El elevado coste del aumento del empleo

Romaric Godin

13/06/2023

El empleo volvió a aumentar en Francia en el primer trimestre, a pesar de que la actividad económica sigue siendo débil. Esta paradoja tiene varios inconvenientes: ayudas públicas masivas, fenómenos de búsqueda de rentas y caída de los salarios reales. Un "milagro" del empleo por el que los trabajadores pagan un alto precio.

 

El repunte del empleo en Francia sigue reflejándose en las estadísticas. El jueves 8 de junio, el Institut national de la statistique et des études économiques (INSEE) publicó las cifras del empleo asalariado del primer trimestre, que muestran un aumento del 0,3% de enero a marzo, es decir, 92.400 empleos más en tres meses. Este aumento es la continuación de la subida del 0,2% del trimestre anterior (55.400 empleos suplementarios).

Si nos fijamos en la tendencia del último trimestre antes de la crisis sanitaria, es decir, el cuarto trimestre de 2019, el panorama es a priori muy halagüeño: el aumento del empleo asalariado alcanzó los 1,21 millones solo en el sector privado. Es decir, un aumento del 6,1%. Incluyendo el sector público, la subida es del 4,7%.

Pasaremos rápidamente por alto los gritos de júbilo de la mayoría presidencial, atribuyendo estos éxitos a la política de reformas del gobierno. Porque es imposible contemplar la realidad únicamente en términos de empleo. En una economía capitalista, un empleo no es un fin en sí mismo, es un medio para una producción rentable. Y aquí es donde radica el problema.

La producción no sigue el ritmo. En el primer trimestre, el PIB creció solo un 0,2%, es decir, menos rápido que el empleo. Desde el último trimestre de 2019, el PIB ha aumentado un 1,3%, 4,7 veces menos que el empleo privado. En términos de producción, el panorama es el mismo: desde finales de 2019, la producción total de todas las industrias ha aumentado un 2,9%, casi la mitad de rápido que el empleo privado.

En otras palabras, el aumento del empleo esconde una verdad un poco más embarazosa para el Gobierno, pero también más ampliamente para los economistas convencionales: los puestos de trabajo creados en los últimos tres años nos han permitido producir menos. Se trata de trabajar más para producir menos.

Esta caída vertiginosa de la productividad del trabajo no es un mero detalle. En los manuales de economía, el progreso técnico conduce a un aumento de la productividad que, al abaratar la producción, permite bajar los precios, desarrollar los mercados, aumentar la producción y, por tanto, el empleo y los salarios. Esta es la razón por la que todas las políticas de "reforma" se han llevado a cabo en nombre del aumento de la productividad. Y es también la razón por la que la situación actual es difícil de comprender para la "economía".

Un ejemplo llamativo de esta perplejidad es el titular de Les Echos del 9 de junio, sobriamente titulado "Por qué el empleo se resiste a la ruptura del crecimiento". Aparte de que el fenómeno, como acabamos de ver, es más duradero de lo que sugiere el titular, el artículo que supuestamente explica este hecho inquietante es sorprendentemente descriptivo y apologético. El empleo aumenta, ésa es la buena noticia, y nada más. Parafraseando a Guy Debord, podríamos decir que el diario económico se contenta con constatar que "lo que aparece es bueno y lo que es bueno aparece".

Enfrentada a sus propios límites, la economía tiene a menudo la costumbre de eludir el tema, como es el caso de Les Echos, o de decir que se trata sólo de una perturbación temporal y que todo acabará por volver a la normalidad. Qué orden, sin embargo, queda por definir. Pero, sobre todo, esta perturbación de la ciencia económica refleja una perturbación concreta de la situación actual de las economías capitalistas.

Porque lo que hace ineficaz la explicación de un efecto de las políticas gubernamentales francesas es que este fenómeno de distorsión entre empleo y producción es general. Algo menos pronunciado en Estados Unidos, es muy notable en el Reino Unido y Alemania, por ejemplo. Pero en realidad es un fenómeno común a todas las economías avanzadas. En otras palabras: la perturbación es global. Y es un reflejo de este problema lo que debemos evitar llamando a la paciencia o simplemente alegrándonos del aumento del empleo.

