Tan peligroso como él: Trump encuentra pareja en J. D. Vance. Dossier

Robert Kuttner

Harold Meyerson

Steve Phillips

Kenan Malik

Daniel Larison

28/07/2024

La revelación vicepresidencial de Trump

 

Robert Kuttner

Desde que leí y reseñé su exitoso libro, Hillbilly Elegy, y conocí luego personalmente a J.D. Vance en una conferencia, me ha parecido alguien verdaderamente peligroso. A diferencia de Trump, que difunde opiniones lunáticas que congregan a los fieles, pero asustan a los republicanos tradicionales y a los votantes indecisos, Vance tiene el don de vestir ideas igualmente extremas con el lenguaje del discurso intelectual serio. A diferencia de Trump, que se regodea siendo un capullo, Vance es en persona un buen tipo.

En Hillbilly Elegy, Vance retorcía la historia de su propia vida de supuesta compasión por sus sufridos vecinos montañeses en una fábula que culpaba de su difícil situación a su comportamiento autodestructivo. Era un relato clásico de la derecha que ignoraba factores estructurales como el hundimiento de la industria manufacturera y del carbón en favor de inculpaciones individuales. Esto es lo que escribí en mi reseña de The American Prospect en 2016:

Hillbilly Elegy resulta ser una obra muy ladina que profesa una gran nostalgia y compasión por el modo de vida de los paletos. ("Los americanos los llaman hillbillies, rednecks o white trash. Yo los llamo vecinos, amigos y familia"). Pero Vance va tras la pista de un señuelo. A pesar de su rústico encanto, acaba sonando condescendiente con sus vecinos y familiares. Vance no sólo destacó en Derecho en Yale; ahora está en un fondo de cobertura de Silicon Valley. Y, según Vance, tú también podrías serlo si no fueras un maldito perezoso. Si no vendieras tus vales de comida, dejaras de trabajar, abandonaras a tus hijos y te drogaras con Oxycontin”.

“Al final, no se trata de corporaciones rapaces ni de economías pueblerinas que se hunden. Se trata de valores. A pesar de todas sus reminiscencias idílicas del pequeño pueblo de los Apalaches, el bueno de Vance, ahora también columnista de National Review, es Charles Murray [controvertido sociólogo acusado de racista] con una sonrisa de comemierda”.

Un año después, me encontré en una conferencia con Vance. Citó mi frase sobre Charles Murray con una sonrisa de comemierda. Fue atento, introspectivo, educado y hasta simpático.

En 2017, escribí: "No pierdan de vista a este tipo. Si no se presenta a un cargo público para, digamos, 2022, me como la camisa". Resultó que ese fue el año en que Vance fue elegido senador por Ohio. Todavía tengo la camisa.

En muchos aspectos, Vance sería una pareja ideal para Trump, tanto a escala nacional como en estados clave del Medio Oeste como Michigan, Wisconsin, Ohio y el oeste de Pensilvania: la juventud complementa la edad y sugiere el futuro del legado de Trump. Intelectualizado y personalmente agradable, suaviza la grandilocuencia de Trump. Un relato consistente en hacer algo por uno mismo después de salir del barro, por contraposición con la educación de Trump. El único militar veterano en cualquiera de los dos partidos.

Vance, a sus 39 años, sería el candidato más joven a la vicepresidencia desde 1952, cuando el moderado Dwight D. Eisenhower puso a Richard Nixon en la candidatura para apaciguar a la extrema derecha republicana.

Pero la propia vanidad de Trump podría impedirle elegir a Vance. Trump no quiere que su juventud les recuerde a sus votantes su propia edad. No le gusta la idea de que un posible sucesor atractivo le robe protagonismo.

El intento de asesinato del sábado se ha interpretado como un símbolo de la invencibilidad de Trump. Pero también le ha de recordar su propia mortalidad.

Vance resulta, en muchos sentidos, demasiado atractivo. También está el hecho incómodo de que Vance, antes de convertirse cobardemente a la tribu MAGA [Make America Great Again], destrozó a Trump repetida y elocuentemente, en videos que serían excelentes anuncios de televisión para el oponente demócrata de Trump.

Sin embargo, emulando servilmente la espantosa tendencia de Trump a culpar a sus oponentes de su propio uso político de la violencia, Vance declaró el sábado: "La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario al que hay que parar a toda costa. Esa retórica condujo directamente al intento de asesinato del presidente Trump".

De los otros que se han mencionado, el senador por Florida Marco Rubio ayudaría con el voto hispano. Pero Trump tiene una aversión visceral por el hombre al que despreció repetidamente en las primarias de 2016 como "Pequeño Marco". ¿Realmente quiere situar a Rubio de modo que sea su sucesor?

