David Rosen
29/07/2007Heridas genitales, dispositivos prostéticos y la guerra contra el terror: los costes ocultos de la guerra
Para un hombre bajo la tiranía de la masculinidad patriarcal, nada es más vergonzoso que la pérdida o la lesión severa de los genitales o la pérdida de capacidad de la actividad sexual. Muchos hombres experimentan esto como una castración. La pérdida de un ojo, una mano, pierna u otra parte del cuerpo no hace de un hombre tanto menos que un hombre; cada órgano puede ser reemplazado incluso a veces fortaleciendo y haciendo más poderoso al hombre. Sin embargo, la pérdida de capacidad sexual, de follar, es experimentado por (¿algunos?, ¿pocos?, ¿muchos?, ¿la mayoría?) los hombres estadounidenses como una pérdida de masculinidad, un desafío para la propia identidad.
El día de la memoria tal como llegó se fue y toda la actualidad de los media sobre los gloriosos soldados héroes americanos puede ser olvidada por un tiempo, al menos hasta el próximo Día de los Veteranos en noviembre. La fracasada Guerra contra el Terror, la batalla contra Al-Qaeda/talibanes y la ocupación imperial de Irak, está reorientándose hacia su eventual debacle.
En este despertar, las bajas militares de EEUU se extenderán por toda la nación durante las generaciones por llegar. Como los física y psicológicamente devastados soldados que volvieron tambaleándose de Vietnam hace una generación, los héroes de hoy serán dejados aparte para sufrir por los fallos de los líderes políticos, fallos de los que nunca se responsabilizarán.
Mucho se ha dicho de la exposición de Dana Priest en el Washington Post sobre las terribles condiciones en el centro médico militar Walter Reed. ¡Y con razón! El Walter Reed había sido durante mucho tiempo considerado la joya de la corona de los hospitales militares y del sistema de cuidados de salud para los veteranos. Los tempranos reportajes de Mark Benjamin han arrojado un rayo de luz sobre este terrible y comprometido sistema. Uno podría preguntarse si, tan pronto como otra alta comisión de Washington esté lista para exponer demasiado sus descubrimientos, todo será inmediatamente borrado del mapa y el sistema médico para soldados y veteranos volverá a sus buenas y antiguas vías de corruptela. [Dana Priest, Washington Post, 18 de febrero de 2007; Mark Benjamin, Salon, 5 de febrero de 2005].
La historia real que ha sido velada es la del rechazo del Departamento de Defensa y de los hospitales militares a hacer públicos datos sobre las lesiones que los soldados han sufrido, los procedimientos médicos que son aplicados u otros datos que pueden ayudar a sugerir las consecuencias a largo plazo de las horrendas actuales aventuras militares. En particular, poca o ninguna información está disponible sobre las lesiones sufridas por el personal militar de los EEUU en los genitales externos. (Incluso menos información es proporcionada sobre el sufrimiento real de los afganos e iraquíes).
Desde la Ilíada de Homero, la guerra ha sido una incubadora de masculinidad patriarcal. Muchos han hablado de cuan erótico es el salvajismo de la batalla. Sin embargo, del más personal combate mano a mano al más impersonal de los Dispositivos Explosivos Improvisados, los genitales masculinos han sido zona de conflicto de significación tanto física como simbólica. Nada parece haber cambiado con Afganistán o Irak.
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Cada guerra introduce una nueva era de matanza y sufrimiento. No es sorprendente que asimismo traiga nuevas tecnologías de curación, especialmente nuevos tipos de medicinas, procedimientos médicos y dispositivos prostéticos para lidiar con la carnicería de la guerra.
Las descripciones de soldados y otros testigos de la Guerra Civil o de la Primera Guerra Mundial hacen que uno se pregunte cómo un soldado ha podido luchar, incluso sobrevivir, sin sufrir daños irreparables. A pesar de que las líneas de formación de la Guerra Civil y las trincheras de la guerra para acabar con todas las guerras parecen muy anticuadas, de alguna manera más primitivas, si las comparamos con los campos de concentración, el bombardeo de Dresde y la destrucción atómica que caracterizaron la Segunda Guerra Mundial o el Agente Naranja, las jaulas de tigre y el napalm de Vietnam.
