EE.UU.: El acuerdo sobre el techo de la deuda. Dossier

Harold Meyerson

Robert Kuttner

04/06/2023

Por qué los demócratas rescataron el acuerdo

Harold Meyerson

A favor del acuerdo Biden-McCarthy votaron más demócratas que republicanos. Y he aquí por qué: 

En la Cámara de Representantes los republicanos tienen nueve escaños más que los demócratas, pero anoche hubo a favor del acuerdo sobre el techo de la deuda 16 votos más de los demócratas que de los republicanos. El 78% de los demócratas de la Cámara votó a favor, mientras que lo hizo sólo el 68% de los republicanos. 

De las muchas formas de contemplar esta disparidad, empecemos por ésta: el acuerdo tuvo mucho menos éxito de lo que temían los demócratas, mientras que, por consiguiente, tuvo mucho menos éxito de lo que esperaban los republicanos. 

Quizá el contraste más esclarecedor históricamente sea, no obstante, el que existe entre la situación de los demócratas durante el último acuerdo sobre el techo de deuda, en 2011, y la situación actual. El acuerdo de 2011 fue un desastre económico del que los demócratas fueron cómplices junto a los republicanos. A pesar de que el desempleo apenas había descendido desde su apogeo de dos dígitos en 2009, la administración Obama se había comprometido a reducir la deuda y llegó a un acuerdo con los republicanos para recortar cerca de un billón de dólares en los diez años siguientes. El acuerdo garantizaba que la recuperación del derrumbe financiero de 2008 se produjera a cuentagotas, condenando a los “millennials”, sobre todo, a atravesar la década con mucho menos poder adquisitivo y menos opciones vitales que sus mayores cuando eran jóvenes.

Y, sin embargo, fue la reacción política de los jóvenes lo que impulsó a los demócratas a escapar de la camisa de fuerza de la ortodoxia fiscal. Proporcionó un foro para que Bernie Sanders y Elizabeth Warren reclamaran nuevas versiones de la economía del New Deal, un llamamiento al que Biden y la mayoría de los demócratas del Congreso respondieron respaldando Build Back Better, el proyecto de ley neorooseveltiano, y, cuando no pudieron aprobarlo, aprobaron al menos inversiones públicas masivas en la producción de energía verde y la construcción de infraestructuras.

Por eso el enfoque de Biden tespecto a las demandas de los republicanos no se parecía en nada al de Obama. En lugar de una década de recortes, el acuerdo actual es sólo para dos años, con una cantidad de dinero mucho menor. Esto crea la posibilidad de que, si los demócratas se hacen con la Casa Blanca y el Senado en 2024 y recuperan la Cámara de Representantes, puedan (y seguramente lo harán) volver a la agenda de 2021, aún por aprobar, sobre la que también harán campaña el año que viene (con la señal añadida de una legislación nacional que relegalice el aborto).

Biden y los demócratas tendrán todavía que situar las concesiones hechas en el acuerdo de ayer en un contexto más amplio si quieren mantener la base progresista del partido. El Soborno del Oleoducto para Joe Manchin [senador demócrata derechista que obstaculiza por sistema los programas progresistas de su partido] puede justificarse ante quienes prestan atención a estas cosas como una clave para ayudar a los demócratas a mantener su mayoría en el Senado en las próximas elecciones, pero para la mayoría de los votantes que no son adictos a la política, eso caerá por su propio peso. Un argumento más eficaz es reconocer que se trataba de un acuerdo nocivo, pero si se compara con el historial general de Biden en relación con el clima -en particular, el nuevo gasto en energía verde- es una patata fétida, pero pequeña. 

Desgraciadamente, Biden tiene poca o ninguna capacidad retórica para poder articular las transformaciones que han sido sus logros, lo que hace que rendiciones y deficiencias como el acuerdo con Manchin destaquen aún más.