También está el problema de que Trump y Rubio son nominalmente del mismo estado -Trump cambió su residencia de Nueva York a Mar-a-Lago [Florida] hace años-, lo que provocaría un problema con el Coloegio Electoral. Pero este obstáculo es secundario. Con el Tribunal Supremo en el bolsillo, Trump y sus abogados podrían idear una solución.

Como vicepresidente, Rubio quedaría presumiblemente atado en corto, lo que le proporcionaría a Trump un placer sádico. Pero un presidente no controla totalmente a un vicepresidente, el único miembro del Gobierno al que no se puede despedir, como aprendió Trump amargamente en el caso de Mike Pence.

Eso deja al gobernador de Dakota del Norte, Doug Burgum, la más sosa y segura de las opciones posibles. Habría poco riesgo de que eclipsara a Trump. Burgum, que es en buena medida un republicano corporativo (su patrimonio neto es de 100 millones de dólares) y que firmó una prohibición de abortar en su estado después de las seis semanas, le mostraría una rama de olivo tanto a la derecha antiabortista como a la derecha empresarial. Quizá ayudaría marginalmente en estados del Medio Oeste como Wisconsin, Michigan y Minnesota. Y tiene una esposa atractiva, lo cual siempre es una ventaja en el caso de Trump.

Una posibilidad externa es Tim Scott, de Carolina del Sur, el único senador republicano afroamericano. Trump dejó caer su nombre como una entrada tardía. Yo no lo veo. Hay suficientes racistas de verdad en la base de MAGA como para que Scott haga dudar a Trump.

A Trump, el showman, le encantan las sorpresas y le encanta demostrar su propio poder arbitrario. "Es como una versión muy sofisticada de The Apprentice [El Aprendiz, concurso televisivo que presentaba Trump]  televisión si lo piensas", afirmó Trump el jueves en el programa de Clay & Buck. No es exactamente lo que pretendía Madison.

Como generalización, los compañeros de candidatura están sobrevalorados como factores decisivos en las elecciones. En el bando demócrata, hay que remontarse al acuerdo de John Kennedy en 1960 con Lyndon Johnson, que ayudó al candidato a ganar en Texas en unas elecciones muy reñidas. En el bando republicano, la elección de George H. W. Bush en 1980 por parte de Reagan ayudó a unificar a su propio partido, que todavía tenía una ingente facción moderada preocupada por la debacle de Goldwater 16 años antes.

Así que la elección del vicepresidente de Trump puede que no importe tanto en estas elecciones, pero importará mucho a la hora de situar a su sucesor. Lo que probablemente sea decisivo en la elección es el implacable narcisismo de Trump.

 

The American Prospect, 15 de julio de 2024

 

¿Se sumaría J.D. Vance a un piquete de los UAW frente a una fábrica de Tesla?

Harold Meyerson

«Se ha acabado eso de servir a Wall Street», prometió el candidato republicano a la vicepresidencia J. D. Vance en su discurso de aceptación anoche en la convención republicana anoche. «¡Nos comprometemos con el trabajador!».

Pues bien, hay ahora otro centro del capital estadounidense, se encuentra a unos 5.000 kilómetros de Wall Street, y J.D. Vance aún no ha declarado ni su independencia ni la de su partido respecto al mismo. Se trata de Silicon Valley –y más exactamente, de sus libertarios de derechas, los del nosotros –somos-la-ley- y si Donald Trump es elegido este noviembre, J.D. Vance será su hombre en la Casa Blanca.

Por muy conmovedoras que hayan sido las repetidas promesas de Vance de cubrirles las espaldas a los trabajadores del automóvil y del acero de Pensilvania, Michigan y Wisconsin, no les debe a ellos su nueva preeminencia. A quienes se la debe es a los multimillonarios de Silicon Valley, cuya riqueza eclipsa con creces a los meros millonarios de Wall Street.

Wall Street –capital viejo- presionó asiduamente a Trump para que no eligiera a Vance, que se ha opuesto a gran parte del régimen de capital global que ellos habían creado. Pero el día antes de que Trump llevara a cabo finalmente su elección, recibió una llamada de alguien de quien no había tenido noticias en mucho tiempo: Elon Musk, que se pronunció rotundamente a favor de Vance. Al día siguiente, inmediatamente después de que Trump anunciara que Vance era su elegido, Musk declaró a The Wall Street Journal que donaría 45 millones de dólares al mes a un PAC [comités de acción política que recogen fondos de campaña] pro-Trump.

