¿Alto el fuego en Ucrania? Dossier

Anatol Lieven

Mark Episkopos

16/03/2025

No, un alto el fuego no es un «mal acuerdo» para Rusia
Anatol Lieven

Hasta ahora, la administración Trump ha jugado con gran habilidad sus cartas en el proceso de paz de Ucrania. La presión sobre Kiev ha llevado al gobierno ucraniano a abandonar sus exigencias imposibles y a sumarse a los Estados Unidos en el llamamiento a un alto el fuego temporal incondicional.

Este llamamiento, junto con la reanudación de la ayuda norteamericana, militar y de inteligencia, a Ucrania, está ejerciendo hoy una gran presión sobre el gobierno ruso para que abandone sus propias exigencias imposibles y busque un compromiso genuino y rápido. Una señal de la intensidad de esta presión es la angustia que está causando entre los partidarios rusos de la línea dura, que le exigen a Putin que rechace firmemente la propuesta. Es de esperar que no les haga caso.

Esto no significa que Moscú vaya a aceptar o deba aceptar de inmediato un alto el fuego. No será el caso, pues el gobierno ruso siempre ha insistido en que ciertas cosas tienen que estar firmemente fijadas de antemano. No debería, porque a menos que se acuerden y/o excluyan aspectos clave, existiría un grave riesgo de que el alto el fuego fracasara y se reanudara la guerra. Estas cuestiones se discutirán ahora en la próxima ronda de conversaciones entre los Estados Unidos y Rusia, y debemos esperar que puedan acordarse con razonable rapidez.

Entre las cosas que Rusia tendrá que abandonar está la anterior exigencia de Putin de que, a cambio de un alto el fuego, se retire Ucrania de aquellas partes de las cuatro provincias que Rusia afirma haberse anexionado, pero que Ucrania aún mantiene en su poder. Eso no va a ocurrir, como tampoco Rusia se va a retirar del territorio que a día de hoy mantiene en su poder. La línea de alto el fuego llegará hasta allí donde se detenga la línea del frente. Sin embargo, parece probable que, antes de acordar un alto el fuego, Rusia haga todo lo posible por expulsar al ejército ucraniano de la porción de territorio ruso que mantiene en Kursk, y es muy posible que lo consiga en los próximos días.

Algo que debería acordarse -al menos en principio- antes de un alto el fuego temporal es el marco de un alto el fuego a largo plazo. De las últimas conversaciones entre los Estados Unidos y Ucrania no se desprende claramente si Kiev ha renunciado definitivamente a su esperanza de contar con una fuerza europea de mantenimiento de la paz. Debe hacerlo, porque los rusos lo consideran como un ingreso en la OTAN con otro nombre, y si los ucranianos y los europeos intentan reintroducirlo más adelante, Rusia reanudará la guerra.

Cualquier fuerza de mantenimiento de la paz debe proceder de países auténticamente neutrales, bajo la autoridad de las Naciones Unidas; y esto, a su vez, podría constituir el punto de partida de un nuevo mecanismo consultivo sobre la seguridad europea, algo que Rusia lleva buscando desde hace al menos quince años.

Las sugerencias occidentales en este sentido han sido inútiles e inaceptables para Moscú, porque han implicado a cuatro naciones occidentales, además de la OTAN y la UE «en consultas» con Rusia. Para Moscú, esto sería simplemente una nueva versión del fallido Consejo OTAN-Rusia, en el que se alinean los países occidentales a fin de presentar a Rusia dictados previamente acordados.

En cambio, una fuerza de mantenimiento de la paz de la ONU para Ucrania podría estar bajo la tutela de un comité de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania y cualquier miembro destacado del «Sur Global» (por ejemplo, India y/o Brasil) que aporte un número significativo de tropas de mantenimiento de la paz. Un grupo así también daría contenido a la aceptación occidental (vacua hasta ahora) de un «mundo multipolar» y al reconocimiento occidental de que otros países tienen intereses legítimos en la estabilidad europea, en la medida en que una guerra en Europa puede tener graves efectos sobre su propia seguridad alimentaria y energética.

Este mecanismo de la ONU podría, a su vez, ayudar a iniciar conversaciones sobre limitaciones mutuas de armamento. Evidentemente, Rusia tendrá que renunciar a su anterior exigencia de que Ucrania reduzca sus fuerzas armadas a niveles en los que no puedan servir de defensa a Ucrania, pero cabe esperar que presione con fuerza para que se limiten determinadas categorías de armas, como los misiles de largo alcance. Esto será mucho más fácil de aceptar para Ucrania, los Estados Unidos y la UE si forma parte de un proceso más amplio de negociaciones sobre limitación de armamento.

