A 30 años de la matanza de Vitoria

Iñaqui Uribarri

12/03/2006

 

Se cumplen 30 años de uno de los hitos de la lucha y la resistencia obrera antifranquista, cuyo violento aplastamiento marcó profundamente los derroteros que habría de seguir la transición española de una dictadura militar y clerical a la amnésica restauración de la monarquía borbónica. Una reflexión conmemorativa del veterano activista y conocedor del movimiento obrero vasco Iñaqui Uribarri.

El 3 de marzo de 1976 la policía mataba en Vitoria a 5 trabajadores y hería a mas de 100, 20 de ellos de gravedad. Ese día, miércoles de ceniza, se había convocado una huelga general que estaba siendo seguida de forma casi absoluta en fábricas y otros centros de trabajo, centros de estudio, comercios, bares, etc. La ciudad,  paralizada desde primeras horas de la mañana, había conocido ya antes de la matanza que tendría lugar en la asamblea celebrada en la iglesia de San Francisco, en el barrio de Zaramaga, a las 5 de la tarde, duros enfrentamientos con la policía con el saldo de algunos heridos de bala.

            En el desalojo de la asamblea obrera de la iglesia de San Francisco (5.000 asistentes en el interior y varios miles en el exterior a los que la policía no dejó entrar), la policía disparó balas a mansalva. Pedro María Martínez Ocio, de 27 años y Francisco Aznar, de 17, murieron allí mismo. Romualdo Barroso, herido por una ráfaga de arma automática al escapar por una ventana de la iglesia, moría a las 11 de aquella noche y Bienvenido Perea, de 30 años, también herido en San Francisco, moriría dos meses después, el 5 de mayo de 1976. Todavía habría un muerto más en Vitoria. José García Castillo, de 32 años, fue baleado por la policía cuando intentaba retirar su coche de una barricada y murió el domingo día 7. Cerraría la cuenta fúnebre de aquellos días Vicente Antón Ferrero, trabajador de 18 años,  muerto por la Guardia Civil en Basauri (Vizcaya), en la huelga general del lunes 8 de marzo, cuya convocatoria cosechó en el conjunto de Euskadi el nivel de paro y movilización mas alto nunca alcanzado hasta entonces.

JUSTICIA PARA LAS VÍCTIMAS

La del 3 de marzo era la tercera huelga general que se convocaba a lo largo del proceso huelguístico iniciado a principios de enero de 1976, proceso cuyo origen estaba en la revisión salarial que, en casi todas las fábricas coincidía con la entrada del año. Seguramente sin los muertos y los heridos, esta larga lucha de la clase obrera vitoriana no hubiera adquirido el carácter de símbolo que hoy tiene. Y es lógico que así sea, pero no sólo por el marchamo épico que da la muerte a los acontecimientos históricos, sino porque el broche ultra represivo que puso el poder de la época a aquella huelga obrera, era plenamente coherente con los momentos políticos que se vivían.

            Hoy, a treinta años de distancia de aquellos hechos, a la distancia ya de una generación, el símbolo de la represión sigue siendo el menos asimilable por los poderosos de turno. Todavía no se quiere aceptar que aquella fue una masacre de gente pacífica, que la integridad física de la  policía en ningún momento peligró y que, lo que de verdad explica que los acontecimientos acabaran en un baño de sangre, fue la decisión política que se había tomado de cortar una dinámica de lucha que se había convertido en bastante desestabilizadora y que amenazaba con crear escuela en otras zonas de Euskadi y del Estado.

            Que todavía esté vivo y políticamente activo un personaje como Fraga que, desde su cargo de Ministro del Interior de la época tanto tuvo que ver con la represión de entonces (“ la calle es mía” se convertiría en su frase emblemática), hace más difícil buscar una salida aceptable para restañar en parte aquella herida. El hecho de que se siga negando cualquier derecho a que las víctimas del “tres de marzo” sean indemnizadas porque eso sería encajar dicha indemnización en alguna instancia de la Administración a la que se debería considerar culpable (o cuando menos responsable), dice mucho sobre la miseria de la transición.

