Sergio Cesaratto
15/11/2024El Informe Draghi sobre el futuro de la competitividad europea evoca aspectos diferentes y opuestos del mercantilismo. En efecto, el mercantilismo puede adoptar formas benignas, en defensa de los propios intereses nacionales sin querer perjudicar a nadie, o formas hostiles hacia otros países o hacia la propia clase trabajadora (Guerrieri, P. y Padoan, P.C., Neomercantilism and international economic stability, International Organization, 1986, pp. 29-42; Barba, A. y Pivetti, M. Merci senza frontiere, Rogas 2022).
La obsesión mercantilista por la búsqueda de superávits comerciales, por ejemplo, caracteriza bien las políticas económicas alemanas posteriores a la Segunda Guerra Mundial (Cesaratto, S., Six Lessons in Economics, Diarkos, 2019). Dentro de la unión monetaria europea, el neomercantilismo alemán, en particular, constituyó un factor de desequilibrio al impedir el crecimiento cooperativo de la Unión en su conjunto e imponer la moderación salarial a los propios trabajadores alemanes. A menudo, en una torpe imitación del modelo alemán, Europa en su conjunto es a su vez una realidad mercantilista, habiendo basado su crecimiento no en el mercado interno sino en el apoyo a la exportación, constituyendo así un factor de desequilibrio global y de mortificación del bienestar interno (Paggi, L. y D'Angelillo, M., «The Draghi Report, Competitiveness, Politics», mecanografiado, septiembre de 2024). Con el proceso de desglobalización en curso (sobre cuya naturaleza y alcance hay, de hecho, mucho debate), debido inicialmente a la pandemia y luego de manera más estructural a la crisis geopolítica, y con las ventajas tecnológicas predominantes adquiridas por China y Estados Unidos, los problemas del modelo europeo han salido ahora a la superficie.
Esas ventajas tecnológicas no surgen por casualidad, sino que son el resultado de políticas de nacionalismo económico: protección de las propias industrias avanzadas, inversión masiva en investigación y en el aparato militar-industrial, realización de economías de escala mediante el apoyo al mercado interior, en particular a través de la demanda pública.
El Informe Draghi lo reconoce claramente. Lo que en cambio tiende a pasar por alto, salvo algunas insinuaciones en las primeras páginas, es que durante la última década Europa, en lugar de pensar en invertir en el futuro, se ha autoinfligido una dura austeridad fiscal que la revisión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento ha reafirmado como eje central de la gobernanza económica.
Así pues, el Informe Draghi no entiende que gran parte del débil crecimiento de la productividad en Europa se deba a esas políticas. Más bien, el Informe busca las causas del retraso de Europa en factores del lado de la oferta - con cierto reconocimiento, sin embargo, de la necesidad de apoyo a la inversión por el lado de la demanda, especialmente por parte del sector público. Que se consideren necesarias políticas industriales proactivas es, sin embargo, una concesión importante. Por supuesto, Draghi es un liberal, pero el Informe muestra que cuando se trata de salvar el barco, en este caso el capitalismo industrial y financiero europeo, las clases dirigentes están dispuestas a abandonar el liberalismo en favor del nacionalismo económico (la contradicción es que Europa no es una nación, como veremos más adelante).
Los objetivos del Informe Draghi ya han sido ampliamente relatados: recuperar la competitividad industrial europea centrándose en la reducción de los costes energéticos, la transición ecológica (descarbonización) y la defensa. La actuación en el frente energético no es sólo tecnológica, sino que implica, según el Informe, una política de comercio exterior de carácter asertivo. También en el frente tecnológico, aboga por una política industrial más activa que acabe con la basada en la defensa a ultranza de la competencia que ha caracterizado a la UE hasta ahora (y a la que aún alude el informe de Enrico Letta del mismo periodo), y afirme una basada en formas de coordinación público-privada a escala continental, para lograr las necesarias economías de escala en investigación y producción. Términos como «planificación», «contratación pública» (demanda pública con preferencia por los bienes nacionales) y protección de la «industria naciente» se repiten en el Informe. Esta crítica, aunque parcial, de las políticas liberalistas del pasado (o que han parecido prevalecer en Europa) es un pasaje importante, y no por casualidad es deplorado por los economistas conservadores (ZEW, Heinemann sobre el Informe de Draghi sobre la competitividad europea).
Sin embargo, examinemos algunos puntos críticos del Informe en los que estamos en presencia de formas hostiles de mercantilismo (o nacionalismo económico). Es el caso de la cuestión energética. El Informe da por sentado el apoyo a la hostilidad de la OTAN hacia Rusia, hostilidad que es la causa última del conflicto actual. En lo que respecta al gas y otras importaciones, no es cierto que con la invasión de Ucrania todo haya cambiado «irreversiblemente»: estamos en presencia de opciones políticas que bien pueden modificarse. En este sentido, la creación de un aparato militar-industrial europeo puede verse con buenos ojos si se orienta a dar autoridad e independencia al continente y no a reforzar las actuales tendencias hostiles. Y una dosis «benigna» de keynesianismo militar no puede ir en ningún caso en detrimento del Estado del bienestar (Raza, W., Ertl, M. y Soder, M., «Draghi on “competitiveness”: new wine in an old bottle», Social Europe, 27 de septiembre de 2024). La misma política comercial hacia los países productores de materias primas y estratégicos debería declinarse en el sentido de apoyar el desarrollo, como hace China (Chandrasekhar, C. P. y Ghosh, J., «Africa-China Economic Relations: The next phase», EAS 2024), y no el descarado oportunismo comercial del informe. Debería revivirse la inspiración de Olof Palme, Bruno Kreisky y Willy Brandt de coexistencia pacífica Este-Oeste y de apoyo al desarrollo del Sur global. China, además, no es un menú a la carta con el que se puede cooperar o no a voluntad, como a veces parece dar a entender el Informe.
