Trump amenaza con una guerra comercial global. Europa debe desencadenar una alternativa radical

Gabriel Zucman

27/02/2025

A diferencia de los aranceles, una nueva forma de proteccionismo podría dirigirse contra las empresas que destruyen el clima y no pagan impuestos, y contra sus multimillonarios propietarios.

¿Cómo debe responder Europa antes de que las políticas de Donald Trump desestabilicen la economía mundial? Todos los países tendrán que pronunciarse pronto sobre las amenazas arancelarias del nuevo presidente estadounidense. Aunque un alejamiento del libre comercio conlleva claramente riesgos, también presenta una valiosa oportunidad para reimaginar nuestras obsoletas relaciones económicas internacionales, si somos capaces de captar lo que hace que este momento sea único.

En muchos sentidos, la agenda económica de Trump sigue el manual de juego del partido republicano que se remonta a la candidatura presidencial de Barry Goldwater en 1964, que lanzó la duradera misión del partido de desmantelar el New Deal de Roosevelt. Trump afirma que Estados Unidos nunca estuvo mejor que bajo la presidencia de William McKinley (1897-1901), cuando el gobierno federal, antes de que existiera el impuesto sobre la renta, se redujo al mínimo.

El fundamentalista del libre mercado Milton Friedman esgrimió un argumento similar en su época, al considerar la introducción del impuesto sobre la renta en 1913 y su aumento (con un tipo impositivo marginal máximo que alcanzó una media del 78% entre 1930 y 1980) como una de las principales fuentes del declive económico. Es poco probable que Trump lo consiga en los próximos cuatro años, pero ahora aspira a abolir por completo el impuesto sobre la renta.

También en política comercial, aunque la retórica ha evolucionado, el enfoque mercantilista de Trump se hace eco de las políticas de Ronald Reagan de la década de 1980. Reagan impuso un arancel del 45% a las motocicletas japonesas, aranceles del 100% a los ordenadores, televisores y herramientas eléctricas japonesas, y aranceles del 15% a la madera canadiense. Sin duda, China ha sustituido a Japón como principal objetivo de la ira estadounidense; Trump también está a favor de los aranceles frente a las cuotas de importación que Reagan utilizaba con frecuencia (incluso contra países europeos). Pero la filosofía subyacente sigue siendo la misma, basada en una visión del mundo en la que la búsqueda agresiva del interés propio y nacional es el verdadero motor del progreso.

Sin embargo, estas similitudes no deberían ocultar la diferencia fundamental entre el trumpismo y sus predecesores históricos. Como resultado de cuatro décadas de integración financiera y de la creciente importancia de los bienes públicos mundiales (el clima, entre ellos, el principal), las decisiones de Estados Unidos tienen ahora efectos multiplicadores mucho mayores en todo el mundo. «America first», a menudo tachada de aislacionista, es en realidad la primera agenda nacionalista de libre mercado verdaderamente global en sus ambiciones e impactos económicos.

¿Estamos asistiendo al preludio de una crisis que podría eclipsar incluso los conflictos armados del siglo XX?

Las leyes fiscales estadounidenses afectan al resto del mundo como nunca antes. Casi la mitad de las acciones de las empresas que cotizan en bolsa en Estados Unidos son propiedad de no residentes, frente al 5% de la década de 1980. Así pues, cuando Estados Unidos reduce los tipos del impuesto de sociedades, no son sólo los accionistas estadounidenses los que sacan provecho (a través del aumento de los dividendos o del precio de las acciones), sino el 1% más rico de todo el mundo.

Tomemos Francia como ejemplo: mientras que estas participaciones eran insignificantes hace 40 años, los hogares franceses ricos poseen ahora (a través de diversos intermediarios financieros) casi tanto en acciones estadounidenses (alrededor de 800.000 millones de euros) como en acciones del CAC 40 (mercado de valores francés) (1 billón de euros). Washington DC está exportando sus políticas de desigualdad al resto del mundo.

Este impacto directo se ve amplificado por un efecto indirecto aún más poderoso: la carrera a la baja de los impuestos a las empresas. Durante su primer mandato, Trump redujo drásticamente el impuesto de sociedades del 35% al 21%; ahora pretende bajarlo al 15%. Las subvenciones masivas introducidas por la Ley de Reducción de la Inflación de 2022 de Joe Biden -la nueva cara de la competencia fiscal internacional- van a continuar, aunque con diferentes beneficiarios: empresas tecnológicas y de defensa en lugar de industrias ecológicas. Mientras tanto, el acuerdo internacional de 2021 sobre un impuesto de sociedades mínimo a escala mundial se encuentra con respiración asistida, bajo el ataque constante de los republicanos. Esta carrera a la baja está a punto de acelerarse drásticamente, pudiendo acabar con la eliminación total de los impuestos sobre el capital y la renta.

