Ni histeria ni caos: Realidades y propuestas para Ucrania y Europa. Dossier

Anatol Lieven

09/03/2025

Hegseth rompe por fin la burbuja de la ilusión: “No habrá OTAN para Ucrania”

El secretario de Defensa de los Estados Unidos, Pete Hegseth, ha hecho gala de una franqueza inusual en sus declaraciones de hoy ante los miembros de la OTAN sobre las condiciones de paz para Ucrania. Aunque es improbable que vean las cosas de este modo, merece una gratitud especial por parte de los estamentos de poder ucranianos y europeos, pues su declaración disipa las ilusiones en las que se han estado complaciendo, ilusiones que, de continuar, podrían retrasar el proceso de paz y aumentar los peligros para Ucrania.

En declaraciones ante una reunión del Grupo de Defensa de Ucrania de los ministros de Defensa de la OTAN, y antes de la Conferencia de Seguridad de Múnich de la próxima semana, Hegseth dijo lo siguiente:

“Queremos, como ustedes, una Ucrania soberana y próspera, pero debemos empezar por reconocer que volver a las fronteras de Ucrania anteriores a 2014 es un objetivo poco realista. Perseguir este objetivo ilusorio solo prolongará la guerra y causará más sufrimientos”.

“Una paz duradera para Ucrania debe incluir garantías sólidas para asegurar que la guerra no comience de nuevo. (...) Dicho esto, los Estados Unidos no creen que el ingreso de Ucrania en la OTAN vaya a ser un resultado realista de un acuerdo negociado. Las garantías de seguridad deben estar respaldadas por tropas capaces europeas y no europeas. Si estas tropas se despliegan como fuerzas de mantenimiento de la paz en algún momento, deberían desplegarse como parte de una misión ajena a la OTAN y no deberían estar cubiertas por el Artículo 5. ...Para que quede claro: como parte de cualquier garantía de seguridad, no habrá tropas norteamericanas desplegadas en Ucrania”.

En la práctica, la declaración de Hegseth también descarta el envío de tropas europeas a Ucrania. Rusia ha dejado claro que solo aceptará tropas de países genuinamente neutrales como fuerzas de paz, y los líderes europeos han declarado que solo desplegarían sus propias tropas si los Estados Unidos les ofrecieran una garantía inquebrantable de que los Estados Unidos acudirían en su ayuda si se vieran atacados, una garantía que Hegseth acaba de descartar.

Y aunque Hegseth ha reafirmado el compromiso de Estados Unidos con la defensa de la OTAN dentro de sus fronteras actuales, también se espera que repita la exigencia de Trump de que los países europeos eleven su propio gasto en defensa al 5 % del PIB. Por un lado, esto indica una fuerte creencia por parte de la administración Trump de que en el futuro, los propios europeos deben ser los principales responsables de la defensa de Europa.

Por otro lado, eso no va a ocurrir. Dada la combinación de estancamiento económico, las presiones presupuestarias y la erosión del apoyo a los partidos del establishment, ese aumento está fuera de toda discusión, sobre todo si eso significa gastar el dinero no en armamento europeo sino estadounidense. Por consiguiente, mientras la administración Trump permanezca en la OTAN, cabe esperar que aumenten las fricciones entre Washington y Europa, y que disminuya el apoyo norteamericano a las agendas europeas.

La verdad es que las instituciones europeas se encuentran en la posición de un personaje de dibujos animados que ha corrido por el borde de un precipicio, y que sigue corriendo en el aire durante varios segundos antes de darse cuenta de que no hay suelo bajo sus pies, momento en el que cae dando un grito. Desde hace años, las políticas europeas hacia Rusia y Ucrania, y las esperanzas de ampliar la UE hacia el este, no sólo se han basado en el apoyo y el estímulo de los Estados Unidos, sino que han ido a remolque de los Estados Unidos. Bajo la presidencia de la UE, Ursula von der Leyen, y la responsable de política exterior, Kaja Kallas, la burocracia central de la UE prácticamente se ha transformado en el ala política y económica de la OTAN. El ala sigue batiendo, pero ¿dónde está el ave?

