Iran Morejón
13/05/2022El siguiente trabajo es un fragmento de una entrevista realizada por Alexander Hall Lujardo, prevista para su publicación próximamente en formato de libro, sobre la importancia del cooperativismo y la crisis socioeconómica en Cuba.
¿Cómo valora la profundización de las relaciones sociales de producción capitalistas ante una emergente privatización que ha provocado el surgimiento de una neoburguesía, con las respectivas consecuencias que tales dinámicas ocasionan en materia social?
La emergencia de un pensamiento favorable a las dinámicas de producción capitalistas en la Cuba de hoy es la evidencia más encarnada de que el modelo socioeconómico que apuesta por la preponderancia de la empresa estatal ha fracasado a largo plazo. El ciudadano de a pie que no posee el acceso al conocimiento sobre las cooperativas, las empresas propiedad de los empleados[1] y las empresas comunitarias, que son las tres formas empresariales verdaderamente basadas en la autogestión y el control obrero, sucumbe al facilismo del pensamiento binario: si la empresa estatal no funciona bien, hay que retornar al esquema de la empresa privada. Aunque la apuesta por el crecimiento del sector privado provocará un aumento de la desigualdad, es un mal necesario que la sociedad cubana deberá metabolizar para salir de la crisis económica, dado que la realidad acuciante exige la conformación de formas de emprendimiento más dinámicas y productivas que las empresas estatales.
El crecimiento del sector privado permitirá a un mismo tiempo descontaminar la imagen del sector cooperativo, que ha resultado muy dañado por la creación de falsas cooperativas que realmente operan como empresas privadas. Una economía precaria solo serviría como combustible incendiario para que se repita en el escenario caribeño lo que ya ocurrió en el antiguo Bloque del Este, y sabemos perfectamente que cuando la derecha conquiste el poder político hará todo lo que esté a su alcance para privatizar la mayor cantidad de empresas estatales, borrando cualquier mínima posibilidad de que la clase obrera se empodere.
Tenemos que repensar, como personas comprometidas con la lucha por legarles a las futuras generaciones un mundo mejor, qué entendemos como socialismo. Resulta importantísimo esclarecer gnoseológicamente esa categoría, porque no basta con asumir que el socialismo constituye una alternativa al capitalismo. El universo está repleto de alternativas y de variantes. ¿Acaso el esclavismo no significaría también una alternativa al capitalismo?
Recordemos que durante la primera mitad del siglo xix en los estados capitalistas existían fábricas y plantaciones cuya fuerza laboral estaba compuesta por esclavos y que esas organizaciones económicas interactuaban en el mercado con otras empresas privadas cuyos empleados eran hombres libres. Lo que define el carácter capitalista del capitalismo no reside como tal en que quienes trabajan en las empresas privadas sean ciudadanos libres o esclavizados, sino en la manera en que los trabajadores intervienen en la toma de decisiones que compromete la organización misma del proceso de creación de riqueza y la distribución de las ganancias.
El proceso de toma de decisiones es y seguirá siendo patrimonio exclusivo de quienes poseen los medios de producción, porque así lo estipula el ordenamiento jurídico en nuestra civilización. Cuando los medios de producción les pertenecen por ley a un dueño o al Estado, entonces los trabajadores tienen que resignarse a acatar las decisiones de otros y no puede hablarse de un verdadero empoderamiento de la clase obrera. No basta con nacionalizar las empresas privadas y ponerlas en manos del Estado, porque los estados nacionales resultan controlados indefectiblemente por grupos políticos cuyas estrategias muchas veces no coinciden con los intereses de los trabajadores. Ejemplo de ello es el caso de las demandas de los sindicatos cubanos por un aumento salarial. No tiene ningún sentido que los trabajadores tengan que solicitarles un permiso a los líderes políticos y ministros para distribuir las utilidades, cuando se supone que los verdaderos dueños de las empresas son quienes trabajan en ellas.
Los movimientos de izquierda han cometido el pecado original de suponer que la conformación de una economía basada en el predominio de las empresas estatales era el camino expedito para la consolidación de relaciones de producción anticapitalistas. El daño cultural que esa presunción ha provocado tiene dimensiones incalculables, porque necesitaremos muchos años para desterrar ese sesgo hegemónico que aún persiste en muchos intelectuales, líderes obreros y revolucionarios de izquierda. Luchar contra el capitalismo significa luchar por el empoderamiento de los trabajadores. Para que la clase obrera se libere de sus cadenas es necesario impulsar el cambio profundo y renovador.
¿Cuáles deben ser las prioridades y estrategias en función de lograr un crecimiento económico sustentable que tribute hacia la prosperidad colectiva de acuerdo a las propuestas emancipatorias del socialismo?
Para que Cuba sea socialista deberá defender a toda costa su soberanía, porque un debilitamiento de nuestra autonomía como país se traducirá inmediatamente en una penetración de figuras políticas vinculadas a los intereses estadounidenses y, por ende, permeadas por una ideología liberal de derecha. La mejor manera de fortalecer la soberanía nacional es combatir la pobreza. Cuando los ciudadanos se sienten identificados con un pacto social que les propone un camino lógico e indetenible hacia horizontes de mayor prosperidad, el nacionalismo se consolida como acero inoxidable.
Se puede crear prosperidad de diversos modos, pero lograr que esa prosperidad esté al alcance de todos equitativamente constituye el talón de Aquiles del modelo socioeconómico basado en el predominio de las empresas privadas. La esperanza de la humanidad para construir una economía anticapitalista y próspera consiste en incentivar la fundación y el desarrollo de las cooperativas en todas sus variantes, pero poniendo acento en la conformación a largo plazo de cooperativas de consumo de participantes múltiples que integren a trabajadores empoderados, a clientes que deciden sobre cuestiones de precio y calidad, a representantes de gobiernos locales y a proveedores de capital, porque esta forma empresarial permite la conjunción de los intereses de productores y consumidores a un mismo tiempo.