Porque, en una economía capitalista, la esencia de cualquier actividad comercial es la producción de beneficios. Para ser rentable, esa actividad tiene tres soluciones (que pueden sumarse y complementarse entre sí): aumentar la productividad, comprimir las condiciones de trabajo o, por último, recurrir a ganancias "no de mercado", como las rentas o las subvenciones. Si la productividad cae, la rentabilidad de las empresas sólo puede basarse en las otras dos soluciones, lo que significa saquear el presupuesto del Estado, comprimir los salarios reales y subir los precios injustificadamente.

 

Subvenciones, pensiones y caída de los salarios reales

 

Como era de esperar, la situación actual confirma esta hipótesis. Nunca antes los gobiernos, y el francés en particular, habían subvencionado tanto al sector privado. El año pasado, un estudio del Institut des recherches économiques et sociales (Ires) estimaba este fenómeno en cerca de 160.000 millones de euros, más que el déficit presupuestario francés en 2022 (125.000 millones de euros según el INSEE en el sentido de Maastricht).

En un libro reciente, L'État droit dans le mur, la economista Anne-Laure Delatte confirma, con datos que lo avalan, que la crisis sanitaria ha exacerbado aún más el fenómeno del apoyo al sector privado.

En estas condiciones, la caída de la productividad es en gran medida aceptable para muchos sectores que viven de un goteo de ayudas públicas directas o indirectas.

Algunos ejemplos son el comercio minorista, donde, según el INSEE, el empleo ha aumentado un 5,4% desde finales de 2019, mientras que la producción solo ha crecido un 1,25%, y la hostelería, donde el empleo ha aumentado un 8,7%, mientras que la producción ha crecido un 2,6%. Pero lo mismo ocurre con la industria manufacturera, que se beneficia de los planes de estímulo y de Francia 2030 (por valor de nada menos que 130.000 millones de euros) y que ha visto cómo el empleo ha aumentado un 1,5% desde finales de 2019, mientras que la producción ha caído un 3,4%...

A esto hay que añadir, por supuesto, o más bien destacar, el apoyo directo del Estado a la creación de empleos baratos. El Gobierno francés ha eliminado prácticamente las cotizaciones al salario mínimo y subvenciona la moderación salarial en la parte baja de la escala salarial a través de la prima de empleo.

Sobre todo, sabemos que muchos de los empleos creados en las estadísticas son aprendizajes fuertemente subvencionados. Según la Direction de l'animation de la recherche, des études et des statistiques (Dares), en 2022 se firmaron en Francia cerca de 980.000 contratos de aprendizaje, casi 500.000 más que en 2019. El Gobierno lo acoge con gran satisfacción, pero plantea de inmediato un gran problema: ¿no son estos empleos el resultado de su naturaleza barata? ¿No son simplemente un efecto de ganancia inesperada que no puede dar lugar a empleos sostenibles equivalentes?

Dicho claramente: ¿la condición para su existencia no es más la subvención pública que la existencia de una necesidad a medio plazo? Si este es el caso, los aprendizajes son principalmente una forma de realizar tareas muy improductivas a un coste menor, asegurando de alguna manera que esta actividad sea rentable. Esto es lo que se desprende de un estudio de enero de 2023 de Dares, que estimaba que el 20% de la caída de la productividad francesa desde 2023 podría explicarse por el desarrollo de la formación en alternancia. Pero si queremos ser lógicos, es la subvención pública la que explica este fenómeno.

Al mismo tiempo, la era post-Covid se ha caracterizado por un repunte de la inflación que ha puesto de relieve los fenómenos de las rentas y de los bucles precio-beneficio. Incluso el Banco Central Europeo (BCE), al menos internamente, se ha visto obligado a reconocerlo.

Sectores enteros han podido aprovechar posiciones dominantes y la excusa de la guerra en Ucrania para subir los precios y compensar la caída de los volúmenes. Es el caso de la energía, pero también del sector agroalimentario. No es de extrañar que estos sean los sectores en los que más ha caído la productividad y en los que el empleo ha seguido aumentando a pesar de la caída de la producción.

En agua, energía y residuos, la producción ha caído desde finales de 2019 un 2,2%, mientras que el empleo ha aumentado un 4,6%. En el sector agroalimentario, la producción ha caído un 1,7%, mientras que el empleo ha aumentado un 6,4%...

El coste directo de la creación de empleo es el deterioro del nivel de vida de los asalariados.

Por último, y de manera más general, el periodo se ha caracterizado por una presión muy fuerte sobre los salarios. Los salarios reales están bajo presión desde finales de 2021. En Francia, según Dares, el salario base mensual aumenta a un ritmo inferior al de la inflación desde el segundo trimestre de 2021. En el primer trimestre de 2023, seguía bajando en términos reales un 0,9%.