Algunos estamentos de poder europeos siguen batiendo con fuerza. En respuesta a los comentarios de Hegseth, el Secretario de Defensa del Reino Unido, John Healey, declaró: “Hemos escuchado sus inquietudes acerca de dar un paso adelante en favor de Ucrania, y hemos oído sus inquietudes acerca de dar un paso adelante en favor de la seguridad europea. Lo estamos haciendo y lo haremos”. La CNN ha comentado que “el Reino Unido puede estar desbancando rápidamente a los Estados Unidos como aliado occidental más cercano de Ucrania”.

Dada la absurda desproporción entre los recursos militares y económicos de los Estados Unidos y Gran Bretaña, si algún funcionario, político, analista o periodista británico cree realmente que ésta es una política viable, es que es un lunático criminal. Si no lo creen, y sólo están mostrando una pose efectista, están perdiendo su propio tiempo y el de todos los demás, porque nadie en el mundo se cree la mascarada, y menos aún Moscú o Kiev, donde el Presidente Zelenski ha declarado que “Hay voces que afirman que Europa podría ofrecer garantías de seguridad sin los norteamericanos, y yo siempre digo que no. Las garantías de seguridad sin los Estados Unidos no son verdaderas garantías de seguridad”.

En cualquier caso, la idea de enviar tropas europeas a Ucrania no era sólo una tontería, sino una prueba de la disonancia cognitiva del pensamiento europeo. Por un lado, la necesidad de adoptar una línea dura contra Rusia se ha justificado públicamente con el argumento de que, si no se detiene a Rusia en Ucrania, aquella “pondrá a prueba” en el futuro a la OTAN emprendiendo alguna acción contra Polonia o los Estados bálticos -aunque no hay pruebas reales de que esto forme parte de los planes de Rusia, y la garantía del Artículo 5 de Estados Unidos a la OTAN haría que esto fuera terriblemente peligroso para Rusia.

Por otra parte, algunos de los mismos analistas han propuesto enviar tropas europeas a Ucrania, dando así a Rusia la oportunidad de “poner a prueba” la determinación occidental con un riesgo mucho menor.

Si se mantienen a la defensiva dentro de sus fronteras actuales, la OTAN y la UE están, de hecho, extremadamente seguras. Ninguna ganancia rusa imaginable podría justificar los riesgos que correría Rusia atacándolas. Además, aunque Europa debería sin duda aumentar su gasto militar, no necesita gastar fortunas en plataformas de armamento de alta tecnología extremadamente caras.

La lección militar clave de la guerra de Ucrania ha sido que los drones  asesinos y de vigilancia de bajo coste, si están disponibles en número suficiente, pueden hacer imposible la concentración de blindados e infantería para una ofensiva tradicional. Los tanques han desaparecido prácticamente de las líneas del frente en ambos bandos. Los rusos se han visto reducidos a traer tropas en pequeñas porciones, porque las concentraciones más grandes se ven inmediatamente localizadas y diezmadas. El mismo factor se aplicaría a cualquier guerra entre Rusia y Occidente, y podemos estar seguros, por la forma en que ha cambiado sus tácticas, de que el alto mando ruso se da perfecta cuenta de ello.

En su declaración ante los demás ministros de defensa de la OTAN, Hegseth subrayó repetidamente las palabras “realista” y “de forma realista”. Siendo realistas, era evidente desde años antes de la guerra de Ucrania que los países de la OTAN nunca lucharían por defender a Ucrania; y en vísperas de la invasión, la administración Biden y todos los demás gobiernos de la OTAN se negaron a ofrecerle a Ucrania un calendario para la adhesión. Pero, al mismo tiempo, mantuvieron la ilusión pública de que Ucrania ingresaría algún día en la OTAN, y se negaron a negociar un tratado de neutralidad con Moscú.

Desde el fracaso de la contraofensiva ucraniana en 2023, hace 16 meses, era obvio que Ucrania no podría recuperar sus territorios perdidos, pero los funcionarios occidentales siguieron comprometiéndose públicamente con este resultado y rechazando el compromiso territorial. Algo así como un cuarto de millón de seres humanos han muerto ya para que los estamentos de poder occidentales pudieran seguir propagando estas ilusiones. Ya es hora de dejarlas atrás, y debemos estarle agradecidos a Hegseth por decirlo.