Las tecnologías en evolución de guerra se miden por cuanto es el aumento en efectividad y eficiencia para infligir dolor, destrucción y muerte tanto en la población militar como en la civil. Cada guerra incrementa significativamente la medida del barbarismo causado.
Las guerras de Irak y Afganistán difieren de calamidades precedentes. Para los EEUU, muchos menos soldados están activamente envueltos, cosa que nos lleva a muchas menos bajas. La ratio de mortalidad militar de los EEUU en Irak está estabilizada en un 10%, significativamente por debajo de la de Vietnam (24%) y la de la Segunda Guerra Mundial (30%). [Raja Mishra, Boston Globe, 4 de diciembre 2004].
La tecnología ayuda a explicar este desarrollo. De acuerdo con el Comandante James Amsberry, doctor y jefe de servicio de cirugía plástica en el Centro Médico Regional de la Marina en San Diego: Lo que creemos que sucede es porque la armadura central que los soldados llevan hace que sobrevivan a lo que en el pasado eran acontecimientos fatales. Estamos viendo algunas extremidades en extremo devastadas, y algunas lesiones de cabeza y cuello. [Cosmetic Surgery Times, Mayo 2006]
La mejora en la armadura de torso y una estrategia de campo agresiva en el servicio de urgencia han reducido la ratio de muerte entre los estadounidenses heridos en Afganistán e Irak a un nivel históricamente bajo. Como el cirujano de Harvard, el Dr. Atul Gawande, escribe en el New England Journal of Medicine: Los equipos militares nacionales de cirugía están bajo una presión tremenda pero han actuado remarcablemente en esta guerra. Han transformado la estrategia de tratamiento de las heridas de guerra. [NEJM, 9 de diciembre de 2004]. Sin embargo la desventaja de la situación nos da un aviso.
Los soldados que sobreviven sufren lesiones mucho más graves. Los chalecos antibalas Kevlar protegen los cuerpos de los soldados pero no sus extremidades, ingles y genitales. La ratio de amputación es el doble que en guerras pasadas. Un quinto de las bajas han sufrido lesiones de cabeza y cuello, lesiones que requieren un tiempo de cuidados. Más de la mitad de esos heridos tienen lesiones tan graves que no podrán volver a sus obligaciones.
El Centro de Datos de Defensa de Hombres disponibles informa en Guerra Global contra el Terrorismo por la razón que el periodo entre el 7 de octubre de 2001 y el 14 de abril de 2007 hubo un total de 29.613 bajas militares de los EEUU. Las bajas incluyen tanto muertes por fuentes hostiles como no hostiles (3.672) y heridos (25.941). Entre estas bajas sólo el 5% son atribuidas al conflicto afgano.
Múltiples factores de baja son identificados, incluyendo cáncer y sobredosis, quemaduras y electrocución, accidentes con vehículos terrestres y aéreos, disparos y explosión de granadas y laceración y pérdida de extremidades. Sin embargo, no se proveen datos sobre las lesiones sufridas en el cuerpo.
Otro punto en claro sobre la naturaleza de las bajas militares estadounidenses lo arrojan las ratios de evacuación militar. El Servicio de Investigación del Congreso (CRS, siglas en inglés) ha intentado darle sentido a los datos del Departamento de Defensa. Por ejemplo, en el 2005 sobre los requerimientos financieros para incrementar los fondos para el cuidado de los amputados en el Walter Reed, el Departamento de Defensa reveló que el 6 % de los heridos en Irak requirieron de una amputación, comparado con la tasa del 3 % de anteriores guerras.
En una serie de informes separados, la CRS detalló los dos frentes de la supuesta guerra contra el terror en términos de evacuaciones militares. Durante la operación Libertad Duradera en Afganistán, del 27 de octubre de 2001 al 27 de febrero de 2006 hubo 4.619 bajas. Entre éstas, sólo el 9% fueron debidas a heridas de batalla y otro 18% a heridas no en batalla; sin embargo, cerca del 73% fueron debidas a enfermedad.
Sin embargo, en la operación Libertad Iraquí, del 19 de marzo de 2003 al 18 de mayo de 2006 ha habido un significativo nivel de lesiones con heridas de batalla de más del doble que en Afganistán (20%), las heridas no debidas a la batalla fueron aproximadamente las mismas y las debidas a enfermedad fueron inferiores (63%). El mayor número de bajas sufrido por el ejército de los EEUU ha sido en ambos frentes de guerra. [CRS Report to Congress, 26 de abril de 2005 (RS22126) y 8 de junio de 2006 (RA22452)].
