Harold Meyerson
Robert Kuttner
Moira Donegan
Arwa Mahdawi
Osita Nwanevu
30/06/2024
Los demócratas deben deshacerse de Biden. Veamos cómo lograrlo
Harold Meyerson
De un modo particular para mí, el primer debate Trump-Biden tuvo un resultado claramente positivo: me permitió tener noticias de muchos viejos amigos, incluidas algunas antiguas novias de las que hacía años que no sabía nada. A los 15 minutos de comenzar el debate, empecé a recibir mensajes de texto de ellos. El primero decía: "Ahora estoy de acuerdo contigo: Biden se tiene que marchar. Esto hace mucho, mucho daño".
El segundo, cinco minutos después, rezaba: "Tiene que dejar el cargo. Inmediatamente".
El tercero -de una novia de hace 25 años- decía: "Cometí el error de pensar que si lo decía Fox News, tenía que ser un error. Así que no estaba preparada para ver a Biden así. Tuve que apagar la tele".
Hubo muchas más, pero ya se hacen una idea. Donald Trump protagonizó un debate absurdo, sin responder en ningún momento a las preguntas que se le formularon sobre la crisis climática, la atención a la infancia y otras trivialidades por el estilo, y saliendo con disparates como del día a la noche, como que los historiadores califiquen su presidencia como la más exitosa de la historia de Estados Unidos. Y, sin embargo, salió vencedor indiscutible, porque Biden era sencillamente demasiado viejo y enfermizo para rebatir hasta las invenciones más flagrantes de Trump o para defender de forma persuasiva su historial y sus posiciones manifiestamente superiores.
La razón por la que la primera persona escribió: "Estoy de acuerdo contigo: Biden se tiene que ir", es porque durante meses he sostenido que, aunque pensaba que su presidencia real era en gran medida estelar, Biden ya no poseía las habilidades de campaña necesarias para ganar las elecciones. Las recientes encuestas que muestran a senadores y representantes demócratas en elecciones reñidas en las que superan a Biden entre 5 y 15 puntos reforzaban mi argumento: la opinión pública no se ha vuelto contra los demócratas, sino contra Biden. Escribo esto antes de que se hayan hecho las encuestas más raudas después del debate, pero estoy seguro de que mostrarán que los niveles de apoyo ya bajos de Biden están cayendo en cascada.
En mi opinión, no hay modo plausible alguno de que Biden pueda derrotar a Trump. Pero hay formas plausibles de derrotar a Trump con un candidato presidencial distinto.
Perder la Casa Blanca ante Donald Trump no es como perderla ante Mitt Romney, John McCain o George W. Bush. Significa perder una parte crucial de la democracia norteamericana. El partido debe designar a alguien más para presidente, o de lo contrario no tiene razón de ser.
Entonces, ¿qué deben hacer los demócratas?
Sí, lo sé, las primarias, tal y como fueron, han terminado. Hay normas del partido, que pueden suspenderse, y algunas leyes en los estados, que no son tan fáciles de descartar, que exigen que los delegados de la convención nacional del partido voten por Biden. Si, después de emitir esos votos, los delegados aprueban una resolución pidiendo a Biden que se niegue a aceptar la designación, y él hace caso de sus deseos, entonces el problema de procedimiento, al menos, se habrá eliminado. Si Biden está decidido a seguir en la carrera, espero que se desate el infierno. Si la Convención Demócrata de Chicago de 1968 se caracterizó por los disturbios (principalmente por parte de la policía) fuera del recinto, la Convención Demócrata de Chicago de 2024 se caracterizará por los disturbios dentro del recinto.
