mirando a las publicaciones de los años 80 y 90 o al estancamiento de buena parte de los movimientos sociales, el asociacionismo, los colegios profesionales o el movimiento vecinal, que habían tenido un rol tan activo en la época del antifranquismo. Un proceso de homogeneización y empobrecimiento social y cultural que contribuía a consolidar el sueño interclasista del pujolismo, para el cual resultaba necesario desarticular el espíritu del antifranquismo. Cómo defendía Pujol en 1979, era necesario "cambiar el clima político y buena parte de los móviles colectivos que durante los últimos años [habían] sido dominantes"[2]. Pujol, afirmando que "la economía catalana, y en general toda la actividad social catalana, es una economía de estructura liberal, es decir, poco compatible con un fuerte intervencionismo estatal"[3] proclamaba que "aquella época en la cual a la gente le daba vergüenza decir que defendía la empresa privada [había] acabado"[4]. Todo esto supondría una catástrofe no solo para los trabajadores y la izquierda catalana sino para la propia naciente democracia y para la vitalidad de la cultura catalana y el movimiento nacional catalán. Miles de hombres y mujeres abandonaron la participación política activa y pasaron a integrar una masa anónima en una "democracia" ya únicamente electoral.
La derrota política de la izquierda en aquellos años se acostumbra a atribuir esquemáticamente a tres factores: al carisma y el liderazgo de Pujol, a una traición por parte de los dirigentes de la izquierda, o a una renuncia de la izquierda catalana en el eje nacional. Tres lecturas que son incompletas y en gran parte incorrectas en la medida en que no contribuyen a una comprensión histórica de largo recorrido. Las dos primeras lecturas incurren a menudo en el error de atribuir hechos históricos de largo alcance a los rasgos de la personalidad o a la conducta de ciertos personajes concretos. La tercera tiende a no comprender la cuestión nacional como algo ligado, siempre, a la lucha de clases. Para entender la victoria de Pujol haría falta, como decía Marx en el 18 de Brumario, "mostrar como la lucha de clases [en Catalunya] creó las circunstancias y condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco erigirse en el papel de héroe"[5] y socavar las bases de un camino histórico alternativo.
No obstante, tomar esto en consideración no implica que la distancia histórica no nos pueda permitir hoy llevar a cabo una crítica estratégica de la política de las izquierdas durante aquellos años. Poniendo el foco en este punto se observa cómo, seguramente, muchos de los errores y la propia derrota se explican en buena medida por una lectura equivocada del momento histórico. La izquierda catalana fue incapaz de reconocer a tiempo el contexto de contraofensiva capitalista y de acentuación de la lucha de clases que comportaba para definir una estrategia política ajustada al momento histórico. El PSUC había definido su política partiendo de una lectura que cada vez se ponía más en duda. Partía del hecho que "no [había] una situación como la guerra fría, que [polarizase] las opciones de clase [...] sino un estado de crisis de largo alcance que [obligaba] a la burguesía a buscar formas de colaboración con la clase obrera"[6]. Esta lectura quedaría claramente desmentida después de las elecciones de 1980, donde Pujol y la patronal iniciarían una fuerte ofensiva contra la izquierda con la voluntad de aislar los comunistas reintroduciendo los marcos de la guerra fría. Entraba en crisis también la política de alianzas del PSUC, que apostaba por una alianza de todas las fuerzas catalanistas -incluido el pujolismo- para una reconstrucción nacional que se concebía como una tarea todavía por hacer. Esta alianza implicaba, sin embargo, relegar a un segundo término la disputa de clase en el interior del catalanismo. Desde la revista Materiales y los entornos críticos del PSUC próximos a Manuel Sacristán -seguramente los únicos que fueron capaces de leer correctamente la fase del capitalismo-, surgía una crítica a esta política en los siguientes términos:
