Transición energética y crecimiento o decrecimiento

Enric Prat Carvajal

11/06/2023

Un sector del ecologismo contempla la posibilidad de un crecimiento económico basado en las energías renovables. Es decir, considera que se puede seguir creciendo económicamente sustituyendo las fuentes energéticas fósiles por las renovables. En cambio, otro sector del ecologismo sostiene que seguir creciendo de manera continuada, aunque sea con energías renovables, es insostenible. Estas ideas divergentes no son nuevas. Se remontan a principios de la década de 1970, cuando el biólogo Barry Commoner (1917-2012) se mostró favorable a un crecimiento económico basado en las energías renovables y el reciclaje de los metales y el matemático y economista Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994) aportó argumentos que demostraban la inviabilidad y la inconveniencia de ese planteamiento, poniendo el acento en la escasez de materiales y en el hecho de que los metales utilizados en la producción económica están afectados, al igual que la energía, por el segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía.  

¿Crecimiento económico basado en las energías renovables?

Barry Commoner, en su obra The Closing Circle, publicada en 1971, señaló que los recursos minerales son limitados y, por tanto, no pueden renovarse, y que su utilización conduce inevitablemente a su reducción. Indicó que cuando los combustibles fósiles se emplean “la energía solar atrapada por ellos hace millones de años se disipa irremediablemente”. También dijo que, después de ser usados, los metales “pueden utilizarse de nuevo” porque “la materia no se destruye jamás”. Creía que el reciclado de los metales podría resolver el problema de su escasez. A su parecer, “el agotamiento de los metales viene determinado, más que por la cantidad de metal utilizado, por el valor que se le atribuye y, en consecuencia, por el grado en que es empleado de nuevo”. No obstante, reconoció que “cualquier empleo de un recurso metálico entraña inevitablemente algún derramamiento de material, aunque sólo sea por efecto de la fricción”, lo cual implica que “la disponibilidad de este recurso tiende constantemente a decrecer”.[1]

En su obra Making peace with the planet, publicada en 1990, afirmó que el límite global al crecimiento “no viene determinado por la actual disponibilidad de recursos, sino por un límite distante de la disponibilidad de energía solar”. Reconocía que “existe un límite potencial del crecimiento económico debido a las cantidades finitas” de recursos minerales, pero consideraba que en la medida en que la materia no se destruye, los recursos materiales “pueden ser reciclados y reutilizados indefinidamente, siempre y cuando la energía necesaria para recogerlos y refinarlos esté disponible”. Por ello, “el límite último del crecimiento económico es impuesto por la tasa a la cual la energía solar renovable puede ser captada y utilizada”. Teniendo en cuenta “la sumamente lenta extinción del Sol, este límite es gobernado únicamente por la superficie finita de la Tierra, la cual determina cuánta de la energía emitida por el Sol es realmente interceptada y puede, por lo tanto, ser utilizada”. Commoner añadió: “Por supuesto, dado que ciertas partes de la tierra emergida son difíciles de alcanzar o bien son inadecuadas, no toda la energía solar que cae sobre la misma podría ser utilizada. Si, digamos, sólo el 10 por 100 del total de la energía solar que cae sobre la tierra emergida pudiera ser captada, seguiría siendo posible aumentar nuestra actual tasa de uso de energía multiplicándola por cien antes de alcanzar el límite teórico del crecimiento.” Por lo tanto, “parece claro que actualmente no nos hallamos ni mucho menos cerca del límite que la disponibilidad de energía solar impondrá finalmente sobre la producción y el crecimiento económico.”[2]

Como se puede comprobar, Commoner argumentó que el problema no era el crecimiento económico en sí mismo sino el tipo de crecimiento que se estaba produciendo. Su opinión era que la producción económica podía seguir creciendo sin perjudicar al medioambiente si se basaba en la utilización de la energía solar, renunciando al uso de combustibles fósiles, y si se reciclaban los materiales.  