No sabemos, por supuesto, qué es lo que se preguntó y qué se respondió en esa llamada entre Musk y Trump el día antes del anuncio de Trump respecto a Vance. Sabemos, sin embargo, que Trump suele pedir grandes sumas de dinero cuando se reúne con los verdaderamente ricos, y como es fama prometió poner fin a todas las regulaciones sobre compañías petroleras si le endosaban mil millones de dólares. No pudieron, pero Elon Musk sí. Sin duda, influyeron otros factores en la decisión de Trump, pero mucho me sorprendería que la promesa de Musk y sus colegas supermillonarios de Silicon Valley no fuera el factor decisivo.

Mientras le contaba anoche su vida al país, Vance pasó por alto con una sola frase sus cinco años como inversor de capital riesgo en Silicon Valley, trabajando buena parte de ellos para el archi-libertario Peter Thiel. Sin el respaldo que recibió de ese mundo enrarecido, Vance ni siquiera estaría hoy en política. Cuando se presentó al Senado por Ohio hace dos años, su campaña la financió en buena medida Thiel, que le envió 15 millones de dólares. Hace un mes, el Valle [del Silicio] volvió a ayudarle, cuando Vance organizó una recaudación de fondos para Trump en casa de David Sacks, en San Francisco. En el acto, según un artículo del Wall Street Journal, Vance cautivó a los barones de la tecnología «hablando sin guión» sobre los problemas que plantea la regulación de la criptomoneda y la inteligencia artificial. Al parecer, convenció a Trump por su capacidad para impresionar a esos magnates, que desembolsaron 12 millones de dólares antes de que terminara el acto.

Para Trump, esos 12 millones de dólares no eran más que el aperitivo. Ni Musk ni Thiel ni muchos otros derechistas del Valle habían intervenido todavía. Pero una vez que Trump eligió a Vance, el dinero comenzó a fluir, como había presagiado al menos la llamada telefónica con Musk, y acaso hasta garantizado. Pocas horas después de la designación de Vance, los más famosos financieros de capital riesgo del Valle, Marc Andreessen y Ben Horowitz, anunciaron en su podcast que también apoyaban a Trump. Declararon que durante su reciente visita a Washington para conseguir apoyos para sus inversiones en criptomonedas, no habían conseguido citas ni con el presidente Biden ni con el presidente de la SEC [Comisión de la Bolsa de Valores], Gary Gensler, a pesar del hecho, como señaló Horowitz, de que la SEC tiene planes para emprender acciones contra 30 empresas de criptomonedas en las que han invertido Andreessen y Horowitz. ¿Adónde vamos a parar cuando los multimillonarios no pueden reunirse personalmente con el presidente y los reguladores para hablar de la mejor manera de proteger el valor de sus inversiones?

Este es el género de cuestiones que no tienen tanta importancia para las élites de Wall Street a las que Vance atacó con gusto en su discurso de aceptación. A diferencia de JPMorgan Chase y Carl Icahn, los capitalistas de riesgo como Andreessen y Horowitz hicieron sus fortunas invirtiendo en el Salvaje Oeste de las startups de Silicon Valley, empresas que ahora se están sumergiendo en desarrollar nuevas vueltas de tuerca en IA y cripto. Solo por eso no estarían de acuerdo Andreessen y Horowitz con las regulaciones, pero para Musk y Thiel, y para un número cada vez mayor de los principales actores del Valle, es anatema cualquier violación de la soberanía de los capitalistas. Por eso ha cuestionado Thiel los méritos de contar con estados nacionales que legislen, y por eso ha declarado Musk que se opone a la idea misma de los sindicatos.

Vance es licenciado en Derecho por Yale, pero su verdadero postgrado fue trabajar para Thiel y empaparse del brebaje ideológico libertario del Valle. Este defensor de los trabajadores puede haberse unido a un piquete de la UAW cuando estaba en huelga contra las tres compañías automovilísticas heredadas, pero si la UAW organiza piquetes, o cuando lo haga, alrededor de las fábricas de Tesla propiedad de Elon Musk, es difícil de creer que vaya a ponerse de su lado en contra del tipo que le consiguió su trabajo. De todas las razones por las que Donald Trump eligió a J.D. Vance como su compañero de candidatura, la que más destaca es ésta: Vance llega con la mayor dote de la historia de la humanidad.