Robert Hartwig, en un artículo en el National Underwriter, estimó el seguro y los costes asociados financiados por los empleadores para los soldados en servicio de la Guardia Nacional, y advierte a la industria aseguradora: El número actual de personal militar con lesiones en Irak es de hecho mucho mayor de lo que las cifras oficiales del Pentágono sugieren. Eso se debe a que las cifras militares publicadas cuentan sólo por aquellos heridos en incidentes hostiles. [National Underwriter, diciembre de 2005]
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Aaron Glatz recientemente destacaba que la Administración de Veteranos informa que más de 150.000 veteranos de Irak están recibiendo pensiones de invalidez. Basándose en los documentos obtenidos provenientes del Archivo Nacional de Seguridad de la Universidad George Washington, Glantz informa que el 25% de los veteranos de la guerra global contra el terror junto a la Asociación de Veteranos han solicitado compensaciones y pensiones por invalidez. Destaca que la Asociación de Veteranos ha otorgado más de 100.000 peticiones y al menos 1.052 veteranos están siendo compensados por una invalidez del 100%.
Glantz obtuvo una afortunada entrevista con el Dr. Vito Imbascini, un urólogo y cirujano de estado de la Guardia Nacional del Ejército de California que recientemente volvió de una estancia de 4 meses en Alemania. Trató a los soldados estadounidenses que se hallaban en peor estado. (El Dr. Imbascini, tras darse cuenta del grado de verdad que había comunicado, rechazó subsecuentemente la entrevista).
El Dr. Imbascini dijo que un número extremadamente grande de soldados heridos vuelven a casa con los brazos o piernas amputados. Su declaración revela las malas condiciones en las que quedan los soldados que sobreviven a los ataques y la alta probabilidad de que queden con un alto grado de invalidez para el resto de sus vidas.
Si perdías un brazo o una pierna en Vietnam, también quedabas tremendamente dañado en tu pecho y abdomen que en aquel momento no estaban protegidos por una armadura como ahora declaraba el Dr. Imbascini. Ahora, el corazón, el pecho y los pulmones están protegidos por la armadura dejando únicamente expuestas las extremidades.
El Dr. Imbascini declaró haber amputado los genitales de uno o dos hombres cada día. Camino por la sala de operaciones y los cirujanos generales hacen su trabajo y se encuentra el cuerpo de un SEAL (operaciones especiales) de la Marina, un espécimen físico a observar. Añade: su abdomen está abierto y están explorando sus intestinos. Va a perder ambas piernas bajo la rodilla, un brazo ha volado, tiene incisiones en los muslos para aliviar la presión de las partes de la pierna que esperamos sobrevivan, y tiene lesiones genitales, lo único que quieres es gritar [Glantz, ipsnews.net].
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Los dispositivos prostéticos recrean la historia de la evolución tecnológica. Sigmund Freud veía la innovación tecnológica como un poder que ayudaba a extender o aumentar las capacidades naturales humanas. Como explica en El malestar en la civilización: Con cada herramienta el hombre perfecciona sus propios órganos, motrices o sensoriales, o desplaza los límites de su funcionamiento. Para Freud, el hombre se ha convertido, o como si lo fuera, una clase de dios prostético. [Freud, pp. 37-39]
Habiéndose transformado en dios prostético, las fuerzas de la mecanización que Freud identificaba como dirigidas a los órganos de comunicación, de la vista, oído y (más de lo que él podía imaginar) memoria, han sido también extendidas a casi todo otro órgano y función del cuerpo. Este proceso ha transformado crecientemente el cuerpo viviente en un artefacto prostético.
Gafas, dentaduras postizas, pequeñas máquinas para ayudar al oído y válvulas para el corazón, todavía en menor medida brazos, caderas, piernas y órganos vitales modifican la funcionalidad y apariencia del cuerpo. Por extensión, probablemente afectarán la vida sexual de aquellos que se beneficien de ellos. Igualmente importantes, la reconstrucción genital, aumento de pecho, el alargamiento de pene y otras prótesis sexuales (a parte de los innumerables dispositivos contraceptivos) han sido introducidas para alterar tanto la actuación física como la sexual o ambas a la vez. Estos dispositivos advierten de su propia historia oculta, una historia que tiene sus raíces en la lucha social para desvincular el placer sensual y sexual de la procreación biológicamente determinada.