El matemático y economista Nicholas Georgescu-Roegen, autor de la obra The Entropy Law and the Economic Process, publicada en 1971, partía de la consideración de que la producción económica no sólo necesita fuentes energéticas sino también los recursos minerales que existen en la corteza terrestre, que son limitados. Criticó a los que sólo tenían en cuenta la energía e ignoraban la importancia de los materiales en la economía, afirmando que “el proceso económico no sólo sigue necesitando energía, también necesita materiales”. Por otra parte, señaló que no se podía “manipular la energía sin un instrumento material, ya sea este receptor o transmisor.” Es decir, “el sistema económico debe contener un cimiento material porque no podemos manejar la energía sin la ayuda de un aparato o soporte material”.[3] Pero, además, planteó que, cuando se utilizan en los procesos productivos, los metales están afectados, al igual que la energía, por el segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía. 

Teniendo en cuenta que la Tierra es un sistema abierto en energía porque recibe la del Sol y cerrado en materiales porque sólo es viable utilizar los que existen en la corteza terrestre, Georgescu-Roegen llegó a la siguiente conclusión: “[…] no es el stock finito de energía solar lo que pone un límite al tiempo durante el cual puede sobrevivir la especie humana. Por el contrario, es el exiguo stock de los recursos terrestres lo que constituye la escasez crucial.”[4] Es decir, consideraba que la principal escasez no sería la de la energía, porque se puede disponer de la solar, sino la de los materiales. 

Por lo tanto, la posición de Georgescu-Roegen, que consideraba que los limitados recursos materiales que había en la Tierra eran un obstáculo para el crecimiento económico, contrasta con la de Barry Commoner, que era contrario a los límites del crecimiento y favorable a un crecimiento económico basado en energías renovables y el reciclaje de materiales. 

¿Cuáles son los datos actuales sobre el agotamiento de los recursos minerales? Joaquim Sempere ha informado que el centro francés IDDRI (Institut du Développement Durable et des Relations Internationales) ha calculado que, si no varían los niveles de extracción y las reservas actuales, “queda hierro para 70 años; zinc, estaño, plomo y cobre para menos de 35 años; oro y plata para 20 años; cromo para 15 años”. Algunos de los metales poco abundantes tienen una gran importancia para la economía actual, como el litio, que se utiliza en las pilas eléctricas. o el columbio y el tantalio, que son esenciales para los teléfonos móviles.[5] Otro de los minerales escasos son las denominadas tierras raras, que son “de gran importancia para la industria electrónica” y “que se obtienen, casi exclusivamente, de las minas ubicadas en la República de China”.[6]Como ha indicado Ugo Bardi, es poco probable que se descubran nuevos depósitos de minerales de alta concentración: “La corteza terrestre ha sido explotada muy a fondo y el hecho de cavar más profundo probablemente no sirva de nada, ya que los minerales se forman principalmente por procesos hidrotermales que suceden cerca de la superficie. El suelo oceánico es geológicamente demasiado reciente para contener minerales, solo el fondo del mar cerca de los continentes puede ser una buena fuente de minerales.”[7]

¿La obtención de energía solar puede estar condicionada porque las existencias en la corteza terrestre de los materiales necesarios para fabricar los dispositivos para captarla, almacenarla y distribuirla son limitados? Para responder a esta pregunta, hay que tener en cuenta que para producir las placas solares se necesita silicio y plata. Pues bien, Antonio Turiel ha indicado que “la fabricación de paneles fotovoltaicos requiere materiales escasos” como la plata, que “es necesaria para las conexiones con las células de silicio”. Por ese motivo, llega a la conclusión de “que la escasez de plata”, que podría agotarse en un par de décadas, “es uno de los grandes factores restrictivos de la tecnología fotovoltaica”.[8]