Fuente: Responsible Statecraft, 12 de febrero de 2025 

 

El teatro de la Cumbre de París: mucho ruido y pocas nueces

Las cumbres europeas no suelen ser materia de poesía, pero la última de París fue digna de Horacio: “Parturiunt montes, nascetur ridiculus mus”. “Parirán los montes, y darán a luz a un ridículo ratón”.

El presidente Macron de Francia convocó la cumbre en respuesta a lo que llamó el “electroshock“ de la elección de la administración Trump y sus planes de negociar la paz en Ucrania sin los europeos. Sin embargo, el resultado parece haber sido hasta ahora algo menor incluso que un ratón; de hecho, precisamente nada.

Es de suponer que Macron esperaba que los líderes de los demás grandes Estados europeos se unieran en torno a su propia propuesta de tropas francesas y europeas de mantenimiento de la paz para Ucrania (una idea ya rechazada categóricamente por Moscú). Keir Starmer, del Reino Unido, hizo efectivamente tal oferta, sólo para declarar poco después que ninguna garantía europea de seguridad ucraniana sería creíble sin lo que él llamó un “backstop“, una barrera de fondo norteamericana.

Dado que el secretario de Defensa, Pete Hegseth, ya había descartado públicamente cualquier garantía norteamericana de ese género, Starmer admitió así implícitamente que era vacua su oferta de tropas británicas. Los parlamentarios británicos también han exigido una votación sobre el envío de tropas británicas. Mientras tanto, a la salida de la reunión de París, el canciller alemán, Olaf Scholtz, afirmó que el debate sobre el envío de tropas europeas a Ucrania resulta “totalmente prematuro” y “muy inapropiado” mientras dure la guerra. El primer ministro de Polonia, Donald Tusk (uno de los más firmes defensores de Ucrania), descartó por completo el envío de tropas polacas:

“No tenemos previsto enviar soldados polacos al territorio de Ucrania. Daremos... apoyo logístico y político a los países que posiblemente quieran proporcionar esas garantías en el futuro, esas garantías físicas”.

Macron también ha hecho hincapié en algo que tiene mucho más sentido: a saber, que los europeos necesitan reforzar no sólo sus propias fuerzas armadas, sino también la industria militar que las abastece. En una entrevista con el Financial Times, afirmó que:

“También debemos desarrollar una base europea de defensa, industrial y tecnológica plenamente integrada. Esto va mucho más allá de un simple debate sobre cifras de gasto. Si todo lo que hacemos es convertirnos en mayores clientes de los Estados Unidos, dentro de veinte años aún no habremos resuelto la cuestión de la soberanía europea”.

Esto es, en efecto, extremadamente necesario, aunque está claro que Trump espera que un mayor gasto militar europeo se destine a armamento norteamericano, y está dispuesto a presionar para asegurarse de que así sea. Pero la entrevista con Macron también puso de manifiesto la aguda dificultad de dicha integración europea. Instó a los países europeos a adquirir el sistema de defensa antiaérea SAMP-T, el cual, en su opinión, es mejor que el sistema de misiles Patriot de Estados Unidos que varios países utilizan actualmente.

Por lo que yo sé, puede que tenga razón en eso; pero seguramente no es una coincidencia que el SAMP-T se fabrique en Francia e Italia. La verdadera prueba del compromiso de Macron con la integración de la industria militar europea sería -por ejemplo- que aceptara renunciar a la producción del carro de combate principal Leclerc de Francia, en favor de la compra de los carros Leopard de Alemania para el ejército francés.

El Reino Unido ejemplifica este problema. Con uno de los pocos ejércitos de combate profesionales de Europa, es fundamental para cualquier defensa europea independiente. Pero, si bien cuenta con excelentes soldados, sus sistemas de armamento se han visto plagados de averías y deficiencias, debido en buena medida a que la base industrial británica en general es ahora demasiado limitada como para sostener un sector militar eficiente. Por otra parte, precisamente porque las industrias británicas se han reducido tanto, la industria militar es fundamental para mantener lo que queda de la pericia tecnológica británica. ¿Ceder esto a los alemanes? ¿De verdad?