Tengo la sensación de que todos los demócratas que votaron anoche -tanto los que estaban en contra como los que estaban a favor- sintieron cierto alivio al ver que las concesiones eran mucho menores de lo que podrían haber sido y que se evitaba el impago. También tengo la sensación de que todos los republicanos que votaron anoche sintieron la frustración correspondiente por haber trabajado tan duro y haber hecho surgir un ratoncito así. Eso puede empezar a explicar por qué hubo anoche menos votos afirmativos republicanos que demócratas; las otras razones -distritos manipulados, medios de comunicación de derechas, pánico nacionalista cristiano de hombres blancos heterosexuales, [o lo que ustedes quieran aquí sugerir]- esperan una mayor elucidación.

The American Prospect, 1 de junio de 2023

 

A la guerra vamos (o no) con el presidente que tenemos

Harold Meyerson

La idiotez del techo de deuda nos dice mucho sobre los puntos fuertes y las limitaciones de Joe Biden.

Como el mundo, tal como decía T.S. Eliot, terminó con un gemido [en el poema The Hollow Men(Los hombres huecos)]. Lo cual es lo mejor que podían esperar los progresistas, dado el control republicano de la Cámara de Representantes y la limitada capacidad del presidente para transcender ese desafortunado estado de cosas con algunos mensajes contundentes.

No es este no es un presidente que transmita -que pueda transmitir- mensajes potentes.

Los puntos fuertes y débiles de Joe Biden son los de un senador trabajador. Sabe negociar. Sabe mantener abiertas las líneas de comunicación con sus colegas políticos. No puede utilizar la fuerza de la palabra para replantear un debate o elevarlo a un nivel superior en el que su posición se convierta en la solución obvia.

Si hubiera podido, habría salido en televisión para explicar al país por qué la mera existencia del techo de deuda era una afrenta tanto a la Constitución como al prestigio de la nación. Habría expuesto las razones por las que invitaba al Tribunal a pronunciarse al respecto.

Pero en sus 50 años de vida pública, Biden nunca ha pronunciado un discurso con el poder de alterar la comprensión del público sobre una cuestión importante. Esto no suponía realmente un problema cuando era senador o incluso vicepresidente. Sin embargo, es un factor que realmente limita sus poderes de facto como presidente.

Los discursos importan. Al elevar el propósito de la guerra [civil] que el Norte estaba librando, el Discurso de Gettysburg [de Lincoln] justificó las bajas sin precedentes que sus soldados estaban sufriendo ante una nación afligida y conmocionada. Lyndon Johnson nunca fue capaz de pronunciar un discurso semejante durante la guerra de Vietnam (justificar esa guerra estaba más allá de toda capacidad retórica), pero hasta LBJ, que era de todo menos un pico de oro, pronunció un gran discurso, que impulsó la promulgación de la Ley del Derecho al Voto.

Pero los discursos también pueden sobrevalorarse. La presidencia de Barack Obama recibió más elogios de los que probablemente merecía, en parte porque resultó un orador muy elocuente en favor de causas moralmente necesarias. Pero el acuerdo que Biden rescató de las negociaciones sobre el techo de la deuda fue tan superior al que Obama sacó cojeando de sus propias negociaciones en 2011 que deja claro que una presidencia es algo más que un discurso.

Una vez que los republicanos decidieron infligirnos la toma de rehenes del techo de deuda, era un hecho que Biden seguiría adelante con el regateo necesario. Replantear la cuestión desafiando su constitucionalidad o acuñando una moneda de platino de una millonada de dólares habría requerido el tipo de trabajo de venta redefinitorio que los ayudantes de Biden, y quizás el propio Biden, sabían que no podía llevar a cabo.