Ciertamente es lógico que de cara a unos objetivos de movilización concreta se hagan formulaciones que puedan ser seguidas por un abanico de fuerzas lo más amplio posible, pero lo que resulta inaceptable es que se renuncie de entrada y sistemáticamente a desarrollar el contenido que cada clase da a la cuestión nacional [...] En la medida en que el proletariado y las clases populares no presentan su propia alternativa se refuerza este nacionalismo por encima de las clases y se deja la puerta abierta para que las opciones de la burguesía adquieran plena hegemonía[7]
De este modo, se fue dando un bloqueo que impedía abrir un amplio debate entre las clases populares sobre el contenido social que debía tener el nuevo autogobierno, y la lucha por el socialismo y la lucha por el derecho de Catalunya a la realización como pueblo, pese haber tenido antecedentes tan prometedores, empezaban a escindirse. Podemos afirmar, por lo tanto, que la mala lectura de la fase histórica por parte del PSUC llevó el partido a descuidar la disputa de clase en el interior del catalanismo y a abrir el campo para que el pujolismo, librando explícitamente esta disputa de clase contra la izquierda sin encontrar oposición en las elecciones de 1980, pudiera convertirse en hegemónico y encarnar la totalidad del interés nacional. Haciendo una breve radiografía de los años posteriores, también podemos entender la consolidación del pujolismo como una encrucijada a partir de la cual los caminos de la izquierda catalana se separan en tres direcciones: la de la desaparición, la de la integración y la del intento de iniciar una renovación a largo plazo.
La primera vía puede ser ilustrada con la desaparición fulgurante de lo que representaba el PSUC en el periodo de 1980 a 1982. El partido, atendiendo a estos errores que solo reconoció con profundidad después de la victoria de Pujol, intentó replantear su estrategia en torno a la idea de un "catalanismo popular" en oposición al catalanismo conservador de Pujol; un viraje estratégico que esta vez sí que se orientaba a librar una disputa de clase en el interior del catalanismo. Se reconocía, también, que "la estrategia eurocomunista no [había] dado en ninguna parte resultados medibles" y que el partido se había "visto situado en un contexto diferente al que [había] previsto"[8]. Pero seguramente era ya demasiado tarde. En solo dos años, el partido que todo el mundo había considerado hegemónico durante el antifranquismo perdió 2/3 de su militancia y pasó del 19% al 4% de los votos, entrando en crisis durante su Vo Congreso. Muchos dirigentes e intelectuales abandonarían el partido y dejarían de escribir, muchos militantes regresarían a casa, y el PSUC tal y como se lo había conocido desaparecería.
La segunda vía, la de la integración, es propia de la fase culminante de todo proceso de construcción de una nueva hegemonía y corresponde al fenómeno que Gramsci denominaba "transformismo". Tanto la nueva hegemonía neoliberal como la nueva hegemonía pujolista atraerían amplios sectores hacia sus posiciones. Sería la vía de quienes aceptarían los nuevos tiempos, se adaptarían, y plantearían la lucha política ya no en la línea de una oposición radical al capitalismo sino en la de ir arrancando algunas concesiones. Se puede ilustrar este hecho con la rápida transformación ideológica que hicieron los socialistas catalanes, cada vez más permeables a un discurso basado en una concepción tecnocrática de la "gestión", la "modernización" y el "cambio", y un abandono definitivo del marxismo y de la lucha de clases. También con la trayectoria de lo que se acabó convirtiendo en Iniciativa per Catalunya y del propio Solé Tura; uno de los principales dirigentes del PSUC e intelectuales del antifranquismo que acabaría siendo ministro del PSOE, y que atribuiría este viraje al hecho que "[estábamos] asistiendo a la modificación no solo de los esquemas organizativos de los partidos políticos de la clase obrera [...] sino también a la modificación del concepto mismo de "partido de clase""[9]. La nueva hegemonía pujolista también ejercería como polo de atracción de intelectuales de izquierdas como Josep Termes, que consideraba que "la izquierda catalana se [encontraba] con una dificultad adicional terrible: su nacionalismo [era], por esencia, tibio"[10] y que era un error equiparar Convergència y Pujol con la derecha y la burguesía en la medida en que esto debilitaba a Catalunya frente al adversario común, ya solo identificado como el Estado español.