Mi sugerencia es que los demócratas tengan en cuenta las lecciones impartidas por los principales republicanos en 1974, cuando convencieron al entonces presidente Nixon de que dimitiera porque no había prácticamente nadie en el partido que se opusiera a impugnarle y condenarle después de que se hubiera hecho público el lote de cintas magnetofónicas del Watergate más claramente incriminatorio. El senador Hugh Scott (líder republicano en el Senado), el representante John Rhodes (líder de los republicanos en la Cámara de Representantes) y el senador Barry Goldwater (líder del ala conservadora del partido, que era la que hasta entonces había apoyado a Nixon) se reunieron en la Casa Blanca para convencer a Nixon de que había perdido todo su apoyo y que era hora de que dimitiera. Nixon no tardó en hacerlo.
Ahora les toca a los demócratas. El líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer, el líder de la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries (o mejor aún, la presidenta emérita, Nancy Pelosi), los ex presidentes Obama y Clinton, todos deben converger en la Casa Blanca para decirle a Biden que su tiempo también ha terminado, a menos que quiera pasar a la historia no como un presidente que promulgó una legislación histórica con la más exigua de las mayorías del Congreso, sino como el hombre que entregó los Estados Unidos a su primer presidente genuinamente autocrático (por no decir vengativo y trastornado). Probablemente en esta tarea necesiten la ayuda de las calladas exhortaciones de la doctora Jill Biden; debemos esperar que comprenda que la reputación de su marido depende de que abandone su candidatura.
¿Y después? Mi esperanza es que el partido abra una nueva carrera, que decidan los delegados en su próxima convención, en lugar de limitarse a otorgarle la nominación a la vicepresidenta Harris. Después de todo, si el argumento para que Biden abandone su candidatura es que no puede ganar, el mismo argumento puede esgrimirse contra Harris. Lo que tendría más sentido sería que se lanzaran al ruedo una serie de gobernadores. Creo que Gavin Newsom tendría dificultades para conectar con los votantes de clase trabajadora; creo que Gretchen Whitmer, de Michigan, Andy Beshear, de Kentucky, o Josh Shapiro, de Pensilvania, tendrían mejores perspectivas de ganar.
Pero este escenario también plantea un problema. Dejar de lado a Harris -la primera mujer negra en ocupar la vicepresidencia- sería un golpe para un segmento clave de la base del partido: los negros, y las mujeres negras en particular. Pero todo el razonamiento para sustituir a Biden es que no tiene ninguna posibilidad real de mantener a Trump fuera de la Casa Blanca, y a menos que Harris pueda demostrar de alguna manera que está a la altura de esa tarea, se aplica el mismo razonamiento. Una competición entre los posibles substitutos por el apoyo de los delegados del partido le ofrece esa oportunidad, y es la única manera de conciliar el negarle el derecho a priori a reclamar la nominación con la necesidad de negar a Trump el poder estatal.
Por ahora, sin embargo, el mensaje de los líderes del Partido Demócrata (y no de los demócratas que están considerando convertirse en substitutos de última hora) tiene que ser: Biden debe dimitir. Si no es en eso en lo que están trabajando incluso ahora, no tienen nada que hacer como líderes del partido.
Un resquicio de esperanza sin lustre
Robert Kuttner
"Podemos conseguir que toda persona que esté sola...pueda ser elegida para lo que yo he podido hacer con el, eh, con...con el COVID, o perdón, con, tratar con, todo lo que tenemos que hacer con, eh... Mire... Si ...Al final hemos vencido a Medicare". Joe Biden
Hubo dos cosas buenas en la debacle del debate de anoche. Lo primero es que ha ocurrido pronto. Lo segundo es que no estuvo reñido; el derrumbe de Biden fue total.
Si esto hubiera ocurrido en septiembre, el mes habitual del primer debate, o si Biden hubiera sido un poco menos patético y hubiera asestado algunos golpes, habríamos estado de verdad jodidos. Todavía hay tiempo hoy para que Biden se haga a un lado, y pocas dudas caben de que debe hacerlo.
Aunque ningún cargo electo importante de los demócratas se ha dirigido todavía a Biden para decirle que tiene que dimitir, eso es seguramente lo que va a suceder. En los próximos días, los demócratas más veteranos del país se reunirán y no podrán llegar más que a una conclusión.