Un elemento prometedor podría ser la vuelta a la abolición mutua de los misiles intermedios en Europa.

Evidentemente, una cuestión tan complicada no puede negociarse antes de un alto el fuego, pero debería ser posible el anuncio del inicio de un nuevo proceso de control de armamentos.

Luego está la cuestión de los aproximadamente 300.000 millones de dólares en activos rusos congelados, en su mayoría en poder de Europa. Moscú exigirá sin duda una garantía de que se descongelarán. La UE, por su parte, está sometida a presiones para confiscar los activos y utilizarlos para financiar a Ucrania, algo que sería ilegal y un grave obstáculo para la paz. Sin embargo, lo ideal sería que, junto con la ayuda de la UE, formaran parte de un fondo de reconstrucción de Ucrania dependiente de la ONU, y que una parte importante del dinero ruso se destinara a reconstruir las zonas de Ucrania controladas por Rusia. Hay funcionarios rusos que han sugerido que podría acordarse esta solución.

Todas estas cuestiones son muy complejas. No obstante, con inteligencia y buena voluntad por ambas partes, debería ser posible realizar progresos reales en la próxima ronda de conversaciones y abrir camino a un alto el fuego en un futuro razonablemente próximo. Rusia tiene buenas razones para buscar un acuerdo, porque de lo contrario el futuro sólo le ofrece, por un lado, una guerra de desgaste para obtener ganancias inciertas y, por otro, el derrumbe de una nueva relación, muy prometedora, con Washington.

Ucrania tendrá también que comprometerse, y aquí, quienes se profesan en Occidente amigos de Ucrania tienen también su responsabilidad, que hasta ahora han incumplido por completo demasiados. El inicio del proceso de paz de Ucrania por parte de la administración Trump se ha recibido en gran parte de los Estados Unidos y Europa no con análisis y consejos sensatos, sino con una condena histérica y llena de odio, incluyendo vergonzosas acusaciones de of “traición”, de “traicionar a Ukraine”, y de un “Nuevo Acuerdo de Yalta”.

Como demuestran claramente las últimas noticias, nada de esto es cierto. Y si, tal como ha declarado Marco Rubio, la pelota está ahora firmemente en el tejado de Rusia en lo que se refiere a propuestas de paz y alto el fuego, también es cierto que Ucrania sigue teniendo la capacidad de hacer fracasar las conversaciones de paz introduciendo o reintroduciendo condiciones que Rusia rechazaría automáticamente. Sus «amigos» no deberían animarla a hacerlo.

Responsible Statecraft, 12 de marzo de 2025
 



Burlarse de un alto el fuego entre Rusia y Ucrania no es algo que vaya a durar
Mark Episkopos

La guerra de Ucrania, además de todas las demás formas en que puede describirse, ha resultado un ejercicio extrañamente aleccionador para los comentaristas militares y de política exterior.

Las proyecciones previas a la guerra sobre la rápida victoria de Rusia no se cumplieron y, quizás por un exceso de corrección voluntaria, se vieron rápidamente substituidas por fantasiosas historias sobre el derrumbe de Rusia el domingo (6 de marzo de 2022, no es que nadie lleve la cuenta) y por una fiesta de playa en Crimea programada para el verano de 2023, cuando los rusos se vieran expulsados de la península.

Las predicciones sobre el curso de la guerra se han vuelto más matizadas, y comprensiblemente con muchas más evasivas, pero los viejos hábitos no mueren. La noticia de un alto el fuego de 30 días, acordado por Ucrania y ofrecido a Rusia por Estados Unidos, se recibió con furiosas reacciones por todas las partes interesadas a ambos lados del Atlántico.

Gran número de aliados del Kremlin, a los que curiosamente se unieron algunos neoconservadores occidentales, proclamaron que Moscú rechazaría de plano la propuesta. Hay buenas razones por las que tales proyecciones siempre han sido improbables.

Para empezar, existe una clara fisura transatlántica entre la administración Trump y las posiciones oficiales europeas sobre esta guerra. La primera sostiene que debe terminar lo antes posible con un acuerdo negociado, mientras que la mayoría de los líderes europeos y de la UE siguen exigiendo la victoria ucraniana en el campo de batalla y argumentan que «una paz en Ucrania es en realidad más peligrosa que la guerra.»

El rechazo rotundo de Rusia a la propuesta de alto el fuego podría precipitar una convergencia entre ambos y provocar que el presidente Trump tomara la fatídica decisión -de la que, nos apresuramos a añadir, se ha abstenido enérgicamente hasta ahora- de apropiarse de este conflicto del mismo modo en que el presidente Richard Nixon se apropió de la guerra de Vietnam.