Finalmente, existió también la línea de quienes intentaron iniciar una reconstrucción profunda de la izquierda a largo plazo, manteniendo una posición irreducible, sin reconciliación posible, con el capitalismo. Partiendo del reconocimiento que el impulso que supuso la Revolución de Octubre de 1917 estaba finalmente agotado -un hecho que también reconocería Berlinguer en 1981-, el grupo de la revista Mientras Tanto guiado por Manuel Sacristán asumió que, si bien dada la derrota no estaban en condiciones de llevar a cabo una nueva política de oposición frontal que pudiera disputar la hegemonía, sí que podían dedicarse a pensar el "mientras tanto"; a orientar el pensamiento y la reflexión en la línea de la reconstrucción de una perspectiva de superación del capitalismo y una refundación del marxismo y de la identidad comunista sobre nuevas bases, atendiendo a lo que expresaban los nuevos movimientos sociales como el feminismo o el ecologismo. Lo expresaban así en su primer número:
El mal momento de la cultura socialista tiene una consecuencia de particular importancia: la incapacidad de renovar la perspectiva de revolución social. Y precisamente porque la crisis de la civilización capitalista es radical, la falta de perspectiva socialista facilita la reconstitución de la hegemonía cultural burguesa sin réplica material ni ideal del movimiento obrero [...] Las clases dominantes pasan a una ofensiva llena de confianza que nadie habría previsto hace diez años [...] Mientras tanto, intentaremos entender lo que pasa y allanar el camino, por lo menos el que hay que recorrer con la cabeza[11].
La realidad fue, sin embargo, que a largo plazo ninguno de estos tres caminos que exploró la izquierda catalana después de su derrota histórica condujo a una verdadera renovación. Durante todo este tiempo, un tiempo que se extiende hasta nuestro presente, nadie ha sido capaz y ni siquiera se ha planteado seriamente librar una nueva lucha de clases a gran escala en el interior del catalanismo con la voluntad de disputar la hegemonía. Tampoco se ha dado un relevo generacional que, partiendo de una lectura crítica de estas experiencias, haya podido aprender de los errores y reconstruir las fuerzas para librar esta batalla en un futuro. De este modo, pues, podemos entender el abismo que, pese algunos intentos durante la última década que tendremos que valorar con profundidad, separa hoy la lucha por la autodeterminación de Cataluña, por la cultura y la lengua catalana, de la lucha por la transformación radical de la sociedad en el contexto de un capitalismo y una civilización cada día más en crisis. También para comprender que es precisamente de aquí de donde nace la desorientación y la falta de horizonte de la izquierda catalana en el presente y la crisis de representación política que cada día se hace más evidente en Cataluña.
[1] Stuart Hall, The hard road to renewal: Thatcherism and the crisis of the left, 1988
[2] Jordi Pujol, Declaración, 31 de diciembre de 1979
[3] Jordi Pujol, El horizonte económico de la Cataluña autónoma, 1979
[4] Jordi Pujol, Conferencia en Vic, 9 de julio de 1982
[5] Karl Marx, El 18 de Brumario de Luís Bonaparte, 1852
[6] Joaquim Sempere, Jordi Pujol y el futuro de Cataluña, 1977
[7] Ramón Garrabou, Hecho nacional y práctica política en Cataluña: algunos aspectos polémicos, 1977
[8] Antoni Gutiérrez Díaz i Gregori López Raimundo, El PSUC y el eurocomunismo, 1981
[9] Jordi Solé Tura, Conferencia: El futuro de la izquierda en Cataluña, 1984
[10] Josep Termes, Conferencia: El futuro de la izquierda en Cataluña, 1984
[11] Mientras tanto 1, Editorial, 1979