El panorama es similar en la política climática. El auge de la fracturación hidráulica ha disparado la producción de petróleo estadounidense en los últimos 15 años. Estados Unidos se convirtió en el primer productor de petróleo del mundo en 2018 y en exportador neto de petróleo en 2020, una hazaña no alcanzada desde finales de la década de 1940, cuando el resto de la infraestructura mundial estaba en ruinas. Pero esto no es suficiente para Trump, que ha hecho de la extracción implacable un objetivo clave de su nuevo mandato.

Al igual que la dependencia de los incentivos fiscales para empobrecer, esta estrategia puede resultar muy rentable a corto y medio plazo para el país que la aplique. Pero es un juego de suma negativa para el planeta en su conjunto. El capital absorbido por los recortes fiscales se produce a expensas del resto del mundo, alimentando la desigualdad. Mientras tanto, el aumento de las prospecciones petrolíferas acelera la degradación del clima, golpeando más duramente a las poblaciones más vulnerables de los países más pobres. A la larga, estas formas de dumping no pueden sino desencadenar violentas reacciones.

Estados Unidos no es, por supuesto, el primer país que persigue una competencia internacional de suma negativa, y eso es precisamente lo que la hace tan peligrosa. Trump vuelve en un momento en el que la competencia fiscal ya se está produciendo a tipos mínimos, en sociedades debilitadas por el aumento de la desigualdad y la captura plutocrática, en un momento decisivo para la acción climática y en democracias más vulnerables que nunca. ¿Estamos asistiendo al preludio de una crisis que podría eclipsar incluso la violencia nacionalista y los conflictos armados de principios del siglo XX, esta vez con consecuencias verdaderamente globales?

Urge replantearse las relaciones económicas internacionales, con calma pero radicalmente. El enfoque más prometedor es una política que neutralice e invierta las fuerzas de la competencia fiscal, la desigualdad y el caos climático. Según las nuevas reglas del juego económico mundial, los países importadores aplicarían sus leyes más allá de sus fronteras para gravar a las grandes empresas extranjeras que tributan poco y a sus multimillonarios propietarios.

Para ilustrar cómo funcionaría esto en la práctica, pensemos en Tesla. Imaginemos que no paga impuesto de sociedades ni sobre el carbono en EE.UU., pero que realiza el 5% de sus ventas en Gran Bretaña. La Hacienda británica calcularía lo que Tesla debería haber pagado en EE.UU. si se aplicara allí la legislación fiscal británica y recaudaría el 5% de esa cantidad. Del mismo modo, Gran Bretaña intervendría para gravar a Elon Musk proporcionalmente a la cantidad de su riqueza que se origina en el Reino Unido (que, dado que su fortuna está principalmente en acciones de Tesla, puede estimarse en alrededor del 5%).

Este planteamiento es intrínsecamente extraterritorial, ya que los países impondrían en parte sus normas fiscales a los actores extranjeros a cambio de acceso al mercado. Pero es hora de pensar en la extraterritorialidad desde un punto de vista positivo: como la forma más eficaz de imponer las normas mínimas necesarias para frenar la desigualdad y mantener habitable nuestro planeta.

A diferencia de los aranceles tradicionales, esta forma de proteccionismo, que podríamos llamar «proteccionismo de interposición», crearía un círculo virtuoso. Como los países con importantes mercados de consumo, como el Reino Unido, recaudarían los impuestos no pagados en otros países, éstos ya no tendrían motivos para ofrecer exenciones fiscales. La carrera hacia abajo sería sustituida por una carrera hacia arriba.

Dentro de Europa, ni siquiera sería necesario que todos los gobiernos se pusieran de acuerdo. Un solo país por sí solo podría condicionar el acceso a su mercado al cumplimiento de unas normas fiscales mínimas, como ya ocurre en otros ámbitos como la seguridad alimentaria. Las multinacionales extranjeras, y los multimillonarios que las poseen, no deberían tener acceso al mercado británico si no pagan impuestos.

El sistema que propongo ofrece mucho más que una defensa contra el trumpismo. Presenta una alternativa viable al fracasado paradigma del libre comercio de la era posterior a 1980, un marco que los votantes de todo el mundo rechazan cada vez más. Es nuestra mejor oportunidad de marcar el comienzo de una nueva era de cooperación internacional -el único camino prometedor para nuestro planeta- y de detener las fuerzas destructivas del nacionalismo, antes de que arrasen con todo.

es profesor de economía en la Escuela de Economía de París y en la École normale supérieure - PSL, y director fundador del Observatorio Fiscal de la UE.
Fuente:
https://www.theguardian.com/commentisfree/2025/jan/20/trump-threatens-a-global-trade-war-europe-must-unleash-a-radical-alternative
Temática: 
Traducción:
Antoni Soy Casals

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