Una de las contribuciones fundamentales de Georgescu-Roegen fue señalar las consecuencias para los procesos productivos que se derivan del segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía. El primer principio de la termodinámica o ley de conservación de la energía establece que la energía ni se crea ni se destruye, aunque puede transformarse en otra forma de energía (por ejemplo, la energía mecánica puede convertirse en energía eléctrica y ésta en energía térmica). El segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía afirma que en ese proceso de transformación la energía se disipa y no puede volver a utilizarse. Georgescu-Roegen explicó cómo se produce este fenómeno en el caso del carbón: “La energía existe en dos estados cualitativos: energía disponible o libre […] y energía no disponible o ligada, que el ser humano no puede usar de ninguna manera. La energía química contenida en un pedazo de carbón es energía libre, puesto que el ser humano puede convertirla en calor o […] en trabajo mecánico.” “Cuando un pedazo de carbón se quema, su energía química ni disminuye ni aumenta. Pero la energía libre inicial se ha disipado tanto en forma de calor, humo y cenizas, que el ser humano ya no puede utilizarla. Se ha degradado al estado de energía no disponible o ligada.” Según Georgescu-Roegen, “la ley de la entropía es la raíz de la escasez económica”.[9]

¿El reciclaje puede ser la solución al agotamiento de los materiales? La respuesta es que el reciclaje aleja su agotamiento, pero no lo resuelve. Los materiales no se pueden reciclar un número ilimitado de veces porque, como señaló Georgescu-Roegen, también están afectados por la ley de la entropía: “Todo lo que nos rodea está continuamente oxidándose, resquebrajándose, erosionándose por el viento y el agua, etc.” “El hecho de que el reciclaje no pueda ser completo demuestra que la materia, al igual que la energía, se disipa continua e irrevocablemente. La materia no se pierde. En última instancia sólo se convierte en no disponible para nosotros. Por decirlo brevemente, la materia también está sujeta a la degradación entrópica.”[10]

¿Decrecimiento generalizado o selectivo? 

Teniendo en cuenta lo que se ha explicado anteriormente, parece evidente que son insostenibles el crecimiento económico continuado e ilimitado y el modelo consumista que predomina en los países ricos, incluso aunque los procesos productivos se basaran en las energías renovables. Los recursos naturales limitados que con los que cuenta el planeta y el agotamiento conjunto de los combustibles fósiles, del uranio y de los metales, que puede producirse durante el siglo XXI, requiere una drástica reducción del consumo de energía, materiales y productos, lo cual debería implicar una mayor eficiencia energética, una movilidad sostenible, un decrecimiento en el ámbito material de la economía y un consumo crítico, responsable y justo. 

Los partidarios del decrecimiento se oponen al crecimiento económico continuado e ilimitado característico del capitalismo, porque consume incesantemente recursos naturales limitados y causa graves daños al medio ambiente y a la salud de las personas (contamina, vierte enormes cantidades de desechos y provoca el calentamiento global del planeta). Pero entre ellos se han expresado dos opciones distintas: una, el decrecimiento económico generalizado, y la otra, combinar un decrecimiento selectivo, suprimiendo o reduciendo drásticamente algunos sectores de la economía (extracción de carbón, de petróleo, de gas y de uranio, industrias armamentista, aérea y de la automoción privada, transporte de mercancías por carretera…), y un crecimiento en los sectores económicos orientados al bien común y a la preservación del medio ambiente (energías solar y eólica, servicios de sanidad y educación, transportes colectivos…). Ahora bien, todos los partidarios del decrecimiento, en sus diferentes variantes, aseguran que su opción no ha de comportar un aumento del desempleo si se reduce la jornada laboral y se reparte el trabajo existente. En todo caso, conviene conocer más a fondo las ideas y las propuestas de los autores que con mayor lucidez han defendido el decrecimiento, destacando entre ellos André Gorz y Serge Latouche. 

André Gorz señaló que la idea del decrecimiento “indica la dirección en que hace falta ir e invita a imaginar cómo vivir mejor consumiendo y trabajando menos y de otra manera”. A su parecer, “se puede vivir mejor trabajando y consumiendo menos, pero a condición de producir cosas más duraderas”.[11] En una de sus principales obras, Capitalismo, socialismo, ecologismo, trató con mayor amplitud su concepción del decrecimiento: “El sentido de la racionalidad ecológica puede quedar resumido en el lema ‘menos pero mejor’. Su objetivo es una sociedad en la que se viva mejor trabajando y consumiendo menos. La modernización ecológica exige que las inversiones ya no favorezcan al crecimiento de la economía, sino precisamente a su decrecimiento, es decir, a la reducción del ámbito regido por la racionalidad económica en el sentido moderno. No puede haber modernización ecológica si no hay restricción de la dinámica de acumulación capitalista, ni sin reducción del consumo mediante la autolimitación.”[12]