En lo que sí puede entrar (mucho mejor de lo que jamás podría Donald Trump) es en el arte del acuerdo. Las concesiones que hizo Biden no solo son mucho menos perjudiciales que las del acuerdo de 2011 -que garantizó que la recuperación de la crisis de 2008 duraría una década entera-, sino que podrían proporcionar algunas ventajas políticas en batallas aún por venir. Consideremos, por ejemplo, una de las disposiciones más atroces del acuerdo, que mi colega David Dayen ha denominado el Soborno del Oleoducto. Al garantizar que el se complete el oleoducto preferido de Joe Manchin, ahora mágicamente facultado para saltarse todas las revisiones judiciales y de agencias pendientes de un plumazo, Biden refuerza las perspectivas de reelección de Manchin el año que viene, algo que los demócratas necesitan si quieren conservar el control del Senado. También disminuye la posibilidad de que Manchin emprenda una candidatura presidencial independiente en la línea de "Sin etiquetas", lo que casi con toda seguridad aumentaría las posibilidades de los republicanos de ganar esas elecciones. Por otra parte, hace más difícil para el “Sin Etiquetas” fingir que se trata de un izquierdista peligroso al que hay que reemplazar. Y, por supuesto, evita el mayor obstáculo para su propia reelección, que era la implosión económica que habría seguido a un impago, por remota que fuera la posibilidad de un impago real.

Esto no quiere decir que los acuerdos de Biden no hayan tenido un coste. Desde mi punto de vista, su mayor coste fue la omisión de cualquier acuerdo de permisos que hubiera acelerado la construcción de líneas de transmisión eléctrica, sin las cuales podría pasar mucho tiempo antes de que la energía eólica y solar pueda iluminar ciudades y granjas lejanas. Esa tarea corresponde ahora a un Congreso mejor que el que hoy tenemos. 

No sabe hablar, pero sabe negociar. Para lo que son los presidentes, nos ha ido mejor, y nos ha ido mucho, MUCHO peor.

The American Prospect, 30 de mayo de 2023
 

Los demócratas centristas y el acuerdo de Biden sobre la deuda

Robert Kuttner

Las negociaciones de Biden sobre la deuda se encuentran ahora atrapadas entre dos estrategias contradictorias. Los demócratas corporativos se suman al problema. 

En el final de partida de las conversaciones sobre la deuda, una escuela estratégica de pensamiento sostiene que Biden tiene que parecer presidencial para evitar que los Estados Unidos caigan en un impago, llegando incluso al punto de sacrificar parte de su propio programa. La otra sostiene que el programa de Biden es un logro soberbio que hay que defender y sobre el que hay que construir; y que las diferencias de Biden con los republicanos, cuyos propios programas son extremos e impopulares, no deben difuminarse.

Biden intenta ahora tenerlo todo. Tal como ha informado mi colega David Dayen, se encuentra peligrosamente cerca de un acuerdo que sacrificaría el gasto nacional, dando al presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, el derecho a fanfarronear, y dividiendo al propio partido de Biden. Recientes filtraciones muestran un acuerdo que mantendría relativamente estable el gasto no relacionado con defensa durante los próximos dos años, aunque con la inflación eso supone un recorte real. El presupuesto militar aumentaría.

Aquí es donde entra en juego el insidioso papel de los demócratas centristas. Los tipos de la Tercera Vía que se remontan a Bill Clinton y Barack Obama son los culpables de hacer de la disciplina presupuestaria un santo grial que ahora rodea las negociaciones Biden-McCarthy. Muchos se jactan de los logros de Biden, al tiempo que aumentan su presión sobre él para que los eche por tierra.

Un caso interesante es el de Simon Rosenberg, que durante mucho tiempo fue una figura destacada del DLC [Democratic Leadership Council, organización fundada en 1985 por los Nuevos Demócratas centristas partidarios de la Tercera Vía] y que ahora es uno de los principales partidarios de los mismos programas de Biden que habrían horrorizado al DLC. Rosenberg trabajó en la Casa Blanca de Clinton y fundó la Red de Nuevos Demócratas [New Democrat Network] en 1996 con los senadores Joe Lieberman y John Breaux para recaudar fondos empresariales para los demócratas.

