Harold Meyerson
01/10/2022Hace menos de una semana que Vladimir Putin anunció que iba a llamar a filas a 300.000 compatriotas para que combatieran en su guerra de Ucrania, pero el lunes, apenas cinco días después de su discurso, el periódico independiente Novaya Gazeta, citando fuentes gubernamentales, informaba de que 261.000 rusos habían huido del país. El New York Times de hoy informa de que la fila de coches en la frontera rusa con Georgia se extiende a lo largo de unos veinte kilómetros.
Hay que dar crédito a quien se lo merece: Putin ha logrado en menos de una semana lo que a los presidentes Lyndon Johnson y Richard Nixon les llevó años conseguir: poner a los jóvenes en la frontera (en ese caso, canadiense) en lugar de que combatan en una guerra inmoral y fracasada.
Es demasiado pronto para decir que Ucrania es el Vietnam de Rusia, entre otras cosas porque Afganistán ya fue, al menos en parte, el Vietnam de Rusia (bueno, de la Unión Soviética). Pero mucho más que la aventura afgana de Brézhnev, la guerra ucraniana de Putin ha indignado a la opinión pública de todo el planeta y, aparentemente, ahora que ha instituido el servicio militar obligatorio, también a la que se encuentra dentro de las fronteras de Rusia (el hecho de que Ucrania sea prácticamente europea y sus residentes abrumadoramente blancos -mientras que Afganistán y los afganos no lo eran- influye en ello). Tampoco está claro todavía que Rusia vaya a verse obligada a retirarse de Ucrania, como hicieron los Estados Unidos en el caso de Vietnam.
No obstante, Rusia está pasando por algo que los estadounidenses de cierta edad -sobre todo los que estaban en edad de ser reclutados entre los años de 1965 a 1972- deberían recordar bien. Yo era uno de ellos, y desde luego que me acuerdo.
En algunos aspectos, el giro de Rusia hacia el reclutamiento se asemeja al nuestro. Putin ha dejado claro que no está llamando a los jóvenes técnicos y profesionales a los que claramente no desea alejar (o perder por una huida transfronteriza), de forma parecida a como los Estados Unidos, durante los años de Vietnam, extendieron la prórroga de reclutamiento 2-S a los estudiantes universitarios. Eso sólo tiende a aumentar el descontento, tanto entonces como ahora, de aquellos jóvenes, y de sus familias, excluidos de la inmunidad de las élites ante la guerra (en nuestro país se trata de un fenómeno que se remonta a la Guerra Civil, cuando mediante el pago de 300 dólares el gobierno te eximía del servicio de las armas).
El servicio militar obligatorio de Putin también se hace eco de ejemplos del pasado zarista de Rusia, no tan lejano, sobre todo el uso del servicio militar obligatorio para atribular a grupos considerados como enemigos actuales o potenciales del régimen, y a los grupos con menos poder de resistencia. El actual reclutamiento ruso ha afectado sobre todo a las minorías no urbanas y no rusas de la nación, así como a los hombres detenidos por protestar contra la guerra. Ese fue también el caso de la guerra contra Japón del zar Nicolás en 1904-1905, en la que el reclutamiento se dirigió particularmente a la población menos poderosa políticamente de la nación: los judíos, cuyo ritmo a la hora de cruzar fronteras (en la mayoría de los casos, hasta la isla de Ellis [centro de recepción de inmigrantes en Nueva York]) se aceleró en consecuencia. En 1905, la combinación de reclutamiento, alta tasa de mortalidad y derrota a manos de Japón contribuyeron a la revolución de ese año, algo que Putin supone que hará imposible su control de los medios de comunicación estatales y sus fuerzas de seguridad neo-cosacas.
En los Estados Unidos de la época de Vietnam, fueron relativamente pocos los opositores a la guerra, o los reacios a ella, que tuvieran que cruzar al Canadá. El 2-S era sólo una de las muchas posibilidades de aplazamiento, y surgió toda una industria artesanal de consejeros de reclutamiento, de abogados y de algún que otro médico para mantener a los jóvenes lejos de Vietnam. Éramos, lo que Rusia no es, una sociedad liberal, deliberadamente plagada de lagunas que daban salida legal a los que podían permitírselo. Eso hizo que el reclutamiento tuviera en gran medida un carácter económico, y se volvió mucho más económico cuando la oposición masiva a la guerra convenció a los políticos (Nixon en particular) para cambiar las fuerzas armadas sobre una base de voluntarios. Hasta qué punto reviste ese carácter económico nuestro reclutamiento de facto, pero no de iure, quedó claro en una audiencia en el Congreso la semana pasada, cuando el Ejército señaló que está muy por debajo de sus cuotas de alistamiento, debido a una cifra insólita de puestos de trabajo en el sector privado y a los aumentos salariales que la escasez de mano de obra ha obligado a adoptar a los empleadores.
A quienes nos opusimos y tratamos de eludir el combate en la guerra de Vietnam, la actual huida y la postura antibelicista de los jóvenes rusos nos trae inevitablemente recuerdos. En el cambio de milenio, cuando trabajaba para el L.A. Weekly, aproveché la ocasión de ese tránsito a un año nuevo supuestamente histórico para escribir sobre la única Nochevieja (1971-1972) en la que mi compañero de habitación en la universidad y yo conseguimos librarnos del reclutamiento, que se cernía sobre nosotros más que sobre la mayoría. Aquí hay un vínculo a ese artículo, que adjunto unido a mi esperanza de que mis nuevos compañeros rusos -si es necesario, por millones- logren cruzar la frontera.