El tipo de aumento radical en el gasto militar que exige la administración Trump y que defienden Macron y Starmer también requerirá alguna combinación de aumento de impuestos y recortes salvajes en los presupuestos de bienestar social, sanidad e infraestructuras, en un momento en que estos ya se ven sometidos a una intensa presión por el estancamiento económico y, como resultado, el descontento de la gente corriente está aumentando vertiginosamente.

Tal como ha escrito Stephen Bush, del Financial Times, en relación con las promesas militares de Starmer:

“Políticamente, cualquiera que sea la opción por la que los laboristas se acaben decidiendo será difícil: aumentar el gasto en defensa sin romper sus promesas en materia de impuestos significa supervisar recortes increíblemente fuertes y dolorosos en todos los demás terrenos…un camino hacia una derrota electoral segura, en mi opinión. Pero un aumento del impuesto sobre la renta, la seguridad social o el IVA también conlleva grandes riesgos”.

Existe, sin embargo, una tercera vía, la cual, de no elegirla el gobierno laborista británico, seguramente adoptarán otros futuros gobiernos europeos: no aumentar en absoluto el gasto militar.

Porque éste es el otro problema de los caros y arriesgados compromisos de los actuales gobiernos europeos: dados los cambios políticos tectónicos que se están produciendo en Europa, es muy poco probable que los futuros gobiernos europeos cumplan de hecho tales compromisos. El presidente Macron es ya un pato cojo. El centro de la política alemana se está reduciendo rápidamente. La postura de Starmer sobre Ucrania se parece mucho a un intento consciente o inconsciente de distraer la atención de la casi parálisis de la política interna. Este tipo de mensajes de distracción pueden funcionar durante un tiempo, pero no sirven de mucho en una cola interminable para ver a un médico.

El caótico estado del pensamiento europeo actual sobre Ucrania y el proceso de paz en ese país refleja esta falta de voluntad pública subyacente, así como el desconcierto de los estamentos de poder europeos que durante muchos años han dejado la responsabilidad de su estrategia en manos de los Estados Unidos, y ahora se encuentran con que se espera que piensen por sí mismos. Pero también refleja el hecho de que las premisas en las que se han basado las políticas europeas son en parte radicalmente contradictorias, y estas contradicciones subyacentes quedan al descubierto cada vez que se trata de que los europeos actúen por sí mismos.

Así, los defensores de una fuerza europea destinada a Ucrania han caído en un estado de confusión mental para el que la “disonancia cognitiva” es una descripción totalmente inadecuada. Se han creado para ellos mismos una creencia en la ambición megalómana de Putin, la cual les lleva a pensar que en el futuro “pondrá a prueba” a la OTAN atacando a los Estados bálticos, aunque Putin nunca ha mostrado el menor deseo de hacerlo, y esto supondría correr riesgos espantosos a cambio de ganancias mínimas.

Sin embargo, de alguna manera esto les ha llevado a defender compromisos europeos con Ucrania que Rusia estaría absolutamente obligada a poner a prueba, y que los Estados Unidos no apoyarán. Esto debilitaría radicalmente la credibilidad de las garantías de seguridad de la OTAN. Algunos de los mismos analistas que han escrito -en parte con acierto- sobre las raíces históricas, culturales y étnicas de la “obsesión” de Putin con Ucrania, también escriben como si Putin, y los rusos, tuvieran la misma obsesión con Polonia y los países bálticos, un malentendido de las actitudes rusas que o bien es totalmente analfabeto o deliberadamente mendaz.

La idea de que los europeos estarían defendiendo a los Estados bálticos interviniendo en Ucrania es también muy extraña, y refleja las dolorosas experiencias del pasado de los Estados bálticos, más que un análisis objetivo de su situación actual. Porque la mayor amenaza de Rusia para los países bálticos no proviene de las ambiciones rusas en el Báltico, sino precisamente del peligro de que la guerra en Ucrania se amplíe hasta convertirse en un conflicto entre la OTAN y Rusia.

Además, los compromisos militares europeos con Ucrania supondrían un debilitamiento directo de las defensas de la OTAN. Con tiempo, los británicos podrían reunir una división para enviarla a Ucrania, pero únicamente si no sólo reducen las defensas de Gran Bretaña, sino que también renuncian a sus compromisos actuales con Polonia y los países bálticos, que el Reino Unido está obligado a defender por tratado.