Pero con la marca de los Nuevos Demócratas fatalmente empañada, Rosenberg cerró recientemente la organización y se reubicó. Rosenberg, que durante mucho tiempo trabajó entre bastidores, se hizo famoso en 2022 por ser uno de los pocos expertos que desafiaron la sabiduría convencional y predijeron que las elecciones de mitad de mandato no serían tan aplastantes como se había pronosticado. Fue objeto de ataques en Politico, y cuando resultó que había tenido razón sobre 2022, los principales comentaristas trataron a Rosenberg de videntes.

(Como motivo de orgullo personal, debo añadir que yo también desafié las suposiciones convencionales sobre 2022, tanto en un libro, Going Big, como en varios artículos del Prospect que predecían una Cámara de Representantes paritaria y un Senado demócrata. Pero no fui lo bastante astuto como para que me atacaran en Politico).

Rosenberg aprovechó su nueva fama para presentarse como un optimista extremo sobre las posibilidades demócratas de ganar a lo grande en 2024. A principios de este año, creó en Substack un boletín titulado con el desafortunado juego de palabras "Hopium Chronicles" (¿lo pillan? [juego entre “hope” (“esperanza” y opium” (“opio”)] ¿Es que se coloca con su propio suministro? ¿Y esas muertes por desesperación?).

Rosenberg ha pedido una inversión masiva para organización, especialmente para la de los jóvenes, y ha ayudado a los activistas a recaudar dinero para ello (lo cual es muy positivo), y ha criticado la comunicación de los mnsajes de los demócratas. Pero el mensaje que propone sería desastroso.

Sostiene que los demócratas deberían presumir de lo bien que marcha la economía. Por desgracia, eso no es lo que experimenta la mayoría de la clase trabajadora ni la mayoría de los jóvenes.

Gallup, en una encuesta realizada a principios de 2023, descubrió que el 80% de los encuestados espera que la economía empeore este año. Una encuesta realizada en noviembre de 2022 por el encuestador Stan Greenberg para Democracy Corps reveló que los jóvenes de entre 18 y 29 años tienen una opinión negativa de la economía por un margen del 38%. Esto no es de extrañar, tal como señalé en una nota reciente, pues la mayoría de los jóvenes tiene grandes dificultades para tomar impulso en sus propias vidas.

El consultor político Mike Lux me comentó: "Nuestro mensaje ha de ser: sabemos que los tiempos siguen siendo difíciles y que las cosas siguen costando demasiado, pero hemos conseguido muchas cosas y estamos trabajando para resolver sus problemas: elijan a más demócratas y ayudaremos aún más a las familias trabajadoras".

En la medida en que abrazan el programa progresista de Biden los que eran antaño Nuevos Demócratas, es una buena señal de hacia dónde sopla el viento. Eso no significa que haya que seguir sus consejos, ni en disciplina presupuestaria ni en cuestión de mensajes.

Es fama que Michael Kinsley observó que los conservadores dan la bienvenida a los conversos, mientras que los liberales aborrecen a los herejes. Por supuesto, demos la bienvenida a los conversos tardíos a la causa progresista y desconfiemos de lo que nos venden. 

The American Prospect, 26 de mayo de 2023

veterano periodista de la revista The American Prospect, de la que fue director, ofició durante varios años de columnista del diario The Washington Post. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta comentaristas más influyentes de Norteamérica, Meyerson pertenece a los Democratic Socialists of America, de cuyo Comité Político Nacional fue vicepresidente.
cofundador y codirector de la revista The American Prospect, es profesor de la Heller School de la Universidad Brandeis. Columnista de The Huffington Post, The Boston Globe y la edición internacional del New York Times, su último libro es “Going Big: FDR's Legacy, Biden's New Deal, and the Struggle to Save Democracy” (New Press, 2022).
Fuente:
www.sinpermiso.info, 4-6-2023
Traducción:
Lucas Antón

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