Según Donald G. Shurr y Thomas M. Cook, los primeros protesistas fueron los herreros, los forjadores de armaduras, otros artesanos calificados y los propios pacientes. [Prosthetics & Orthotics p. 1]. En el siglo XIX la era moderna de la medicina prostética y la cirugía reconstructiva genital empezó a tomar forma. A. A. Marks es considerado el primero, en 1860, en haber reemplazado una prótesis de un pie de madera por una de goma.
Los autores apuntan que la prostética creció tremendamente durante la Guerra Civil, en la que sólo en el lado de la Unión fueron practicadas 30000 amputaciones. Como ironía histórica, un miembro del ejército de la Confederación con una amputación, J. E Hanger, fue el primero en instalar topes de goma en pies sólidos creando así el primer pie prostético articulado. [Shurr & Cook, p 1]
Casi al mismo tiempo el primer cirujano en informar una reconstrucción genital exitosa fue R. W. Giba quien publicó, en 1855 en el Charleston Medical Journal, un artículo titulado: A case where the entire scrotum and perineum together with one testicle and its cord attached and nearly all the integument of the penis were torn off. Recovery is with preservation of sexual powers. [Arnery, p.3.919n10]
A finales del siglo XIX y principios del XX, el número y naturaleza de las lesiones corporales (afectando particularmente a los genitales masculinos) se incrementó significativamente. Durante la Primera Guerra Mundial la cirugía plástica empezó a usarse para tratar heridas faciales fruto de la guerra de trincheras. La guerra también fue testigo de la introducción de un nuevo tipo de mina de tierra, una mina que al pisarla explosionaba y no sólo destruía las piernas de la víctima sino que también atacaba a los genitales.
Wilfred Lynch, en Implants: Reconstructing the human body, observa que el desarrollo de implantes quirúrgicos de confianza [durante el periodo de entreguerras] marchaba a velocidad de caracol hasta la emergencia de nuevos materiales exóticos en respuesta a las necesidades militares en la Segunda Guerra Mundial. [Lynch, p.1]. Hoag Levins en American Sex Machines secunda esta observación: Tras la Segunda Guerra Mundial, nuevas químicas, nuevos metales, nuevas técnicas de fabricación y nuevas posibilidades de marketing de consumo llegaron juntas para desarrollar una nueva generación de tecnologías prostéticas. [Levins, p.123].
Los nuevos materiales introducidos durante y después de la Segunda Guerra Mundial en la medicina prostética se clasifican en tres categorías: polímeros, metales y cerámicas. Entre los polímeros encontramos plástico, goma, geles y fluidos (incluyendo siliconas y poliuretano); entre los nuevos metales están el titanio, el acero inoxidable y aleaciones de cobalto cromo; y un uso limitado de las cerámicas. Los elementos materiales del dios prostético fueron así constituidos.
La guerra de Vietnam testimonió la introducción de una nueva generación de armamento que infligía mayores calamidades físicas, incluyendo un significativo incremento de lesiones de los genitales externos masculinos. El mayor esfuerzo médicomilitar fue dirigido a lo que Shurr y Cook identifican como prótesis de extremidades superiores de control mioeléctrico y prótesis endoesqueléticas y modulares [Shurr & Cook, p.2].
Sin embargo, como otro observador apunta, por el uso frecuente de minas terrestres [en Vietnam] tales lesiones [genitales] cuentan un 41,6 % de todos los traumas urogenitales. [Arneri, p. 3902]. Si atendemos a un corto periodo de la guerra, entre marzo de 1966 y julio de 1967, el número total de soldados hospitalizados fue de 17.726 de los cuales 594 sufrían heridas en los genitales externos, un 3,4 %.