Sospecho también que una razón adicional por la que Trump ha recurrido a Vance es que prefiere Silicon Valley a Wall Street como fuente de su financiación. Fue a los bancos neoyorquinos a los que Trump se vio obligado a acudir durante años para obtener los préstamos con los que construyó sus edificios, y es dolorosamente consciente -de hecho, ésta es una de las fuentes tanto de su ambición como de su profunda rabia- de que el mundo empresarial neoyorquino, que se lo tiene muy sabido bien de cerca desde hace decenas de años, le considera un bobo, un imbécil y, lo que es peor, un pésimo hombre de negocios. Es mucho mejor sacarle el dinero a gente que no le conoció hasta después de convertirse en presidente.

Por último, una reflexión más suscitada por las invocaciones ad nauseam de Vance a Pensilvania, Ohio, Michigan y Wisconsin en su discurso. Si tiene razón en que, aparte de Ohio, esos son los estados indecisos que decidirán las elecciones -y creo que la tiene-, entonces los candidatos más fuertes que los demócratas pueden presentar contra Trump son probablemente la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, y el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, ambos muy populares en sus respectivos estados. Es un decir.

 

The American Prospect, 18 de julio de 2024

 

La elección de J.D. Vance por parte de Trump es una clara señal: estamos ante una lucha por la identidad de los Estados Unidos

Steve Phillips

 

La elección por Donald Trump de JD Vance como compañero suyo de candidatura es un mensaje claro e inequívoco de que los republicanos están librando una guerra santa por la identidad misma de esta nación. Al elegir al senador de Ohio, el ex presidente estadounidense ha seleccionado y encumbrado a una persona que es una de las mayores animadoras de Trump y cuya principal cualificación para el liderazgo nacional es articular las quejas de los blancos descontentos con la cambiante composición racial del país.

En lugar de pretender siquiera tenderle la mano a los republicanos menos rabiosos que apoyaron a Nikki Haley en las primarias o de intentar ganar un mayor apoyo entre los latinos eligiendo a Marco Rubio, el senador de Florida, Trump se ha limitado a redoblar su cruzada para que Norteamérica vuelva a ser blanca.

Tradicionalmente, los candidatos a la vicepresidencia buscan ampliar el atractivo del partido mostrando su compromiso con un sector específico del electorado. Barack Obama eligió a Joe Biden en 2008 para equilibrar racialmente la candidatura y asegurar a los votantes blancos que tendría a su lado a un líder político veterano, moderado y de raza blanca. Biden, a su vez, eligió a una mujer de color más joven para que se presentara con él para inspirar y reconocer la importancia crítica de las mujeres y la gente de color en la coalición demócrata.

Trump tuvo la oportunidad de hacer un movimiento similar, más tradicional. En muchos sentidos, Rubio habría sido la elección inteligente; habría sido la primera persona de color en una candidatura republicana, y podría haber intentado atraer a los latinos y restar algo de apoyo a esa piedra angular de la coalición demócrata. Hay otros en el partido republicano que quisieran que Trump calmara los temores de los votantes más moderados que habían apoyado a Haley debido a la grandilocuencia y división de Trump.

Pero, fiel a su estilo, Trump rechazó todos esos consejos y se decantó por el guerrero cultural, por el Vance crítico de Trump convertido en adulador.

Se mire por donde se mire, Vance -que no tiene experiencia política previa y sólo ha sido senador durante 17 meses- no está en absoluto cualificado para estar a un paso de la presidencia, pero eso no es sorprendente dado que el propio Trump es posiblemente la persona menos cualificada que jamás haya ocupado el Despacho Oval. La principal cualificación de Vance es su capacidad para articular la angustia de los estadounidenses blancos de clase trabajadora. A través de su exitoso libro Hillbilly Elegy y su retórica como candidato y hoy senador, Vance apenas ha hecho otra cosa destacable en su vida que quejarse del modo en que los Estados Unidos ya no son un país dominado por los blancos, un hecho que ha sido doloroso, desorientador y difícil de aceptar para un número considerable de blancos.

Lo que acaso supone uno de los mayores peligros para este país es que Vance, al igual que Trump, ya ha demostrado que está decidido a rasgar agresivamente el deshilachado tejido social que une a esta nación. Lo más alarmante es que Vance ha declarado que si hubiera sido vicepresidente el 6 de enero de 2021, habría hecho lo que quería Trump y habría bloqueado a los electores de los estados que votaron a Biden. Vance ha recaudado dinero para los insurrectos que intentaron derrocar al gobierno electo de Estados Unidos y que trataron de bloquear la certificación de unas elecciones en las que los 50 gobernadores -tanto republicanos como demócratas- verificaron unos resultados que mostraban que Biden había ganado la presidencia.