Una vez más, se trata de un fenómeno general para todas las economías occidentales. En Estados Unidos, los salarios reales cayeron un 0,5% interanual en abril de 2023. En Alemania, los salarios reales bajaron un 2,3% en el primer trimestre y han caído a niveles superiores al 5% en 2022. La situación podría ser aún más desastrosa en países como Italia.

Esto significa que el coste directo de la creación de empleo es el deterioro del nivel de vida de los asalariados. Por tanto, las empresas hacen que otros empleados financien la creación de empleos menos productivos. El Gobierno, por boca de Olivier Dussopt en Les Echos, puede jactarse de que los empleos creados son de "buena calidad" porque son permanentes.

En realidad, desde las ordenanzas de Macron de 2017, los contratos indefinidos han sido fáciles y baratos de romper e incluso son los contratos de duración determinada los que se están volviendo vinculantes. Pero lo que el ministro se cuida de no decir es que la caída de los salarios reales es el precio a pagar por este repunte del empleo y que, por tanto, los puestos de trabajo no solo son menos seguros, sino que también están peor pagados.

 Es lógico: no es posible pagar bien por empleos no productivos. Los salarios bajos son un requisito previo para la creación de tales empleos. Por eso, el aumento del empleo no conlleva ninguna mejora de la situación del mundo laboral. Esto se puede ver en el malestar social que ha barrido Francia en los últimos meses, pero también en el índice de confianza de los hogares, que indica que el nivel de vida en Francia está en mínimos históricos, mientras que se espera que el desempleo siga siendo bastante alto.

También hay que examinar más de cerca la realidad de estos empleos en términos de condiciones de trabajo, es decir, de productividad, que es difícil de medir, o de remuneración, que no se tiene en cuenta: horarios flexibles, horas extraordinarias no remuneradas, ambiente de trabajo degradado y diversas formas de presión de los directivos.

Además, no hay que olvidar que el gobierno francés ha endurecido las condiciones de acceso al seguro de desempleo en respuesta a estos cambios en el empleo, lo que supone admitir que estos empleos "de calidad" parecen indeseables para muchos.

En estas condiciones, es fácil comprender por qué este "milagro del empleo" es tan difícil de contentar. El coste social es demasiado elevado: no sólo se traduce en salarios bajos que pierden rápidamente su valor, sino también en subidas masivas de los precios de los productos de primera necesidad. Por último, su carácter altamente subvencionado presiona sobre el gasto social y allana el camino a una forma de austeridad.

En este contexto, es fácil comprender la "lógica" de la reforma de las pensiones: se trata de hacer pagar a los asalariados el coste de las subvenciones al sector privado y de ejercer una presión suplementaria sobre los salarios manteniendo en el trabajo a las personas menos productivas.

 

Pleno empleo represivo

 

Estas explicaciones permiten comprender cómo el sistema productivo está haciendo frente a la caída de la productividad, pero dejan sin respuesta la cuestión de las causas. ¿Por qué las empresas crean tantos puestos de trabajo cuando ello no se justifica ni por el volumen de producción ni por el de la demanda (la demanda interna cayó 0,4 puntos del PIB en Francia en el primer trimestre)?

También en este caso, los economistas tienen pocas respuestas. Oxford Economics (sin relación con la universidad del mismo nombre) sugiere la posibilidad de una "acumulación" de mano de obra, que sería comparable a la acumulación de productos para hacer frente a una afluencia imprevista de la demanda. Esta opción podría explicarse por una especie de escasez crónica de mano de obra cualificada, o incluso de mano de obra en general, por razones demográficas. Las empresas, utilizando los medios que acabamos de describir, podrían entonces formar a futuros empleados o a futuros demandantes de empleo cualificados para responder a las necesidades futuras.

Esta hipótesis no es descabellada. Respondería a las tensiones observadas en ciertos sectores tras la crisis sanitaria. Temiendo que esta situación persista, las empresas contratarían por encima de sus necesidades para asegurarse una reserva de la que poder abastecerse en el futuro. En este caso, el fenómeno sería transitorio: al cabo de un tiempo, la pérdida de productividad debería recuperarse. El desempleo volvería a aumentar. Por otra parte, los salarios se mantendrían contenidos gracias a la existencia de un "ejército de reserva" con una sólida experiencia.