Serge Latouche ha precisado que “el decrecimiento se puede plantear solamente en una ‘sociedad de decrecimiento’, es decir, en el marco de un sistema basado en otra lógica” y “su objetivo es una sociedad en la que se viva mejor, trabajando y consumiendo menos”. Ha reconocido que “el proyecto de decrecimiento es […] una utopía, es decir, un generador de esperanzas y de sueños”, pero que “lejos de refugiarse en lo irreal, trata de explorar las posibilidades objetivas de su puesta en práctica”. De hecho, Latouche ha esbozado “los contornos de lo que puede ser una sociedad de no-crecimiento”, formulando “ocho objetivos interdependientes susceptibles de activar un círculo virtuoso de decrecimiento sereno, amable y sostenible: revaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar.” En su opinión, estos “ocho cambios interdependientes que se refuerzan unos a otros”, “pueden generar un proceso de decrecimiento sereno, amable y sostenible”, lo que supondría una transformación revolucionaria hacia una “sociedad autónoma de decrecimiento”.[13]

Los que propugnan el decrecimiento suelen resaltar que se deben cambiar los valores y los comportamientos, reduciendo drásticamente el enorme consumo de recursos naturales y de productos no esenciales, y llevando un estilo de vida sobrio, frugal, austero. Latouche considera que la salida al crecimiento puede ser “una sociedad sin crecimiento, con menos bienes materiales, pero más relaciones”.[14]

Consumo crítico, responsable y justo

Es obvio que se deben cubrir las necesidades básicas de las personas (alimentación, ropa, calzado, vivienda, suministros de agua y electricidad, transportes públicos, asistencia sanitaria, educación…), pero también es evidente que se necesita un cambio en determinados estilos de vida, descartando los consumistas. Por otra parte, convendría extender socialmente una ética del consumo o un consumo con valores éticos, que debería suponer un consumo crítico, responsable y justo, practicado a nivel individual y colectivamente. 

Desde el consumo crítico se debería cuestionar por qué se quieren adquirir determinados productos, para tratar de saber si son necesarios o si su adquisición es debida a la publicidad, al deseo de mostrar públicamente un estatus económico elevado, a una inclinación a emular a otras personas o a un consumismo enfermizo. Los consumidores críticos han de informarse sobre el contenido y la calidad de los productos, para procurar evitar la compra de aquellos con obsolescencia programada y poder optar por los que sean duraderos y de calidad. También deberían reclamar los derechos de los consumidores, actuales y futuros, y exigir a los vendedores un comportamiento honesto y responsable. Desde el consumo crítico se debería fomentar el asociacionismo de los consumidores, para reclamar “calidad en los productos, precios justificados, buen servicio, transparencia y comunicación adecuadas, incluso respeto al medio ambiente”[15].

Un consumo responsable ha de disponer de informaciones veraces sobre los productos que se quieren consumir, para saber su impacto en los trabajadores que los han producido, en el medio ambiente y en la salud de quiénes los consumen. También se debería averiguar cómo se ha producido, sobre todo con qué energías y materiales y en qué condiciones laborales. La finalidad es poder rechazar de manera responsable la compra de productos que hayan sido realizados en condiciones de esclavitud o extrema precariedad laboral y en entornos peligrosos y tóxicos, así como aquellos que perjudiquen el medio ambiente o la salud de los consumidores. Un consumo responsable debería implicar consumir de manera que no se impacte negativamente en el medio ambiente ni se contribuya a vulnerar los derechos de los otros animales. En fin, un consumo justo ha de suponer, como ha señalado Adela Cortina, “consumir de tal modo que tu norma sea universalizable sin poner en peligro el mantenimiento de la naturaleza”.[16] Por lo tanto, un consumo justo ha de renunciar a modelos de consumo que no puedan ser mantenidos por toda la humanidad. 