El desprecio de Vance por la democracia y las instituciones democráticas también se puso de manifiesto en las horas inmediatamente posteriores al tiroteo en el mitin de Trump en Butler, Pensilvania, el pasado sábado. Antes incluso de que nadie supiera quién era el tirador, Vance tuiteó que el culpable era Biden.

Desde el punto de vista electoral, la selección de Vance implica que se fijan los contornos, la dinámica y lo que está en juego en las elecciones.

El periodista y analista Ron Brownstein presagió esta realidad hace una docena de años cuando describió la política norteamericana moderna como una batalla entre dos constelaciones de gente, a las que denominó  Coalición de la Restauración y Coalición de la Transformación.

Los demócratas, observó, «operan ahora con una Coalición de Transformación en gran medida coherente que les permitirá (e incluso les presionará) alinearse sin reservas con las grandes fuerzas culturales y demográficas que están rehaciendo América». Por el contrario, la reelección de Obama en 2012 «selló claramente a los republicanos como una Coalición de Restauración, que depende abrumadoramente de los votos de los blancos descontentos por esos cambios».

En mis libros, describo estas agrupaciones como Nueva Mayoría Americana y Confederados Modernos, pero los conceptos son los mismos, y las implicaciones para las elecciones contemporáneas son de gran alcance y poco apreciadas.

En cada una de las sucesivas elecciones presidenciales desde que Obama fue elegido, lo único que ha importado realmente es qué coalición de votantes defiende el candidato, algo también conocido como “¿De qué lado estás?”

Esa dinámica volverá a repetirse este otoño, ya que Trump ha redoblado sencillamente sus esfuerzos por reunir a su Coalición de la Restauración para que acuda en masa a las urnas. La buena noticia para los demócratas es que la Coalición de la Transformación es mayor que la Coalición de la Restauración. Los republicanos lo saben hasta la médula y en sus hojas de cálculo, y por eso se centran implacablemente en la supresión de votantes, introduciendo casi 800 leyes diferentes diseñadas para dificultar el voto, según el libro de Ari Berman Give Us the Ballot y el análisis de 2021 del Brennan Center.

Los datos del censo y los resultados electorales de los últimos 40 años afirman aún más el hecho de que la Coalición de Transformación es mayor. Con la única excepción de 2004, el candidato demócrata a la presidencia ha ganado el voto popular en todas y cada una de las elecciones presidenciales desde 1992. El resultado lógico de que un partido base su política en apelaciones a los miedos y resentimientos raciales de los blancos es que el otro partido obtiene la mayoría del apoyo de la gente de color.

En un país en el que casi la mitad de los residentes son personas de color (41%), el partido republicano sigue siendo abrumadoramente monocromático; según un análisis de Pew Research, el 83% de los votantes republicanos son blancos. Por el contrario, el 72% de las personas de color apoyaron a Biden en 2020, y ningún candidato demócrata ha recibido menos del 83% del voto afroamericano desde la aparición de los sondeos a pie de urna en 1976.

Al escoger a Vance, los republicanos demuestran que no van a intentar ampliar su coalición: se limitarán a ser más duros con su menguante coalición y a centrarse en conseguir que sus partidarios acudan a las urnas. Los demócratas deben tener una claridad y un enfoque similares, y dedicar sus recursos y energía a maximizar la participación de los votantes desde hoy hasta el día de las elecciones. Si lo consiguen, vencerán, y la voz de J.D. Vance, y la de Trump, seguirán lejos de la Casa Blanca.

The Guardian, 18 de julio de 2024

 

Aristopopulistas como J. D. Vance sólo pueden ofrecer vacuas promesas a la clase trabajadora

Kenan Malik

 

“La tragedia de la candidatura de Trump es que, encastrada en sus furiosas exhortaciones contra los musulmanes y los mexicanos y los acuerdos comerciales que han salido mal, hay un mensaje que los blancos pobres de los Estados Unidos no necesitan: que todo lo malo de tu vida es culpa de otro”.

Eso escribía J.D. Vance, el elegido de Donald Trump para la vicepresidencia, en vísperas de las elecciones presidenciales de 2016, sobre el hombre que ahora es su jefe. Trump, escribió Vance en otro ensayo, sirve «heroína cultural», sus promesas son «la aguja en la vena colectiva de Estados Unidos», que proporcionan un «escape fácil del dolor». Los votantes tendrían que «cambiar el rápido subidón de “Make America Great Again” por la medicina real».

Es Vance, sin embargo, quien ha realizado el cambio, y en dirección opuesta. Hace dos años, mietras se debatía por ser el candidato republicano de Ohio al Senado, se dio cuenta de la necesidad del respaldo de Trump, así que dio marcha atrás, «lamentando» sus críticas anteriores.