En cuanto al apoyo a la inversión, Peter Bofinger “Unione dei mercati dei capitali: una panacea per l’Europa?”, Menabò, 15 de septiembre de 2024) ya criticó el Informe Letta por el excesivo (e innecesario) papel asignado al aspecto de su financiación a través de la llamada realización del mercado europeo de capitales. En el Informe Letta se leen perogrulladas como que, debido a la fragmentación de los mercados financieros, 300.000 millones de los ahorros europeos acaban en el extranjero. A Letta no se le ocurre que esos miles de millones no son más que el equivalente del superávit por cuenta corriente resultante del mercantilismo europeo.
Incluso el Informe Draghi pide un uso más eficiente de los amplios ahorros de Europa para apoyar los tan necesarios 800.000 millones en inversiones anuales indicados en el Informe. Sobre esta prescripción planea la idea prekeynesiana de que la inversión depende del ahorro disponible y no al revés. En común con Letta está también, por desgracia, el énfasis en completar el mercado de capitales, y el de fomentar la titulización de los préstamos bancarios, olvidando que esta última estuvo en el corazón de la gran crisis financiera que estalló en 2008. También se habla de ampliar los fondos de pensiones en detrimento del sistema de reparto para favorecer la financiación de las inversiones. Hace veinte años, más de un académico demostró que se trata de propuestas falsas, dadas las dificultades de la transición de los sistemas de reparto a los de capitalización total (véase, por ejemplo, Cesaratto, S., «The Transition to Fully Funded Pension Schemes: A non-Orthodox Criticism», Cambridge Journal of Economics, 2006).
Positivamente, el Informe también aboga por el uso de la deuda pública europea para financiar inversiones, tomando como referencia la experiencia de la NextGenerationEU. El problema es que una deuda común europea no puede asimilarse a una deuda soberana, al menos hasta que Europa se dote de una capacidad fiscal común, como señala el boletín Eurointelligence (30/10/2024). Dicha capacidad implica a su vez una unión política irreversible que bloquearía una posible salida de la carga de la deuda común por secesionista. No hay que olvidar, sin embargo, que la plena soberanía de la deuda implica también la existencia de un Banco Central que garantice la liquidez en caso de crisis de confianza, y también en este aspecto la gobernanza europea debe avanzar.
El hecho es que la deuda europea emitida para financiar el Fondo de Recuperación paga una prima significativa con respecto a los bonos alemanes (el famoso diferencial) y, a partir de 2028, los reembolsos anuales de la deuda representarán una sexta parte de todo el presupuesto de la UE. En este sentido, aunque el Informe Draghi afirma de pasada que «Europa debe actuar como Unión como nunca lo ha hecho antes», se limita sobre todo a sugerir una mayor eficacia de la gobernanza europea que se lograría, básicamente, reduciendo las regulaciones de las inversiones, supuestamente medioambientales y sociales. ¿Liberalizaciones que vuelven así a entrar por la ventana, como afirman Raza y sus coautores?
Como se ha argumentado con frecuencia durante la última década, aunque esto no guste a la izquierda, Europa no es una nación, y las reacciones negativas al Informe Draghi, especialmente desde Alemania (y sus satélites), así lo atestiguan. Sin embargo, no podemos negar la connotación del Informe como denuncia de lo que Europa debería llegar a ser -aunque esperemos que en una declinación del mercantilismo benigno- y no llega a ser. En esto no compartimos el juicio totalmente negativo de Raza y sus coautores o de Fumagalli (“L’arretratezza del rapporto Draghi sulla competitività europea”, Effimera, septiembre de 2024) de una «agenda del lado de la oferta» basada únicamente en la desregulación y el liberalismo.
De hecho, hay varias pistas antiliberales en el informe. El problema es que nos encontramos ante una mezcla de mercantilismo benévolo y hostil, y quizá especialmente hostil dado que lo propone un liberal que quiere salvar su propio capitalismo regional en crisis. Para practicar el nacionalismo económico (incluso el nacionalismo benévolo), además, hay que ser una nación, es decir, una agrupación de pueblos que, sin perjuicio de los conflictos sociales, se reconocen en buena medida en una gobernanza unitaria. Sin embargo, este espíritu europeo sólo existe en las fantasías de (desgraciadamente muchos) políticos, sobre todo de izquierdas. Más bien, lo que prevalece en Europa es un temor justificado a ceder más soberanía a Bruselas, tanto por parte de las opiniones públicas más atentas a la democracia (y a su propio dinero), como de las quemadas por las desdichadas políticas fiscales (y a veces monetarias) de Europa. Si el Informe es finalmente pesimista, nosotros lo somos aún más.
Dado el escepticismo ante las posibles soluciones europeas, la cuestión es, por tanto, cómo puede salir adelante Italia. Lo único cierto es que este Gobierno sólo es capaz de proteger a las clases evasivas, introducir leyes de "laissez-faire" y apoyar al bando equivocado en los conflictos, el bando que, bien mirado, es la causa histórica última de estos últimos.