Aparte de la amenaza existencial de que Trump se convierta en el próximo presidente y acabe con la democracia norteamericana, está el puro interés propio. Está en juego el futuro de todos los demócratas que se presentan a la reelección.
Con Biden a la cabeza, es probable que los demócratas pierdan la Cámara de Representantes, el Senado, las asambleas legislativas de los estados y los puestos de gobernador, y así todas las elecciones hasta lllegar a los consejos escolares, así como la presidencia. A Chuck Schumer le preocupa más perder su puesto de líder de la mayoría que la incomodidad de tener que decirle a su presidente que tiene que irse. Y citando a Shakespeare: "Si se hiciera cuando ha de hacerse, bien estaría entonces que se hiciera rápido".
Abundan las ironías. Este debate anticipado fue idea del bando de Biden. El hecho de que pensaran que Biden saldría triunfante es una prueba de la ignorancia del círculo íntimo de Biden acerca de la debilidad del presidente como candidato. Se regodearon en que había ganado en las condiciones estipuladas -sin público, sin cruce de declaraciones ante el micrófono- y aun así vapulearon a su hombre.
Biden debería haber ganado de forma aplastante: por los temas, por las mentiras de Trump y por su propia coherencia en comparación con la de Trump. Las medidas políticas de Biden han sido excelentes y coherentes. Las medidas políticas de Trump, como presidente y como futuro presidente, son una mezcla contradictoria de desastres.
Pero desde el momento en que entró en el plató, era evidente que Biden no estaba a la altura. Una segunda ironía: Trump, a quien muchos consideran demente, se mostró más fuerte, más coherente y mucho más capaz de componer una frase. Biden, que probablemente esté más sano mentalmente que Trump, parecía más incapacitado, con la mirada perdida y esforzándose por completar una idea.
La mayoría de las cosas que se inventó Trump quedaron sin réplica. En algunos momentos, Trump se pasó de la raya, pero consiguió contener sus desvaríos. En cambio, convirtió su tendencia a divagar en una baza para el debate. Conté ocho ocasiones en las que un moderador le planteó a Trump una pregunta difícil -sobre a quién deportaría o qué haría con la atención a la infancia- y en todas ellas Trump devolvió hábilmente el tema a Biden. Cuando Trump declaró repetidamente que no respetaban a Biden otros líderes mundiales, el frágil anciano de la pantalla partida le otorgaba credibilidad a esa absurda afirmación.
Aunque algunos subordinados de Biden han intentado darle la vuelta al resultado diciendo que Biden ganó en los temas, o que Biden tuvo un mal comienzo, pero se hizo más fuerte a medida que avanzaba el debate, lo cierto es que Biden se mostró menos elocuente a lo largo de los 90 minutos y hasta falló en los aciertos fáciles, como la cuestión de los derechos reproductivos. Sus intentos por competir en éxitos políticos fueron listas de para la lavandería llenas de detalles oscuros que le hicieron perder público.
Si Biden siguiera, no habría forma de recuperarse. Los demócratas pueden lanzar un anuncio de televisión tras otro, o maximizar sus esfuerzos para conseguir el voto, pero el problema no es el mensaje, sino el mensajero. La imagen que los espectadores sacaron anoche es imborrable. Sintieron lástima por él, pero con lástima no se ganan elecciones.
Hasta ahora, la sabiduría convencional dictaba que sólo una persona podría persuadir a Biden para que se hiciera a un lado, su esposa Jill. Pero el debate de anoche cambia esa suposición.
En los próximos días, la cámara de eco de los medios de comunicación, que tiene por una vez razón, seguirá ahondando en la profundidad de la derrota de Biden y la historia de pánico absoluto entre los funcionarios, estrategas y donantes demócratas. Eso no hará más que seguir reforzándose.