Trump, a su vez, reconoce en Vance un activo útil para cimentar el apoyo de la clase trabajadora. Puede que Vance sea un abogado y un empresario de capital riesgo educado en la Ivy League, y un político fuertemente respaldada por multimillonarios de Silicon Valley, pero creció en la decadente ciudad siderúrgica de Middletown, en el estado de Ohio, descendiente de montañeses que habían emigrado en busca de trabajo. Criado en la pobreza y en el seno de una familia disfuncional, Vance escapó alistándose en los marines, antes de estudiar Derecho en la Universidad de Yale, lo que le permitió acceder a las más altas esferas de la sociedad estadounidense.

Vance, una voz de la élite que comprende las realidades de la vida de la clase trabajadora, se convirtió, para los comentaristas de la corriente dominante, en uno de «nosotros» que podía hablar de «ellos», una guía para lo que muchos consideran una especie misteriosa: los blancos pobres que llevan una existencia precaria.

En sus memorias, Hillbilly Elegy, Vance reprende a los trabajadores blancos como en su día criticó a Trump: por culpar a todos los demás de sus problemas, pero sin mirarse nunca a sí mismos. Los problemas que atormentan a las comunidades de clase trabajadora pueden ser en parte producto de la globalización y el declive industrial, pero, insiste Vance, hablan mucho más de fallas culturales y morales; trabajadores dados a la indolencia («elegimos no trabajar cuando podríamos estar buscando trabajo») y al deseo de hacerse las víctimas.

«Gastamos hasta caer en la indigencia», amonesta Vance a los pobres de Middletown, comprando “televisores gigantes y iPads” y “casas que no necesitamos”. «El ahorro», añade, “es contrario a nuestro ser”. Vance habla de «nosotros» y «nos», pero en realidad quiere decir «ellos». Hay, para Vance, dos clases de trabajadores, los que lo merecen y los que no lo merecen. Sus abuelos «encarnaban una de esas clases: chapados a la antigua, tranquilamente fieles, autosuficientes, trabajadores». Su «madre y, cada vez más, todo el vecindario, encarnaban otro tipo: consumistas, aislados, enfadados, desconfiados». Particularmente indignos son los que reciben asistencia social, que viven una vida fácil gracias a la «generosidad del gobierno».

Es un diagnóstico que, tal como reconoce el propio Vance, se hace eco del juicio que muchos han proyectado sobre los negros norteamericanos. «He conocido a muchas reinas [aprovechadas] de la beneficencia», escribe, “algunas eran vecinas mías, y todas ellas, blancas”.

Si Vance recurre a metáforas conservadoras tradicionales, su ascenso a la cima del partido republicano muestra también lo mucho que ha cambiado dentro de un partido que adoraba el reaganismo, el neoliberalismo y el poder corporativo. «Necesitamos un líder al que tengan en el bolsillo las grandes empresas», afirmó Vance en su discurso de aceptación ante la Convención Nacional Republicana, “sino que responda ante el trabajador”.

Ese cambio se vio acentuado por el momento quizá más significativo de la convención: no la coronación de Trump ni la elevación de Vance, sino el discurso de Sean O’Brien, presidente de los Teamsters [sindicato de camioneros], el primero de un líder sindical en el RNC. El senador republicano de Missouri Josh Hawley lo saludó como un “momento decisivo”, al tiempo que condenaba a los políticos republicanos que habían «seguido estúpidamente a los tipos con traje» y le han «roto el espinazo a  los sindicatos».

A pesar de la retórica, la simpatía de los republicanos por los trabajadores sigue siendo limitada. Vance habla con frecuencia de «agencia» -la capacidad de tomar decisiones y actuar en consecuencia- y de la incapacidad de los pobres de asumir la responsabilidad de sus actos y decisiones. Sin embargo, la agencia no existe en un vacío social y los pobres siempre están mucho más limitados en lo que pueden elegir que los ricos.

La agencia no es sólo individual, sino también colectiva. Para la clase trabajadora, la agencia colectiva -la capacidad de actuar conjuntamente a través de sindicatos o comunidades- resulta de especial importancia. Sin embargo, esa capacidad se ve a menudo frustrada por diversos factores, desde la legislación antisindical hasta la erosión de la vida cívica.

Los conservadores, deseosos de exigir que los individuos asuman la responsabilidad moral de sus apuros, a menudo ignoran las limitaciones sociales y obstruyen ellos mismos la acción colectiva. Vance ha presentado leyes para legalizar los sindicatos dirigidos por las empresas, cuyo objetivo es debilitar a los sindicatos de verdad, y se opuso a la histórica Ley de Protección del Derecho de Sindicalización [Protecting the Right to Organize Act].