            Venimos comprobando desde hace años cómo se ha puesto en marcha un proceso de revisión histórica destinado a lavar la cara de la transición y de paso de la dictadura. Este proceso ha adquirido cotas notables de falseamiento histórico. Parece que sólo una minoría de resentidos, ubicados a sí mismos en el bando de los derrotados, reacciona contra la interpretación al uso de la transición como un modelo de buen hacer democrático para desembarazarse de una dictadura. Atrapados por las diversas fases de pactos y negociaciones que se desarrollaron en aquellos años cruciales de la transición, sobre todo en 1976 y 1977, la mayoría de la izquierda lo tiene bastante mal para trasladar a las nuevas generaciones una imagen veraz de los pelos que hubo que dejar en la gatera de esta nueva democracia española.

            Bien mirado no se trata de un problema menor. Para los vencedores los símbolos no son muy importantes. Como mucho cumplen un papel funcional. Para los derrotados los símbolos son vitales. Hablan de aquello por lo que se luchó y no se alcanzó, de lo que pudo ser y no fue, de lo que está pendiente. Los símbolos remiten a una interpretación distinta de la historia a la que explican los vencedores. Esos símbolos, si encarnan en nuevas generaciones, aunque sea de forma minoritaria, generarán el efecto positivo no sólo de mantener la exigencia de la restauración de la justicia debida a las víctimas, sino señalarán un camino, unas metas y unos ideales.

LUCHA OBRERA

 El “tres de marzo” no es solo un símbolo de la represión. Lo es también de una lucha obrera desarrollada ejemplarmente. Por más que hayan cambiado tanto, desde entonces, las realidades del mundo del trabajo, como para parecernos que hoy no serían practicables los métodos e iniciativas puestos en pie por la gente huelguista de Vitoria en el primer trimestre de1976, uno se asombra del repertorio de ideas, de nuevas ideas en bastantes casos, que contenía la práctica de lucha de clases que se implementó.

            He vuelto a leer un buen puñado de materiales elaborados aquellos días y en los meses inmediatamente posteriores y los he puesto en relación con la memoria que conservo como alguien que participó en ellos, desde la cocina, y sinceramente me maravilla que, en tampoco tiempo (entre 2 y 3 meses) y con una base de partida tan endeble, se lograran semejantes cotas de autoorganización, combatividad y politización.

            La base endeble la recoge bien el balance de abril del 76 de las Comisiones representativas de las fábricas de Vitoria: “Pocos días antes de lanzar la plataforma reivindicativa conjunta, se hizo una asamblea de luchadores de todas las fábricas, para organizar una ofensiva conjunta. Entonces, no veíamos apenas condiciones para la huelga, por dos motivos principales: la despolitización y casi nula experiencia de lucha de la clase obrera de Vitoria, formada por obreros emigrados del campo alavés y de Castilla, Andalucía y Extremadura; la integración de la clase obrera en el sindicato vertical, dado que en las últimas elecciones el porcentaje de votantes fue de un 60%-70%, excepto en la empresa Gabilondo, en que la participación fue prácticamente nula. Y ello a pesar de que en Vitoria toda la vanguardia (excepto algunas organizaciones) estuvo y trabajó a favor del boicot de las elecciones”. 

            El punto de partida de una lucha reivindicativa unificada suele ser una plataforma también unificada. Tres eran los puntos centrales que se planteaban para la renovación de los convenios de 1976: 1) Aumento salarial. De 5.000 a 6.000 Ptas., igual para todos, conforme al incremento del coste de la vida y rechazándose los aumentos por porcentajes porque ampliaban las diferencias y dividían. 2) Jornada Laboral. 40 ó 42 horas laborales de trabajo, mas un mes de vacaciones, puentes y media hora para bocadillo. 3) Mejoras sociales. Jubilación a los 60 años con sueldo completo y aumentos paralelos a los salarios, 100% en caso de accidente y enfermedad, reducción de escalones, etc.

