Alemania: El triunfo de la voluntad de defenderse

Susann Witt-Stahl

16/06/2022

Sobre la estrategia, el psicoanálisis y el efecto de la propaganda de guerra en la cultura política y la industria cultural, con especial atención a sus efectos en Alemania con la guerra de Ucrania y su pasado reciente.

Los críticos de la participación de Alemania en la "guerra defensiva del mundo libre contra Putin" son expuestos a espectáculos de linchamiento verbal en los Talkshows. El "lumpenpacifista" es conducido sin piedad por el terreno minado del discurso de Markus Lanz[1] y compañía, sus objeciones razonables disueltas completamente en ácido moral con comparaciones ridículas y retórica alarmista. La continuación propagandística de la guerra, tomada como libertad de expresión por otros medios, no puede prescindir de una "imagen del enemigo" nítida, como exigió recientemente la presidenta de la comisión de defensa del parlamento federal, Marie-Agnes Strack-Zimmermann (FDP).

Con la escalada de la guerra de Ucrania, la evolución del establishment mediático ha virado repentinamente hacia otra de sus cualidades que ya se perfilaba desde hacía tiempo: la movilización general del Cuarto Poder, que siempre ha actuado demasiado como un negocio para ser un instrumento de la Ilustración, como antaño deseó Jean-Jacques Rousseau. La propaganda es un elemento estructural de la industria de la cultura que afianza ideológicamente el dominio de las élites económicas en la sociedad capitalista en unas circunstancias principalmente pacíficas. Pero en caso de guerra se quita el seguro y se coloca en posición como se hace con un arma. Los periodistas son "soldados" en la "batalla por la opinión pública", tan importante como los ataques aéreos, dijo el entonces portavoz de la OTAN, Jamie Shea, tras la guerra de Kosovo en 1999.

Odio a todo lo ruso

La propaganda tiene especial éxito cuando se sirve de los métodos de la publicidad, con la que también se generan "opiniones democráticas", según manifestó Bertrand Russell ya en 1922. La suave persuasión -ya sea para comprar un champú de cuidado íntimo o para identificarse con los militares ucranianos- mantiene la apariencia de que el cliente es soberano ante el mercado, su decisión es autónoma. Al fin y al cabo, la publicidad solo hace una oferta y da una recomendación. El publicista Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, tenía buenas razones para rebautizarla como "relaciones públicas" cuando desarrolló, ya durante la Primera Guerra Mundial, un elaborado concepto de profundidad psicológica a favor de la propaganda bélica bajo el título "Hacer el mundo seguro para la democracia" (“Make the World Safe for Democracy”).

Hoy en día, opera en conformidad con el espíritu de la época (Zeitgeist) neoliberal, que refleja al ser humano exclusivamente como una mónada de consumo sin historia a través de Tik Tok, Watson y Vice. En consecuencia, la guerra de Ucrania es presentada a través de una narración radical subjetiva, sobre - y estrictamente orientada a la narrativa del "occidente civilizado" - destinos individuales seleccionados de civiles en Leópolis o Bucha, nunca en Donetsk y otras zonas controladas por Rusia que son bombardeadas con armas de la OTAN. Mucho menos que los crímenes de guerra de los "chicos buenos", el usuario no debe llegar a percibir la verdad que más socava y descompone la moral en un ejército: El enemigo también tiene rostro humano. También son importantes las imágenes y los vídeos llamativos que, aunque capten atrocidades, "pueden ser inspiradores", como escribió Susan Sontag en su ensayo de 2003 "Das Leiden anderer betrachten" (Contemplar el sufrimiento de los demás). El blanco principal al que apuntan es la máxima "explotación de los sentimientos" y la "desconexión rutinaria de las reacciones emocionales".