Resulta imprescindible que los estados abran espacio en el marco jurídico a todas las formas de asociación cooperativa. La divulgación de los Siete Principios del Cooperativismo y la educación de los ciudadanos desde edades tempranas en la comprensión y asimilación de los Valores Cooperativos serán la herramienta germinal para desatar la transición de la actual economía hacia un modelo socialista articulado en torno a relaciones de producción, distribución y consumo racionales y ambientalmente sostenibles. Los movimientos de izquierda deberán superar los sesgos del pasado y abrazar las nuevas estrategias de cambio para reeducar a la sociedad civil. La generación actual tiene la misión de insertar las mieles de la democracia verdadera en el entramado empresarial.
¿Qué importancia le otorga al fortalecimiento de las cooperativas ante el desgaste y la ineficiencia de la propiedad estatal en la economía del país?
El camino de Cuba hacia la articulación de una economía anticapitalista basada en el empoderamiento de la clase trabajadora resulta hasta cierto punto más sencillo que para otras naciones. El hecho de que las empresas estatales cubanas sean el espacio medular donde se crea la riqueza y que garantiza empleo a la mayor parte de la población laboral activa constituye una garantía temporal de que dichos recursos materiales y humanos pueden ser susceptibles de experimentar la transformación hacia el cooperativismo si los líderes políticos decidieran implicarse en el proceso.
El Estado cubano se declara abiertamente socialista y el marco jurídico reconoce constitucionalmente a la propiedad cooperativa como una categoría independiente bien diferenciada de las formas de propiedad estatal y privada. Todo lo anteriormente expuesto sienta las bases para que los divulgadores de las ideas del cooperativismo, investidos de un aura de legalidad y de prestigio, puedan insertarse plenamente en espacios académicos y comunitarios. Pero hay que evitar a toda costa que se imponga esa transición con estrategias coercitivas como ha ocurrido en muchas ocasiones, porque eso resulta contraproducente.
Tenemos que comunicarles de forma amena a los ciudadanos de a pie lo que significan los Siete Principios que rigen el funcionamiento de las cooperativas, los muchísimos ejemplos de grandes corporaciones cooperativas exitosas y los resultados de investigaciones de economistas prestigiosos como Johnston Birchall o la asesora del Banco Mundial Virginie Pérotin.
Debemos promocionar la ecuménica obra Parecon, de Michael Albert, y el imprescindible libro El gobierno de los bienes comunes, de la premio Nobel en Economía Elinor Ostrom. La sociedad civil merece conocer la anatomía de las cooperativas para revertir el peligrosísimo sesgo derechista que está contaminando el pensamiento político de una nación en la que aún las ideas de izquierda mantienen la vitalidad. El verdadero éxito del proyecto de una república democrática y soberana con una clase obrera liberada de cadenas dependerá en gran medida de que las actuales empresas estatales se conviertan en cooperativas porque así lo reclamen sus propios trabajadores voluntariamente.
¿Cuáles serían las nuevas estrategias democráticas que deberían acometerse en el país en función de lograr un modelo económico que genere bienestar colectivo con niveles responsables de participación social?
La derecha tiene muy bien definido su discurso ideológico: propiedad privada sobre los medios de producción y modelo republicano basado en el pluripartidismo para la elección de representantes. Las personas de derecha toleran las empresas estatales, las cooperativas, las empresas propiedad de los empleados, las comunitarias, los kibutz, las mutuales y demás, pero siempre defenderán la preeminencia de las empresas privadas. Mientras la izquierda no ponga en peligro la sacrosanta propiedad privada sobre los medios de producción, las organizaciones de derecha aceptan la convivencia con los movimientos políticos y sociales alternativos.
Sin embargo, la izquierda aún se encuentra muy dividida en cuanto a la determinación de las estrategias para lograr un desarrollo económico que permita a su vez el empoderamiento de la clase obrera. Los movimientos de izquierda aún no han decidido por consenso cuál es la estructura económica principal que deberá sustentar el modelo productivo socialista. El consenso que hubo en el pasado se llamaba empresa estatal, pero se derrumbó estrepitosamente cual fragmento de hormigón del Muro de Berlín. Ese debate ideológico debilita la imprescindible cohesión que debe existir entre los movimientos anticapitalistas, fortaleciendo notablemente a una derecha que sabe a la perfección que una economía estructurada en la omnipresencia de la empresa estatal es y será un completo fracaso. Si las cartas de triunfo de los liberales de derecha son la empresa privada y el pluripartidismo, la reacción de la izquierda tendrá que ser el cooperativismo en lo empresarial y una democracia directa como armazón del poder político.
Hay que activar los mecanismos de democracia directa, como el procedimiento de iniciativa legislativa para refrendar normas jurídicas, los presupuestos participativos para administrar los recursos y proyectos públicos, la elección y revocación de todos los cargos públicos mediante el sufragio universal directo, la autogestión de los gobiernos municipales y el uso de las nuevas tecnologías de la informática para la creación de espacios de diálogo y de reflexión social. La lucha de la nueva izquierda tiene que centrarse en democratizar al máximo el escenario empresarial y el ecosistema político. Me identifico plenamente con la vigencia del mensaje de Lenin cuando sentenció que «el régimen de los cooperativistas cultos es el socialismo».
[1] Las empresas propiedad de los empleados son sociedades anónimas cerradas cuyos estatutos regulan el reparto equitativo de las acciones de forma equitativa entre los propios trabajadores.