            El balance de las Comisiones representativas al que me he referido antes señala los objetivos que se fijan y se van cubriendo a lo largo de los dos meses de huelga. Son objetivos concatenados y cuya consecución, en algunos casos, era condición necesaria para dar el siguiente paso. Así, por ejemplo, el primer objetivo, al cabo de 2 días de huelga, con paros totales y asambleas y las empresas cerradas por orden gubernativa, es la batalla contra el sindicato vertical. La dimisión de los enlaces y jurados y la formación de la Comisión representativa, elegida por la asamblea y portavoz de ella, era la piedra angular sobre la que soportar todo el edificio de la lucha.

            Sin embargo, la pugna de las dos legalidades, la de los trabajadores asentada en la asamblea y la Comisión representativa y la de las empresas, admitiendo como únicos interlocutores a los enlaces y jurados, no se resolverá de un plumazo, sino que acompañará casi hasta el final al proceso huelguístico (por mas que a finales de enero ya se había conseguido hacer dimitir formalmente a los enlaces y jurados). La intransigencia obrera por imponer su legalidad es de una radicalidad extraordinaria. Su eficacia resulta indudable, puesto que si ya el sindicato vertical tenía mal encaje en la reforma de la dictadura que se venía cocinando, el golpe que le dan las huelgas de Vitoria, resulta definitivo para arrojarlo al baúl de la historia.

            Otro objetivo que aparece al principio de la lucha y que, pese a ello, debe mantenerse permanentemente en tensión, es la unificación de las reivindicaciones. Las asambleas asumen la tríada reivindicativa consistente en: 1) Romper la congelación salarial (había un decreto de congelación salarial). 2) Contra el sindicato vertical; por la negociación con los auténticos representantes obreros. 3) Ningún despedido, ni detenido, ni represaliado.

            El problema de los despedidos hace acto de presencia al poco tiempo de comenzar las huelgas (en Forjas Alavesas, primera empresa en salir a la huelga el 8 de enero, los 20 primeros despidos caen el día 16 de enero). El de los detenidos a medida que la lucha sale a la calle en forma de manifestaciones (a partir de la cuarta semana de huelgas) y a medida que se va radicalizando el hostigamiento a los esquiroles. Despidos y detenciones son las armas favoritas de la patronal para debilitar una dinámica de huelgas que, en algunos casos llevaba ya mas de un mes, sin haber conseguido las mejoras del convenio que se demandaban.

            El balance de abril de 1976 de las Comisiones representativas explica así como se encara el problema de los despedidos: “Hasta entonces se daba el planteamiento de que si en una de las empresas en lucha se solucionaban todos los problemas y no había ningún despedido ni detenido, esa empresa entraría a trabajar, con el compromiso de parar si se viese que quedaba alguna empresa con despedidos. Se ve entonces que este planteamiento era equivocado y se corrige adoptando una posición de ofensiva según la cual ninguna empresa volverá a trabajar mientras haya un solo despedido (...) Este reto es asumido perfectamente por todas las Asambleas, y sucede que cuando creíamos que el movimiento estaba débil, a los casi dos meses de huelga, surge con mas fuerza que nunca”. Así se llega a la huelga general  y a la masacre del 3 de marzo.

DINÁMICA ASAMBLEARIA

Siempre las dinámicas de lucha radical han contado con instrumentos asamblearios. En el caso del “tres de marzo” la asamblea llegó a jugar un papel tan destacado que casi resulta increíble tomando en cuenta las circunstancias de partida del movimiento obrero alavés. En el origen está un acuerdo principista asumido por todas las vanguardias y organizaciones de clase presentes en Vitoria, en aquella época, de que todo el poder residiera en las asambleas.