La emoción que predomina en la actualidad es el odio a todo lo ruso, especialmente a los soldados de Moscú y sus mandos, que no solo se muestran como incendiarios, saqueadores y violadores, sino que son escenificados como en la película de Hollywood "La marea roja", que ilustró el discurso de Ronald Reagan sobre "El imperio del mal" en los años ochenta. Según una de las tesis del estudio del científico cultural Tom Holert y el psicólogo Mark Terkessidis sobre "La guerra como cultura de masas en el siglo XXI", las guerras reales y las imágenes comerciales de la guerra están desde hace tiempo inextricablemente entrelazadas. Tanto los combatientes como los ideologemas y los objetivos se procesan de forma cultural-industrial.

Al igual que la publicidad, la propaganda trabaja principalmente en la esfera del inconsciente y se sirve de los miedos de las personas. En las sociedades de los países que han puesto los acentos más sangrientos en la historia del colonialismo y el imperialismo, domina un "sentimiento de persecución", bajo el lema "Alguien vendrá tras nosotros", como dijo Noam Chomsky en una entrevista sobre Estados Unidos. Sus élites gobernantes prefieren hacer uso de los "principios de la propaganda de guerra", apostrofados por la historiadora Anne Morelli en referencia al escritor y pacifista británico Arthur Ponsonby, que apuntan a la auto victimización y se prestan como base ideológica para la fabricación de mitos victimistas: "El bando enemigo es el único responsable de la guerra"; su "líder tiene cara de diablo", etc.

Movilización con kitsch

Esto funciona excelentemente en Alemania, que bajo Hitler organizó, para colmo, el más singular genocidio administrado burocráticamente hasta el momento. En 1989, debido a las ansias de "normalización", Alemania interrumpió la superación de su pasado - al que ni siquiera había permitido superar en primer lugar en su parte occidental - en lo que respecta a los crímenes nazis contra la población de la Unión Soviética. Así, a día de hoy, no solo no se perdona a los judíos por Auschwitz (Zvi Rex)[2] - ciertamente, no se puede perdonar a los rusos por Leningrado. "La historia no se repite y, sin embargo, se realiza una repetición forzada" mientras la confrontación con los acontecimientos históricos traumáticos no conduzca a un cambio de conciencia, según Alexander y Margarete Mitscherlich en su tratado de 1967 "La incapacidad de hacer el duelo". La culpa reprimida siempre conduce a sentimientos de venganza. Si para la reacción alemana, por sus vínculos con Occidente, no es oportuno hablar de un "holocausto de bombas" en Dresde, al menos no quiere callar sobre la gran catástrofe alemana: Con el título "Como una vez en Stalingrado", la revista Stern ideologizó en abril las batallas por Azovstal y cayó en una excitación febril con los ucranianos asediados, entre ellos cientos de fanáticos combatientes nazis. "El espíritu de sacrificio tuvo su razón de ser", anunció el canal de noticias NTV bajo el título "Las acerías han caído en Mariupol" cuando tuvo lugar la rendición, después de que los medios de comunicación de calidad alemanes ya hubieran entonado necrológicas envueltas en un misticismo oscuro y a la luz del fuego: "Los últimos días" de los ucranianos en el búnker se escenificaron como un espectáculo magnífico y profundamente sensual lleno de obsesión fascistoide por la ofrenda en sacrificio de "los héroes", hasta que finalmente fue cancelado por el gobierno de Kiev.    

El historiador Saul Friedländer dejó constancia de los estímulos - como un enorme "poder de penetración emocional" - que ponen en contacto el kitsch (una manifestación depravada del mito) con la muerte, la armonía y el horror, y se refirió a la observación de Heiner Müller de los años ochenta: "Alemania sigue jugando a los nibelungos". Sin embargo, el hecho de que las "fantasías catastrofistas" y otros "reflejos del nazismo" no solo sean recibidos por un amplio público lleno de deseos de regresión, sino que también desplieguen un " poder de movilización política extremo", también tiene su base en un rasgo característico de la sociedad capitalista: Dado que en situaciones de crisis graves ésta amenaza con volver a desatar en cualquier momento el potencial fascista que tiene almacenado, su industria de la cultura no es concebible sin mostrar a Hitler como un romántico belicista empapado de patetismo. "Estamos constantemente rodeados de kitsch, estamos hasta el cuello de él", dice Friedländer, "y precisamente por eso estas imágenes y emociones son tan fascinantes".