Esperemos que todo esto no sea más que una pose teatral por parte de los halcones británicos y europeos, ya que, a juzgar por algunas de sus declaraciones actuales, todo esto pertenece a un teatro de fantasía.

Fuente: Responsible Statecraft, 18 de febrero de 2024

 

Por qué no resulta nada útil esta “diplomacia del megáfono”

Al ascender al trono en 1881, el zar Alejandro III de Rusia proclamó: “A partir de ahora, todos los asuntos de Estado se discutirán en voz baja entre Nosotros y Dios”. Ambas partes de esta declaración contienen un excelente consejo para los líderes contemporáneos. Si tienen línea directa con Dios (y es evidente que hay varios que piensan que la tienen), deben recurrir a ella. Y ya sea que hablen con la Divinidad o con cualquier otra persona, los asuntos internacionales deben discutirse en voz baja.

Probablemente sea un consejo inútil cuando se ofrece a productos de sistemas políticos democráticos, y en el caso del presidente Trump necesitaría para seguirlo experimentar algo parecido a un relámpago en el camino a Damasco. No obstante, los últimos días han ofrecido, o deberían haber ofrecido, una lección sobre la insensatez y los peligros de la “diplomacia” del megáfono.

La propuesta (o demanda) inicial de los Estados Unidos a Ucrania en relación con el control de sus reservas minerales era, en efecto, completamente ilegítima y totalmente inaceptable para Kiev o para cualquier gobierno independiente y que se precie sobre la faz del planeta. Sin embargo, dada la debilidad de la posición de Ucrania y el ya frágil estado de sus relaciones con la administración Trump, fue muy estúpido por parte del presidente Zelenski permitir que sus funcionarios dijeran cosas como las que dijeron en público.

Todo lo que tenía que haber dicho Zelenski debía haber sido algo en la línea de “una propuesta muy interesante con aspectos positivos que consideraremos cuidadosamente”, etc., y dejar luego que los negociadores ucranianos adoptaran en privado una línea firme ante sus homólogos norteamericanos. ¡Es actor! Debe saber murmurar “blablabla” ante un auditorio público sin decir realmente nada.

Sin embargo, mucho más estúpida, grosera, indigna, irreflexiva, peligrosa y simplemente errónea fue la respuesta de Trump, tachando a Zelenski de “dictador” y “comediante de éxito modesto”, dando una cifra totalmente falsa de sus índices de popularidad y exigiendo que Ucrania celebre elecciones presidenciales. Después empeoró aún más la situación al negarse a llamar dictador a Putin y dar instrucciones al embajador de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas para que votara en contra de una resolución que incluía un lenguaje que culpaba a la agresión rusa de la guerra de Ucrania.

Por increíble que parezca, esto situó a los Estados Unidos en el mismo bando que Rusia, votando en contra de una gran mayoría de la Asamblea General de la ONU. Hasta China -China, por el amor de Dios- se abstuvo en la resolución. Este tipo de cosas son malas para la administración Trump y peligrosas para el proceso de paz, pues le permiten a los opositores de Trump y a los enemigos del proceso de paz denunciarlo como una “rendición” ante Rusia motivada por la amistad personal e ideológica entre Trump y Putin, en lugar de un paso necesario para poner fin a una guerra destructiva, para eliminar graves peligros para el mundo y costes para los Estados Unidos, así como para respetar la voluntad de una gran mayoría de la comunidad internacional.

En efecto, es crucial moderar la retórica oficial de los Estados Unidos contra Rusia y crear la atmósfera necesaria para el éxito de las negociaciones; pero lo que Trump podría haber dicho con calma y razonablemente es que el hábito de la administración Biden de intentar negociar con Rusia y China mientras les lanzaba improperios en público ha resultado profundamente contraproducente; y que, en un momento muy delicado de las negociaciones de paz, los Estados Unidos, aunque no estaban necesariamente en desacuerdo con el lenguaje de la resolución de la ONU, pensaron por tanto que era mejor abstenerse antes que arriesgarse a socavar las conversaciones. La mayor parte del tiempo, todo lo que los líderes realmente necesitan decir en público es algo parecido a: “Creemos firmemente en un mundo de paz universal y armonía y buena voluntad, y cosas por el estilo”. Los diplomáticos chinos solían hacerlo muy bien hasta que empezaron a imitar el lenguaje público de sus colegas norteamericanos.