            Una gran variedad de tipos de asambleas se fueron realizando según las exigencias de la lucha:

            1) Asambleas de fábrica. Todos los días se hacía la asamblea propia de la fábrica en lucha, que tenía carácter informativo, de discusión y de decisión. Las votaciones se hacían a mano alzada y las decisiones eran vinculantes para todos.

            2) Asamblea de conjunto. De las asambleas individuales de cada fábrica se pasó pronto a las asambleas de conjunto de todas las fábricas, que se hacían dos veces por semana o más si lo requerían las circunstancias. Se analizaba la lucha en conjunto y se unificaban los criterios y los pasos a dar. No se tomaban decisiones si no las habían votado antes las asambleas de fábrica.

            3) Asambleas de mujeres de obreros en paro. Nada mas empezar estas asambleas se descubrió que la acción de apoyo a los maridos no bastaba y que las mujeres tenían por delante tareas que desbordaban ese nivel subsidiario de su acción, por mas que la mayoría de problemas detectados fuesen difícilmente abordables: el problema de los barrios, el de las viviendas, las guarderías y colegios, el de la sanidad, la seguridad social, el trabajo de la mujer en la sociedad actual, etc.

            4) Asambleas conjuntas con obreros no parados. Surgen ante la necesidad  de generalizar y extender la lucha y, sobre todo, ante las convocatorias de huelga general.

            5) Asambleas de barrio. Solo tuvieron lugar, dos días antes del 3 de marzo, con un enorme éxito. Su objetivo era llegar a comerciantes, amas de casa, pequeños talleres, taberneros, sectores de clases medias, etc., para sensibilizarlos y reclamar su solidaridad.

            Junto a las asambleas los otros instrumentos que hicieron posible esta explosión de autonomía obrera fueron: las marchas y manifestaciones, los comunicados de las fábricas en lucha, las reuniones diarias de las Comisiones representativas y el Fondo de ayuda a la huelga.

LLAMADA DEL “TRES DE MARZO”

Es verdad que hoy no abundan las huelgas que duren 2 meses. Y que es casi una quimera pensar en huelgas que afecten a las fábricas más importantes de una provincia y que sean capaces de recabar grandes niveles de solidaridad del conjunto de la población. Y también nos cuesta imaginar una masacre policial de una lucha obrera que arroje heridos de bala y muertos. Cuando pensamos que un cuadro así no es creíble lo hacemos porque tenemos conciencia de que la realidad, en todos los sentidos, ha cambiado mucho en estos últimos treinta años.

            Hoy la clase obrera no es un conjunto homogéneo de personas, con condiciones laborales bastante similares y una ubicación mayoritaria en fábricas. Hoy, esa clase obrera que tan combativa se mostró hace 30 años, está envejecida, ha sido derrotada en los años 80 por la reconversión industrial y desmoralizada y desactivada por las diversas reformas laborales de la década de los 90. Hoy no hay sindicato vertical contra el que luchar, enfrentándole la libertad y la soberanía asamblearia, sino un encuadramiento rígido en varios sindicatos, con una acusada tendencia a la delegación y burocratización. Hoy la represión de los aparatos de poder es menos brutal y más sutil, lo que hace que, en lugar de ayudar a la unificación de la respuesta antirrepresiva, genere desagregación y división. La solidaridad es, en la actualidad, un bien escaso que se distribuye muy racionadamente por parte de los sindicatos.

            Sin embargo la llamada del “tres de marzo”, del símbolo que representa todavía aquella lucha obrera, alude a la realidad objetiva, pero también a los valores, a las actitudes, a los comportamientos. Por supuesto que también estos están siendo arrastrados por los cambios de la realidad. Son una parte de esa realidad, pero cuentan con autonomía suficiente para que sea a través de ellos, por donde comience a regenerarse el alma del movimiento obrero.

Iñaqui Uribarri, analista político y económico especializado en cuestiones sindicales, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

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Fuente:
www.sinpermiso.info, 11 marzo 2006

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