A pesar de su propia historia personal de pasar de clase baja a clase alta, Vance también desconfía de demasiada movilidad social, que implica movimiento no sólo «hacia una vida teóricamente mejor», sino también «lejos de algo» que sea socialmente significativo. Lo que Vance quiere decir es que la dignidad de los trabajadores exige que conozcan su posición en la vida.

Es un argumento desarrollado por el filósofo político Patrick Deneen, de quien se nutren intelectualmente conservadores como Vance y Hawley. Para Deneen, las diferencias de clase son la base del orden social. La gente corriente, escribe en su libro Regime Change, tiene más probabilidades que las élites de «estar asentada en las realidades de un mundo de límites», pero no se le puede confiar demasiada libertad.

Lo que se necesita, más bien, es una élite capaz, a diferencia de lo que ocurre ahora, de inculcar a las clases inferiores una «comprensión de lo que constituye su propio bien» y garantizar, mediante restricciones culturales y religiosas, que no caigan en la degeneración. A esto es a lo que Deneen llama «aristopopulismo», populismo con un toque feudal.

Todos estos temas -políticos de élite que se presentan como auténticas voces de la clase trabajadora, la pobreza entendida en términos de moralidad y cultura, la exigencia de que la cultura y la tradición actúen como valla de contención de la gente corriente, el deseo de una sociedad más disciplinada presentado como crítica a las élites liberales- se encuentran no sólo en el partido republicano, sino que también son comunes a los populistas de derechas en Europa, desde el Reform UK de Nigel Farage a los Fratelli d´Italia, de Giorgia Meloni.

A la hora de llegar a la clase trabajadora, estos partidos y movimientos no ofrecen más que papilla fina, a menudo mezclada con la «heroína cultural» de Vance. Sin embargo, la sensación de abandono de los partidos tradicionales de izquierda es tan profunda entre muchos sectores de votantes que muchos se sienten atraídos por ellos. Hasta que la izquierda no se tome en serio tanto la realidad material de la vida de la clase trabajadora, de los salarios a la vivienda, como esa sensación de desafección y abandono, muchos más seguirán estándolo.

 

The Observer, 21 de julio de 2024

 

 ¿Qué hará Vance por la política exterior de Trump?

 

Daniel Larison

 

Donald Trump ha anunciado hoy que ha elegido al senador de Ohio J.D. Vance como compañero de candidatura. Tan sólo dos días después del atentado contra el ex presidente en Butler, Pensilvania, la elección de Trump elevó al joven senador en su primer mandato a la candidatura nacional republicana mientras la convención nacional del partido se ponía en marcha en Milwaukee. Al elegir a Vance, Trump parece haber ignorado las presiones de Rupert Murdoch, que al parecer había estado cabildeando intensamente a favor del gobernador de Dakota del Norte, Doug Burgum, y en contra de Vance. Trump ha elegido a un leal que atraiga a sus principales partidarios del ala populista del partido.

Si bien la selección tiene sentido en términos de la alineación política del senador con Trump, es algo poco convencional dada la limitada experiencia de Vance en la gobernación. Vance será el candidato a vicepresidente más joven desde Richard Nixon en 1952. Sólo lleva un año y medio en un cargo electo. Es probable que Vance se enfrente a muchas preguntas sobre su preparación para ejercer de presidente en caso de necesidad.

Es probable que la elección de Trump resulte controvertida. Vance se ha convertido en una especie de pararrayos de las críticas en Washington, sobre todo desde que entró en el Senado. Saltó primero a la fama nacional como autor y crítico de la candidatura de Trump en 2016, pero desde entonces se ha transformado en un firme defensor del expresidente en los últimos años. Se ha alineado estrechamente con la agenda de Trump, y se ha convertido en uno de los principales críticos de la política de la administración Biden en Ucrania.

Vance acudió a la Conferencia de Seguridad de Múnich a principios de este año para defender su postura contraria a la ayuda militar a Ucrania. Si vence la candidatura Trump-Vance, es concebible que los Estados Unidos empiecen a reducir o cortar la ayuda a Ucrania el año que viene. Dicho esto, su escepticismo sobre la implicación de los Estados Unidos en conflictos extranjeros no parece extenderse más allá de Ucrania.