Lo que hay que decir de Trump es que su lenguaje de vestuario deportivo parece reflejar un espíritu de vestuario deportivo. En otras palabras, insulta y se burla de la gente, pero no parece guardar rencor a largo plazo si le responden de la misma manera. Por crudo que sea su lenguaje y despiadado su enfoque de las negociaciones, al final le interesa el acuerdo real, a veces bastante razonable, como puede ser el caso del acuerdo entre los Estados Unidos y Ucrania sobre minerales. Y esto parece funcionar bastante bien en casa.

Sin embargo, en lo que se refiere a los asuntos internacionales puede ser desastroso. No hay muchos líderes mundiales tan paquidérmicos como Trump, alguien que podría darle un repaso a nuestros rinocerontes medios a este respecto; y, sobre todo, los insultos que se les dirigen se contemplan muy a menudo como insultos a sus respectivos países, algo que no se perdonará tan fácilmente. A veces, de hecho, los comentarios de Trump son insultos explícitos -y totalmente gratuitos- a varios países, entre ellos algunos antiguos y estrechos aliados. Trump puede obtener algunas concesiones razonables de México y Canadá mediante una mezcla de negociaciones y presión. No lo hará cambiándole el nombre al  Golfo de México y llamando al primer ministro canadiense gobernador del 51º estado de los EE.UU.

¡En cuanto a los dirigentes europeos…! Me recuerdan al ratón de Robert Burns, cuando sus planes de un sueño seguro y tranquilo se ven perturbados por el arado:

“Wee, sleekit, cowrin, tim’rous beasties,
O, what a panic’s in yer breasties!
Ye need na run tae Trump sae hasty,
Wi’ bickerin brattle!”

“Pequeñas, pulcras, encogidas y timoratas bestias,
¡Oh, qué pánico en vuestros pechos!
No necesitáis correr hacia Trump tan aprisa,
...¡con un parlanchín pendenciero!”

Por su forma de hablar, cualquiera pensaría que los Estados Unidos ya se han retirado de la OTAN, que las tropas rusas están a las puertas de Varsovia y que BlackRock (el antiguo empleador norteamericano del próximo canciller alemán, Friedrich Merz) le ha dejado sin pensión a Merz.

Nada de esta histeria está justificado. La administración Trump no permitirá una mayor expansión de la OTAN, pero no ha mostrado ningún signo en absoluto de retirarse de la OTAN, que es demasiado importante como base para la proyección del poder norteamericano en Oriente Medio y el apoyo a Israel, algo a lo que la administración Trump no tiene intención de renunciar. El artículo 5 sigue en vigor. Los europeos hablan de una vuelta a Yalta y a la Guerra Fría; pero durante la Guerra Fría, los tanques soviéticos estaban en mitad de Alemania. Hoy los rusos están en el este de Ucrania. Rusia no tiene ni la capacidad ni el deseo de atacar a la OTAN dentro de sus fronteras actuales, a menos que la OTAN intervenga en Ucrania. A pesar de los aranceles con los que amenaza Trump, las economías norteamericana y europea están muy estrechamente vinculadas y -como demuestra la propia BlackRock- sus respectivos sectores financieros están prácticamente unidos por la cadera. La pensión de Merz está totalmente a salvo. Hay tiempo de sobra para que los estamentos de poder europeos piensen detenidamente, con sobriedad y en privado, sobre el futuro de la seguridad europea; y mientras piensan, que no hablen tanto.

Fuente: Responsible Statecraft, 26 de febrero de 2025

 

El endeble “plan de paz” de Reino Unido, Francia y Ucrania debatido el domingo [2 de marzo]

Aún no se conocen todos los detalles del “plan de paz” que los líderes del Reino Unido, la UE y Ucrania elaboraron el domingo en Londres y que presentarán a la administración Trump. Pero por lo que han dicho hasta ahora, mientras que una parte es necesaria e incluso esencial, otra es entorpecedora y potencialmente desastrosa.