Además, los incentivos simplemente no cuadran. ¿Qué sentido tiene para Rusia poner en peligro lo que podría ser una oportunidad generacional para normalizar las relaciones con Washington y reintegrarse en las instituciones lideradas por Estados Unidos sólo para apoderarse de unos cuantos pueblos desolados más en las estepas de Zaporiya?

Pero, aunque hubiera sido descabellado que Moscú respondiera con una desdichada negativa, hay varias razones por las que resultaba igual de disparatado esperar su aceptación incondicional.

En primer lugar, está la realidad de que un alto el fuego está condicionados por su propia naturaleza a modalidades y parámetros relativos a su puesta en práctica, control, cumplimiento y duración. Todos estos detalles tendrán que discutirse en su escala operativa, es más, tendrán que negociarse entre Rusia, los Estados Unidos y Ucrania si se quiere establecer un alto el fuego resiliente.

En términos más generales, un alto el fuego tiende a beneficiar a la parte que pierde, es decir, a Ucrania. En la medida en que se trata de un conflicto bilateral entre Rusia y Ucrania (aunque haya una palpable sensación de que es mucho más que eso), la parte rusa está, por tanto, en una posición más favorable para dar forma a los términos del alto el fuego o presionar para obtener otras concesiones a cambio de que se acepte.

Hay muchas razones para creer, como ya se ha informado, que Putin tratará de congelar las entregas de armas norteamericanas a Ucrania mientras esté en vigor el alto el fuego; también se dice que está interesado en detener los esfuerzos de movilización de Ucrania.

Estas condiciones no dejarán indiferente a la oficina del presidente ucraniano Volodimir Zelenski, pero el propio Zelenski se encuentra en una situación muy difícil. El presidente Trump ha demostrado claramente que no dudará en ponerle la zancadilla a Ucrania, que depende profundamente del flujo de armas procedentes de los Estados Unidos y del intercambio de inteligencia, si Zelenski intenta formular un veto al proceso de paz.

No menos importante y quizás algo menos cínico, Zelenski se da cuenta sin duda de que su país y su población, valiente pero acosada, se beneficiarían enormemente -en cualquier caso, más que los rusos- de un cese de las hostilidades, incluso en condiciones poco tolerantes.

Sin embargo, la administración Trump aún tiene que comprobar si estas estipulaciones rusas de alto el fuego constituyen una línea roja o son simplemente una posición negociadora. Se pueden hacer numerosas contraofertas. Así, por ejemplo, la Casa Blanca puede argüir que cortar por completo la ayuda de seguridad a Kiev compromete la seguridad de Ucrania de un modo que no conduciría a una paz a largo plazo, pero que Washington está preparado para imponer restriccions a ciertos tipos de ayudas de seguridad y de compartir intelligencia como medida de buena fe.

Alternativamente, la administración puede afirmar que el alto el fuego no debería entrañar condiciones, pero que está preparada para reducir el periodo efectivo a quince días, digamos, como forma de mitigar la declarada preocupación del Kremlin de que el alto el fuego pueda utilizarse para que gane Ucrania tiempo con el fin de rearmarse a la expectativa de otro periodo de combates. En cualquier caso, los funcionarios norteamericanos deberían dejarle claro a su contraparte rusa que un alto el fuego, lejos de ser una meta en sí misma, es simplemente un paso en la vía a un acuerdo duradero, y que están dispuestos a trabajar en una hoja de ruta para un acuerdo de paz, tanto antes como durante el alto el fuego.

Ciertamente, uno de los pasos más importantes que pueden tomar los EE.UU. consiste en indicar tanto públicamente como a puerta cerrada a las tres partes implicadas — Europa, Ucrania y Rusia — que se compromete en esto a largo plazo, tratándose no sólo de asegurar una paz duradera para Ucrania sino para toda Europa. Para las dos primeras, esto resultará un ejercicio crucial de confirmación de que llevará a cabo compromisos antipáticos pero necesarios en futuras negociaciones que serán más fáciles de tragar.

Le envía también un mensaje a Moscú: que trabajar con Trump resulta más sabio que dedicarse a seguir esperando más tiempo que él, y que Washington está preparado para una implicación a largo plazo en cuestiones más amplias y aún más difíciles sobre la relación OTAN-Rusia y el lugar de Moscú en la arquitectura de seguridad europea.

Responsible Statecraft, 15 de marzo de 2022

Periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Ha trabajado también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.
Investigador sobre Eurasia en el Quincy Institute for Responsible Statecraft y profesor adjunto de Historia en la Universidad Marymount. Episkopos es doctor en Historia por la American University y máster en Asuntos Internacionales por la Universidad de Boston.
Fuente:
Varias fuentes
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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