Rodrigo Amírola
10/10/2018Ha hecho falta que el último CIS les otorgue un escaño y que haya llenado el Palacio de Vistalegre con alrededor de 10.000 personas traídas de toda España para que el foco mediático se haya posado sobre la formación ultraderechista Vox y se hayan disparado todas las alarmas. En apenas 48 horas se han confirmado los peores presagios, validado las hipótesis más variopintas y asignado las responsabilidades más sorprendentes (desde el independentismo catalán hasta la falta de alternativa en la izquierda, pasando por el ímpetu del movimiento feminista). Además se ha abierto un debate acerca de cómo afrontar el fenómeno y, llamativamente – o no tanto –, con particular insistencia en el plano mediático: ¿prestarle excesiva atención o tratar de analizar el fenómeno con cierta distancia lo sobredimensiona y dará alas a esta formación como ha sucedido en otros países europeos?
Lo cierto es que, lejos de una novedad inesperada, Vox es un partido político creado a finales de 2013 y que ya estuvo cerca – a apenas unos 1.500 votos – de obtener un escaño en el Parlamento Europeo en las elecciones de mayo de 2014 con Alejo Vidal-Quadras como cabeza de cartel. Asimismo cabe recordar que diferentes estudios demoscópicos y analistas, como Jaime Miquel, llevaban advirtiendo desde hacía un tiempo de la fuerza de su revival. En el último año, el punto de inflexión se cifra en el reconocimiento explícito por parte de Pablo Casado en pleno proceso congresual de los populares y en cómo el nuevo PP se decide a seguir los pasos de Vox en materias delicadas como la inmigración o la cuestión catalana y sus propuestas de ilegalización de partidos independentistas.
Más allá de una cierta inteligencia táctica de cara al ciclo electoral, concurriendo de nuevo a unas elecciones europeas en las que la circunscripción única favorece a los partidos extraparlamentarios y tratándose de apropiar de un símbolo del cambio político como Vistalegre, ¿qué ha sucedido para que Vox esté en boca de todos? ¿Realmente es un partido con posibilidades de éxito? ¿Cuál es su papel en este ciclo electoral que puede acabar de configurar un nuevo sistema de partidos en España?
La España de los balcones dividida
Pablo Casado utilizó hace unos meses esta imagen de la España de los balcones para referirse a una supuesta mayoría silenciosa que habría reaccionado unida ante “el desafío separatista” o el “golpe de Estado” en Catalunya y que él querría liderar para construir una nueva mayoría moral en España. A los tradicionales enemigos de España se les unía la temible ideología de género, que habría mostrado su fuerza en las calles por todo el país en la huelga feminista del 8-M. Santiago Abascal, exdiputado del PP vasco, protegido por la liberal Aguirre y actual líder de Vox, sigue un guion muy parecido: la España viva estaría levantándose para hacer frente a la decadencia de un país otrora glorioso, dirigido ahora fatídicamente por unas élites progresistas, corruptas y timoratas, que estarían favoreciendo la inmigración ilegal, la desigualdad a través de las leyes de género y, en último extremo, llevando a España a la desmembración por culpa de su tibieza frente a Catalunya y el café para todos del Estado autonómico. Cambia la letra, pero la música es la misma que la de los populares. En el fondo, se presentan a sí mismos como una reacción al feminismo, a la inmigración y a Catalunya, que trata de devolver el orden a una comunidad existencial amenazada. Lo cierto es que Abascal cargó el pasado domingo contra el PP por su flaqueza y contra Ciudadanos por su oportunismo, pero, en el fondo, les recriminaba no estar sabiendo llevar a cabo su tarea común, que, en palabras de Aznar, sería “garantizar la continuidad de España”.
