"Un trabajo sangriento por hacer". La izquierda alemana y Rusia

Knut Mellenthin

19/06/2022

Imágenes del enemigo: Caricaturas antirrusas de la segunda mitad de 1914 en una revista satírica socialdemócrata

 

Desde una profunda aversión hasta el clima emocional de la guerra mundial, desde Heine hasta Haase: cómo la izquierda alemana aprendió a odiar a Rusia.

El 4 de agosto de 1914, el SPD,  entonces el grupo parlamentario más fuerte del Reichstag, con 110 de los 397 diputados, votaba por primera vez a favor de los préstamos con los que se financiaría la guerra mundial iniciada una semana antes con el ataque de Austria-Hungría a Serbia. Parece incierto si Karl Liebknecht también votó realmente a favor, como se afirma casi en todas partes, o si había abandonado la sala antes de la votación, lo cual es mucho más raro de leer. De hecho, solo 108 de los 110 diputados votaron a favor.

Lo cierto es que el 2 de diciembre de 1914 Liebknecht fue el único miembro del Reichstag que votó en contra de la ampliación de los créditos de guerra. En la justificación escrita que entregó al presidente del Reichstag para el acta, explicó que, por parte del lado alemán, no se trataba de una guerra defensiva -como afirmaban la mayor parte del SPD y los sindicatos- sino de "una guerra imperialista, una guerra por el dominio capitalista del mercado mundial, por la dominación política de importantes zonas de asentamiento para el capital industrial y bancario". Al mismo tiempo, la guerra era "una empresa bonapartista para desmoralizar y aplastar al creciente movimiento obrero".

La guerra alemana

El 4 de agosto de 1914, cuando el SPD, a través de su presidente del grupo parlamentario y del partido Hugo Haase, declaró en el Reichstag que no se trataba de decidir en ese momento si se estaba a favor o en contra de la guerra, sino "sobre la cuestión de los medios necesarios para la defensa del país", el estado de cosas era, en resumen, el siguiente. El 28 de junio, Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, y su esposa fueron asesinados por un joven nacionalista serbio durante una visita a Sarajevo, la capital de la región de Bosnia-Herzegovina, anexionada en circunstancias controvertidas en 1908. El gobierno de Viena responsabilizó al estado serbio. Presionada explícitamente por los dirigentes alemanes, Austria-Hungría emitió el 23 de julio un ultimátum redactado deliberadamente de forma inaceptable. Tras su expiración, el 28 de julio se produjo la declaración de guerra de Viena a Serbia y un día después el bombardeo con artillería de la frontera cerca de Belgrado.

 Esto puso en juego a Rusia como potencia protectora de Serbia y a Francia como aliada de Rusia, mostrando un curso de los acontecimientos sumamente inevitable y predecible. En estas circunstancias, el imperio alemán renunció a realizar más esfuerzos diplomáticos: El 1 de agosto declaró la guerra a Rusia y el 3 de agosto también a Francia. Puesto que el plan de guerra alemán preveía un avance a través de Bélgica, cuya neutralidad había sido garantizada por las principales potencias europeas en 1839, Gran Bretaña entró en la guerra el 4 de agosto, pocas horas después del inicio del ataque alemán. Esta era la situación cuando el Reichstag se reunió esa tarde para votar los préstamos. Era el ejemplo de una guerra imperialista provocada decisiva y deliberadamente por Alemania, contra la que todos los partidos socialdemócratas de Europa venían advirtiendo desde hacía años.

Aparentemente en línea con declaraciones y resoluciones anteriores, el ejecutivo del SPD había condenado el 25 de julio que "la furia bélica desatada por el imperialismo austriaco" se preparaba para "traer la muerte y la devastación a toda Europa". Se exigió al gobierno alemán "que ejerza su influencia sobre el gobierno austriaco para lograr la paz y se abstenga de cualquier interferencia bélica. Ni una gota de sangre de un soldado alemán debe ser sacrificada a las ansias de poder de los gobernantes austriacos y a los intereses de lucro imperialistas."