Llevo meses escribiendo que el deber de Biden era ser recordado como el mejor presidente de un solo mandato de la historia y hacerse a un lado en favor de un candidato más joven y vigoroso. Podría haberlo hecho de una forma que le hiciera parecer elegante y con clase. Ahora su marcha será más desordenada y menos digna, forzada por un partido en pánico.
También está el incómodo asunto de la vicepresidenta Kamala Harris, la única demócrata que sería aún más débil que Biden como candidata. La forma de suavizarlo es abrir la convención demócrata. Se puede resolver cualquier resentimiento por el hecho de que se esté pasando por alto a una mujer negra como siguiente candidata a la presidencia creando una candidatura compuesta por una mujer y un afroamericano más fuertes.
Mi candidatura preferida es Whitmer-Warnock. Mi colega Harold Meyerson explica cómo podemos lograr una candidatura más fuerte. El reto es difícil, pero no insuperable.
Trump parecía potente anoche, pero podría haberle superado un candidato demócrata más competente, y todavía puede. Con un candidato demócrata más joven y vigoroso, Trump se convierte en el viejo de ayer, el bagaje de Biden deja de ser relevante y las responsabilidades de Trump se convierten en el problema.
En homenaje al gran actor Donald Sutherland, fallecido la semana pasada, mi mujer y yo hemos estado viendo nuestro propio festival de películas de Sutherland. Una de las mejores es Eye of the Needle (El ojo de la aguja), en la que Sutherland interpreta a un nazi patriota que se infiltra profundamente en Gran Bretaña como falso inglés durante la II Guerra Mundial, y cuyo trabajo consiste en enviar información de alto secreto a Berlín. Por el camino, tiene que asesinar despiadadamente a varios inocentes que se cruzan en su camino.
La película es también un estudio de caracteres, y la cuestión estriba en si Sutherland es un sociópata o simplemente un nazi patriota. La respuesta es que es ambas cosas. Una de las cosas aterradoras del fascismo es que coloca a sociópatas en el poder, en todos los planos de gobierno. Hitler asesinó a millones de judíos como ideólogo racial y como sociópata. Invitó a sociópatas histéricamente leales a dirigir su gobierno y cumplir sus órdenes.
De Trump a los acólitos del MAGA (Make America Great Again) en el Congreso y los funcionarios estatales de MAGA, los sociópatas son expertos en proferir Grandes Mentiras, creerse esas mentiras y hacer que esas mentiras suenen convincentes. Aunque Biden es un narrador de la verdad, es un narrador muy deficiente. Tiene que hacerse a un lado para que nos salvemos de vernos dirigidos por un gobierno de sociópatas.
Un desastroso estreno para Biden
Moira Donegan
Probablemente, lo que espera la campaña de Biden es que no hayan visto ustedes el primer debate presidencial. A lo largo de los 90 minutos que duró el debate en Atlanta, el presidente no se mostró coherente más que en ocasiones, haciendo declaraciones ininteligibles, desviándose a menudo del tema y agotando el tiempo asignado a mitad de una frase, de modo que su mensaje no quedaba claro o resultaba incomprensible para los espectadores.
Fue una actuación inaugural desastrosa para un presidente cuya mayor vulnerabilidad electoral es su edad y las impresiones existentes sobre su idoneidad para las exigencias de su cargo. La actuación de Biden en el primer debate presidencial ha vuelto a situar el tema menos favorito de su campaña -la resistencia y agudeza del presidente- en el centro de la contienda electoral.
En uno de sus momentos más enérgicos y claros, Biden respondió a una pregunta sobre su edad señalando que Donald Trump es sólo tres años más joven que él, "y mucho menos competente". Puede que eso sea cierto, pero Trump -ese delincuente convicto, declarado responsable de agresión sexual, se ha visto sometido a juicio político dos veces e intentó anular las últimas elecciones cuando las perdió- se mostró contundente, alerta y acertado en su mensaje, hasta cuando mintió repetidas veces.