Puede ser una idea atractiva. Pero hay que señalar que, en este caso, no es seguro que el retorno a la productividad sea más favorable para los trabajadores. Sobre todo, no hay ninguna garantía de que fuera justo. La hipótesis presupone una especie de planificación a largo plazo por parte de las empresas, en un momento en que el sistema productivo está lleno de empresas zombis, con escasa o nula rentabilidad y dependientes del endeudamiento, de la subcontratación de algunos mandantes y de las ayudas públicas.

Además, esto presupone también la posibilidad de una visión a largo plazo que permita anticipar el nivel futuro de la demanda. Ahora no es el momento para tales certezas. La subida de los tipos de interés, la depresión de la confianza de los consumidores y las tensiones geopolíticas son espadas de Damocles que penden sobre el futuro. Y si este tipo de cálculo falla, las empresas tendrán que restablecer rápidamente su rentabilidad mediante despidos masivos si la economía vuelve a debilitarse. En resumen, se trata de una apuesta audaz y, desde el punto de vista de los trabajadores, esta hipótesis de "constitución de reservas" es poco alentadora.

Existe otra posibilidad. A menudo se considera que la caída de la productividad es consecuencia de un aumento de la contratación. Pero también es posible que las actividades en las que ahora debe desplegarse el capitalismo contemporáneo sean actividades de muy baja productividad. Sería la consecuencia de la madurez de un sistema productivo cada vez más dependiente de ciertos sectores improductivos (término que no es moral ni equivalente al de inútil). En otras palabras, para producir un poco más, la economía moderna necesitaría muchos más puestos de trabajo.

Esto se explica por el desarrollo de los empleos de supervisión, gestión, mantenimiento y limpieza, así como de los empleos destinados a favorecer el flujo de la producción, como el marketing, la publicidad y la consultoría.

Una gran parte de estos empleos se encuentran en un sector como el de los "servicios a las empresas", que solo en Francia ha creado 294.000 empleos desde finales de 2019, es decir, casi una cuarta parte de todos los empleos creados en el sector privado (con una pérdida de productividad del 3%). Pero esto también es cierto en otros sectores que proporcionan empleo, como el comercio, la información y la comunicación, e incluso la industria, donde no todos los puestos de trabajo creados están directamente en la producción, ni mucho menos.

Si esta hipótesis es correcta, la situación actual, a pesar de algunos ajustes en determinados sectores muy subvencionados o sometidos a efectos de renta insostenibles debido a la caída de la demanda, se mantendrá durante algún tiempo. Esto sería lógico, dado que la tendencia en el último medio siglo ha sido que las ganancias de productividad disminuyan constantemente.

Pero en ese caso, la presión sobre el mundo del trabajo sería terrible. Obligada a producir con baja productividad, la economía se vería obligada, para garantizar la acumulación de capital, a comprimir al máximo los costes laborales y a jugar permanentemente con las rentas y las ayudas públicas. Esto alteraría profundamente el capitalismo y pondría en peligro tanto la protección de los asalariados como las instituciones sociales.

En consecuencia, y esto ya es evidente en Francia, el pleno empleo no sería sinónimo de mayor poder para los trabajadores, sino de mayor represión del mundo del trabajo. El objetivo del empleo ya se está utilizando para impulsar graves ataques contra los derechos de los trabajadores. El gobierno francés lo ha convertido en su leitmotiv en este segundo quinquenio Macron.

Lo vemos en un país como Alemania, donde el "pleno empleo" es una realidad y se ha permitido que los salarios reales caigan más de un 4% en 2022. Esto está muy lejos del "pleno empleo" de la década de 1970, cuando los salarios reales aumentaron más de un 5%. El pleno empleo se convierte entonces en represivo.

La cuestión se convierte entonces en política. Hay que abandonar el objetivo del pleno empleo estadístico, que se ha convertido en un fetiche contraproducente, y embarcarse en una crítica en profundidad del modelo de producción capaz de conducir a tales contradicciones. Probablemente sea aún demasiado pronto para confirmar esta hipótesis, pero la estrategia económica del campo de la emancipación parece necesitar ya una profunda revisión.
 

 

Periodista, es analista político de Mediapart, Francia.
Fuente:
https://www.mediapart.fr/journal/economie-et-social/090623/le-cout-eleve-de-la-hausse-de-l-emploi
Traducción:
Antoni Soy Casals

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