Para el 28 de julio, el SPD había anunciado 32 concentraciones contra la amenaza de guerra solo en Berlín. Como las concentraciones al aire libre estaban prohibidas y los intentos de hacerlo fueron reprimidos con violencia, las protestas tuvieron que celebrarse como actos en salas. En todo el país participaron 700.000 personas, 100.000 de ellas en Berlín. Un día más tarde, el diputado Albert Südekum, en representación del ejecutivo del partido, aseguró al canciller del Reich, Theobald von Bethmann Hollweg, en una carta confidencial y durante un encuentro personal, que el SPD "no planeaba, ni siquiera temía, acción de ningún tipo", entendiendo con ello sobre todo luchas obreras hasta llegar a la huelga general. El ejecutivo del partido también reconoció "la necesidad de evitar declaraciones ambiguas o equívocas en la prensa" y estaba "tratando de transmitir esta opinión a los redactores de los periódicos del partido".

Una Internacional pragmática

En los años que precedieron a la guerra mundial, las crisis entre las grandes potencias se intensificaron continuamente y en varias ocasiones estuvieron a punto de provocar una guerra general europea. La última vez que esto ocurrió fue durante las dos guerras de los Balcanes de 1912 y 1913, en las que Grecia, Serbia, Montenegro, Bulgaria, Rumanía y el Imperio Otomano habían estado directamente implicados en distintas combinaciones. Antes, la anexión de Bosnia-Herzegovina, que Austria-Hungría había anunciado el 5 de octubre de 1908 con el apoyo de Alemania en contra de la voluntad de Rusia, también había hecho temer una guerra mundial. En 1905 y 1911, las acciones provocadoras alemanas contra las penetraciones francesas en el norte de África habían conducido a la primera y la segunda "crisis de Marruecos".

Ante el evidente peligro creciente de conflicto armado entre varias grandes potencias europeas, la Internacional Socialista había hecho repetidos intentos de comprometer a los partidos que la integraban en torno a una posición y una estrategia comunes contra el peligro de guerra general. Esto se hizo sobre todo en varios congresos que tuvieron lugar en Stuttgart en 1907, en Copenhague en 1910 y, finalmente, en Basilea los días 24 y 25 de noviembre de 1912, antes de la Primera Guerra Mundial. Para apreciar el carácter problemático y frágil de las decisiones, es necesario tener presente que esta "Internacional" abarcaba a fuerzas tan diversas como un SPD derivando hacia el revisionismo -es decir, la moderación de los principios anteriores-, por un lado, y el ala bolchevique de los socialdemócratas rusos, por otro.

El encuentro de Basilea había sido convocado de forma extraordinaria en respuesta al inicio de la Primera Guerra de los Balcanes en octubre de 1912. La resolución allí adoptada comienza con las frases: "Si existe la amenaza del estallido de la guerra, las clases trabajadoras y sus representantes parlamentarios en los países implicados están obligadas a (...) hacer todo lo posible para evitar el estallido de la guerra utilizando los medios que consideren más eficaces (...). Si, a pesar de todo, estalla la guerra, es su deber intervenir para su rápido final y luchar con todas nuestras fuerzas para explotar la crisis económica y política provocada por la guerra para abrir los ojos al pueblo y acelerar así la eliminación del dominio de clase capitalista."

Además, la resolución formulaba "tareas especiales" para los partidos de los países europeos más importantes. Tomado en conjunto, esto daba como resultado que Rusia, gobernada por el zarismo y vinculada por tratados de alianza con Gran Bretaña y Francia, era vista como el problema más peligroso. Provocar la "caída" del zarismo debía ser "considerada por toda la Internacional como una de sus tareas más nobles".