Las tendencias históricas sobre las lesiones urológicogenitales externas revelan uno de los mayores costes sufridos en nombre del patriotismo. Durante la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Vietnam cerca de dos tercios de las lesiones genitales incluían los testículos, el pene y la uretra conjuntamente. Uno solamente puede preguntarse si la guerra contra el terror tendrá resultados similares. [Borden Institute, centro médico Walter Reed, Urology in the Vietnam War]
Echando atrás la mirada sobre la evolución de las lesiones de genitales masculinas externas desde la Segunda Guerra Mundial, el instituto Borden del Walter Reed comenta: La alta frecuencia de heridas en los genitales externos en la Segunda Guerra Mundial y en la guerra de Vietnam refleja el incremento en la actividad de combate móvil del soldado y el incremento en el uso de minas, granadas, trampas para bobos y otras bombas misil de tierra explosivas de alta velocidad que detonaban inmediatamente al lado o bajo el soldado. La guerrilla radical o las guerras de insurgencia en Afganistán o Irak han hecho del combate móvil la norma operacional.
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Es difícil anticipar completamente las consecuencias a largo plazo de las bajas militares que vuelven a EEUU de la guerra contra el terror. Miles, si no decenas de miles, pasarán el resto de sus vidas sufriendo las lesiones infligidas en esta inmoral, si no ilegal, aventura militar.
En la guerra, la tecnología juega un juego de doble vertiente. Incrementa significativamente el número de bajas y, en particular, lesiones asociadas con las extremidades y particularmente con los genitales. Simultáneamente, incrementa la efectividad de los procedimientos médicos (especialmente de las amputaciones) y de los dispositivos prostéticos para salvar y mejorar la vida de los soldados.
Las prótesis sirven a objetivos fisiológicos, psicológicos y simbólicos. Estos objetivos definen un único paquete de temas que implican tanto la relación de la persona con otra persona (varones particularmente) como consigo, su propio cuerpo, a como se siente uno físicamente y así como experimenta uno la naturaleza y el sentido profundo del estar vivo.
Los dispositivos prostéticos reflejan la conjunción de medicina, tecnología y vida social. Su meta inherente es ayudar a la persona inválida a sentirse completa, más capaz como ser humano viviendo en un cuerpo menos que completamente funcional. Compensando las limitaciones de la funcionalidad física a través del uso de prótesis un ser humano más completo o funcional físicamente puede llevar una vida completa.
Para un hombre bajo la tiranía de la masculinidad patriarcal, nada es más vergonzoso que la pérdida o la lesión severa de los genitales o la pérdida de capacidad de la actividad sexual. Muchos hombres experimentan esto como una castración. La pérdida de un ojo, una mano, pierna u otra parte del cuerpo no hace de un hombre tanto menos que un hombre; cada órgano puede ser reemplazado incluso a veces fortaleciendo y haciendo más poderoso al hombre. Sin embargo, la pérdida de capacidad sexual, de follar, es experimentado por (¿algunos?, ¿pocos?, ¿muchos?, ¿la mayoría?) los hombres estadounidenses como una pérdida de masculinidad, un desafío para la propia identidad.
La guerra contra el terror ha sido acompañada de muchas dudosas expresiones de masculinidad. Se abre con temor y sorpresa pulverizando a un adversario debilitado. Crece con un patético presidente desfilando en un portaviones en un vuelo Air Force que afirma misión cumplida. La pesadilla llega a su punto culminante con las cámaras de tortura de Abu Ghraib, erotizadas con correas y collares de perro aplicados sobre los cuellos de iraquíes desnudos acompañados de hombres y mujeres del ejército de EEUU que, vestidos fetichísticamente, practican castigos sadomasoquistas mientras sonríen a la cámara.
Hoy, la masculinidad de baladrón, de patriotismo, se desinfla con el creciente número de bajas militares.
La cultura estadounidense es terriblemente patriarcal y militarista. Glorifica la guerra, prometiendo a hombres jóvenes (y un creciente número de mujeres) un sendero hacia la autorrealización individual a través de la lucha patriótica. La confusa premisa es que gloria, honor, sacrificio y heroísmo (en sí mismos) pueden ser realizados a través de la barbarie militar. Y estos valores están inexorablemente ligados a los genitales masculinos, a la verga.
Bajo la tiranía de la particular versión patriarcal americana, es casi imposible proponer una visión alternativa de masculinidad (menos de feminidad). Mientras muchos pueden debatir el significado de masculinidad en términos de virtudes tradicionales como coraje, fuerza, honor, sacrificio, tales términos no tienen nada que ver con los genitales masculinos o la potencia sexual. Superar esta contradicción sólo se dará con el fin del patriarcado.
David Rosen es un analista político norteamericano
Traducción para www.sinpermiso.info: Txomin Martino