El primer ministro británico, Keir Starmer, afirmó tras la cumbre que se habían acordado los siguientes cuatro puntos: seguir proporcionando ayuda militar a Ucrania; que Ucrania debe participar en todas las conversaciones de paz; que los Estados europeos tratarán de disuadir cualquier futura invasión rusa de Ucrania; y que formarán una “coalición de voluntarios” para defender a Ucrania y garantizar la paz allí en el futuro.

Esto, según Starmer, significaría una fuerza europea de “mantenimiento de la paz” que contaría con tropas británicas. Sin embargo, ya ha declarado anteriormente que sería esencial que los Estados Unidos proporcionasen un “respaldo” de seguridad a dicha fuerza. En otras palabras, después de toda la palabrería sobre la “intensificación” de Europa y la necesidad de una “independencia” de la seguridad europea respecto a los Estados Unidos, esto haría de hecho a Europa aún más dependiente de Washington, pues colocaría a las tropas europeas en una situación extremadamente peligrosa, de la que (no por primera vez) esperarían que los Estados Unidos les salvaran en caso de problemas.

Mientras continúen las negociaciones, también deberían hacerlo los niveles existentes de ayuda militar occidental, pues de lo contrario el gobierno ruso podría envalentonarse y rechazar cualquier compromiso razonable. Sin embargo, el gobierno ruso ha rechazado en repetidas ocasiones cualquier fuerza de mantenimiento de la paz que incluya tropas de países de la OTAN, lo que para Moscú equivale simplemente a la pertenencia a la OTAN. Por lo tanto, intentar incluir esto en una propuesta de acuerdo de paz carece de sentido o es un intento deliberado de hacer descarrilar las negociaciones.

También existe el riesgo de que los dirigentes ucranianos (que, como demostró el enfrentamiento del viernes con Trump, son presa de algunas ilusiones muy serias sobre su posición) se envalentonen para rechazar una paz de compromiso y acaben así con una paz mucho peor.

La idea de que una poderosa fuerza militar occidental también es necesaria para “garantizar” un acuerdo de paz contra una futura agresión rusa se basa además en la idea errónea fundamental de que puede haber en los asuntos internacionales algo así como una “garantía“ absoluta y permanente.

Mis colegas George Beebe, Mark Episkopos y yo analizamos los términos reales de un acuerdo en un nuevo informe, “Peace Through Strength in Ukraine: Sources of U.S. Leverage in Negotiations [“Paz con fortaleza en Ucrania: Fuentes de influencia norteamericana en las negociaciones”]”.

Las condiciones que Rusia podría aceptar y que proporcionarían una esperanza razonable de paz duradera son las siguientes: En primer lugar, que Ucrania siga recibiendo de Occidente y ayude a producir las armas defensivas con las que hasta ahora ha combatido al ejército ruso casi hasta la paralización y le ha infligido bajas muy graves: drones, misiles antitanque y antiaéreos, minas terrestres, obuses de 155 mm y la munición destinada a ellos. Los misiles de largo alcance capaces de penetrar profundamente en territorio ruso deberían excluirse como parte del acuerdo de paz, pero con la condición de que Occidente, por supuesto, los suministre si Rusia reanuda la guerra.

En segundo lugar, debería haber una fuerza de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas con soldados procedentes de Estados genuinamente neutrales del “Sur global”. Rusia llama a estos países “mayoría global” y ha hecho de su acercamiento a ellos una parte central de su estrategia internacional. Hay varios de ellos que son también miembros del grupo de los BRIC. Las fuerzas de paz indias, brasileñas y sudafricanas no podrían infligirle una derrota a una nueva invasión rusa (o una reanudación de la guerra en Ucrania), pero Moscú no estaría dispuesto a arriesgarse a matarlas.

Por último, y de manera evidente, un acuerdo de paz estable debe cumplir suficientes condiciones esenciales para Rusia y Ucrania. Si no pueden hacerse mínimamente compatibles, no habrá acuerdo. Sin embargo, es totalmente inútil que los líderes europeos sigan imaginando que se puede imponer de algún modo una paz al gobierno ruso, y no negociarla con él. Deberían prestar atención cuando el secretario de Estado Marco Rubio afirma que la paz sólo puede llegar a Ucrania si Putin participa en las negociaciones, y que Trump “es la única persona en la Tierra que tiene alguna posibilidad de llevarlo a una mesa para ver en qué estaría dispuesto a poner fin a la guerra”.