El principal objetivo de la resolución estuvo orientado a "superar el antagonismo entre Alemania, por un lado, y Francia e Inglaterra, por otro". Esto, decía en la justificación, "eliminaría el mayor peligro para la paz mundial, sacudiría la posición de poder del zarismo, que explota este antagonismo" y haría "imposible" una invasión de Serbia por parte de Austria-Hungría. En este contexto, "el antagonismo alimentado artificialmente" entre Gran Bretaña y Alemania representaba "el mayor peligro para la paz de Europa". La clase obrera de los dos países debe esforzarse por "superar este antagonismo" y, en particular, abogar por la conclusión de un tratado germano-británico "sobre la suspensión de los rearmes navales". Esto sonaba más pragmático que antiimperialista y difería notablemente de la valoración mucho más negativa de Rusia en esta resolución y en general de los partidos socialdemócratas.

Eslóganes falaces

Cuando Hugo Haase tuvo que justificar el 4 de agosto de 1914 por qué todas las resoluciones y acuerdos de la Internacional ya no valían, concentró su argumentación en el supuesto peligro amenazador que representaba Rusia, lo que, según su lógica, hacía automáticamente de toda guerra alemana contra Rusia una guerra defensiva: "Para nuestro pueblo y su futuro en libertad, mucho, si no todo, está en juego en caso de victoria del despotismo ruso (...). Debemos alejar este peligro y salvaguardar la cultura y la independencia de nuestro propio país. Aquí es donde hacemos real lo que siempre hemos destacado: No dejamos en la estacada a la patria en la hora del peligro. En esto nos sentimos en consonancia con la Internacional, que ha reconocido en todo momento el derecho de todo pueblo a la independencia nacional y a la autodefensa, así como nosotros, de acuerdo con ella, condenamos toda guerra de conquista."

Hay informes creíbles de que Haase presentó su texto de mala gana, pero se sometió a la "disciplina del partido". Lo cierto es que en la reunión del grupo parlamentario que precedió a la votación, él, junto con otros 13 diputados, se pronunció en contra de la aprobación de los créditos de guerra. En abril de 1917 fue uno de los fundadores del antibélico USPD y su primer presidente.

Haase debía ser consciente de que se trataba de una estratagema mezquina y deshonesta en su justificación de la orientación del voto del SPD el 4 de agosto de 1914. Las condiciones internas de Rusia y su política exterior no habían cambiado desde las resoluciones de la Internacional de 1907, 1910 y 1912. Que Rusia, en caso de llegar a una gran guerra, participaría en ella con una probabilidad muy alta como aliada de Francia y Gran Bretaña era previsible. La posición oficial de la Internacional sobre este horizonte de circunstancias había sido siempre, hasta la victoria del chovinismo en el verano de 1914, que todas las grandes potencias se habían convertido en culpables por igual por su política depredadora y sus tratados secretos para redibujar las fronteras de Europa, de modo que no podía hablarse de una "guerra justa" por ninguno de los bandos.

Cuando Karl Liebknecht votó por primera vez en contra de la ampliación de los créditos de guerra el 2 de diciembre de 1914, dijo en su justificación, con evidente referencia al principal argumento del SPD a favor de la guerra: "El eslogan alemán 'contra el zarismo' -similar al actual eslogan inglés y francés 'contra el militarismo'- servía al propósito de movilizar, en favor del odio entre las naciones, los instintos más nobles, las tradiciones revolucionarias y las esperanzas del pueblo. Alemania, cómplice del zarismo, ese modelo de subdesarrollo político hasta el día de hoy, no tiene vocación de liberador de pueblos. La liberación del pueblo ruso, así como del alemán, debe ser obra propia. La guerra no es una guerra para la defensa de Alemania. Su carácter histórico y su transcurso hasta ahora prohíben confiar en un gobierno capitalista cuyo propósito para el que pide fuerzas es, según dice, la defensa de la patria."  