En cambio, cuando las cámaras se dirigían a Biden, a menudo se quedaba boquiabierto, con los ojos desenfocados, como mirando fijamente a la distancia con una expresión de horror. El contraste era evidente. Muchos de los votantes de tendencia liberal que lo veían sin duda se desesperaron ante la actuación de Biden, que temían que consolidara permanentemente la opinión popular de que es demasiado viejo para el cargo.
Bien puede ser. Biden titubeó hasta en las respuestas a preguntas que deberían haber sido fáciles. A menudo no lograba recordar las palabras, con frecuencia parecía perder el hilo de sus pensamientos y su voz se apagaba en silencio. Cuando se le preguntó por el derecho al aborto -el tema que, según las encuestas, más le favorece frente a Trump y su mejor oportunidad de ganar en noviembre-, Biden describió su régimen preferido de derecho al aborto como aquel en el que "vas a ver a un médico y él decide si necesitas ayuda o no", una escena que relega a las mujeres a suplicantes que mendigan alivio de las autoridades masculinas, en lugar de ciudadanas dotadas del derecho a controlar sus cuerpos y sus vidas por derecho propio.
Posteriormente, cuando Trump calificó a Biden de delincuente, Biden defendió sus propias acciones, en lugar de limitarse a señalar que es Donald Trump quien es un delincuente convicto y hacer hincapié en el sencillo y persuasivo argumento central para su propia reelección: que Trump es un delincuente mendaz que prohibirá el aborto y destruirá el sistema democrático de gobierno en pos de sus propios intereses.
En lugar de eso, Biden intentó hacer lo que los moderadores de la CNN, para su vergüenza, habían decidido no hacer: comprobar la veracidad de las mentiras de Trump. Esto significó tanto que el presidente se desvió repetidamente a la hora de hablar de su propia agenda como que se le vio debatiéndose únicamente en el terreno de Trump. Y no está equipado para luchar bien. En las redes sociales, algunos expertos han vuelto a pedirle que abandone la carrera para que pueda substituirle un candidato más joven y capaz.
Hay verdaderos motivos de alarma, porque entre el pánico demócrata por la actuación de Biden, Trump dejó claro a todo el mundo lo que está en juego en su reelección. En respuesta a preguntas sobre la política abortista, Trump volvió a atribuirse el mérito de la derogación del caso Roe contra Wade y afirmó, falsamente, que las mujeres de los estados controlados por los demócratas pueden asesinar impunemente a sus hijos. Sus subordinados y aliados han presentado múltiples propuestas para promulgar una prohibición del aborto en todo el país a su regreso a la presidencia.
De hecho, cuando se le hicieron preguntas sobre el aborto, el 6 de enero, el cambio climático, la seguridad social, la inflación y la justicia racial, Trump se negó repetidamente a responder, en lugar de despotricar de forma siniestra e histérica sobre los inmigrantes. Repitió su mentira de que las elecciones de 2020 fueron un robo. Se le preguntó tres veces si aceptaría los resultados de las elecciones de 2024, y tres veces se negó a responder con un simple "sí", lo que sugiere que los norteamericanos pueden esperar más mentiras, más intentos de subvertir los resultados electorales y posiblemente más violencia política en noviembre.
Si Trump gana estas elecciones, las consecuencias para nuestro país -para nuestras libertades civiles, para nuestra economía, para nuestro modo democrático de gobierno, para nuestra posición internacional, para nuestra aspiración a ser una nación de ciudadanos libres e iguales- serán nefastas. Es vital para el proyecto norteamericano que le derroten los demócratas. El jueves por la noche, Biden no parecía alguien que pudiera conseguirlo.
No fue un debate, sino una farsa
Arwa Mahdawi
Mis expectativas para este debate no sólo eran bajas, sino que estaban al nivel de la mazmorra más profunda del infierno. Aún no estaba preparada para la conmoción que iba a resultar. Trump mintió descaradamente, Biden divagó de forma incoherente y los moderadores se limitaron a decir "gracias" muchas veces y seguir adelante. No fue tanto un "debate" como una farsa.