Para conseguir que esta ética del consumo se extienda socialmente se precisa una revolución de los valores y los comportamientos de las personas, que posibilite la erradicación de los hábitos y los estilos de vida consumistas, que se oriente a la reducción drástica del consumo de energía, materiales y productos, que reutilice, recicle y repare materiales, en definitiva, que promueva una vida frugal, sobria y austera, en la convicción de que se puede vivir bien consumiendo menos. Una revolución de valores y comportamientos que le dé menos importancia al tener (dinero y bienes materiales) y más importancia al ser (practicar la generosidad, mantener relaciones amistosas y familiares, llevar ritmos de vida y trabajo no estresantes, consumir responsablemente, optar por la movilidad sostenible, dedicar más tiempo al ocio y la cultura, contribuir al bien común, cuidar a las personas dependientes…). Se trata de configurar un concepto diferente de calidad de vida, no asociado al consumo sino a otros factores como amar y ser amado, disfrutar de un medio ambiente sano, desarrollar un trabajo satisfactorio, disponer de suficiente tiempo libre, pasear, practicar deporte, escuchar música, leer libros, estudiar, realizar actividades artísticas y culturales, mantener buenas relaciones con familiares y amigos…

Trabajar muchas horas, con estrés e insatisfacción, consumir compulsivamente durante el tiempo de ocio, y dormir pocas horas, mal y con fármacos conduce a un “apocalipsis” personal y colectivo. Para desarrollar una forma de vida equilibrada y satisfactoria, hay que disponer de un trabajo adecuado a las capacidades y los gustos personales, reducir las horas de trabajo, consumir de manera crítica, responsablemente y justa, realizar actividades de ocio satisfactorias y dormir suficientes horas, bien y sin fármacos. 



[1] Barry Commoner, El círculo que se cierra, Esplugas de Llobregat (Barcelona), Plaza & Janés, 1973, pp. 106-107.

[2] Barry Commoner, En paz con el planeta, Barcelona, Crítica, 1992, pp. 142-143.

[3] Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos. Antología, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2021, pp.88 y 141. Edición de Óscar Carpintero.

[4] Nicholas Georgescu-Roegen, La Ley de la Entropía y el proceso económico, Madrid, Fundación Argentaria/Visor, 1996, p. 377. 

[5] Joaquim Sempere, Las cenizas de Prometeo. Transición energética y socialismo, Barcelona, Pasado y Presente, 2018, p. 40.

[6] Ugo Bardi, Los límites del crecimiento retomados, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2014, pp. 182-183.

[7] Ugo Bardi, Los límites del crecimiento retomados, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2014, pp. 142-143.

[8] Antonio Turiel, Petrocalipsis. Crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar, Madrid, Alfabeto, 2020, pp. 110-111.

[9] Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos. Antología, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2021, pp.53, 55 y 86. Edición de Óscar Carpintero. 

[10] Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos. Antología, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2021, pp.84 y 144. Edición de Óscar Carpintero.

[11] André Gorz, Crítica de la razón productivista. Antología, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2008, pp. 82 y 129. Edición de Joaquín Valdivieso.

[12] André Gorz, Capitalismo, socialismo, ecologismo, Madrid, Ediciones HOAC, 1995, pp. 64-65.

[13] Serge Latouche, Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Barcelona, Icaria, 2009, pp. 7, 16-17 y 44-46.

[14] Serge Latouche, “Decrecimiento o barbarie. Entrevista a Serge Latouche” de Monica di Donato, Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 107, otoño de 2009, p. 161.

[15] Adela Cortina, Por una ética del consumo. La ciudadanía del consumidor en un mundo global, Madrid, Taurus, 2002, p. 34.

[16] Adela Cortina, Por una ética del consumo. La ciudadanía del consumidor en un mundo global, Madrid, Taurus, 2002, p. 245.

 

es historiador, profesor del Barcelona Program for Interdisciplinary Studies de la Universitat Pompeu Fabra y miembro del Consejo Editorial de la revista Sin Permiso.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 11-6-2023

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