La destrucción de Rusia

El hecho de que la aprobación de la guerra mundial en el SPD fuera tan fácil de llevar a cabo, como supuesta defensa de la cultura alemana y de la independencia nacional contra el "despotismo ruso", arraigaba profundamente  en la historia del siglo XIX. El padre de Karl Liebknecht, Wilhelm, por ejemplo, se había expresado en el congreso obrero de Núremberg de 1868 de una manera casi aterradora: "Uno de los oradores anteriores habló a favor del desarme general. Yo también estoy a favor. Pero solo podrá producirse cuando todos los enemigos de los pueblos hayan sido neutralizados, y eso tardará todavía mucho tiempo. Para Alemania y Francia, la hora de la liberación no me parece muy lejana. Pero con nuestra liberación no habremos alcanzado nuestra meta; todavía tenemos un trabajo sangriento que hacer y un deber sagrado que cumplir: la destrucción de Rusia, la restauración de Polonia."

La destrucción de Rusia como "trabajo sangriento “¿se podía malinterpretar? Obviamente, se trataba de medios bélicos. Para restaurar Polonia, por supuesto, no había que destruir toda Rusia. También es revelador que Liebknecht no prestara atención al hecho de que la supresión del estado soberano polaco mediante tres tratados de partición -en 1772, 1793 y 1795- fue obra conjunta de tres estados. Además de Rusia, también participaron Prusia y el Imperio de los Habsburgo.

Wilhelm Liebknecht fue cualquier cosa menos una figura marginal. Desempeñó un papel decisivo no solo en la dirección del SPD, que se constituyó en 1890, sino también como su precursor desde la Asociación General de Trabajadores Alemanes, fundada en 1863. Con motivo de la guerra ruso-turca de 1877/1878, Liebknecht escribió el artículo "Sobre la cuestión oriental o ¿se volverá Europa cosaca?". Allí describió a Rusia como una "potencia semibárbara que se había apropiado precisamente de tanta civilización  para poder perseguir sus objetivos bárbaros con el refinamiento de la cultura" y como "el estado ladrón más brutal conocido en la historia". A este "más rapaz, más cruel, más hipócrita de todos los estados ladrones" se le permitía, exclamó Liebknecht, "hundir impunemente a Europa, al mundo, de un pánico hacia otro" y "crear complicaciones de las que puede irrumpir en cualquier momento una guerra europea, una guerra mundial".

Esta valoración extrema de Rusia era, en comparación con el papel de las grandes potencias económica y militarmente mucho más fuertes e influyentes de Alemania, Gran Bretaña y Francia, casi obsesivamente errónea. Pero Liebknecht se mantuvo fiel a este punto de vista irreal. En el Reichstag, el 28 de noviembre de 1888, acusó a las fuerzas gobernantes de Alemania y Francia de "arrastrarse ante Rusia" y de hacerse ilusiones sobre su comportamiento en política exterior. "La Rusia de hoy siempre será un peligro para la paz mundial. La Rusia pacífica solo puede llegar a serlo si es obligada a transitar por las vías de la cultura europea, y Alemania habría sido capaz de hacerlo".

En 1891, Friedrich Engels, en un artículo que había escrito para el "Almanach du Parti Ouvrier" francés y publicado en alemán con el título "Der Sozialismus in Deutschland" (El socialismo en Alemania), anticipó en lo esencial la posterior aprobación del SPD de los préstamos para la guerra mundial: Si Francia se aliaba con Rusia y estallaba entonces la guerra, Alemania "simplemente tendría que luchar por su existencia", advirtió Engels. En este caso, el "deber" de los socialistas alemanes sería "no capitular" sino "luchar hasta el final contra Rusia y todos sus aliados, sean quienes sean".