En esa misma entrevista, el expresidente del Gobierno apuntaba a que lo que antes estaba unido, cuando él refundó la derecha española, ahora se encuentra partido en tres y que para poder cumplir su tarea histórica, primero deberían reagruparse. Aznar señalaba un problema importante que algunos están dejando de lado, cuando insinúan que la competición entre las derechas necesariamente será virtuosa: hay overbooking en el lado derecho del tablero. Las derechas están compitiendo por un electorado común, radicalizándose cada vez más, desplazándose a la derecha y planteando en sus tradicionales frentes de batalla diferentes matices a cada cual más agresivo en un tono común. El caso más evidente es Catalunya: Ciudadanos plantea una ley electoral estatal, que excluya a los partidos nacionalistas y la aplicación del 155 para suspender la autonomía, el PP se ha atrevido a plantear la prohibición de la CUP y una aplicación del 155 sine die, que afecte al conjunto de las instituciones catalanas, mientras Vox ha llegado al extremo de plantear la eliminación del sistema de las autonomías. En todo caso, Vox no deja de ser uno más en esa competición extrema de las derechas, aunque con un programa maximalista y abiertamente xenófobo. Éste es seguramente su rasgo muy peligroso porque al señalar a la “inmigración ilegal” como enemigo fundamental empujarán al PP y a Cs también a esa carrera y estos podrían normalizar un discurso xenófobo y racista, que socaba los principios fundamentales de los Estados sociales y democráticos de Derecho. Tanto es así que, en sus primeras reacciones al mitin de Vistalegre, Pablo Casado, el presidente del PP, ha reconocido compartir muchos principios e ideas con Vox – sin especificar cuáles – y su número 3, Javier Maroto, sencillamente ha apelado al voto útil para contrarrestarles. De este modo, parece claro que confían en que los descontentos del PP vuelvan al redil cuando llegue el momento de la verdad. Por su parte, Ciudadanos ha preferido no posicionarse frente al partido: ni mencionarlo, ni otorgarle el calificativo de ultraderecha. Más allá de sutiles reflexiones discursivas, lo que dicen sus declaraciones y confiesan sus silencios es que son conscientes de que comparten electorado.
Neoconservadurismo cañí
Vox se presenta como una fuerza reaccionaria que va a hacer lo que las otras dos fuerzas, que propugnan la unidad de España, no pueden o no quieren hacer por falta de convicción o de agallas. Sus fuerzas morales subyacentes residen en un nacionalismo español agresivo y homogeneizador, ajeno a cualquier clase de pluralidad en España, un resentimiento masculino reactivo contra los cambios políticos, sociales, culturales y económicos, que el feminismo está dinamizando, y la xenofobia, minoritaria socialmente en el país, pero que se ha reactivado en este escenario social poscrisis. Sin embargo, Vox se encuentra alejado a la órbita de otras fuerzas de extrema derecha europeas, que se presentan principalmente como opositoras de la actual UE por razones sociales y económicas, apostando por programas sociales avanzados, que ofrezcan seguridad y protección a sus poblaciones nacionales frente a las políticas del globalismo. Por el contrario, Vox insiste en los mensajes ultraliberales en lo económico, que piden bajadas drásticas de impuestos (que incluyen incluso a los más ricos), no aporta ninguna solución a la crisis del Estado de Bienestar y en su retrato de España y de la crisis las élites económicas no aparecen por ningún lado. Probablemente, este sea el de sus mayores límites actualmente. Otros serían la falta de un liderazgo carismático y con mayor capacidad de interpelar, que la de un ex del PP, que lleva buena parte de su vida viviendo de la política y de lo público. Por otro lado, una imagen de la primera fila de su mitín de Vistalegre sintentiza a la perfección este neoconservadurismo cañí de Vox, esto es, un nacionalismo español agresivo y cuartelero en la expresión, ultraliberal en lo económico y con elementos folclorizantes: el ínclito Sánchez Drago, un torero, el vociferante Hermann Tersch y el padre de un dirigente de Podemos como representación tópica del buen español, aunque con una descendencia rebelde. Quedarse en un rincón del tablero como el neoconservadurismo cañí, heredando el lugar de una suerte de Fuerza nueva sin una nostalgia evidente por el franquismo y que tiene como objetivo fundamental tirar del resto de la derecha en sus temas clásicos, influir en su agenda e idealmente condicionar gobiernos de derechas, es su destino más probable.