Azul-amarillo brillante

El decálogo de la propaganda de guerra de Anne Morelli incluye también el quinto poder crítico, los intelectuales y artistas, los satíricos y los cabareteros. Quien no se deje confundir por el humo de la pólvora verá su disponibilidad determinada por las leyes del mercado, bajo pena de no ser elegido y, en última instancia, de hundimiento profesional. En cualquier caso, los trabajadores de la cultura están especialmente condicionados a definirse según la prioridad de volver a ser utilizados y a dejarse instrumentalizar para los conciertos deseados no solo del capital de los medios de comunicación y la industria del entretenimiento: Ya sea la actuación de la orquesta sinfónica o la del cantautor, desde hace meses los escenarios se iluminan solo de azul y amarillo, a menudo con un orwelliano símbolo de la paz deformado como telón de fondo, ante el cual se exige: "¡Más armas para Ucrania!". Incluso los artistas del cabaret "Anstalt", celebrados durante mucho tiempo como inconformistas, sirven de bufones de la corte para el presidente ucraniano Zelenski, proclamado "rey de corazones" por la prensa sensacionalista. En contraste con el "fascista belicista" de Rusia, Zelenski es muy "simpático", aunque dé rienda suelta a los nazis para torturar y asesinar a los miembros de la oposición y prohibir sus partidos y medios de comunicación. Desde la subcultura anarquista, las bandas de punk piden la palabra como testigos principales de la izquierda radical contra el movimiento pacifista: "¿Por qué no somos una fuerza especial o algún tipo de fuerza de intervención?", se lamenta Feine Sahne Fischfilet,[3] demostrando su vocación para la guerra, y confirmando lo que Rheinmetall[4] y Ursula von der Leyen siempre han sabido: "Las cadenas de luces por la paz ya no son suficientes”.

El sociólogo Heinz Steinert sostenía que la propaganda ofrecía una "alianza de trabajo": "Somos la raza superior, amenazada por los demás", era su credo. "El énfasis está en primer lugar en el 'nosotros': la propaganda establece una comunidad imaginaria a la que se supone que se pertenece y se quiere pertenecer - y a la que al mismo tiempo no todo el mundo puede pertenecer".

Cuando la política, la cultura y el periodismo ya no toleran ni siquiera "un poco de paz", cuando la publicidad se convierte en órdenes, los debates en tribunales y el individuo queda completamente subyugado al triunfo de la voluntad de defenderse, opcionalmente como un recluta con obediencia ciega o como un enemigo mortal al que hay que eliminar, entonces las cosas pintan mal para la democracia burguesa. En palabras de Steinert: "En la propaganda de la guerra, de la aniquilación y de la exclusión, la gestión del raciocinio se convierte en producción de ideología con sacrificios humanos”.



[1]  Markus Lanz es un conocido presentador de la televisión alemana (N.d T.)

[2] Zvi Rex fue un médico austro- israelí considerado, no sin controversia ni aceptación general, el autor de la cita “Auschwitz, los alemanes nunca nos lo perdonarán” (N.d T.)

[3] Feine Sahne Fischfilet es una banda de punk alemana (N.d T.)

[4] Rheinmetall es la mayor empresa fabricante de armas de Alemania y la décima de Europa (N.d T.)

 

es periodista y editora de la revista "Melodie und Rhytmus". Ha escrito ensayos y artículos de crítica de la izquierda alemana, contra la visión distorsionada de la guerra por parte de la industria cultural y sobre animalismo. Colabora con jW
Fuente:
https://www.jungewelt.de/artikel/428231.ukraine-krieg-triumph-des-wehrwillens.html
Temática: 
Traducción:
Jaume Raventós

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