El comportamiento de los gobiernos europeos está moldeado por una creencia en la ilimitada ambición territorial rusa, en su hostilidad hacia Occidente y en la agresión temeraria, todo lo cual, si se sostuviera genuinamente, parecería convertir cualquier búsqueda de la paz en algo totalmente inútil. La única estrategia occidental sensata sería paralizar o destruir a Rusia como Estado, con el único problema, como ha afirmado Trump, de que esto probablemente conduciría a la Tercera Guerra Mundial y al fin de la civilización.

Por supuesto, esta creencia se ha visto reforzada por la invasión rusa de Ucrania; pero aquí hay una profunda contradicción en las actitudes occidentales. Porque los mismos “expertos” que aseveran esta ambición rusa universal (el título de un libro, Russia´s War on Everybody [La guerra de Rusia contra todo el mundo] es uno de los más desquiciados en un campo bastante lunático) también hablan sin cesar de la particular obsesión  de Rusia con Ucrania, la cual, con toda seguridad, no se aplica a Polonia o Rumanía.

Así pues, después de la cumbre de Londres, el presidente Macron de Francia afirmó que “Si no se detiene a Putin, sin duda pasará a Moldavia y tal vez más allá, a Rumania.” ¿Cómo sabe esto Macron con “certeza”? ¿Lo ha dicho Putin? De hecho, ¿no ha dicho en repetidas ocasiones que esto es “una completa insensatez“, y no se corresponde esto con el evidente equilibrio de riesgos y pérdidas rusas frente a las posibles ganancias?

Y en cualquier caso, ¿es que los asesores de Macron ya no saben leer un mapa? ¿Cómo se supone que va a llegar a Moldavia el ejército ruso, por no hablar de Rumanía, sin cruzar el río Dniéper y luego todo el sur de Ucrania?

Este tipo de histeria pública hace que pensar racionalmente sobre estrategias europeas sensatas a largo plazo sea extremadamente difícil. Así, si uno se toma en serio el discurso de Starmer ante el Parlamento la semana pasada (en el que anunció que Gran Bretaña elevaría su gasto militar al 2,5 % del PIB recortando la ayuda internacional), tendría que pensar que, no sólo Varsovia, sino también, París ya han caído, y que el ejército de Rusia está en Londres.

“Rusia es una amenaza en nuestras aguas, en nuestro espacio aéreo y en nuestras calles”.

Lo que esto, presumiblemente, quiere decir es que, así como los buques de guerra y aviones británicos patrullan regularmente cerca de las fronteras rusas, los rusos tienen la increíble audacia de hacer lo mismo cerca de Gran Bretaña. En cuanto a “nuestras calles”, se refería a un par de asesinatos o intentos de asesinato rusos de desertores del KGB en Gran Bretaña, un enfoque de supuestos “traidores” seguido en los últimos años por India y Arabia Saudí.

Todas estas acciones fueron totalmente erróneas e ilegales, y en el caso británico exigieron una respuesta contundente, pero no indicaban una intención india de invadir Canadá ni una intención o capacidad rusa de lanzar un ataque militar contra el Reino Unido.

Esta paranoia patrocinada oficialmente corre el riesgo de encerrar a Gran Bretaña en una relación a largo plazo de odio irracional hacia Rusia que perdurará mucho después del final de la guerra de Ucrania, lo que supondría una enorme distracción de la atención de los verdaderos peligros a los que se enfrenta Gran Bretaña, que son internos: la balcanización cada vez mayor de la sociedad británica y la degradación de nuestra cultura pública en medio del estancamiento económico y la decadencia institucional.

En una nueva versión de Casablanca, un Rick británico podría decirle a Putin: “Hay partes de Londres que yo no te aconsejaría que intentases invadir”. Creo que todo ciudadano británico entiende muy bien que el peligro “en nuestras calles” no se cifra realmente en el ejército ruso.

Cualquier acuerdo de paz debe basarse en dar el primer paso en la realidad y, si no, será un intento endeble de hacer valer las partes interesadas en el debate, y no resultará muy útil.

Fuente: Responsible Statecrat, 3 de marzo de 2025

periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Ha trabajado también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.
Traducción:
Lucas Antón

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