Al igual que Trump, Vance también tiene opiniones muy beligerantes en política exterior. Ha atacado a Biden por «microgestionar» la guerra de Israel en Gaza, y está de acuerdo con Trump en que el gobierno israelí debería «terminar el trabajo». Ha adoptado una posición notablemente dura sobre la guerra y el apoyo norteamericano. Ha declarado: «no utilicen la influencia de los Estados Unidos para hacer en este caso que se retiren los israelíes.»

Tal como informó Matthew Petti, de Reason, esta primavera, Vance ha criticado duramente el historial neoconservador en Oriente Medio, pero «está reduplicando exactamente la visión que tuvieron [los neocon] todo el tiempo: una alianza de Israel y los estados dirigidos por musulmanes suníes, respaldada por el poder militar estadounidense, para “vigilar” la región». Los Estados Unidos se verán en apuros para reducir sus enredos en Oriente Medio si sigue sosteniendo las destructivas campañas militares de Israel. Es imposible entender de qué modo implicar a los Estados Unidos en los crímenes de guerra de sus clientes sirve a los intereses norteamericanos o logra que estén los norteamericanos más seguros.

Como hemos visto en los últimos nueve meses, respaldar la atroz guerra de un [Estado] cliente no libera recursos estadounidenses ni mantiene a las fuerzas estadounidenses fuera de peligro. Al contrario, pone objetivos sobre las espaldas de nuestros soldados y marinos, y mete a Estados Unidos en más conflictos innecesarios con otros actores regionales. Lejos de trasladar la carga a los clientes, este planteamiento ha impuesto nuevos costes a los Estados Unidos.

El belicismo de Vance se extiende también a Asia Oriental. Ha encuadrado su oposición a la ayuda a Ucrania principalmente en la necesidad de concentrar los recursos estadounidenses en contener a China, y le reprocha a Biden que no haga lo suficiente en este frente. La postura de Vance implica que piensa que los Estados Unidos deberían aumentar significativamente sus envíos de armas a sus socios e incrementar su presencia militar en la región. En la medida en que la política norteamericana en Asia Oriental se incline demasiado a favor de un enfoque de «lo militar, primero», se corre el riesgo de empeorar las cosas.

El senador también ha expresado su apoyo a la acción militar contra los cárteles de la droga en México. En una entrevista de 2023, afirmó: «Quiero facultar al presidente de Estados Unidos, ya sea demócrata o republicano, para que utilice el poder del ejército norteamericano a fin de perseguir a estos cárteles de la droga». Esta idea se ha hecho popular en el Partido Republicano en los últimos años, pero sería una mala política tanto para los Estados Unidos como para México. Tal como explicó Christopher Fettweis en Responsible Statecraft el año pasado, «cualquier operación militar fracasaría casi con toda seguridad en su objetivo de destruir a los cárteles» y «no detendría el flujo de drogas hacia Estados Unidos». Vance debería saber, por su propio servicio militar en Irak, que los Estados Unidos no deberían enviar sus tropas a misiones imposibles y de duración indefinida.

El historial de política exterior de Vance no es tan extenso, pero contiene algunas señales de alarma que el pueblo norteamericano debería tener en cuenta.

 

Responsible Statecraft, 15 de julio de 2024

cofundador y codirector de la revista The American Prospect, es profesor de la Heller School de la Universidad Brandeis. Columnista de The Huffington Post, The Boston Globe y la edición internacional del New York Times, su último libro es “Going Big: FDR's Legacy, Biden's New Deal, and the Struggle to Save Democracy” (New Press, 2022).
veterano periodista de la revista The American Prospect, de la que fue director, ofició durante varios años de columnista del diario The Washington Post. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta comentaristas más influyentes de Norteamérica, Meyerson perteneció a los Democratic Socialists of America, de cuyo Comité Político Nacional fue vicepresidente.
abogado de derechos civiles, miembro del Center for American Progress y fundador de la página y el podcast Democracy in Color, es autor de “Brown Is the New White: How the Demographic Revolution Has Created a New American Majority” y “How We Win the Civil War: Securing a Multiracial Democracy and Ending White Supremacy for Good”.
ensayista y profesor británico de origen indio, es columnista de The Observer, dominical del grupo The Guardian. Especializado en Neurobiología e Historia de la Ciencia, aborda frecuentemente en sus intevenciones públicas cuestiones como el multiculturalismo, el pluralismo o el racismo. Su último libro es "From Fatwa to Jihad: The Rushdie Affair and Its Legacy".
columnista habitual de Responsible Statecraft, es colaborador de Antiwar.com y ex redactor jefe de la revista The American Conservative. Doctor en Historia por la Universidad de Chicago, escribe regularmente para su boletín, Eunomia, en Substack.
Fuente:
Varias
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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