Si el equipo de Biden pensaba que este debate disiparía las preocupaciones sobre la edad y la competencia del presidente, sus planes fracasaron estrepitosamente. Durante la primera mitad del debate, Biden parecía aturdido y apenas podía articular palabra. Mejoró notablemente hacia el final; aun así, no era un hombre que infundiera confianza. Trump hizo aspavientos, mintió y lanzó insinuaciones racistas durante toda la noche, pero si nos atenemos sólo a la óptica, el delincuente convicto llevaba las de ganar.
Para los que estamos angustiados por Gaza, esta noche ha sido un desgarrador recordatorio de que a ninguno de los candidatos le importa un bledo las vidas de los palestinos. Trump utilizó el término "palestino" a modo de insulto y Biden, por su parte, reiteró su apoyo a Israel sin que importe a cuántos niños palestinos se asesine. Ninguno de los candidatos respondió a la pregunta de si apoyan un Estado palestino y los moderadores no les presionaron al respecto.
Las respuestas a las preguntas sobre el aborto también fueron sombrías. Trump avanzó información errónea e incendiaria sobre el aborto tardío y Biden no pareció interesado en hablar del aborto en detalle; ni siquiera lo mencionó en sus declaraciones finales. Parecía mucho más interesado en hablar de golf. De hecho, la única parte de la noche en la que ambos hombres parecieron animarse de verdad fue cuando se enzarzaron en una pelea sobre sus hándicaps de golf.
"La democracia está en juego. Biden ni lo planteó"
Osita Nwanevu
Media hora después del peor debate presidencial de todos los tiempos, Jake Tapper formuló por fin una pregunta a los candidatos sobre "la cuestión de la democracia". Como presidente, afirmó Tapper, Trump había hecho un juramento a la Constitución que muchos votantes creen que violó al instigar los disturbios del 6 de enero. ¿Qué les diría a esos votantes?
"Bueno, no creo que sean muchos los que piensen eso", le espetó Trump. "Y déjenme que les hable del 6 de enero. El 6 de enero teníamos una gran frontera. No entraba nadie. Muy pocos. El 6 de enero, éramos energéticamente independientes. El 6 de enero teníamos los impuestos más bajos de la historia. Teníamos las regulaciones más laxas de la historia... Éramos respetados en todo el mundo". Le volvieron a preguntar y, en lugar de contestar, balbuceó acerca de la hija de Nancy Pelosi.
Esta era la oportunidad de oro de Biden. Pues, por muy obstinadamente pesimistas que sean los norteamericanos sobre la economía o la edad de Biden, los esfuerzos de Trump por anular las elecciones de 2020 ilustran que está en juego la democracia misma. Es un mensaje sencillo, claro y potente. Biden no supo transmitirlo con eficacia. "Habló de que estas personas son grandes patriotas de los Estados Unidos", carraspeó Biden. "De hecho, dice que ahora les perdonará por lo que han hecho. Les perdinará... y han sido condenados. Dice que quiere conmutarles sus sentencias... y decir que... que no, que fue a todos los tribunales de la nación, no sé cuántos casos, decenas de casos, incluido el Tribunal Supremo. Y dijeron, dijeron: 'No, no, este tipo, este tipo es responsable de hacer lo que se hizo' ".
Por lo general, el fondo de las cuestiones que se debaten en los debates presidenciales importa mucho menos que unos pocos titulares y comentarios ingeniosos que puedan transmitirse bien. Eso será especialmente cierto en el caso de esta debacle, un torneo entre un mentiroso empedernido y un hombre que no ha sido capaz de dar más que respuestas confusas hasta en aquello que su campaña quiere hacer creer a los periodistas que es su mejor tema.
Por desgracia, es dudoso que las capacidades de Biden mejoren de aquí a noviembre. Aunque a veces domina los datos y las cifras, Biden ha perdido su capacidad de comunicar con eficacia, algo que nadie quiere de un candidato político o, para el caso, de un presidente.