Este horizonte se materializó en realidad unos años más tarde. Francia y el imperio zarista concluyeron una alianza en 1893, Gran Bretaña y Francia acordaron la llamada Entente Cordiale en 1904, y el Tratado de San Petersburgo, cerrado el 31 de agosto de 1907, la convirtió formalmente en una alianza tripartita. Precisamente ante este contexto, el líder del SPD, August Bebel, pronunció su legendario "discurso del fusil" en el congreso del partido en Essen, el 17 de septiembre de 1907: si se produjera una guerra con Rusia, "a la que considero el enemigo de toda la cultura y de todos los oprimidos, no solo en mi propio país, sino también como el enemigo más peligroso de Europa y, especialmente, para nosotros los alemanes", él, como "chico mayor" -tenía entonces 67 años-, seguiría "dispuesto a colgarse el fusil a la espalda e ir a la guerra contra Rusia".

Bebel repitió así lo que ya había dicho en el Reichstag el 7 de marzo de 1904. Para las fuerzas gobernantes del imperio alemán era previsible que en caso de una gran crisis internacional solo tuvieran que esgrimir el tema de "Rusia" para que el SPD declarara abiertamente su voluntad de ir a la guerra, a pesar de todos los juramentos en contra. El armador Albert Ballin, que tenía acceso directo al káiser y al gobierno del Reich, informó posteriormente de que había preguntado al entonces canciller Theobald von Bethmann Hollweg por qué se había declarado la guerra a Rusia el 1 de agosto de 1914. Ballin pensó que esto era "precipitado" porque aún no se habían agotado en absoluto los medios diplomáticos. El canciller contestó: "Si no, no conseguiré a los socialdemócratas".

El gendarme de Europa

De hecho, fue un factor importante para generar el entusiasmo por la guerra en agosto de 1914 la "educación" del movimiento obrero alemán durante décadas, no solo en una dura crítica al zarismo, sino también con una imagen de Rusia no ajustada ni realista en su totalidad, sino en parte resentida, chovinista y arrogante. El origen de esta actitud se encuentra en el periodo posterior al Congreso de Viena (del 18 de septiembre de 1814 al 9 de junio de 1815), que deliberó y decidió sobre la reorganización de Europa tras la derrota militar de Francia dirigida por el emperador Napoleón.  

El 26 de septiembre de 1815, Prusia, Austria y Rusia se unieron para formar el núcleo sólido de una "Santa Alianza", a la que se unieron, en ocasiones y en situaciones y circunstancias cambiantes, otros estados. Bajo palabras untuosas de "paz eterna" y "amor al prójimo cristiano", el verdadero objetivo político era reprimir toda oposición liberal y democrática mediante la represión política y, en el caso de levantamientos revolucionarios, incluso mediante la intervención militar. Nikolas I, el zar de los años 1825 a 1855, recibió el vergonzoso título de "gendarme de Europa" por la represión del levantamiento polaco de 1830/1831 y el envío de 200.000 soldados, solicitados por el Imperio de los Habsburgo, para luchar contra la revolución húngara de 1848/1849, aunque las tres monarquías de la "Santa Alianza" dando apoyo fueron igualmente partícipes.

Tras el levantamiento polaco de 1830, el poeta y escritor alemán Heinrich Heine, que puede considerarse un humanista liberal, describió la actitud específica hacia el Imperio zarista como "odio a los rusos" (Russenhass). No lo dijo de forma crítica, sino aprobatoria. En el capítulo "Un año después de la Revolución de Julio" de su "Memoria" contra Ludwig Börne, publicado en 1839, Heine escribió: "Alemania tendrá que luchar algún día contra este gigante, y para esta eventualidad es bueno que hayamos aprendido a odiar a los rusos a una edad temprana, que este odio haya crecido en nosotros, que todos los demás pueblos también participen en él."

 

es periodista y escritor. Colabora con jW
Fuente:
https://www.jungewelt.de/artikel/427203.arbeiterbewegung-und-russland-blutige-arbeit-zu-verrichten.html
Traducción:
Jaume Raventós

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